3/3/24

Urquiza, el modernizador de la industria azucarera tucumana

 Rubén I. Bourlot

El 2 de marzo de 1858, Justo José de Urquiza y Baltazar Aguirre firmaron un contrato para instalar un ingenio en Tucumán. Éste se construyó a 20 cuadras de la ciudad, en el actual Barrio de Floresta.

Fue el primero en utilizar modernas maquinarias y aplicar procedimientos técnicos de avanzada. Sin embargo, no subsistió más allá de 1872.

Urquiza fue mucho más que un político, militar y terrateniente que criaba vacas. Tuvo varios emprendimientos industriales. El saladero Santa Cándida es un ejemplo de ello como también la fábrica de paños que montó en Concepción del Uruguay.

Tal vez es un tema para una tesis analizar cómo se vislumbró el nacimiento de una protoburguesía industrial en la segunda mitad del siglo XIX, y que al llegar a 1900 ya estaba fagocitada por el modelo agroexportador y especulador que trocó las iniciativas industrialistas en una clase social rentista que podía obtener mejores réditos con muchos menos esfuerzos, con la crianza de las reses o el cultivo de granos para el mercado europeo aprovechando el trabajo de los inmigrantes aparceros o medieros, o apostando en los mercados financieros (que bien describe Julián Martel en su novela La Bolsa). A esa clase rentística, hedonista, que se iba transformando en la oligarquía vernácula le sobraba el tiempo y lo distraía en prolongadas estadías en Europa tirando manteca al techo. La industria transformadora, los frigoríficos, quedaba en manos de los ingleses como también el trasporte ferroviario y marítimo.

Tal vez esto explique por qué no se constituyó una sólida burguesía nacional como sucedió con los países que hoy gozan de un próspero desarrollo industrial.

 

Una industria no tan dulce

Tucumán desde las primeras década del siglo XIX fue epicentro de la industria azucarera del hoy territorio argentino. Esta dulce actividad fue traída por la conquista hispanolusitana al continente y en algunas regiones, como el Brasil, se desarrolló sobre la base del trabajo esclavista de origen africano. La dulzura transformada en una amarga explotación humana.

En la región de los antiguos quilmes, lules y diaguitas encontraron el terreno fértil para cultivar la caña y procesarla.

Hacia 1821, según testimonios aportados por José María Posse -Tiempos de construir: de ingenieros civiles a industriales azucareros- “un prominente sacerdote, José Eusebio Colombres, plantó en su quinta de El Bajo los primeros surcos de caña, utilizando semillas cuya procedencia se desconoce y que podrían haber sido traídas del Alto Perú.

“Utilizando un rústico trapiche de madera movido por bueyes, trituraba cañas mediante procedimientos igualmente primitivos, logrando transformar su jugo en una azúcar oscura, sin refinar.

“La iniciativa de Colombres fue imitada por varios vecinos de la ciudad y pronto El Bajo comenzó a poblarse de cañaverales que se extendían paulatinamente en los alrededores de la ciudad, para luego pasar a los actuales departamentos de Cruz Alta y Lules donde se encuentran los ingenios más antiguos de la provincia.”

Para la década de 1850 poco habían cambiado los métodos de producción del dulce elemento. En 1852 hubo algunas innovaciones, como el reemplazo de las piezas de madera de los trapiches por hierro.

Pero no fue hasta la asociación entre Baltazar Aguirre, tucumano, y Justo José de Urquiza que comenzó el proceso de modernización. Si bien esta experiencia puntual no arrojó los resultados esperados la semilla quedó. Urquiza dispuso del dinero en la inversión y Aguirre aportó las tierras y el capital de trabajo. Con la asistencia de los ingenieros franceses Luis Dode y Julio Delacroix montaron un ingenio y en 1864 incorporaron una máquina de vapor que trajeron desde Europa. “Desaparecieron para siempre los trapiches de madera y se ingresó a la era del vapor, en todas sus manifestaciones –nos informa el autor citado-. Ello se tradujo en una verdadera explosión industrial, lo que transformó de manera fundamental la economía de la provincia.”

La moderna maquinaria consistía de “…un trapiche de fierro de dimensiones bastantes grandes, movido por una rueda hidráulica; dos defecadores y cuatro evaporadoras a vapor; al aire libre; dos filtros para negro animal; un tacho al vacío; dos monta caldos; una turbina centrífuga; un horno para fabricación del negro animal y sus accesorios; un alambique continuo; varias bombas, y dos generadores (calderos) para una fuerza de 20 caballos, destinados a suministrar todo el vapor necesario para la fábrica Fabricaron azúcar y alcohol.”

 

Una iniciativa frustrada

Pero, como anticipáramos, la sociedad de Urquiza con Aguirre no prosperó. “A la serie de contratiempos técnicos –afirma Posse-, se le sumaron desinteligencias numéricas con los contadores de Urquiza. Finalmente la experiencia terminó y las máquinas fueron vendidas por partes a otros industriales. Por esta razón se lo considera como pionero de la industria azucarera moderna en Tucumán.”

Entre los contratiempos citados se toparon con la falta un caudal adecuado de agua para mover la enorme rueda hidráulica. Para salvar la situación construyeron una gran acequia con su acueducto, “lo que encareció significativamente los costos que ya de por sí habían superado ampliamente el presupuesto inicial. No fue fácil la tarea ya que su caudal quitaba riego a otras fincas productivas” y tuvieron que negociar con los vecinos perjudicados y los jueces de agua que hacían cumplir el reparto justo del agua. Todo ello obstaculizó la puesta en marcha de las nuevas maquinarias.

Llegada a la primera zafra esta no rindió lo esperado. El agua del acueducto no era suficiente para hacer mover la maquinaria.

Por otra parte el citado Posse sostiene que los socios que representaban a Urquiza se impacientaban porque “no veían posible recuperar la inversión en mediano plazo y mucho menos ver las ganancias prometidas por el tucumano.

“Finalmente el ingenio fue clausurado por los representantes de Urquiza, entre acusaciones de inoperancia y mala administración, además de la palmaria realidad que la empresa no generaba mínimamente los efectos esperados. Lo cierto es que el general Urquiza dejó de enviar los vitales recursos financieros con los que Aguirre contaba en aquellos primeros tiempos; fue así como el primer ingenio moderno se fue a la ruina. El ingenio Floresta fue cerrado y sus partes fueron compradas por otros industriales.”

Es verdad también que Urquiza asumía múltiples actividades que seguramente le impedían dedicarse exclusivamente al negocio. Por esa época era presidente de la Confederación y en 1859 tuvo que encabezar la campaña que culminó con la batalla de Cepeda para intentar la reincorporación de la provincia de Buenos Aires al territorio nacional. Dos años después fue el turno del combate de Pavón que lo tuvo como comandante de las tropas entrerrianas.

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