Publicado originalmente en la revista Orillas
La pantalla del televisor muestra una escena de las elecciones donde un grupo de electores consulta los padrones pegados sobre el muro de la escuela donde se llevan a cabo los comicios.
Una joven observa y comenta: “¿esperaron hasta ese momento para averiguar dónde se vota?”
Le respondo que es algo ya incorporado a la conducta de la gente; dejar todo hasta el último momento. Hoy hay tantas posibilidades de informarse que no se justifica este comportamiento. Hasta hace unos años era razonable, le explico, porque no se podían consultar los padrones por internet. “¿Y por qué no los consultan por el celular?”, me retruca la nativa digital. Bueno, porque los padrones sólo estaban en versión impresa.
Hay que hacer un esfuerzo para imaginarse cómo eran las prácticas electorales hace tan solo tres décadas, cuando en nuestro país se recuperan las instituciones democráticas. En 1983 no existían los medios tecnológicos actuales, no había celulares, ni internet y la PC era un novedoso artefacto que mostraba aburridos textos y números sobre un fondo negro. La política aún conservaba su candor casi vocacional. Las campañas electorales eran totalmente artesanales donde la militancia desplegaba su ingenio para aprovechar los pocos recursos que tenían para difundir la propaganda.
Eran tiempos a cal y engrudo. Los jóvenes y no tan jóvenes se preparaban para asistir a una práctica que habían conocido a través de los manuales de Educación Democrática. Aún las campañas no son diseñadas, al menos a nivel local, por consultoras publicitarias que empaquetan el candidato, le hacen decir algunas consignas impactantes y lo lanzan al mercado. Da lo mismo si es un candidato a diputado, una gaseosa o una salchicha. La cuestión es vender el producto. Pero no, aún la militancia se hace por la camiseta, es decir por los colores del partido, por los proyectos plasmados en la plataforma electoral. Y es la militancia que incluye a los propios candidatos arremangados la que, a cal y engrudo, salen a caminar por las calles y los barrios.
En 1982 el arrogante gobierno de facto decide abrir los grifos de la política y ordena la reestructuración de los partidos políticos, da de baja las afiliaciones y la militancia sale en tropel a buscar afiliados. Es el primer gran trabajo militante, casa por casa con las fichas de cartón donde se anotan los datos del afiliado y luego éste realiza el gran acto estampar su firma. Se dice que algún partido “progresista” de la época envía a los barrios a sus militantes universitarios vestidos con ridículos mamelucos de grafa y alpargatas como para mimetizarse con el “populacho” y captar sus voluntades.
La campaña del 83 y unas pocas más subsiguientes se hacen así, todo a pulmón. Los bienes más preciados de estos tiempos de cal y engrudo son los padrones y los paredones. Ya veremos.
Tener el padrón es tener la llave para la campaña, que permite ofrecerlo para la consulta a los vecinos en el local barrial. Además de los datos de la escuela y mesa donde votar se le ofrecen las boletas y algún panfleto con las propuestas. Otros con los datos del padrón ofrecen un servicio a domicilio, una especia de delivery, mediante el cual se le acerca en mano a cada votante un sobre con los datos de la escuela, la mesa donde debe votar y las respectivas boletas.
Pero en esta militancia a cal y engrudo la tarea tal vez más sacrificada es la de la publicidad en la vía pública: el pegado de afiches y las pintadas. Los afiches generalmente se imprimen en cada localidad y la tarea militante es su distribución y fijación en los sitios públicos. No hay muchas empresas especializadas en esa tarea, por eso en los locales partidarios se forman las brigadas de pegatinas que con baldes y paquetes de harina proceden a elaborar el correspondiente engrudo que será utilizado pegar los afiches en los muros y en toda superficie que no se mueva.
La tarea de pintar la publicidad es la que implica la mayor movilización. Realizada generalmente en los horarios más tranquilos de la noche, convoca a toda la militancia, incluidos los propios candidatos en el caso de los partidos con menos desarrollo. Y las materias primas son muy elementales: agua, cal y ferrite. La primera tarea consiste en pintar, balde en mano y brocha gorda, la base del paredón, con autorización del propietario, o a veces de “prepo” si el lugar aparece abandonado, con un blanqueo y la leyenda “reserva” más la sigla partidaria en casos que no se pueda terminar el trabajo esa misma noche. Después viene la tarea de diseñar las letras a brochazo limpio con los nombres de los candidatos, las consignas electorales y el número de las boletas. Se usa para eso la misma cal coloreada con el mágico ferrite que da colores básicos como el rojo, azul, negro, verde. Y no solo muros, también cordones y la propia calzada amanecen decorados de consignas para capturar el favor de los electores.
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