25/5/23

Actos escolares y fiestas patrias

 

Rubén I. Bourlot

 

Desde hace unos 150 años las escuelas argentinas conmemoran las fechas patrias y recuerdan a los próceres con actos escolares que repiten un ritual "casi sagrado" que ni padres ni maestros se atreven a alterar, aunque en lo que los rituales tienen de particular como una expresión de símbolo de creencia social, están cambiando. La investigadora y especialista en educación Marta Amuchástegui explica que a través de los actos escolares "se sostiene la tradición" y los maestros buscan "formar la conciencia cívica y transmitir el amor a la patria".

Era el ideal de quienes comenzaron a edificar un estado nacional a partir de una población heterogénea, un aluvión inmigratorio que iba sumando nuevos actores de diversa procedencia que era necesario homogeneizar. El ideal de “educar al soberano”, “civilizar al bárbaro” más que nada dirigido a la población criolla se chocaba con las nuevas capas de europeos “civilizados” que había que “argentinizar. De ahí la importancia de los actos patrios, tanta como la de enseñar a leer y escribir.

Con el paso del tiempo poco se modificó de esta estructura si le quitamos algún apoyo tecnológico del siglo XXI.  No podemos negar el que ritual no haya cumplido con una función y no la siga cumpliendo pero no está demás pensar cómo actualizar esos espacios, que escapan de los límites del aula y de los diseños curriculares, para conmemorar acontecimientos del pasado y fechas memorables que inviten al debate de ideas, al pensamiento crítico. No se trata de cambiar un discurso hegemónico por otro. Hasta no hace mucho se solía exaltar sin lugar a disensos la figura de un Cristóbal Colón “descubridor” de América que fue reemplazado por la figura del “indio bueno” idealizado sin demasiada apertura para la discrepancia. 

Repensar los actos escolares para darle una dinámica que revise conceptos cristalizados, ideas trasplantadas de la cultura europea a nuestras tierras, y haga de los actos un espacio más atractivo, participativo, para los chicos y jóvenes del siglo XXI.

Actores

En un acto conmemorativo de hechos históricos no pueden faltar todos los actores, no solo los principales o que se consideran así. Se repiten hasta el cansancio la mención a los miembros de la Primera Junta en los actos del 25 de mayo, decorado con algún soldado Patricio, la consabida dama antigua que es una mujer ricamente vestida, los infaltables French y Berutti repartiendo cintitas, morenos  y morenas vendiendo velas y empanadas sin dejar en claro que eran esclavos probablemente realizando esas tareas para sus amos. No aparecen ni los campesinos de los alrededores, ni las comunidades indígenas, ni los pueblos de las demás provincias que aún no se habían enterado de los que sucedía en las cuatro manzanas que rodeaban el Cabildo de Buenos Aires.

En Entre Ríos podemos realizar un recorrido de los actos escolares revisando los programas escolares que se guardan en los archivos, e incluso los que se publicaban en los diarios. En los mismos observamos que su desarrollo no difiere demasiado de los actuales. Con la apertura con la entrada de la bandera nacional (la de Entre Ríos se agregó después), la entonación del Himno Nacional (la marcha de Entre Ríos es posterior), las palabras del o la docente, una poesía recitada de memoria, los bailes tradicionales, alguna dramatización tomada de la revista La Obra (el caballito de batalla de toda maestra) y el final de fiesta con el agasajo a los presentes con chocolate y bizcochos de panadería recién horneado.

8/5/23

El entrerriano, primer tango registrado

 Por Rubén I. Bourlot

“Se dice que el entrerriano / es algo caminador, / medio fantástico a veces, / pero muy firme varón” según Carlos Santamaría. Y seguro que es así porque ya a finales del siglo XIX a un entrerriano le dedicaron el primer tango que logró trascender los bajofondos arrabaleros de Buenos Aires. El entrerriano está considerado como el primero con partitura impresa. Fue compuesto y publicado como tema instrumental entre 1897 y 1898 por el músico Rosendo Mendizábal bajo el seudónimo de A. Rosendo.

El momento histórico de la composición de El entrerriano fue dado a conocer por Héctor y Luis Bates en su obra Las historias del tango: sus autores (1936). Allí los primos Bates publican el relato de José Guidobono quien en 1934 les enviara una carta detallando el acontecimiento en el que estuvo presente del siguiente modo:

“Existía una casa de baile que era conocida por María la Vasca. Allí se bailaba todas y toda la noche, a tres pesos hora por persona. Encontraba en esos bailes a estudiantes, cuidadores y jockeys y en general, gente bien. El pianista oficial era Rosendo y allí fue donde por primera vez se tocó El entrerriano. Era una noche en que varios socios del Z Club habían tomado la sala por varias horas de baile; recuerdo que siendo más o menos las dos a.m., golpearon la puerta. Atendió María la Vasca y regresó diciendo que eran los jockeys Pablo Aguilera, el famoso corredor de Pillito, Rafael Bastiani y otros más cuyos nombres no recuerdo, y nos pedían que les permitiésemos participar del baile. Gustosos accedimos y así se bailó hasta las 6 a.m. Al retirarnos lo saludé a Rosendo, de quien era amigo, y lo felicité por su tango inédito y sin nombre, y me dijo: ‘se lo voy a dedicar a usted, póngale nombre’. Le agradecí pero no acepté, y debo decir la verdad, no lo acepté porque eso me iba a costar por lo menos cien pesos, al tener que retribuir la atención. Pero le sugerí la idea que se lo dedicase a Segovia, un muchacho que paseaba con nosotros, amigo también de Rosendo y admirador; así fue; Segovia aceptó el ofrecimiento de Rosendo. Y se le puso El entrerriano porque Segovia era oriundo de Entre Ríos.”

 

El estanciero Segovia

Los autores citados explican en el Z Club era un grupo cerrado de cuarenta jóvenes de clase alta que organizaba fiestas orgiásticas que incluían música y baile de tango. Para eso contrataban prostitutas de bajo nivel y alquilaban casas de baile donde realizaban sus orgías. El Z Club había sido fundado por el escribano Esteban Benza, a quien Augusto P. Berto dedicó el tango Don Esteban. José Guidobono era uno de los miembros del club al igual que Ricardo Segovia al que se refiere el título del tango, un hacendado oriundo de Entre Ríos, que andaba tirando manteca al techo por la noche de Buenos Aires y no le resultó oneroso depositarle los cien pesos de propina por la dedicatoria que figuró en la primera publicación de la partitura: “Al Sr. Ricardo Segovia”.

En 1911 este tango pionero llegó a la grabación por la Banda Municipal bajo el sello Columbia Record, en 1913 fue registrado por el Quinteto Criollo "Tano Genaro" bajo el sello Atlanta y también ese mismo año por Eduardo Arolas bajo el sello Odeón. Con posterioridad el tema tuvo varia letras, entre otras la escrita por Ángel Villoldo: “Sabrán que soy el Entrerriano, / que soy milonguero y provinciano, / que soy también un poquito compadrito, / y aguanto el tren de los guapos con taquitos.”

 

Mendizábal y el tango canyengue

Anselmo Rosendo Mendizábal tenía poco menos de 20 años al componer el tema que firmó como A. Rosendo. Había nacido en Buenos Aires el 21 de abril de 1868. Fue un destacado compositor y pianista de los primeros tiempos del tango. Una biografía consigna que era de ascendencia africana y de familia con buena posición económica; su padre, Horacio, había publicado libros con sus versos: Primeros versos y Horas de meditación. Mendizábal, que recibió en 1875 una herencia considerable por el fallecimiento de su abuela, estudió música y obtuvo su título de profesor de piano en un conservatorio que lo colocó en ventaja respecto de otros ejecutantes.

Excelente pianista era famoso por la singular utilización de la mano izquierda. Su vida bohemia no era compatible con la administración de su herencia que muy pronto se esfumó. Sus ingresos provenían de sus actuaciones y composiciones por las que percibía propinas, aunque para ello hubiera que dedicar alguna composición al oportuno donante. Por esa época no existía el derecho de autor.

En sus inicios el tango era música canyengue, de los arrabales del Buenos Aires de fines del siglo XIX, que frecuentaba los prostíbulos, las modestas academias y casas de bailes, y algunos salones más “decentes” como La vieja Eustaquia, La parda Adelina y La de Laura. En 1897 Mendizábal amenizaba las veladas de la casita de María Rangolla, María la Vasca. Una vez por mes tocaba para los amigos del Z Club. Ese día no se permitía la entrada a quienes no formaran parte del grupo, salvo al comisario del barrio de San Cristóbal, Enrique Otamendi, que acostumbraba a pasar por allí.

El autor de El Entrerriano también compuso otro tango denominado La Entrerriana, del que no hay mayor información, dedicado a Luciano A. Prelat que era un editor de partituras. Son de su autoría también Somos de línea, Alberto, A la luz de los faroles, La reina de Saba, El torpedero y Don Enrique, dedicado al comisario Otamendi, entre muchos otros.

Después de estar dos años enfermo, casi ciego, postrado en cama con una parálisis, y casi en la miseria, falleció en Buenos Aires el 30 de junio de 1913.

 

Para escuchar

-          Primera grabación de El Entrerriano está disponible en https://youtu.be/FS7b5bqR4EA

-          La Entrerriana disponible en https://youtu.be/8HmIh7f2Xn8