16/5/11

Olvidos en línea

Por Rubén Bourlot
Decía José Hernández: "Sepan que olvidar lo malo también es tener memoria”. En este caso son olvidos de cosas significativas y positivas, por lo tanto es desmemoria, nada más.
El Consejo General de Educación de entre Ríos, a través de una Comisión de conmemoración del bicentenario en educación, produjo una publicación en formato revista denominada 200 años de educación entrerriana donde escriben destacados colaboradores y al final agrega una “Línea de tiempo del bicentenario (1810 – 2010)” de aspecto atractivo y didáctico pero que adolece de notables olvidos.
Fragmento de la Línea de tiempo
La línea de tiempo muestra en a vuelo de pájaro un resumen de lo acontecido en dos siglos de la educación en Entre Ríos y un sincronismo con lo sucedido en el orden regional y nacional. Ello obliga a realizar una rigurosa selección de contenidos tratando de reflejar sólo lo más significativo. Y precisamente se olvidaron de consignar acontecimientos muy significativos como la creación de la Escuela Normal de Paraná en 1871, primera en el país. Sí nombran la fundación de la Escuela Normal de Concepción del Uruguay que se produjo dos años después y señalan, con una confusa redacción, que  “Sara Eccleston funda la Escuela Normal de Paraná el curso de Profesorado en Kindergarden” (sic). También olvidaron que en 1904 se creó la Escuela Normal de Maestros Rurales Juan Bautista Alberdi, la primera de América Latina. Omitieron, por otra parte, que en 1828 el padre Francisco de Paula Castañeda fundó una escuela de niños en Paraná.
En el periodo que corresponde a las gobernaciones de Pascual Echagüe (1832- 1841) señalan el un dudoso “comienzo de la organización de la Enseñanza Superior” en la provincia.
Esta serie de desaguisados surge de una rápida lectura de un instrumento, que bien hecho, sería de valiosa utilidad para docentes y alumnos de las escuelas entrerrianas. Pero así no sirve.

14/5/11

La iglesia de las cinco esquinas y una vivencia

Por Rubén Bourlot
En Paraná la imagen del templo de la Primera Iglesia Evangélica Bautista recibe al viajero que ingresa a la ciudad por calle Almafuerte. La congregación, radicada en 1920,  es una de las tantas que salpican el territorio entrerriano, producto de las múltiples corrientes inmigratorias. Los distintos grupos arribaron a la provincia trayendo su bagaje de costumbres, tradiciones y creencias religiosas.
El templo en construcción a mediados del siglo XX
Hace unos días se comunicó con La Solapa Marha Baskin, residente en Florida, Estados Unidos, pero que vivió su infancia en Paraná. Vino con su padre,  Fay Askew Baskin, que era misionero de la congregación. Martha testimonia su paso por estas tierras: “En enero del 1944 lo trasladaron a mi papá a Paraná y vivimos en el barrio Gazzano (…) En Julio de 1956, repentinamente nos volvimos a los EEUU.  Yo estaba en el segundo año del secundario.  Mientras vivimos en Paraná, casi todo el tiempo éramos los únicos norteamericanos”.
El padre de Martha fue quien impulsó la construcción del templo de la iglesia hacia 1954. “Mi papá construyó ese edificio – cuenta- en el 1954-5.  El edificio es típico de cómo se ven las iglesias aquí (en EE UU)”.
Dentro de las experiencias que vivió Martha en Paraná recuerda el paso de Eva Perón en una de sus visitas de 1950. “Ella volvía al puerto pero en vez de seguir una ruta directa, habían tomado una calles "indirectas".  Nosotros habíamos dejado el auto muy lejos y yo me quejaba de tener que caminar tanto.  Evita pasó a unos 3 metros de mi.  ¡Electrificante! Iba despacio, con las manos alzadas, tal como en las fotos que uno ve de ella. Nunca, pero nunca lo voy a olvidar”. 


11/5/11

La número uno

Por Rubén Bourlot
Durante un medio siglo o más los entrerrianos de los departamentos Uruguay, Colón y alrededores disfrutaron de una gaseosa que se fabricaba en Concepción del Uruguay y  se comercializaba bajo la denominación Número 1. Por esos tiempos en la ciudad se elaboraban bebidas que tuvieron fama en el orden regional y nacional como fueron los aperitivos Lusera y Marcela, entre otras. Después vinieron las compañías multinacionales con sus políticas comerciales monopólicas acompañadas por campañas publicitarias agresivas para imponer marcas y así fueron desapareciendo prestigiosos productos locales.
La Número 1 nació de una embotelladora de soda y distribuidora de cerveza afincada en un barrio de la ciudad que tomó su nombre de unos de los productos distribuidos por la firma: La Quilmes. Hasta hoy perduran las soderías en barrios y pequeños pueblos, que solían anexar el envasado de bebidas gaseosas para ofrecer a la clientela.
La gaseosa, cuentan los que la degustaron, tenía una fórmula en base a naranja que era muy preciada por chicos y grandes, además de su atractivo color ámbar. Los más grandes acostumbraban a mezclarla con algún líquido más espirituoso como cerveza o un toque de ferné.
La firma elaboradora giraba con la razón social La Entrerriana fundada en 1890 por Antonio Bidart. Como lo mencionamos, envasaba soda, distribuía la cerveza Quilmes y elaboraba “refrescos finos y bebidas sanas en general” como lo anuncia un aviso de 1924 cuando estaban al frente de la empresa los sucesores de Bidart.
Hacia 1933 la firma pasó a manos de la Viuda de Suilar y entre sus productos ofrecía “especialidad sidra naranja exquisita y preferida bebida de verano a base de jugo de naranja Nº 1".
El producto mantuvo su vigencia hasta principios de la década de 1970 cuando la firma cerró sus puertas y la gaseosa continuó fabricándose durante unos años en Basavilbaso.
Hoy un grupo de la red social facebook (Para los que qeremos que vuelva la gaseosa nº 1) reúne a quienes recuerdan la gaseosa uruguayense.

6/5/11

Acerca de la fundación de Colón

Por Rubén Bourlot
La ciudad de Colón es una pequeña y simpática villa turística recostada sobre el Uruguay con playas de blancas arenas y aguas cálidas. Un viejo eslogan la caracterizaba como “la ciudad de las camelias que pintaron los ángeles con paisaje de tarjeta postal”.
La precisión sobre fecha de fundación de la localidad ofrece algunas dificultades puesto que actualmente la oficial es el 12 de abril, como lo conmemora una de sus calles céntricas. Esta fecha corresponde al decreto que ordena la colocación de la piedra fundamental, en 1863. Pero con anterioridad, el 9 de mayo de 1862, se sancionó una ley que dispone la creación de “una villa en el terreno de la calera contigua a la Colonia San José, que se denominará Colón”.
Ley del 9 de mayo de 1862
El gobernador  Urquiza, inspirador de la medida,  consideró oportuno establecer un puerto en el sitio conocido como Rincón de Espiro o Calera Espiro, para que sirva de salida de las mercaderías que se producían en la pujante colonia San José. Pero como vemos, junto con el puerto dispuso la creación de un centro urbano que provocó algunas controversias con los vecinos de San José donde se perfilaba el surgimiento de la villa que al año siguiente sería declarada municipio.
Al año siguiente se dicta el citado decreto de fecha 12 de abril mediante el cual se “reglamenta” la ley y se ordena, “de conformidad a la ley de 9 de mayo del año pasado que mandó fundarla en el terreno contiguo a la colonia San José”, la “colocación de la piedra fundamental del edificio de la Escuela que el Gobierno ha ordenado que se construya”. También se instituye el nombre “Wáshington” a la plaza principal.
En conclusión, la fecha de fundación de Colón es el 9 de mayo de 1862 mediante una ley. El 12 de abril de 1863 se emite un decreto, norma de jerarquía inferior, que dispone la fundación de la escuela y reglamenta algunos aspectos acerca de la organización de la villa.

4/5/11

Los rostros invisibles en la historia entrerriana

Por Rubén Bourlot
Recientemente se presentó el libro Los rostros invisibles de nuestra historia. Indígenas y africanos en Concepción del Uruguay de Àngel Harman en una edición auspiciada por la Vicegobernación de la provincia de Entre Ríos.
El autor, profesor de Historia, nacido en Rosario del Tala que pasó, como tantos, por la histórica Fraternidad, realizó toda su carrera docente en la amable provincia del Chaco, donde tantos entrerrianos hicimos las primeras armas.
Presentación realizada en el Club Social de
Concepción del Uruguay
Con sus jóvenes 25 años se involucró en un proyecto editorial: Río Uruguay en Blanco y Negro y publicó su primer trabajo acerca de las inquietudes que lo movieron a investigar la problemática de los olvidados que conviven con nosotros: “Los aborígenes reclaman sus derechos como hombres” fue el artículo editado en una revista colombiana.
Si bien su vínculo laboral estaba en el Chaco, nunca rompió los lazos con la provincia de origen ni con su pueblo natal. El bicentenario de Rosario del Tala lo motivó para llevar adelante investigaciones sobre su origen.
Y volvemos al tema que siempre estuvo latente en sus preocupaciones: la invisibilidad de grupos humanos sometidos por los sucesivos procesos de poblamiento en nuestra provincia: los indígenas, habitantes originarios de estas tierras, y los africanos, sólo tenidos en cuenta mientras sirvieron de mano de obra esclava para los procesos productivos.
“Los rostros invisibles de nuestra historia. Indígenas y africanos en Concepción del Uruguay” traza un panorama que intenta descubrir una parte sustancial de nuestra identidad como pueblo. Y lo que se plantea para Concepción del Uruguay se puede extender a toda provincia.
Este trabajo prueba, aunque no lo parezca para el observador desprevenido, que tenemos mucho de indio y de negro. Que la bruma de los tiempos no logra ocultar emociones, sentimientos, modos de pensar y de hacer que marcan una identidad propia gracias a esas presencias ancestrales. Y pone en relieve algunas cuestiones interesantes como es la de la antigüedad del poblamiento entrerriano. Que no existan hasta hoy pruebas materiales no significa que desde muy antiguo no hayan trotado por nuestras lomadas grupos humanos, aprovechándose su la abundante flora y fauna para sobrevivir.
Las crónicas suelen sostener que los indios entrerrianos desaparecieron a fines del siglo XVIII tras la batalla de la Matanza contra los minuanes por parte de la expedición militar enviada por el gobernador de Santa Fe, Antonio de Vera y Mujica.
El eje del trabajo es precisamente revelar la persistencia de esos pueblos indígenas y africanos en los siglos XIX y XX.
La presencia de charrúas, minuanes y guaraníes en la ciudad y sus alrededores es más significativa de lo que se pensaba. De los registros parroquiales y censales que tan minuciosamente analizó el autor se puede determinar que en el siglo XIX un porcentaje importante de la población uruguayense era de origen indígena. Especulamos que aún un número significativo podría encontrarse sin figurar en los censos o sin bautizar.
Del primer censo mandado a levantar por Ramírez en 1820 surge que de los 1.223 habitantes de la villa de Concepción del Uruguay, 113 eran de origen guaraní, es decir el 10 % de la población.
Otro dato interesante son las ocupaciones de esto habitantes. Había peones, labradores, carpinteros y hasta 3 músicos.
Treinta años después, en el censo de 1849 se registran 215 personas de origen guaraní, la mayoría provenientes de los pueblos de las misiones.
Con respecto a los habitantes de origen africano residentes en la zona, que fueron traídos en el período colonial como mano de obra esclava, en los censos aparecen con el apellido del amo. Así sucede con los hijos de los esclavos que poseía el matrimonio de Josef de Urquiza y Cándida García, padres el general, todos bautizados con el apellido Urquiza.
El autor rescata, además, el papel protagonizado por negros y mulatos en los ejércitos entrerrianos. En 1814 se registra una Compañía de Pardos en Punta Gorda, y hacia 1817 la Compañía de negros del Arroyo de la China.
Hacia 1842 aparecen unos 180 negros del Arroyo de la China, reclutados por el general Paz en su invasión a la provincia.
Con esta prolija recopilación, confrontada con datos más reciente rescatados de la historia oral, se demuestra que la población de Concepción del Uruguay, y por extensión de nuestra provincia, tiene una composición mucho más compleja de la que se suponía, donde la relevancia del origen europeo se ve diluida por la persistencia del componente originario de charrúas, guaraníes y otras etnias, y la mestización con sangre de origen africano.

2/5/11

Los bailes de campo

Por Rubén Bourlot
Durante gran parte del siglo XX, en el campo, eran muy populares los bailes realizados en “pistas” o “terrazas” casi al aire libre, rodeadas con un cerco de lonas de arpillera (de yute) para separar el adentro del afuera. En verano se bailaba bajo las estrellas, y en el invierno se colocaba un cobertizo, también de arpillera. Después vino la “platillera”, similar a la anterior pero confeccionada con material sintético. La pista donde se bailaba era de mosaicos o de tierra apisonada que cada tanto debía regarse para apagar la polvareda. Con el tiempo se construyeron cerramientos perimetrales de ladrillos y techos de chapas metálicas.
Alrededor de la pista se colocaban sillas y mesas para las muchachas y sus familiares: padres madres y la gurisada. Eran verdaderos bailes familiares. Los jóvenes, en cambio, permanecían generalmente de pie.
El varón invitaba a bailar haciendo una seña o “cabeceo” desde lejos; era raro que se acercara a la mesa para evitar quedar “pagando” ante un rechazo.
Los bailes eran animados con orquestas en vivo que actuaban sobre un escenario de madera. No se acostumbraba a bailar con grabaciones. La música grabada indicaba la pausa entre actuaciones y la gente aprovechaba para acercarse a la cantina a degustar de un choripán o un sándwich de mortadela acompañado por un vaso de vino u otra bebida espirituosa.
La iluminación era con faroles “sol de noche”, esos que funcionaban a kerosene gasificado mediante una bombita que se accionaban cuando la luz empezaba a languidecer. No vaya a ser que con la penumbra las parejas se pusieran demasiado mimosas. Después vino la iluminación eléctrica provista por un grupo electrógeno que mezclaba el sonido del motor con la música.
La Orquesta de Héctor Apeseche,
animadores de grandes bailes
Existían numerosas  orquestas y grupos musicales de la zona formados para satisfacer la demanda, que ejecutaban versiones (hoy dirían covers) de temas populares y rara vez algún tema propio. También solían presentarse artistas que venían de gira y que garantizaban el éxito de la reunión.
Los bailes se hacían los sábados y vísperas de feriados, raras veces los domingos o viernes. Hubo una época que se puso de moda la organización de los denominados picnic, que no eran otra cosa que un baile que empezaba el domingo al atardecer y culminaba hacia la medianoche.
En las zonas donde existían varias pistas cercanas los propietarios acordaban las fechas para no superponerse: un sábado cada uno. El horario de inicio del baile era alrededor de las diez de la noche y terminaba no más allá de las tres de la mañana. En alguna época era la autoridad policial la que determinaba el horario.
Los bailes de carnaval eran un verdadero acontecimiento. En esos días se sucedían las reuniones danzantes hasta el “miércoles de ceniza”.  Después venía la Cuaresma y no se permitía ningún baile. En carnaval los jóvenes asistían con disfraz y para ello había que solicitar un permiso especial en la comisaría.
La mayoría de las escuelas rurales contaban con un espacio para realizar bailes a beneficio, organizados por la cooperadora, para los fines de año.
Las pistas también servían para otro tipo de actividades comunitarias como casamientos, cumpleaños, proyecciones de cine, actuaciones de grupos de teatro o de los populares radioteatros.