Rubén I. Bourlot
El 31 de octubre es el Día Internacional del Arroz instituido en 2004 por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). La fecha busca, según el organismo internacional, atender problemas como el hambre y la desnutrición donde el arroz cumple un papel fundamental.
El cultivo de arroz (Oryza sativa L.) se practica en la región desde la época de colonial.
Las primeras referencias corresponden a Félix de Azara, quien cuenta que fue
introducido por los jesuitas en las Misiones durante el siglo XVII.
En Entre Ríos no hay registros de su cultivo
hasta la década de 1930. El DIARIO, en 1933, informaba sobre la primera cosecha
de arroz en el establecimiento Santa Cándida, departamento Uruguay. La
implantación del grano estuvo supervisado por el ingeniero japonés Kawanguchi.
Informaciones de los medios locales dan cuenta de que en el campo de cuatro
hectáreas se realizó la siembra experimental que tuvo dificultades a causa de
la langosta que por esa época diezmaba los cultivos. Se ensayaron distintas
variedades para adaptarlas a nuestro suelo y clima.
En la provincia de Corrientes a partir de
1911, y por dos años, se concretaron las primeras siembras del grano en Nueva
Valencia (hoy Riachuelo). Esta es una colonia fundada como una aventura por un
personaje que invirtió sus ganancias de su labor literaria para radicar colonos
provenientes de Valencia (España) en Río Negro y Corrientes. En el lugar se
construyeron canales y riego a base de un motor de vapor para elevar y
distribuir el agua. Finalmente la iniciativa fracasó.
El impulsor de la iniciativa fue nada menos
que Vicente Blasco Ibáñez, escritor, periodista y político republicano español,
propulsor del naturalismo y del realismo. En torno a su figura y al periódico
El Pueblo, que fundó y dirigió, se desarrolló en la ciudad de Valencia un
movimiento político republicano conocido como blasquismo. Entre los años 1898 y
1908, ocupó escaños en el Congreso de los Diputados. En 1908 abandonó la
política activa, se marchó a Madrid y se dedicó de lleno a la literatura. Intercalando
la política y el periodismo escribió una extensa lista de novelas notables como
Sangre y arena, Cañas y barro, La araña negra, Arroz
y tartana, Los cuatro
jinetes del Apocalipsis, cuentos y relatos de viaje como Argentina y sus
grandezas publicada en 1910. Compartió con Miguel de Unamuno, Pío Baroja,
Azorín y Ramón María del Valle-Inclán, el punto de partida de la novela
española del siglo XX.
Vicente Blasco Ibáñez había nacido en Valencia
el 29 de enero de 1867 y falleció en Menton (Francia) el 28 de enero de 1928. En
1909, en las vísperas del centenario de Mayo, llegó a la Argentina para
pronunciar conferencias con gran repercusión entre el público. Una crónica
describió su llegada a Buenos Aires el 6 de junio de 1909, en el barco Capitán
Viana, donde fue recibido en el puerto unas treinta mil personas convocadas por
la prensa. Contaba en esos momentos con 42 años y estaba en la madurez de su
vida y de su talento creativo. Su fama se había extendido por medio mundo.
Luego de pronunciar varias conferencias en Buenos Aires sobre los más variados temas: Napoleón, Wagner, pintores del Renacimiento, la Revolución Francesa, Cervantes, filosofía, cocina, etc., compartidas con Anatole France, se arrimó a las tierras entrerrianas.
La llegada a
Paraná
En los primeros días de agosto Blasco Ibañez
arribó a Paraná para ofrecer dos conferencias. Se había despertado una gran
expectativa abonada por las crónicas de los periódicos locales. El diario El
Entre Ríos anunciaba en su edición del 29 de julio la llegada del escritor a
Rosario y la probable visita a Paraná. Diariamente fue publicando informaciones
para mantener latente el interés hasta que el 5 de agostó el escritor arribó al
puerto local proveniente de Santa Fe.
En Paraná se había conformado una comisión de
notables para la recepción integrada por el presidente municipal Jaime Baucis,
el presidente del Club Social José S. Viñas, el director de la Escuela Normal
Maximio Victoria que acompañaban al Centro Español, organizador las
conferencias. A la noche pronunció su primera disertación en el salón Rodrigo
debido a que el teatro 3 de Febrero no fue cedido por sus autoridades según
informó el periódico citado. Desarrolló su conferencia durante dos horas donde
repasó su obra y se refirió a Émile Zola, el del polémico “yo acuso” en defensa
del capitán Dreyfus, Jorge Sand, precursora del feminismo, y los escritores
rusos León Tolstoi y Máximo Gorky entre otros.
El domingo 8 de agosto Blasco Ibáñez
pronunció la segunda conferencia que versó sobre el teatro y la música.
Tras su gira por el sur de América escribió un
ensayo que tituló Argentina y sus grandezas en donde dedicó unos fragmentos a
lo observado en su visita a Paraná.
“Otra vez se rasgó el encapotado cielo, dando
paso a la manga solar, que saltaba de colina en colina, como el rayo movible de
un reflector eléctrico, y de nuevo apareció la indecisa ciudad con su lejanía
de ensueño, empezando a marcarse vagamente en su cima los contornos de torres y
cúpulas. ¿Sería Paraná?... Sí, Paraná era.
“Estaban aún muy lejos, pero aquella masa de
intensa blancura, festoneada de ramilletes verdinegros, en los que algunos
reconocían jardines, era, indudablemente, la graciosa ciudad que durante
algunos años sirvió de capital a la Confederación Argentina.
“Media hora después la vi en todo su
esplendor. Rasgándose definitivamente las nubes, y el sol de la mañana
reverberó en el enjalbegado de sus edificios. Era una ciudad semejante a las
del viejo mundo y evocaba con su aspecto el recuerdo de la colonización
andaluza. Paraná la blanca, tiene la blancura de Cádiz y otras poblaciones del
Mediterráneo, que parecen hechas con estearina petrificada. Las torres de su
Catedral y de otros edificios públicos, la altura de sus casas, hacen recordar
a Toledo y a Segovia, a todas las viejas ciudades españolas situadas sobre una
altura y un río al pie. Pero esta es más clara, más nítida que las monumentales poblaciones de
Castilla; tiene un aspecto sonriente y gracioso, que pudiera llamarse
meridional; la rodean frondosos jardines, y el río que corre a sus pies no es
un río, en un mar encajonado, con revuelto oleaje en días de tormenta y
horizontes infinitos, entre las dos costas apartadas.”
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