26/10/09

Un entrerriano en la Patagonia rebelde

Por Rubén Bourlot
En 1921 la Patagonia estaba convulsionada por la huelgas de los peones, impulsada por los anarquistas, acontecimiento que describe con maestría Osvaldo Bayer en su libro La Patagonia Rebelde. Y en esos entreveros estuvo un entrerriano del los montes del Montiel*, Don José Font, también conocido como “Facón Grande”. Font llegó a la Patagonia alrededor de 1905, y entre otras actividades se dedicó al oficio de carrero haciendo el recorrido entre Puerto San Julián y los lagos Posadas y Pueyrredón. Era muy habilidoso en la doma y también en la construcción de casas. Era el carrero más respetado por los estancieros por su honestidad y generosidad. Vestía como paisano, bombachas, alpargatas, ancha faja negra a la cintura con su famoso facón cruzado. El estanciero Iriarte lo había llevado de Entre Ríos como domador.
Con el tiempo, logró establecerse en un campo propio en Bahía Laura, pero un comisario famoso por sus actitudes violentas lo quiso desalojar, a lo que Font hizo caso omiso. El comisario lo detuvo, lo hizo lonjear y le destruyó las instalaciones de su campo. De nuevo en libertad Font volvió a su oficio de carrero.
Cuando se produjo el gran levantamiento patagónico de 1921, las peonadas alzadas lo fueron a buscar. Era el único hombre con una autoridad moral ganada por su conducta. Él se negó varias veces, tal vez previendo la tragedia y sabiendo la fuerza de los poderosos. Pero al final se largó. En él bullía la sangre calentada a longazos por la policía, instrumento de los que tenían y querían más.
Una vez declarada la huelga, “Facón Grande” se dedicó a reclutar gente de las estancias y caballadas. Luego se fue arrimando hacia la costa. Se dio cuenta de que el dominio de la red ferroviaria de Puerto Deseado a Colonia Las Heras podría haber sido decisivo para el triunfo. Pero en ningún momento lo logró plenamente. El movimiento multitudinario se lo impidió. Fueron de un lado a otro, masivamente.
Imagen gentileza de Julio Oscar Blanche
Además, José Font no tenía ni don de mando ni sentido táctico ni estratégico. Él conversaba con la gente. Siempre conversaba y pedía consejos. Sin demostrar debilidad en ningún momento, pero temeroso de que los que lo han elegido crean que él quería sacar algún provecho de su situación.
Una de las columnas de “Facón Grande” se dirigió a Colonia Las Heras, punto terminal del ferrocarril de Puerto Deseado. Allí la Liga Patriótica se había organizado para la defensa, mientras las mujeres y los niños emprendían viaje hacia Comodoro Rivadavia.
El grupo en el que operó “Facón Grande”, estaba compuesto de unos 350 a 400 hombres y maniobró en Puerto Deseado.
El represor teniente coronel Varela y sus hombres los esperaban. Facón Grande viajaba en un automóvil acompañado de una columna de vehículos. Cuando vieron a los efectivos gubernamentales se dispusieron a enfrentarlos. Varela los recibió con una descarga cerrada, creyendo que eso bastaría para que los huelguistas bajaran y levantaran los brazos en señal de rendición. Pero ante su sorpresa, no ocurrió así, sino que éstos hicieron pie en tierra y contestaron con fuego de metralla, generalizándose un intenso tiroteo.
En ese momento “Facón Grande” ocupó el terreno y comprendió que había luchado contra el ejército y no contra la policía. El teniente coronel Varela retrocedió hasta Jaramillo.
Facón Grande procuró llegar a una solución negociada del conflicto, para lo cual intervino el gerente de “La Anónima” de Pico Truncado, Mario Mesa, quien se hallaba de rehén con la gente de “Facón Grande”. Mesa conversó largamente con Varela y regresó a Tehuelches para decirle a “Facón Grande” que Varela aceptaba los puntos sugeridos pero primero exigía la rendición de todos los huelguistas y la entrega de las armas. Mesa ofreció la garantía de su palabra de que serán respetadas todas las vidas humanas. En la asamblea obrera que se realizó a continuación, “Facón Grande” aconsejó la aceptación de la propuesta de Varela. Y el 22 de diciembre organizaron la rendición, en la estación Jaramillo.
Como gesto de buena voluntad, los huelguistas dejaron sus cosas en el suelo y entregaron la caballada. A “Facón Grande” lo aislaron junto al galpón de la estación. Él no tuvo un pelo de zonzo y se dio cuenta en seguida, porque pese a que pedía hablar con Varela éste no lo recibió y lo mantuvo custodiado; además, le hizo quitar la famosa daga, el facón grande. “Facón Grande” era en ese momento era nada más que José Font, pero con altanería solicitó que se cumpla lo pactado. El enemigo respondión con golpes hacia la persona de Font. Este, entonces le gritó a los soldados que lo custodiaban que le digan a Varela que él lo desafiaba a pelear con cuchillo, delante de todos, para ver si era tan valiente como dicen. Como única respuesta Varela lo hizo atar de pies y manos para lo cual lo voltearon al suelo.
Dos suboficiales y dos soldados lo cargaron a la caja de un camión como si fuera una bolsa de papas y se lo llevaron. Le quitaron las ligaduras y lo pusieron contra unos bretes. Enardecido dijo que esa no era la manera de tratar a un hombre, que uno por uno se animaba a pelearlos a todos aún con las manos atadas. Sin facón, sin chambergo y sin la ancha faja negra que usaba en la cintura lo pusieron frente al pelotón de fusilamiento: las balas le atravesaron el cuerpo mientras él trataba de que no se le resbalaran las bombachas. En la primera descarga ni se movió. En la segunda cayó de rodillas y fue el final.

* Según Julio Oscar Blanche de La Paz "José Font alias Facón Grande nació en Cataluña, España en el año 1881, llegó a este país junto a su padre, tambien llamado José Font y su madre Petra Perez en el año 1885, se instalarón en el distrito Tala, en el departamento Uruguay, el padre fue en su país un dirigente anarquista, en Tala fue agricultor. Facón Grande se jactaba de ser entrerriaano, y cuando se refería a Montiel era a la Selva de Montiel."

7/10/09

Indios de ayer y de hoy

Por Rubén Bourlot
Hace más de quinientos años la burguesía europea se lanzó a la aventura de los mares, a la conquista de nuevas rutas, de nuevos espacios.
A un humilde y empecinado genovés le tocó realizar el gran hallazgo. Un tres de agosto de 1492 partió de Palos de Moguer con tres embarcaciones que hoy nos parecen de juguete; se lanzó al gran Atlántico plagado de monstruos, de vientos misteriosos, de islas legendarias ...
Al cabo de dos azarosos meses arribó a tierras extrañas. El Gran Capitán nunca supo la real dimensión de su hallazgo. Las mentes simples de los navegantes vieron en estos lares a las codiciadas Indias e "indios" fueron sus habitantes. Pero no era así: un enorme territorio y un inconmensurable mar irrumpían en el mundo europeo de la época. Los hombres de ciencia no podían entender; América no encajaba en sus planes, en sus mapas no había espacio. ¿Y el indio?, ¿qué era eso que llamaban indio? A pesar de las evidencias no lo podían considerar hombres completos porque todo lo de América era inferior: los leones calvos, los perros no sabían ladrar. Por algo sería que en América había más monos que hombres diría Voltaire. Por lo tanto se ocuparon de clasificarlo en la escala zoológica y lo bautizaron con un latinismo: "Aborigen".
Después vino el sueño imperial; el sueño del espacio hispanoamericano. Vinieron curas de sotana medieval, soldados hidalgos cargados de hierro, fundadores con cruces y espadas. Pero el sueño no pudo ser; España se ahogó en el oro de América. En tanto otros europeos preparaban otras conquistas. En el norte americano los ingleses arrasaban con indios y con búfalos sin preguntarle a Dios.
Hoy los hombres simples de la América morena, que tiene mucho de indio y otro tanto de español y de africano, guardan con celo lo que legó España: Dios y la palabra. De los indios también tienen ritos, pobrezas y rebeldías Algunos hombres blancos, en cambio, hoy tampoco entienden y se refugian en discusiones de hace quinientos años. Son hombres blancos defensores de indios. Con cruel ironía frente a la casa del defensor de indios pasa un ciruja con su carrito. A pesar de su rostro cobrizo y su aire aindiado el hombre de ciencia no repara en él; está para cosas más importantes.
Quizás dentro de quinientos años aparezcan hombres de ciencia que se pongan a estudiar los restos fósiles del ciruja y su carrito, de ese hombre con ancestros indios y españoles, que vive aquí cerquita en una casilla de chapas. Pero será quinientos años tarde.

Publicado originalmente en Semanario Hoy, C. del Uruguay, 26/09/1993