26/2/25

El juicio a Jean Gallay, estafador, aventurero y poeta

Rubén I. Bourlot


Entre el 26 y 27 de febrero comenzaba en Francia el juzgamiento a un curioso personaje que tras su condena tuvo un itinerario similar a Papillón –Henri Charriere- recorriendo las tenebrosas prisiones francesas del Caribe. Charriere fue condenado por un delito que no había cometido y luego escribió su autobiografía que fue llevada al cine. Este otro personaje cometió varias estafas, intentó escapar, lo pillaron y cuando lo retornaron al puerto de Burdeos una multitud lo esperaba aclamándolo: “¡Villa Gallay! ¡Viva el ladrón!”.

Pero cuál es el anclaje con las historias citadinas que narramos semanalmente. El “descubrimiento” de este hecho policial, que tuvo una notable repercusión en su país de origen y luego pasó al olvido, se debe a un hallazgo casual por parte del investigador uruguayense Omar Alberto Gallay que, explorando sus antepasados, se encontró con los hechos cometidos por Jean Gallay, que asume como pariente sin comprobarlo fehacientemente, y tras una pesquisa por los archivos de antiguos periódicos publicados en la red le dio forma de un libro que se editó recientemente en un tiraje limitado, casi para distribuir entre parientes y amigos. Y el título lo dice todo: “Las andanzas de un pariente estafador.”


París era una fiesta

Jean Gallay era un empleado de un banco parisino en los primeros años del siglo XX, la Belle Époque europea donde París era una fiesta. Un día este burócrata que vivía entre la rutina bancaria y la tranquilidad familiar decidió que afuera había todo un mundo por descubrir, que la noche parisina ofrecía miles de oportunidades pero a cambio de un presupuesto imposible para su modesto sueldo de bancario. La solución estaba al alcance de sus manos. Como empleado de la entidad financiera conocía las cuentas de los ahorristas y ahí estaba su oportunidad. Se las ingenió para obtener transferencias de fondos de los depósitos mediante falsas órdenes que cobraba una amante de confianza y su vida cambió.

Como en El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde (la novela de R. L. Stevenson) de día era Juan Gallay pero a la noche se convertía en el Barón de Gravald, un excéntrico millonario que recorría los más afamados cabarets de la Ciudad Luz, manejando lujosos automóviles y en la compañía de su amante Valentine Merelli.

A mediados de 1905, luego de acumular un buen capital malhabido, decidió alejarse de Francia. Era consciente que pronto los depositantes descubrirían los vacíos en sus cuentas. Pidió una licencia en el banco y a su esposa justificó su ausencia por razones de trabajo. A la huida la preparó con toda la pompa. Alquiló un lujoso yate aprovisionado con víveres para varios días y numerosos equipajes con vestimenta para él y su acompañante Valentine. Desde el puerto de Le Havre partió por el Atlántico con Buenos Aires como destino.

A poco de la partida la ausencia puso en alerta a su familia y al banco que descubrió las maniobras financieras de Gallay. Rápidamente emitieron una orden de captura que viajó con presteza al otro lado del Atlántico. Cuando los prófugos hicieron una escala en el puerto de Bahía, Brasil, lo esperaba la policía francesa. Ya todos estaban enterados, los diarios Francia y del mundo contaban las correrías del famoso estafador. El semanario argentino Caras y Caretas, en su edición del 30 de septiembre de 1905, informaba sobre la detención de Gallay y su acompañante, “interrumpiendo así una aventura novelesca”.


¡Viva el ladrón!

De vuelta rumbo a Francia los detenidos arribaron al puerto de Burdeos donde lo esperaban centenares de curiosos que aclamaron la hazaña con estentóreos “¡viva Gallay! ¡viva el ladrón!”.

Tras las instrucciones del caso los días 26 y 27 de febrero de 1906 se llevaron a cabo las audiencias acusatorias a Gallay y Merelli. El juicio culminó con la condena de siete años de prisión para el estafador y la absolución de su compañera.

Ahora empezaba otra historia. El derrotero de Jean Gallay por las tenebrosas prisiones francesas. Su destino fue el penal de la Isla del Diablo en la jurisdicción de la Guyana francesa, justamente uno de los lugares donde años después purgaría su pena Papillón. En la cárcel aparentemente no sufrió las peripecias del protagonista de la aclamada película protagonizada por Steve McQueen y Dustin Hoffman. No intentó escapar y pasaba las horas tropicales escribiendo cartas a su amada, otras a pedido de sus compañeros de prisión con lo que se ganaba unos pesos, también con el trabajo de encuadernador que era otra fuente de ingresos, y con la escritura de poesías. Al promediar la condena logró su traslado a Francia para terminar lo que le faltaba de la misma en el penal de Melun.

Cuando salió en libertad se dedicó al oficio de encuadernador ante la improbable posibilidad de que algún banco le ofreciera empleo. De su profusa poética carcelaria se conservan algunos poemas reunidos en “Flores de soledad”. No tuvo la iniciativa de inclinarse por la escritura de sus peripecias que tal vez hubieran prolongado su fama y alcanzado el reconocimiento que tuvo Henri Charriere, con película incluida.

Un diario español (el Heraldo de Madrid de 1905) escribió: “Si dentro de un siglo existiera por casualidad, algún moralista, cuya especie ya es bastante rara en estos tiempos que corren, o corridos de vergüenza, y si diera en tentación leer los periódicos franceses y sudamericanos de estos días, pararía asombrado ante las ovaciones que Bahía, Burdeos y París ha hecho a un falsario y ladrón llamado Gallay (…)”.


Extractado de

  • Gallay; O. A. (2020). Las andanzas de un pariente estafador: una crónica delirante de delincuencia, amor y poesía en la ‘Belle Époque’. Del autor.


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