Rubén I. Bourlot
En 2002 el Congreso de la Nación aprobó la Ley N° 25.566 que estableció el día 1° de julio como el Día del Historiador. La conmemoración hace referencia a esa fecha de 1812 cuando el gobierno del Primer Triunvirato firmó un decreto por el cual ordenaba que se escribiera una “historia filosófica de nuestra feliz revolución para perpetuar la memora de los héroes y las virtudes de los hijos de América del Sud…”
La conmemoración nos da pie para abordar algunas convenciones que se aplican al discurso histórico a modo de verdades reveladas que resisten el paso del tiempo y atraviesan las culturas.
Son las consecuencias de la colonización cultural que aplica acríticamente modelos concebidos para interpretar la historia de Europa, resabio de la modernidad europea, como es la división de los tiempos históricos que intenta organizarlos en periodos a partir de un momento que se consigna como en inicio de la Historia que para los europeos, permeados por el positivismo del siglo XIX, coincide con la invención de la escritura. Aún hoy ese aserto se repite en libros y manuales que se utilizan en las cátedras.
Según esa interpretación, el punto inicial de la historia se fija hace unos 6.000 años en la Mesopotamia asiática con el hallazgo de algunas tablillas con escritura cuneiforme. ¿Y lo anterior? Eso sería prehistoria. ¿Y si hubo escritura anteriormente? Entonces tendríamos que correr los tiempos históricos.
La periodización eurocéntrica parte de un criterio muy acotado a la visión de algunos historiadores, con serias limitaciones para rastrear la historia de la humanidad y concebir que tal vez haya escrituras muy anteriores. Pero, además, ¿por qué limitar a la escritura la historicidad de una comunidad? ¿Acaso el hecho de carecer de escritura le quita la entidad de cultura histórica? “La historia es el estudio del hombre en el tiempo”, sostenía Marc Bloch. El hombre, como género humano, desde el momento que aparece como ser racional, que transforma el entorno natural para satisfacer sus necesidades, construye cultura y por lo tanto es un ser histórico.
LA PREHISTORIA PARA LOS DINOSAURIOS
Si hace unos 10.000 años, o más, grupos trashumantes trotaban por las costas del Uruguay cazando y pescando con jabalinas y arpones, ya había historia en Entre Ríos. Entonces dejemos la prehistoria para los tiempos de los dinosaurios. Escribió Víctor Badano al respecto: “La cultura es inherente a la condición humana. No es posible concebir al hombre sin cultura, pues cuando ya aparece sobre la superficie de la tierra posee capacidad creadora”.
Para Friedrich Behn (Prehistoria e historia primitiva): "La ciencia de los principios de la cultura es una disciplina histórica. Cuando una concepción humanista mal entendida y el interés por las manifestaciones del Sur clásico y del Oriente impedía toda investigación científica de los restos del pasado en el suelo de cada país, la prehistoria fue cultivada principalmente por las disciplinas naturalistas (geólogos, antropólogos) y se presentaba muchas veces con el ropaje de una ciencia natural. Pero la concepción moderna le ha señalado su lugar adecuado en el marco de la Historia. El fin de la ciencia prehistórica es convertir la prehistoria en historia."
Apelamos a otro pensador nuestro, Rodolfo Kusch (América Profunda) -porque no necesitamos que nos lo diga Erick Hobsbawm-: “Separar la prehistoria de la historia es hacer positivismo o sea entroncar con el pensamiento de una burguesía espléndida. La prehistoria para el burgués francés medio es una tierra de nadie en la que se dan los utensilios. Como nada sabía de sus dueños, tenía la impresión de que se trataba de un ámbito en el cual la ciencia exploraba una humanidad integrada por hijos naturales. Por eso ella no fue incorporada a la historia, ya que ésta es, en cambio, la que relata los hechos promovidos por los creadores del mundo moderno. Napoleón merece estar en la historia porque se le conoce la familia, y no sólo la de sus padres carnales sino también la de los padres espirituales: la Revolución Francesa, Julio César, etc.“Y es que los historiadores europeos, sólo ven como historia lo ocurrido en un solo vector en los últimos cuatrocientos años europeos o sea todo aquello que favoreció a la cultura dinámica y urbana. El resto ya va contaminado de prehistoria, excepto Grecia, que sirve, por cierto, de mito para la ciudad moderna. Una forma más profunda de ver la historia sería dividirla en cambio entre la gran historia, que palpita detrás de los primeros utensilios hasta ahora y que dura lo que dura la especie, y que simplemente está ahí, y la pequeña historia que relata sólo el acontecer puramente humano ocurrido en los últimos cuatrocientos años europeos, y es la de los que quieren ser alguien. La gran historia supone la simple sobrevivencia de la especie. La pequeña, en cambio, surge de la complicación adquirida por el hombre detrás del utensilio grande, que es, ante todo, la ciudad y que data de las primeras ciudades griegas hasta ahora, claro está salteando la ‘oscura’ edad media.”
Y por acá nomás observamos esa discriminación ente “históricos” y “prehistóricos” en los museos. Los testimonios materiales de las comunidades “históricas” se atesoran en el Museo Histórico Martiniano Leguizamón, por ejemplo, y los de las “prehistóricas” en el Museo de Ciencias Naturales Antonio Serrano mezclados con esqueletos de gliptodontes, macrauquenias y troncos petrificados, como si fueran partes del paisaje natural.
ANTIGUO Y EUROPEO, PRIMERO
En la escuela entrerriana los diseños curriculares de Historia (historia enseñada) estructuran los contenidos desde lo más antiguo y lejano, para el primer año, copiando el clásico modelo hegeliano eurocéntrico que concibe la historia como la marcha desde Oriente a Occidente en donde América recién emerge con la llegada de los europeos, cuyo estudio está contemplado en el segundo año. El tercer año está dedicado a los siglos XVIII y XIX (Diseño curricular, 2010, tomo I). En el ciclo superior se contempla el estudio del siglo XX. El mismo criterio cronológico, desde lo más antiguo a lo reciente, está contemplado para el ciclo superior de la educación primaria (cuarto a sexto años - Lineamientos Curriculares para la Educación Primaria, 2011).
Enrique Dussel (Europa, modernidad y eurocentrismo, en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales) pone en tensión esa perspectiva hegeliana de una Europa moderna, occidental que explica la marcha de la historia desde Asia, llega a Europa y “descubre” América hace solo cinco siglos. Pero desde nuestro punto de vista tanto Europa como América son Oriente; ambas historias se construyeron a partir de las migraciones de pueblos asiáticos. Y en lo que nos interesa a los americanos, nuestra historia comenzó con las migraciones desde el verdadero “occidente” para nosotros. Porque el occidente (occidere: donde declina el sol) para los americanos es Asia y Oceanía, desde donde vinieron los primeros pueblos que descubrieron el continente.
Quienes construyeron los diseños para la enseñanza no se atrevieron a navegar contra la corriente y proponer una visión americocéntrica que contemple la marcha de las civilizaciones desde Asia y Oceanía en el poblamiento del territorio americano varios siglos antes de la llegada de los europeos.
Por todo lo expuesto es menester repensar la historia, desnaturalizar los preconceptos, dar vuelta los órdenes preestablecidos, girar los mapas, introducir la perspectiva nacional iberoamericana en todos los contenidos del aprendizaje y dejar de actuar como el antiguo esclavo que pensaba que esa era su naturaleza, que su condición estaba impresa en su ADN y debía procurar realizarse dentro de los límites de su condición. Al menos al esclavo eso le servía para comer y abrigarse porque al amo le era útil saludable y le costaba dinero sustituirlo.
Más sobre el tema
Badano, Víctor, El arte de los ribereños plásticos paranaenses, Memorias del Museo de Entre Ríos, N° 34, Paraná, 1957.
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