Rubén I. Bourlot
Alrededor del 12 de octubre se renueva la polémica acerca del significado de la fecha que está
de moda estigmatizar. Y aparecen los fundamentalistas que quieren volver al
futuro. Y hasta el nombre ponen en tensión.
América es el nombre impuesto al continente que nos cobija,
que nos contiene. Nombre que nació, como todo lo americano entre las brumas del
realismo mágico, de origen oscuro y mestizo. Nombre apropiado por el Norte para
decirse americanos por antonomasia y que muchos en el sur repiten como loros,
como si los americanos fueran ellos y nosotros ¿qué? Hoy muchos cuestionan ese
nombre por considerarlo “europeo”, trasplantado a nuestro territorio, impuesto
por los conquistadores, y buscan alternativas más autóctonas.
El término alternativo más difundido para denominar al
continente, principalmente entre grupos indigenistas y medios intelectuales, es
el de Abya Yala. Este nombre proviene de una comunidad indígena de Panamá y
significa tierra en plena madurez, pero no consta que se refiera a la totalidad
del continente. No consta que pueblo alguno del continente haya tenido noción
de la totalidad del mismo. También existe la versión acerca del nombre Mayab
entre los mayas de Yucatán y otros términos. En ese orden podríamos agregar que
Tahuantinsuyo, el país de los cuatro suyos, es el término que nombraba al
territorio más extenso en el continente, el imperio de los incas.
Pero hay una cuestión que no tienen en cuenta entre los partidarios de “Abya Yala”, lo que significa un topónimo, es decir el término que nombra a un lugar. Un nombre geográfico no siempre se constituye en un topónimo. Para que se transforme en topónimo, tiene que haber echado raíces en la tradición del lugar, ser sentido como propio por sus habitantes y defendido como tal. Topónimo, es por lo tanto, la máxima categorización del nombre geográfico, con la comprensión del origen y de su significado. Y eso es lo que sucede con “América”.
Es conocida la hipótesis que América viene del navegante y
cartógrafo florentino Américo Vespucio, injusto homenaje, desde el punto de
vista europeo, ya que otros protagonistas de aquellas tierras serían los
merecedores como Cristóbal Colón o los propios Reyes Católicos (así el
continente “nuevo” para ellos sería Colombia, o Isabelia, o Fernandia). El
nombre, se dice, comenzó a difundirse a partir de la publicación de las cartas
y cartografía de Vespucio en donde los editores postulan llamar al “nuevo
mundo” como América, el femenino del nombre del explorador. No obstante,
oficialmente tanto para España como Portugal, los territorios bajo sus dominios
nunca se llamaron así. Para el imperio español se denominaba Indias (así
Consejo de Indias, Compañía de Indias, Leyes de Indias).
Pero desde hace un siglo o más se plantean dudas acerca de
esa hipótesis. El notable tradicionalista peruano Ricardo Palma, a fines del
siglo XIX, sostiene que de ningún modo el término es europeo. A grandes rasgos,
se funda en que el nombre corresponde a un lugar de Nicaragua, que sus antiguos
habitantes llamaban Americ (otras versiones lo dan como Amerrisque). Se trata
de la serranía de Amerrisque o Chontaleña en el departamento Chontales de ese
país centroamericano. El nombre en lengua nativa significaría “la cuna del
viento”.
Palma afirma que el nombre de Vespucio era Albérico o
Albéricus, muy lejos de América. En
publicaciones antiguas se lo menciona también como Amerigo.
Seguramente tampoco este nombre tenía vocación continental
como ningún otro que se propone, pero a diferencia de los postulados, este es
el que se ha impuesto como topónimo y también sería bien nuestro, bien mestizo
como todo lo americano.
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