Por Rubén Bourlot
“Quiero pastores con olor a ovejas”, reclama el Papa Francisco. Lo mismo podemos decir sobre nuestros docentes, y en particular de quienes se encargan de diseñas las políticas educativas, y las necesarias reformas que tanto se reclaman en estos días. Para ello es imprescindible que los protagonistas de los cambios sean las maestras y maestros con olor a tiza, los que a diario gastan zapatos y cuerdas vocales en las aulas, además de los estudiantes, padres y toda la comunidad educativa.
Los informes sobre nuestro sistema educativo dan un resultado negativo, las evaluaciones muestran que no dan los números. Los expertos gastan tinta y bytes en sesudos análisis para contarnos lo que a diario los docentes constatan en el aula. Y nos ofrecen recetas infalibles para solucionar los problemas, la mayoría calcadas de las que se vienen proponiendo desde hace décadas. Mil intentos y ningún invento, como el título del conocido largometraje de García Ferré.
¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlos? ¿Por qué hacerlo? ¿Con quiénes hacerlo? Los tres primeros interrogantes empiezan a resolverse si se acierta en el último. Con los docentes con olor a tiza.
Sabemos que los que enseñan, los que está a diario frente a los alumnos en el aula no tienen tiempo en pensar horizontes muy lejanos, más allá de la tarea de preparar clases, corregir trabajos y exámenes, confeccionar planificaciones y carpetas didácticas, participar de las más diversas reuniones institucionales, atender padres y madres, acompañar a alumnos en excursiones, hacer capacitaciones para seguir aprendiendo y sumar puntajes para concursar, participar de marchas y asambleas para defender sus magros salarios, atender comedores, desayunadores, vigilar los recreos, participar de la cooperadora… y mucho más.
Pero es necesario hacerse el tiempo para imaginarse cómo cambiar esa educación que agobia a todos, que no consigue los resultados esperados, que se suspendió en el tiempo. Una estructura educativa del siglo XIX que pretende enfrentar los desafíos del siglo XXI.
No podemos dejar que los cambios de la escuela pasen por ese penoso ensayo y error que se viene practicando desde hace décadas, pergeñado por “expertos” desde un escritorio lejos del fragor de la tiza. Esos que “bajan” sus fórmulas mágicas “gugleando”, envasadas “all on one” con el manual de uso incluido, supuestamente exitosas en otras latitudes. Nos hablan del milagro finlandés, de los sistemas de España, de las bondades de la educación chilena.
El último intento es la reforma del secundario que trae como el último grito de la moda agrupar los contenidos por áreas afines y reemplazar las horas cátedra por cargos. Sí sería fantástico. Es un atractiva zanahoria. Pero ¿qué se traen debajo del poncho? Nombra profesores por cargo implica un incremento presupuestario. La solución: reducimos las materias y un mismo profesor/a se hace cargo del paquete de “sociales” (Historia, Geografìa, Etc. – all inclusive-), otro/a “exactas”. La ecuación cierra.
Por otra parte cada escuela estará obligada, con sus docentes, a presentar un proyecto educativo que le dé sentido a la escuela, es decir algo así como volver al ya fracasado polimodal del los 90 que pulverizó el sistema con cientos de terminalidades distintas. Y también cada establecimiento deberá planificar el año especificando cuáles son los indicadores de mejora que se plantea, de acuerdo a los datos y el informe que entrega la prueba Aprender. ¿Será una especie de competencia? ¿Vendrá después una categorización de escuelas con premios y castigos? Quién sabe. Es la lógica del mercado metido en la educación.
Otra novedad es la “flexibilización” de la repitencia, eliminando las molestas “previas” e implementando un sistema similar al universitario, recursando los espacios no promovidos. No es novedad un sistema de escuela “no graduada” pero… su implementación no es sencilla. Para eso hay que discutirlo con los docentes con olor a tiza. Si es solamente para no develar en las estadísticas los niveles de desgranamiento y repitencia, no sirve.
Entonces ¿qué hacemos? Porque criticar está bien, pero hay que acercar propuestas. Y las propuestas deben partir de los docentes en el aula. Las reformas deben empezar al revés, desde la escuela y la comunidad al mundo y no del mundo a la escuela. Como el fueguito para hacer el puchero debe calentar desde abajo. Que cada docente, que cada comunidad educativa, con sus maestros y maestras, con los alumnos, padres y vecinos, se junten a discutir y formular propuestas que culminen en un gran Congreso Federal de Educación.
Y aquí tiro sobre el pupitre algunas ideas, una tormenta de ideas:
- Presupuesto mínimo asignado por el estado nacional para distribuir en todas las provincias, garantizando un piso salarial a todos los trabajadores de la educación.
- Profesores por cargo en el secundario. Horas áulicas y no áulicas.
- Todas las escuelas hoy llamadas secundarias transformadas según el modelo de la escuelas técnicas, con espacios curriculares de formación común, espacios específicos de la orientación y espacios para la práctica. Para ello es aplicable el modelo de jornada completa de las escuelas técnicas.
- Escuela no graduada que flexibilice los tiempos de aprendizaje sin resignar la calidad de los contenidos. Los alumnos cursan los espacios hasta lograr los objetivos sin “repetir”.
- Regionalización de los diseños curriculares según las características y necesidades de de cada región.
- Adecuada inversión en infraestructura básica, conectividad y tecnología.
“Quiero pastores con olor a ovejas”, reclama el Papa Francisco. Lo mismo podemos decir sobre nuestros docentes, y en particular de quienes se encargan de diseñas las políticas educativas, y las necesarias reformas que tanto se reclaman en estos días. Para ello es imprescindible que los protagonistas de los cambios sean las maestras y maestros con olor a tiza, los que a diario gastan zapatos y cuerdas vocales en las aulas, además de los estudiantes, padres y toda la comunidad educativa.
Los informes sobre nuestro sistema educativo dan un resultado negativo, las evaluaciones muestran que no dan los números. Los expertos gastan tinta y bytes en sesudos análisis para contarnos lo que a diario los docentes constatan en el aula. Y nos ofrecen recetas infalibles para solucionar los problemas, la mayoría calcadas de las que se vienen proponiendo desde hace décadas. Mil intentos y ningún invento, como el título del conocido largometraje de García Ferré.
¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlos? ¿Por qué hacerlo? ¿Con quiénes hacerlo? Los tres primeros interrogantes empiezan a resolverse si se acierta en el último. Con los docentes con olor a tiza.
Sabemos que los que enseñan, los que está a diario frente a los alumnos en el aula no tienen tiempo en pensar horizontes muy lejanos, más allá de la tarea de preparar clases, corregir trabajos y exámenes, confeccionar planificaciones y carpetas didácticas, participar de las más diversas reuniones institucionales, atender padres y madres, acompañar a alumnos en excursiones, hacer capacitaciones para seguir aprendiendo y sumar puntajes para concursar, participar de marchas y asambleas para defender sus magros salarios, atender comedores, desayunadores, vigilar los recreos, participar de la cooperadora… y mucho más.
Pero es necesario hacerse el tiempo para imaginarse cómo cambiar esa educación que agobia a todos, que no consigue los resultados esperados, que se suspendió en el tiempo. Una estructura educativa del siglo XIX que pretende enfrentar los desafíos del siglo XXI.
No podemos dejar que los cambios de la escuela pasen por ese penoso ensayo y error que se viene practicando desde hace décadas, pergeñado por “expertos” desde un escritorio lejos del fragor de la tiza. Esos que “bajan” sus fórmulas mágicas “gugleando”, envasadas “all on one” con el manual de uso incluido, supuestamente exitosas en otras latitudes. Nos hablan del milagro finlandés, de los sistemas de España, de las bondades de la educación chilena.
El último intento es la reforma del secundario que trae como el último grito de la moda agrupar los contenidos por áreas afines y reemplazar las horas cátedra por cargos. Sí sería fantástico. Es un atractiva zanahoria. Pero ¿qué se traen debajo del poncho? Nombra profesores por cargo implica un incremento presupuestario. La solución: reducimos las materias y un mismo profesor/a se hace cargo del paquete de “sociales” (Historia, Geografìa, Etc. – all inclusive-), otro/a “exactas”. La ecuación cierra.
Por otra parte cada escuela estará obligada, con sus docentes, a presentar un proyecto educativo que le dé sentido a la escuela, es decir algo así como volver al ya fracasado polimodal del los 90 que pulverizó el sistema con cientos de terminalidades distintas. Y también cada establecimiento deberá planificar el año especificando cuáles son los indicadores de mejora que se plantea, de acuerdo a los datos y el informe que entrega la prueba Aprender. ¿Será una especie de competencia? ¿Vendrá después una categorización de escuelas con premios y castigos? Quién sabe. Es la lógica del mercado metido en la educación.
Otra novedad es la “flexibilización” de la repitencia, eliminando las molestas “previas” e implementando un sistema similar al universitario, recursando los espacios no promovidos. No es novedad un sistema de escuela “no graduada” pero… su implementación no es sencilla. Para eso hay que discutirlo con los docentes con olor a tiza. Si es solamente para no develar en las estadísticas los niveles de desgranamiento y repitencia, no sirve.
Entonces ¿qué hacemos? Porque criticar está bien, pero hay que acercar propuestas. Y las propuestas deben partir de los docentes en el aula. Las reformas deben empezar al revés, desde la escuela y la comunidad al mundo y no del mundo a la escuela. Como el fueguito para hacer el puchero debe calentar desde abajo. Que cada docente, que cada comunidad educativa, con sus maestros y maestras, con los alumnos, padres y vecinos, se junten a discutir y formular propuestas que culminen en un gran Congreso Federal de Educación.
Y aquí tiro sobre el pupitre algunas ideas, una tormenta de ideas:
- Presupuesto mínimo asignado por el estado nacional para distribuir en todas las provincias, garantizando un piso salarial a todos los trabajadores de la educación.
- Profesores por cargo en el secundario. Horas áulicas y no áulicas.
- Todas las escuelas hoy llamadas secundarias transformadas según el modelo de la escuelas técnicas, con espacios curriculares de formación común, espacios específicos de la orientación y espacios para la práctica. Para ello es aplicable el modelo de jornada completa de las escuelas técnicas.
- Escuela no graduada que flexibilice los tiempos de aprendizaje sin resignar la calidad de los contenidos. Los alumnos cursan los espacios hasta lograr los objetivos sin “repetir”.
- Regionalización de los diseños curriculares según las características y necesidades de de cada región.
- Adecuada inversión en infraestructura básica, conectividad y tecnología.
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