Entrevista publicada en Isla –años 1, nº 3 de marzo de 1984-, pequeña revista literaria efímera, mecanografiada e impresa en oficio plegada, editada en Concepción del Uruguay por Hugo Alberto Luna.
Roque M. Galotto, docente, escritor de cuentos, teatro y guionista de cine y televisión. Su obra más reconocida es “Papá árbol”.
Actividad literaria
Mi actividad literaria comienza en Buenos Aires, entre los años 60-61. Comencé a escribir argumentos cinematográficos – a pedido – y luego, cuando retorno a Concepción del Uruguay, Roberto Parodi me dice que esos argumentos (como los llamaba) eran “verdaderos cuentos”. Me entusiasmé cuando oí los elogios de una persona que yo consideraba autorizada y seguí escribiendo cuentos.
Preferencia por la prosa
Prefiero la prosa porque en ella, yo mismo creo, te aclaro, consigo mentirme o engañarme a mí mismo. Las pocas poesías que he escrito no me llegan, en cambio tengo cuentos que, aún después de haberlos leído diez o quince veces, me siguen emocionando. Me pasa lo mismo con mi obra teatral Papá árbol. Hasta el día de hoy, hay pasajes que me ponen un nudo en la garganta.
¿Por qué cree que en general un poeta no es un buen prosista, y viceversa?
Los casos Lugones, tan buen prosista como poeta, a mi modo de ver, son muy raros. Para mí Borges como poeta es extraordinario, en cambio como prosista no pasa de ser un erudito que se jacta de serlo, y hace lo indecible para que se note. No te podría decir por qué pasa, pero pasa!
Publicación de un cuento en una revista de Buenos Aires
Efectivamente, ha editado un cuento mío en la revista Creativos Argentinos que se edita en Buenos Aires. Se trata de “Campoamor hoy”, uno de los cuentos que más quiero. Me alegro porque cuando me pidieron colaboraciones les alargué tres o cuatro y, de todos, eligieron ese; yo hubiera hecho lo mismo. La coincidencia, en estos casos, es gratificante.
¿Cree que nuestros escritores se pueden agrupar en alguna corriente o escuela?
No te olvides que la producción literaria fue muy anterior a la aparición de las escuelas o corrientes o “ismos”. Personalmente, le tengo algo así como una aversión a los encasillamientos o etiquetas. Hace unos años desistí a una mesa redonda que se organizó en Buenos Aires para analizar mi obra teatral “Papá árbol”. Vos no te imaginás todas las cosas que se dijeron! Teatro de la crueldad; alegato social despiadado; Knoch-outismo dijeron algunos snob porque consideraban que mi obra los ponía “fuera de combate”; en fin, para no extenderme, que cuando salí de esa mesa redonda yo me sentía como el japonés, único sobreviviente de la bomba de Hiroshima; ¿sabés el cuento, no? Y yo lo único que pretendí con Papá árbol fue poner sobre aviso a algunos padres de que les puede ocurrir, cuando en épocas cruciales del desarrollo de sus hijos, se desentienden, por desidia o multiocupaciones, de problemas que prioritariamente a ellos les toca resolver. Aparte de esto, si a algún estudioso se le ocurre agrupar a los escritores locales en escuelas o corrientes literarias, tiene todo su derecho, pero a mí me gustaría no figurar en ninguna de ellas.
¿Qué opina acerca del trabajo de los talleres literarios?
Tengo mis reservas respecto a los talleres literarios. Pero no puedo cortar tan a lo grande. Por lo tanto esto merece una explicación. Depende de los objetivos que persiga el taller literario. Si el objetivo es fomentar el gusto por las bellas letras, capacitar para aprehender el mensaje literario a través de expresiones, giros, metáforas no siempre inteligibles; saber discernir entre lo literariamente bello y lo que es literariamente exitoso, dicho de otra manera, entre lo que va a permanecer y lo que fatalmente “va a pasar”, etc. Etc., si se tiene esos objetivos, repito, bienvenidos sean los talleres literarios. Pero si el objetivo es sacar escritores te aseguro que les temo. Simplemente porque, la persona que dirija un taller debe tener, sí o sí, entre otras virtudes, una personalidad definida, contundente. Y se corre el riesgo que de los talleristas salgan adocenados, en serie… que la producción literaria de los discípulos esté teñida toda, del color del mandamás. Y si quien dirige no tiene esa personalidad que señalé, a mi modo de ver, no sirve para estar al frente de un taller literario. He ahí el problema. Las pocas experiencias personales que tengo, de talleres literarios conocidos, me llevan a opinar así. Tal vez otras experiencias me muestren lo contrario y mañana tenga que desdecirme. Por otro lado, hasta ahora no conozco ningún buen escritor que haya salido de talleres literarios. Yo no digo que no los haya; digo que no los conozco.
Sería inminente la puesta en marcha de un taller en nuestra ciudad…
Estimo que es una magnífica idea la de organizar uno en nuestra ciudad. No soy contradictorio. La capital cultural de la provincia no puede estar al margen de las nuevas corrientes. Y esto de los talleres literarios, que es relativamente nuevo, puede dar frutos óptimos, a pesar de las reservas de algunos viejos que ya han pasado el codo de los sesenta.
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