23/12/14

El caballo y la reja

Por Rubén Bourlot
Publicado originalmente en Orillas


“Tenía diecisiete o dieciocho años cuando todavía arábamos con caballos.
“La tarea no era de improvisados, tenía sus técnicas y secretos. Había que atar —ese era el término— los siete caballos juntos, y no era cuestión de juntarlos y ubicarlos donde se quisiera. Los caballos, como las personas, tienen distintas formas de ser. En las personas se dice personalidad; en los animales eso está en discusión pero, en definitiva, tienen características que los diferencian a unos de otros, más allá de la raza.” Así relata Aldo Herrera su experiencia en el libro que precisamente se llama Arar con caballos. 
El caballo aparece en nuestra región traído por los criollos descendientes de los pobladores españoles en la época colonial y pronto son adoptados por los nativos, charrúas principalmente. Eran caballos para tareas de hombres de a caballo, para los arreos y para la caballería de guerra. Hasta mediados del siglo XIX los caballos cumplieron esa función y la de tirar algún carruaje ligero, hasta que la llegada de los inmigrantes los transformó en el auxiliar de las tareas agrícolas, a la par de los bueyes. El caballo utilizado para tirar de la reja, abrir surcos y luego arrastrar el carro para el acarreo de la cosecha.
Tractor de vapor y caballos en la zona de Yeruá en 1910, 
fotografía de Barcón Olesa
Hasta la década del ’60 del siglo pasado se podían ver en los campos a los agricultores roturando las melgas con arados simples (de una reja), dobles, o de tres rejas; pasando la rastra, sembrando o carpiendo el maíz todos con el auxilio de los nobles caballos, a la par de los humeantes tractores que ya venían ganando terreno desde principios del siglo. Los arados utilizados eran el Ruso, Triunfo, Deering, entre otros. Una imagen característica de otras épocas es el arado seguido por bandadas de aves de distintas especies que se agolpan para recoger los insectos dejados al descubierto la roturación del suelo. Eran tiempos cuando aún la lucha contra las “plagas” no había arrasado con muchos de nuestros pájaros autóctonos y otros tantos exóticos. 
Recuerdo que a los cinco o seis años ayudaba con la carpida del maíz: mi padre Isidoro inclinado sobre la esteva del arado de mancera y yo sobre el caballo para conducirlo y luchando con el equino que se engolosinaba con las plantas y cada tanto robaba un bocado. También me tocaba, en la largas tardes de laboreo, llevar el recipiente con el mate cocido para la pausa de la merienda. “El mate cocido a media tarde, que si era con galletas de Zampa, remojadas en el mate cocido, era lo más rico que alguien pueda imaginar – Recuerda también Herrera -. Le servíamos a mi padre en ese tiempo, o algún peón mensual que siempre había…”
Emiliano Delaloye arando en la zona de colonia Las Achiras 
(gentileza de Mario Ramírez)
La jornada comenzaba muy temprano, antes que el sol insinuara sus albores, para reunir los caballos llevarlos al corral y atarlos al arado, la rastra o la sembradora. Aldo Herrera explica que solía usarse un caballo más dócil, al que le llamaban “madrina”, que llevaba “en el cuello el cencerro, una campanita que en la oscuridad de la noche o la madrugada, cuando ibas a buscar los caballos, desde lejos te indicaba dónde estaban. El sonido de esa campanita —y se supone que también el reconocimiento de autoridad de quien la llevaba— hacía que todos los demás caballos se mantuvieran siempre a su alrededor (...)”
Cada caballo, como el perro - considerados de los “amigos” más preciados del hombre por su utilidad y fidelidad -, tenía su propio nombre. Recordemos los famosos como el Rocinante del Quijote, Bucéfalo de Alejandro Magno, Babieca del Cid Campeador, los no menos famosos Tornado de El Zorro y Silver del Llanero solitario, el Moro de Artigas, El Sauce de Urquiza o el Pampero de Patoruzú. Muy al pasar mencionamos nombres escuchados en las zonas rurales que generalmente aluden al pelaje o al carácter del animal: Zaino, Tordillo, Alazana, Carbón, el Novecientos (curioso nombre que recordaba el precio de compra), Picaso, Malacara, Zenona o Titina, una famosa yegua corredora de cuadreras de los pagos de San Cipriano.
En cuanto a las razas, además del muy rústico andaluz traído por los españoles en tiempos de la Colonia, que derivó en el criollo argentino, era muy utilizado el denominado percherón originario de Normandía (Francia) producto de la cruza con caballos árabes. Hacia 1904 llegaron a Argentina, donde se difundieron rápidamente para las tareas agrícolas.
También el noble equino fue utilizado para el placer y el esparcimiento, como animal de monta y de tiro para arrastrar los sulkys, jardineras y otros vehículos de transporte familiar. O para las diversiones muy populares de las zonas rurales como las carreras cuadreras y de sulkys, y las polémicas jineteadas.


Bibliografía:
Herrera, Aldo , Arar con caballos, Imprenta Lux, Santa Fe, Junio de 2013
Gallay, Omar Alberto, Esperanza, corazón y tierra: narrativa histórica de la colonia San Cipriano, El Autor, C. del Uruguay, s/f.

14/12/14

Entrevista a la historiadora Celia Gladys López

Por Ricardo Cesar Bazán, periodista cooperativo

RB—Estamos en Concordia con la profesora Celia Gladys López.
Celia, ¿dónde nació usted?
CGL—Nací en el pueblo de Anzoátegui, una estación de tren muy pequeña en el confín de La Pampa en el límite con Río Negro, el nombre de esa población que es una población de industria salinera es debido al fundador.
RB— ¿cómo empieza su historia  con la historia?
CGL—Bueno, en realidad la historia fue siempre  de estación ¿no?, eso se lo debo a mi padre que inculco desde muy chica el gusto por la lectura, conversaciones sobre personajes, etcétera. Yo me recibí en el profesorado de Concepción del Uruguay y a partir de a ahí comencé ni bien recibida. Me recibí en diciembre y para junio ya estaba haciendo un trabajo de investigación, porque se venía el Segundo Congreso Nacional de Historia de Entre Ríos que se celebraba en la ciudad en conmemoración al bicentenario de la fundación por Rocamora, así que la temática a decidir  fue, como diría, instintiva porque tenía muchos alumnos de la colectividad Judía, yo también soy profesora de inglés, y daba clases en ese momento para ayudarme en mis estudios. Así que empecé a intentar posibilidades de escribir de las colonias judías, que era una temática que había sido muy poco trabajada. Solo unos pequeños trabajos de Beatriz Bosch, en unas colecciones de geografía de la academia nacional de la historia pero ella misma me confesó en una entrevista posterior, que no había podido llegar al fondo del tema por la falta de no sé si de comunicación con la comunidad o de desinterés por parte de la comunidad para que ella investigara. Entonces, había quedado iniciada la temática y yo aproveché esas pequeñas conexiones de mis alumnas  y me fui muy temerariamente al pueblo de Villa Domínguez, que fue el elegido. Estaba  en duda entre Basabilbaso y Villa Domínguez. El corazón me dijo que Villa Domínguez había sido más importante y aparecí ahí con algunas tarjetitas para el intendente. Tenía el nombre Vera  Sajaroff, la hija del gran cooperativista también, y tuve mucha suerte porque no sé si se notó mi entusiasmo o qué habrá sido pero todo el mundo me abrió las puertas enseguida, me hizo horarios especiales  para que pudiera estar en la biblioteca aprovechando todo el día. Yo en ese tiempo esa investigación la hice con mi hijo Patricio que ahora es profesor en el moisés, la mamadera, el calentadorcito,  etcétera y aprovechaba todo el día porque podía viajar una vez por semana.

RB— ¿y después lo plasmaba en un libro?
CGL—Claro, el primero de mis libros Cooperativismo y Cultura, historia de Villa Domínguez. Tiene un recorte cronológico de mil nueve cuarenta (1940). Fue muy pequeño hecho con aporte comunitarios y enseguida tuvo un premio a la actividad de parte de la subsecretaría de Cultura de Entre Ríos, que permitió la edición ampliada por parte de la editorial. En ese tiempo estaba Blanca Nott.
Debo aclarar también que yo no me limité a investigar. Vi una mina de oro, en cuantos documentos que se estaban perdiendo o porque estaban en galpones o porque la gente no les daba el valor que tenían y, documentos muy importantes tanto institucionales como privados. Había varias familias que tenían el archivo desde que salieron de Rusia completos, la saga familiar, pero no le habían dado mucha importancia, salvo dos o tres. Así qué paralelamente a la investigación yo fui creando conciencia en las autoridades y en el pueblo, de que eso tenía que ser resguardado. Y clasificado para que en algún lugar para que la gente pudiera consultar, para que quedara para las futuras generaciones. Desde el primer día eso y bueno, tuve la suerte que en mil novecientos ochenta y cinco (1985), apenas dos años y medio de haber empezado la investigación, fundamos el museo y archivo de la colonia Judía en Villa Domínguez. Desde ahí se preserva todo el patrimonio.
RB— ¿También ha escrito sobre los alemanes?
CGL—Sí, en realidad el que habla de inmigración y cooperativismo no puede dejar de tocar. De investigar ¿no es cierto?, a la colectividad alemana del Volga que es la fundadora de la cooperativa agrícola regional, yo diría que es la única que subsiste como tal en nuestros días. Entonces, la idiosincrasia de cada una de las colectividades es totalmente diferente así que primero hay que hacer un estudio de sus costumbres, su lengua, sus prácticas religiosas, el por qué esas diferencias porque provenían de un mismo territorio pero no eran oriundos de esos territorios, unos eran alemanes otros Judíos, pero ambos provenían de Rusia por eso en los primeros censos de la Argentina no se encuentran discriminados ni judíos, ni alemanes, se dicen rusos. Así que hay que hacer un cálculo estimativo  conociendo más  o menos la gente que vivía en las colonias porque el censo no los diferencia. En el caso de los alemanes es muy interesante, cómo ellos muy lentamente se fueron aproximando al cooperativismo, porque ya tenían sistemas cerrados más bien mutuales, no cooperativismo, mutuales en las pequeñas cajas que  manejaban, no podemos decirle cajas de crédito tampoco que eran manejadas por el sacerdote o el  pastor que personalmente decidía a quién le daba o no, quién precisaba o quién no precisaba. Algo además de cerrado muy subjetivo, ellos mismos consideran que no se puede llamar cooperativa pero en mil novecientos diez (1910), o sea, diez años después  de la primera cooperativa de las colonias judías aparece la agrícola regional con la particularidad, porque siempre tuvo muchas particularidades, por eso ha alcanzado tanto éxito quizás porque fue transitando caminos diferentes y encontrando vías de solución con la particularidad de que estaba atada a un banco agrícola regional, porque el gerente del banco era el gerente de la cooperativa y había sido apoyado por gente importante del lugar. Alemanes como lo son Müller por ejemplo. Pero lo que yo noto como gran diferencia es que parte del éxito de esa cooperativa en sus años iniciales, se debe a que tuvo acceso a créditos fáciles porque tenía el banco. A los chacareros les daba mucha seguridad saber que estaba el banco en algún momento de crisis, no era como en las otras colonias que el crédito del Banco Nación  o del Banco de Italia eran más difíciles de conseguir.
RB— ¿En la actualidad está dedicada a la investigación y actividades catedráticas, universitarias?
CGL—Sí, exactamente sí.
RB— ¿Dictando cursos, seminarios?
 CGL—Sí, yo estoy desde hace cuatro casi cinco años plenamente como investigadora tanto en la enseñanza media, en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay, donde hago trabajos de investigación de la historia de la educación porque el normalismo ha sido un pilar fundamental en el sistema educativo argentino, y en la Universidad Autónoma de Entre Ríos, presento anualmente los informes de extensión o de investigación como es debido.
RB—Bueno, ¿algún proyecto para el futuro?
CGL—Bueno, siempre hay proyectos. Tenemos para el año que viene, en la parte de extensión las jornadas entrerrianas de inmigración que van a tener su segunda etapa aquí. El año pasado usted estuvo presente. Y de investigación, bueno terminar ese proyecto de historia de la educación que también se va a plasmar en un libro bastante importante, con más de seiscientas páginas. No es solamente sobre normalismo sino sobre todo la trayectoria educativa normalista y de los colegios nacionales pero anclados en Entre Ríos. Bueno, creo que con esto ya tengo bastante  
RB—Muchas gracias.

CGL—No, al contrario.