8/3/25

Ángela Santa Cruz, maestra y filósofa

 Rubén I. Bourlot


En 2013 en oportunidad de celebrase del sesquicentenario de la fundación de la ciudad de Colón, el profesor Carlos E. Conte Grand recordaba, en un artículo, a los festejos del Centenario colonense y hacía referencia a los destacados conferencistas que se habían dado cita en la oportunidad. Y entre otras personalidades nombraba a la doctora en Filosofía Ángela Santa Cruz que disertó sobre Colón de mis recuerdos en el salón de la biblioteca Fiat Lux.

Sabido es que Colón fijó como fecha de fundación el 12 de abril de 1863 pero en esa oportunidad la conmemoración se trasladó a la semana del 11 al 20 octubre.

Pero ¿quién era esa por entonces reconocida doctora en filosofía que homenajeaba a su ciudad? La inquietud quedó en el tintero hasta que en ese inmenso volcadero de información que son las redes sociales y la misma telaraña de internet, donde todo se mezcla como en los basurales a cielo abierto, apareció el precioso dato. En ese cirujeo virtual se halló un documento publicado en la página de Facebook del Museo Histórico Regional del Colón con una crónica sobre Ángela Santa Cruz que había sido publicada por la revista Caras y Caretas el 23 de junio de 1934, firmada por Adelia Di Carlo, escritora y periodista feminista.
 

“Gran educadora”

La crónica de la revista dirigida por el entrerriano José S. Álvarez (Fray Mocho) se informa que la ya por entonces “gran educadora” había nacido en Colón, en 1883, que aunque no lo delataba su apellido, descendía de abuelos inmigrantes “suizos-alemanes” que poblaron la colonia San José. El apellido Santa Cruz provenía de su padre de origen uruguayo. Ángela cursó la escuela primaria en Colón y luego continuó sus estudios en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay donde se graduó de maestra.

La Escuela Normal tuvo también a la profesora Santa Cruz como invitada especial con motivo de la celebración de su cincuentenario en 1923. Dice una crónica de la época que entre las presencias destacadas en el acontecimiento se encontraban Trinidad y Matilde Moreno, Celia Torrá, María Angélica Balbuena, Elvira N. de Clemona, Ángela Santa Cruz, Amelia Parodi, Elisa Broggi, Odila Uncal, Ana M. Vidal, entre otras pioneras exalumnas. Y Precisamente quién tuvo a su cargo las palabras alusiva en nombre de las exalumnas fue “la distinguida Señorita Ángela Santa Cruz.” En 1932 volvió a la señera institución para rendir homenaje al exdirector Justo V. Balbuena.

Sus primeros pasos como maestra los hizo en Nogoyá y luego pasó a ejercer la dirección de la escuela graduada de Concordia. Pero la provincia le quedaba chica a la promisoria educadora y partió a Buenos Aires. En 1911 fue designada profesora de la Escuela Normal Nº 7. Posteriormente pasó por del Liceo Nacional de Señoritas donde llegó a ocupar la vicedirección.



Su tesis sobre delincuencia precoz

Santa Cruz también cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras rindiendo su tesis doctoral en 1923. En la misma abordó la temática de la Delincuencia Precoz, donde dejó en claro la importancia de "depurar los individuos a través de un ambiente de honradez y trabajo", re-educándolos y re-adaptándolos al medio social. Educación, inclusión, puntales de esta transformación. De esta manera bregaba por no convertir la reclusión en un sistema perverso que agrave la problemática. Estos conceptos, desde el punto de vista psicológico eran revolucionarios para la época.

Al respecto el historiador colonense Alejandro González Pavón sostiene que su tesis doctoral referente a la delincuencia precoz es “un tema que no había sido tratado en profundidad ni siquiera por aquellos especialistas en derecho.

“Durante la década de 1910 y los primeros años de la década de 1920, en Argentina – según su estudio – se presentaba un alto porcentaje de niños y adolescentes que tomaban la decisión (voluntaria o involuntaria) de comenzar a delinquir por las calles de distintos puntos del país; motivados éstos por diferentes factores. Y ahí está lo rico de este estudio. La Dra. Santa Cruz analiza las estadísticas de las cárceles, correccionales y hogares de transito de esta población etaria a los efectos de poder comparar años, causas, edades, tipo de delincuencia, entre otros temas de análisis. Pero todo esto, siempre enfocado desde dos aspectos: desde el contexto interno de los sujetos (intrafamiliar) y desde el contexto externo a ellos (el ámbito que los rodea)…”

 En paralelo las inquietudes de Santa Cruz desbordaron los límites de las aulas y se desempeñó en la presidencia de la Biblioteca Infantil Sarmiento, actuó en la Liga Nacional de Educación, en la Asociación Nacional del Profesorado, en la Liga Pro Alfabetismo de Adultos y fue fundadora de la Sociedad Protectora Escolar de Nogoyá. Tampoco olvidó su suelo nativo ya que en la crónica de 1934 se la menciona como delegada de la Sociedad de Beneficencia ante la Confederación Nacional de Beneficencia y el Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina. También presidió la Comisión Continental de las Asociaciones Cristianas Femeninas de América del Sur. Testimonios orales la ubican también en las luchas por el voto femenino junto a Alicia Moreau de Justo y otras feministas de la época.

Falleció el 5 de marzo de 1973 y sus restos descansan en el panteón familiar del cementerio de Colón. Una calle de su ciudad natal la homenajea llevando su nombre.





7/3/25

Ángela Artigas, la huella artiguista en Entre Ríos

Rubén I. Bourlot  

Indudablemente oriental, José Artigas ha dejado se huella en Entre Ríos. Sin duda los vientos de la política y la historia esparcieron su descendencia por distintas localidades de esta provincia. Lo que comparten todos es la vida modesta, muchas veces directamente pobre.

El 19 de junio de 1764 nacía en Montevideo el caudillo de los Pueblos Libres, José Artigas. Tras su fulgurante paso por la escena rioplatense, en 1820 se internó en la selva paraguaya, en un exilio interior que ni la muerte logró liberar. Pero dejó la herencia de su ideario y su descendencia perdurable hasta hoy.

En Entre Ríos su influencia es indiscutible, su presencia personal y la de sus familiares. En nuestra provincia surgieron los primeros artiguistas, entre ellos la espada principal de la región como lo fue Francisco Ramírez. Y en Entre Ríos se convocó el magno Congreso del Arroyo de La China, se libró la batalla fundacional en El Espinillo, se asentó parte de su familia y legó para los entrerrianos la bandera tricolor.

Su última esposa Melchora Cuenca vivió sus últimos años en Concordia. En Concepción de Uruguay residió Manuel Artigas, hijo del caudillo, donde también nacieron sus tres hijos. Otro hijo, Santiago prestó servicios para el general Urquiza. Casado con Ana Vallejo Monzón, estuvo a cargo de una de las estancias del Estado, que llamó Santa Ana en honor a su esposa, y es el origen de la actual localidad del mismo nombre ubicada a la vera del lago de Salto Grande.

Bien entrado el siglo XX en Concepción del Uruguay residió Ángela Artigas Peyrallo de Amado, nieta de Artigas.  Nacida en Porongos, República Oriental del Uruguay, el 2 de octubre de 1836, hija de Roberto Artigas y de Francisca Peyrallo y nieta de José Artigas y María Matilda Borda. Contrajo matrimonio con Amado, con quien tuvo dos hijos: Vicenta Amado y José Amado Artigas. Otra hermana, Matilde Artigas, se había radicado en Concordia.

Ángela, testimonio vivo

Ángela vivía en un simple rancho de ladrillo montado en barro con paredes pintadas a la cal, con piso también de ladrillos, techo de zinc con tejuelas como figura en el acta catastral de 1944 de la municipalidad local, ubicada en la esquina suroeste de Bulevar Yrigoyen y Congreso de Tucumán.

En 1918 la recordada  revista Caras y Caretas publicó una entrevista a Ángela, realizada por su corresponsal Dr. Augusto Vaccari.

“El coche paró delante de una casita humilde –relata el cronista-, rodeada por un jardincito algo descuidado en la calle Congreso de Tucumán. La casita no lleva número.

Nos recibió una morochita algo bizca, rebosante de salud, atareada en sujetar a un chico más vivo que el diablo.

–¿A quién buscan?

–¿Vive siempre acá doña Ángela?…

–¿Abuelita? Sí, señor… Por qué, ¿desea hablarla?

–Eso es… Le dice que está Barral…

Apareció en esto una viejita sonriente, bondadosa, fuerte todavía, que nos hizo entrar y nos ofreció sillas debajo de un corredorcito al lado de la cocina.

–Van a disculpar… Casa de pobres…

–Está bien, señora, está bien… ¿Así que usted es nieta de Artigas?

–Sí, señor… somos dos hermanas que vivimos todavía, nietas de Artigas: yo Ángela Artigas de Amado y Matilde Artigas de Corrales que vive en La Unión, República Oriental… Yo tuve un hijo, José, que fue empleado de policía aquí, en Uruguay, y se murió ahogado por salvar a un chico que se había caído al agua… El gobierno me pasa una pensión de 30 pesos mensuales y con eso me arreglo para vivir…

–¿Qué edad tiene, señora?

–He nacido el 2 de octubre de 1835… Voy a cumplir 83… He sabido por los diarios que el gobierno uruguayo me acordó una pensión; pero hasta la fecha no he visto nada y ya van unos meses que tendría que recibir mi dinero… A mi edad no es el caso de esperar con paciencia…”

La pensión a la que se refiere le fue concedida el 15 de julio de 1918 por el Senado y la Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay. El Artículo Primero del decreto establece: “Otórgase por gracia especial a doña Ángela Artigas de Amado, nieta del general José Gervasio Artigas, una pensión alimenticia e inembargable de setecientos pesos anuales”.

El 16 de mayo 1922 falleció y sus restos fueron sepultados en el cementerio de Concepción del Uruguay, en cuyo epitafio se puede leer: “Familia a Ángela Artigas de Amado”.

Y siguiendo la pista de los Artigas, hallamos que su hija Vicenta Amado y Artigas se casó con Diego Burgos radicado en el paraje Puente Gualeguaychú, en el departamento Colón, según surge del acta donde se registra el bautismo de una hija de nombre Ángela en 1886. Francisco Horacio Francou a su vez nos informa, en su libro El faro de la cuchilla, que uno de los primeros pobladores de la colonia Villa Elisa, fundada por Héctor de Elía, es Diego Burgos, alcalde vitalicio de Puente Gualeguaychú desde 1885 “casado con Vicenta Amado y Artigas, bisnieta del prócer uruguayo José Artigas…” También nos anoticia que el matrimonio, además de la nombrada Ángela, tuvo otros quince hijos.

Bibliografía

– Caras y caretas, (16 de noviembre de 1918), Buenos Aires,  N° 1.050. Disponible en la Hemeroteca digital de la biblioteca Nacional de España. http://www.bne.es/es/Catalogos/HemerotecaDigital/

– Francou, F. H., (1942). El faro de la cuchilla, el autor, Bs. As.

– Miloslavich de Álvarez, María del Carmen, (1988). Hace un largo fondo de años. Genealogía Uruguayense, Concepción del Uruguay.

– Civetta, María Virginia, “Breve Historia y Guía del Cementerio de Concepción del Uruguay”, Municipalidad de Concepción del Uruguay, sin fecha.

5/3/25

Santiago Derqui, el presidente del olvido

Rubén I. Bourlot


El 5 de marzo de 1860 asumía el mandato el segundo presidente constitucional argentino Santiago Derqui aún en las sede de Paraná. No llegó a goberanar dos años ya que el 5 de noviembre pero de 1861 renunciaba a la presidencia luego de la polémica derrota del ejército nacional a manos de las fuerzas de la provincia rebelde de Buenos Aires. 

Los dieciocho meses que gobernó el país, ahora denominado República Argentina luego de la reforma constitucional de 1860, y con la reincorporación de Buenos Aires, no le alcanzaron para salir del oscurantismo de la historia. Fue el último estertor del intento por estructurar el país dentro de los términos del federalismo.

Santiago Derqui había nacido en Córdoba a principios del siglo XIX, donde cursó todos sus estudios. Se graduó de abogado y también ejerció el periodismo. En 1835 asumió el gobierno provisorio de la provincia, tras el derrocamiento de José Vicente Reinafé acusado de haber participado del asesinato de Facundo Quiroga. Duró poco. El nuevo gobernador electo lo envió a Buenos Aires prisionero por sugerencia de Juan Manuel de Rosas.

En 1839 colaboró con el gobernador federal de Corrientes Pedro Ferré, enfrentado a Rosas. Tuvo su primer contacto con Entre Ríos en 1842 cuando el unitario Carlos María Paz, en una chirinada, tomó el gobierno de la provincia y lo nombró colaborador. En 1846 gestionó el Tratado de Alcaraz entre el gobernador entrerriano Justo José de Urquiza y el correntino Joaquín Madariaga.

En 1853 fue convencional constituyente y cuando Justo José de Urquiza asumió la presidencia lo incorporó al gobierno como ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública y luego de Interior.


Presidente constitucional

Al terminar el mandato constitucional de Urquiza, fue elegido presidente del país que había logrado su unificación tras la batalla de Cepeda y la reforma constitucional a gusto de Buenos Aires. Lo acompañaba como vicepresidente Juan Esteban Pedernera. En apariencia contaba con los auspicios de Urquiza para sobrellevar los desmanes del gobierno de Buenos Aires encabezado por Bartolomé Mitre. Pero no fue así. Su postura en defensa de las plenas potestades del gobierno federal frente a la provincia rebelde desembocó en la batalla de Pavón. Urquiza, sin demasiadas convicciones, se hizo cargo del parte de las fuerzas de la Confederación. El resultado del enfrentamiento es conocido. Buenos Aires se quedó con un triunfo dudoso ante la capitulación de Urquiza cuando aún la caballería dirigida por López Jordán batía con éxito al enemigo. Debido a esa actitud el presidente Derqui ascendió a general a este último.

La suerte estaba echada. Alea iacta est como habría dicho Julio César al cruzar el Rubicón. Aquí el que lo cruzó fue Mitre que envió fuerzas militares para derrocar a los gobiernos provinciales. El 5 de noviembre Derqui le dejó una carta al vicepresidente Pedernera anunciándole su renuncia que no formalizó. “He llegado a convencerme –le decía- de que mi presencia al frente de la Administración Nacional se toma como un obstáculo para el arreglo de la actual situación de la República, tan dañosa ya al honor y a los intereses de ella. He resuelto, pues, separarme de ella”.

Se embarcó hacia el Uruguay en el buque inglés Ardent. Días después Pedernera declaraba disuelto el gobierno de la Confederación y Mitre asumía de facto.

De su paso en la presidencia queda el sillón presidencial existente en el Museo del Bicentenario que ostenta el escudo de la Confederación Argentina. Con el tiempo se lo recordó en algunas estampillas, en los ya derogados billetes de diez australes y en una rara hoja de afeitar marca “Presidente Derqui”.


Rumbo al olvido

En el Uruguay vivió prácticamente exiliado y humildemente hasta 1863 cuando regresó a Corrientes donde vivían su mujer Modesta Cossio y Lagraña y sus hijas Josefina, Modesta y Dolores. No vivió tranquilo acá tampoco. El gobernador de la provincia lo notificó que debía ser juzgado por un viejo conflicto con el obispo de Córdoba cuando era diputado en esa provincia y volvió a refugiarse en Montevideo hasta que se resignó a pedir ayuda a Rufino Elizalde, en ese momento ministro de Mitre, para regresar a Corrientes. “Derqui está viviendo en la fonda, de limosna, y ya son muchos meses sin tener con qué pagar –le escribió Elizalde al presidente Mitre-. Dadas las cosas y los antecedentes de usted para con él, esto no puede ser, no es decoroso. Estamos predicando concordia, pero no la hacemos. Urquiza es más responsable que Derqui. La miseria en que éste vive prueba que si fue desordenado no hubo sin embargo fraude en su Administración de que se aprovechase.”

Ya en la provincia litoraleña asistió a los preparativos de la guerra de la Triple alianza contra el Paraguay. Las tropas de Francisco Solano López, que invadieron la provincia en 1865, lo tomaron prisionero por algún tiempo y le destruyeron la chacra donde vivía. Luego de la evacuación de los paraguayos lo acusaron de colaborar con el enemigo y volvió a la cárcel. La pobreza lo persiguió hasta el final.

El 5 de septiembre de 1867 moría pobre y olvidado. Como nadie se hacía cargo del funeral sus restos permanecieron varios días insepultos hasta que una moción popular logró que se le enterrase en el cementerio de Corrientes. Actualmente sus restos descansan en la Parroquia La Santísima Cruz de los Milagros, en Corrientes capital.


La educación de la mujer en tiempos de Urquiza

Rubén I. Bourlot

 

En 1850 Urquiza impulsa con hechos concretos la educación de las mujeres con la creación de la escuela de niñas "San Justo y Pastor" en Paraná.

El gobernador Urquiza, siguiendo su programa educacional que incluía la creación de colegios secundarios de estudios preparatorios en Paraná y Concepción del Uruguay y una escuela normal de maestros, funda un establecimiento que se denomina Colegio Entrerriano de los Santos Mártires Justo y Pastor destinado a la educación de niñas en Paraná. El 17 de noviembre de 1850 aprueba el reglamento provisorio que debía regular el funcionamiento de la institución.

Según el reglamento las materias de enseñanza son: lectura, escritura, doctrina cristiana, reglas de urbanidad, aritmética, costura y toda clase de bordados en oro y seda, y como clases accesorias: gramática castellana, dibujo, francés, piano y canto.

Pueden ingresar a la institución niñas entre los cinco y catorce años. Las hijas de padres pudientes abonan dos pesos mensuales de arancel, pero los útiles se dan gratis, con excepción de bastidores y telas para bordados de las niñas pagas. Las alumnas pueden ser internas o externas; las primeras pagan una pensión, exceptuando las de escasos recursos a quienes se las costea el Estado. Los trabajos realizados por las niñas pagas se destinan a beneficio de sus familias y los de las niñas pobres a beneficio del Colegio pudiendo adjudicarse a las niñas en calidad de premios. Las clases se dictan en dos secciones en dos turnos: de 8 a 10 de la mañana y de 3 a 6 de la tarde. Los sábados por la mañana se dictan clases de urbanidad y de religión y por la tarde se examina una de las clases, con asistencia de todo el Colegio.

A fines de 1851 concurren 25 alumnas externas y cinco internas. Para julio de 1852 ya son 64 las niñas que concurren, lo que demuestra el éxito de la iniciativa.

“La educación de las mujeres, librada hasta entonces al seno de las familias o a escuelas privadas, constituyó otra de las preocupaciones de Urquiza – dice Antonio Salvadores. La consideración de la mujer como sujeto capaz de promover el mejoramiento de las costumbres, determinó que la enseñanza primaria se hiciese extensiva a las niñas, sin otra variante que el agregado de labores propias del sexo. Era una consecuencia del concepto de la escuela, considerada centro de formación ciudadana, que con la revolución de 1810 se había extendido en el país.”

No hay dudas que estas medidas significaron un notable avance para incorporar a la mujer a la vida pública a través de la educación. No puede ponerse en tela de juicio que se agreguen “de labores propias del sexo” como dice Salvadores, cuando en pleno siglo XXI se siguen vendiendo, y hay un mercado para ello, juguetes “para nenas y para varones”.

El pensamiento de Urquiza sobre la educación de la mujer está expresado en la circular dirigida a los comandantes militares, el 13 de noviembre de 1850, incitándolos a secundar la obra del gobierno. “Poderosa y constante es la influencia de la mujer en el corazón de los hombres -dice-; como lo es la de éstos en la prosperidad de los pueblos”, y agrega: “Convencido el Gobierno Entre Riano de esta noble verdad, ha tomado todas las medidas conducentes al loable fin de generalizar en el bello sexo una sólida instrucción, basada en generosos sentimientos de honor, de honestidad y beneficencia que produzcan más tarde el desarrollo de las buenas costumbres privadas y públicas” (1).

A fines de 1851 había 25 alumnas externas y cinco internas en el citado colegio. Para julio de 1852 eran 64 las niñas que concurrían, lo que demuestra el éxito de la iniciativa.

La institución fue puesta a cargo de Vicenta Rabelo de Espiñeira y Rosalía Rabelo, contratadas en Buenos Aires. En 1852 fueron reemplazadas por Agueda Flores y Gertrudes Flores. En 1854 está al frente Eustaquia L. de Fish y al año siguiente asume Estraurófila Guevara de Paulsen.

(1) Recopilación de Leyes y Decretos de Entre Ríos, t. VI.

(2) Salvadores, Antonino, Historia de la instrucción pública de Entre Ríos, Museo Histórico de Entre Ríos “Martiniano Leguizamón”, Paraná, 1966

26/2/25

La Revista del Paraná reflejaba las voces de los "hombres del Paraná" y de mujeres también

Rubén I. Bourlot 

El 28 de febrero de 1861 aparecía en Paraná, capital aún de la Confederación, La Revista del Paraná, dirigida por Vicente G. Quesada. Una revista excepcional que solía agotar sus ediciones de un tiraje considerable para la época.

Escribe Ofelia Sors que La Revista del Paraná constituyó en aquellos tiempos “un órgano periodístico de jerarquía, esencialmente histórico-literario, cuyo fundador y director fue el destacado hombre de letras Dr. Vicente G. Quesada.

“Apareció esta revista de sesenta páginas, desde el 28 de febrero de 1861, hasta el 30 de setiembre del mismo año. Entre sus colaboradores figuraba lo más selecto de la legión de escritores de esa época: Benjamín Victorica, Joaquín María Ramiro, Cnel. Juan Elías, José Tomás Guido, Fa cundo Zuviría, Benedicto Ruzo, Saturnino M. Laspiur, Juana Manuela Gorriti. Benjamín Villafañe, Damián Hudson, Ángel Elías, Juan María Gutiérrez, José Francisco López, Juan Bautista Alberdi (desde París), Ramón Ferreyra, Baldomero García, Jerónimo Espejo, Barón de Vid Castel y Amadeo Brougnes, y entre los colaboradores del exterior: los chilenos Barros Arana, Juan Ramón Muñoz, Francisco Bilbao, Fernando Urizar Garfias, Manuel Guillermo Carmona y los peruanos Ricardo Palma, J. A. de Lavalle y Francisco Lazo.

“Se debió la impresión de esta excepcional revista, cuyo tiraje alcanzó a mil ejemplares por edición, al no menos conocido librero e impresor Carlos Casavalle. La primera tirada fue de seiscientos números, pero, ante el éxito de la demanda, se hace necesario reimprimir 835 más. Cientos de suscripciones suman entre las de la capital de la Confederación y provincias, además de las de Montevideo, Salto, etc.

“La colección de la Revista del Paraná constaba de ocho entregas mensuales en fascículos, y cada entrega contenía tres secciones: Historia, Literatura y Jurisprudencia. Luego se incorpora una sección más, la de Economía Política. Lamentablemente, tan extraordinaria publicación cesa de aparecer a raíz de los acontecimientos de setiembre de 1861.”

Miguel Ángel Andretto agrega que “por la equilibrada factura de su contenido, constituyó un modelo para otras similares, que aparecerían años más tarde, como la Revista de Buenos Aires y la Revista del Río de la Plata, ejemplos de la proyección cultural de la Argentina hacia otros medios de la época.”

Y agrega el autor de El periodismo en Entre Ríos: “Literatura, que era la sección más rica, con poesías, novelas, cuentos y ensayos, entre los que destaca ‘Güemes, recuerdos de la infancia’ de Juana Manuela Gorriti (1818-1892), inspirada en el período salteño de la lucha por la independencia. Filología, que con ‘Netzahualcoyotl’, en nahuatl, revela la importancia de las lenguas americanas durante el proceso de independencia, cuya proclama se efectuara en español, quichua, aymará y guaraní. Fueron así protagonistas de ese formidable emprendimiento, que significaba la búsqueda de la confraternidad entre las naciones hispanoamericanas.”

"De todas las publicaciones aparecidas, en ese tiempo, ninguna de tanto valor histórico y doctrinal como la Revista del Paraná, que abría la era de los estudios históricos sobre los orígenes y fundación de los pueblos de la República y la descripción física, de las costumbres, las crónicas y memorias de la época colonial, la guerra de la Independencia y las luchas civiles, continuada en tiempo posterior por La Revista de Buenos Aires y La Revista del Río de la Plata etc.", dice por su parte Martiniano Leguizamón.


Los hombres del Paraná

Este conjunto de hombres y alguna mujer también, como fue Juana Manuela Gorriti, que escribieron La Revista del Paraná, constituyeron una verdadera generación del pensamiento nacional latinoamericano.

En el prospecto de la revista Quesada manifestaba: “Creemos que la revista será un medio eficaz para propender a la formación de un círculo literario nacional que se consagre preferentemente al estudio de nuestro país y lo dé a conocer en todos sus aspectos; que preste a la historia, a la literatura y a la legislación americana un atención especial, poniéndonos al corriente del movimiento intelectual de la Repúblicas hispanoamericanas.”

Escribe Jorge Abelardo Ramos que “Los hombres del Paraná fueron aquellos que rodearon a la Confederación Argentina cuando la oligarquía porteña rehusó plegarse a la unidad del país, reteniendo con su avaricia portuaria la Aduana y la Capital. No eran todos provincianos los que apoyaron a Urquiza durante aquella larga separación. Por el contrario, había numerosos porteños y bonaerenses, a quiénes más tarde veríamos unirse a las tendencias nacionales de Avellaneda y de Roca. En el Paraná, ya lo hemos dicho, no sólo se reunieron, los guerreros de la independencia -los Alvarado, Guido, Pedernera, Iriarte, Espejo, Roca-, sino también los intelectuales que habrían de apuntalar a la generación del 80 con su gran prestigio. Los ejemplos son innumerables.: Vicente G. Quesada, que ha evocado esa época en sus "Memorias de un Viejo", Carlos Guido y Spano, Lucio V. Mansilla; Nicolás A. Calvo, Benjamín Victorica, Mariano Fragueiro, y sobre todo, Alberdi. Estará allí, asimismo, un joven llamado José Hernández.”


Casavalle, el librero de la patria

Una mención especial merece el impresor de la revista Carlos Casavalle. Nacido en Montevideo en 1826, a temprana edad se trasladó a Buenos

Aires, donde estudió con los jesuitas, trabajando simultáneamente como

tipógrafo del Diario de la Tarde de Pedro Ponce. Luego se desempeñó en varios periódicos y en 1853 imprimió los primeros libros aparecidos en la década.

En 1860 se trasladó a Paraná donde se desempeñó como impresor oficial del Gobierno de la Confederación Argentina y dirigió el Boletín Oficial que reemplazó a El Nacional Argentino. La labor de Carlos Casavalle en Entre Ríos contribuyó a difundir el pensamiento y las medidas de gobierno del presidente Urquiza. En 1961 se hizo cargo de La Revista del Paraná.


El juicio a Jean Gallay, estafador, aventurero y poeta

Rubén I. Bourlot


Entre el 26 y 27 de febrero comenzaba en Francia el juzgamiento a un curioso personaje que tras su condena tuvo un itinerario similar a Papillón –Henri Charriere- recorriendo las tenebrosas prisiones francesas del Caribe. Charriere fue condenado por un delito que no había cometido y luego escribió su autobiografía que fue llevada al cine. Este otro personaje cometió varias estafas, intentó escapar, lo pillaron y cuando lo retornaron al puerto de Burdeos una multitud lo esperaba aclamándolo: “¡Villa Gallay! ¡Viva el ladrón!”.

Pero cuál es el anclaje con las historias citadinas que narramos semanalmente. El “descubrimiento” de este hecho policial, que tuvo una notable repercusión en su país de origen y luego pasó al olvido, se debe a un hallazgo casual por parte del investigador uruguayense Omar Alberto Gallay que, explorando sus antepasados, se encontró con los hechos cometidos por Jean Gallay, que asume como pariente sin comprobarlo fehacientemente, y tras una pesquisa por los archivos de antiguos periódicos publicados en la red le dio forma de un libro que se editó recientemente en un tiraje limitado, casi para distribuir entre parientes y amigos. Y el título lo dice todo: “Las andanzas de un pariente estafador.”


París era una fiesta

Jean Gallay era un empleado de un banco parisino en los primeros años del siglo XX, la Belle Époque europea donde París era una fiesta. Un día este burócrata que vivía entre la rutina bancaria y la tranquilidad familiar decidió que afuera había todo un mundo por descubrir, que la noche parisina ofrecía miles de oportunidades pero a cambio de un presupuesto imposible para su modesto sueldo de bancario. La solución estaba al alcance de sus manos. Como empleado de la entidad financiera conocía las cuentas de los ahorristas y ahí estaba su oportunidad. Se las ingenió para obtener transferencias de fondos de los depósitos mediante falsas órdenes que cobraba una amante de confianza y su vida cambió.

Como en El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde (la novela de R. L. Stevenson) de día era Juan Gallay pero a la noche se convertía en el Barón de Gravald, un excéntrico millonario que recorría los más afamados cabarets de la Ciudad Luz, manejando lujosos automóviles y en la compañía de su amante Valentine Merelli.

A mediados de 1905, luego de acumular un buen capital malhabido, decidió alejarse de Francia. Era consciente que pronto los depositantes descubrirían los vacíos en sus cuentas. Pidió una licencia en el banco y a su esposa justificó su ausencia por razones de trabajo. A la huida la preparó con toda la pompa. Alquiló un lujoso yate aprovisionado con víveres para varios días y numerosos equipajes con vestimenta para él y su acompañante Valentine. Desde el puerto de Le Havre partió por el Atlántico con Buenos Aires como destino.

A poco de la partida la ausencia puso en alerta a su familia y al banco que descubrió las maniobras financieras de Gallay. Rápidamente emitieron una orden de captura que viajó con presteza al otro lado del Atlántico. Cuando los prófugos hicieron una escala en el puerto de Bahía, Brasil, lo esperaba la policía francesa. Ya todos estaban enterados, los diarios Francia y del mundo contaban las correrías del famoso estafador. El semanario argentino Caras y Caretas, en su edición del 30 de septiembre de 1905, informaba sobre la detención de Gallay y su acompañante, “interrumpiendo así una aventura novelesca”.


¡Viva el ladrón!

De vuelta rumbo a Francia los detenidos arribaron al puerto de Burdeos donde lo esperaban centenares de curiosos que aclamaron la hazaña con estentóreos “¡viva Gallay! ¡viva el ladrón!”.

Tras las instrucciones del caso los días 26 y 27 de febrero de 1906 se llevaron a cabo las audiencias acusatorias a Gallay y Merelli. El juicio culminó con la condena de siete años de prisión para el estafador y la absolución de su compañera.

Ahora empezaba otra historia. El derrotero de Jean Gallay por las tenebrosas prisiones francesas. Su destino fue el penal de la Isla del Diablo en la jurisdicción de la Guyana francesa, justamente uno de los lugares donde años después purgaría su pena Papillón. En la cárcel aparentemente no sufrió las peripecias del protagonista de la aclamada película protagonizada por Steve McQueen y Dustin Hoffman. No intentó escapar y pasaba las horas tropicales escribiendo cartas a su amada, otras a pedido de sus compañeros de prisión con lo que se ganaba unos pesos, también con el trabajo de encuadernador que era otra fuente de ingresos, y con la escritura de poesías. Al promediar la condena logró su traslado a Francia para terminar lo que le faltaba de la misma en el penal de Melun.

Cuando salió en libertad se dedicó al oficio de encuadernador ante la improbable posibilidad de que algún banco le ofreciera empleo. De su profusa poética carcelaria se conservan algunos poemas reunidos en “Flores de soledad”. No tuvo la iniciativa de inclinarse por la escritura de sus peripecias que tal vez hubieran prolongado su fama y alcanzado el reconocimiento que tuvo Henri Charriere, con película incluida.

Un diario español (el Heraldo de Madrid de 1905) escribió: “Si dentro de un siglo existiera por casualidad, algún moralista, cuya especie ya es bastante rara en estos tiempos que corren, o corridos de vergüenza, y si diera en tentación leer los periódicos franceses y sudamericanos de estos días, pararía asombrado ante las ovaciones que Bahía, Burdeos y París ha hecho a un falsario y ladrón llamado Gallay (…)”.


Extractado de

  • Gallay; O. A. (2020). Las andanzas de un pariente estafador: una crónica delirante de delincuencia, amor y poesía en la ‘Belle Époque’. Del autor.


23/2/25

La Fórmula Maya-Chaile triunfa en Entre Ríos

Rubén I. Bourlot


En 1946 una nueva era se iniciaba en el país y la provincia. La irrupción del peronismo como movimiento político había barrido como una potente ola el sistema de partidos políticos existentes en el país. Nuevos actores sociales se incorporaban a la política y se reflejaron en las urnas. En Entre Ríos, tras tres décadas de hegemonía del radicalismo en el poder, triunfaba la fórmula del partido Laborista y sus aliados.

En las elecciones celebradas el 24 de febrero de 1946 se imponía la fórmula presidencial compuesta por Juan Domingo Perón y Hortensio Quijano. El Partido Laborista y aliados ganaba en todas las provincias, menos Corrientes donde una coalición conservadora se imponía en el colegio electoral.

En Entre Ríos, una fórmula joven compuesta por Héctor Domingo Maya, nacido en Gualeguaychú, y Luis Ceferino Chaile, de Concepción del Uruguay, también llevó al triunfo al naciente peronismo. Maya tenía 31 años de edad y su compañero de fórmula 37. Ambos prestaron juramento el 22 de mayo de 1946.


Un hombre del forjismo

Maya había nacido en Gualeguaychú en 1913. Estudió en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay y en la Universidad de Buenos Aires, donde se recibió de abogado a los 21 años. Ingresó muy temprano a la política y formó parte del sector leal a Hipólito Yrigoyen en la fracturada Unión Cívica Radical, y a los 19 años asumió la presidencia del Comité Universitario Radical. Fue uno de los oradores que despidieron los restos de Yrigoyen en 1933. Junto a sus hermanos Carlos y Antonio Guillermo Maya integró el grupo fundacional de la organización radical FORJA, donde militaban también Arturo Jauretche, Homero Manzi y Raúl Scalabrini Ortiz.

En 1946 fue le candidato a gobernador de la provincia por la coalición que llevó al triunfo a Juan Domingo Perón, una alianza del Partido Laborista con la Unión Cívica Radical Junta Renovadora y otros grupos menores. La fórmula Maya-Chaile triunfó con 67.587 votos, el 47% del total. Maya integró la fórmula por la UCR Junta Renovadora en tanto que el profesor Chaile representaba al partido Laborista.

Maya ya había tenido sus primera experiencias en la función pública como Ministro de Gobierno durante la intervención federal de Humberto Sosa Molina (1944).

Su gestión se desarrolló en el ambiente de avance y entusiasmo que le imprimieron las políticas nacionales que tenían al estado como la principal herramienta para impulsar el desarrollo del país con la incorporación protagónica del movimiento obrero. La obra pública y las políticas sociales eran los factores que movilizaban la economía y acompañaban el incipiente desarrollo industrial motorizado por la sustitución de importaciones. Si bien Entre Ríos no participó del desarrollo de una industria intensiva tuvo un fuerte impulso en la producción de origen agropecuario. Uno de los logros del gobierno fue la erradicación de la langosta que asolaba los campos periódicamente. En materia de obra pública se pavimentaron centenares de rutas, se construyeron varios hospitales y los existentes fueron ampliados. El gobierno creó la Junta Autónoma de la Vivienda, antecedente del actual Instituto Autárquico de Planeamiento y Vivienda, a través de la cual se inició la construcción de miles de casas para familias de menores recursos.

El Frigorífico de Villa San José, creado años antes, recibió un renovado impulso para apoyar la producción avícola en tanto se construyó el Mercado Frigorífico y Fábrica de Hielo de Gualeguaychú. Otro de los proyectos con los que soñó el gobernador Maya fue la construcción de la represa de Salto Grande; se iniciaron los primeros estudios para la obra incluidos en el Plan Quinquenal del Gobierno Nacional.

Con la reforma constitucional de 1949 se crearon dos ministerios clave para las políticas de estado de ese momento: las carteras de Educación y Salud Pública

La cultura fue una de las preocupaciones del gobierno que se expresó a través de la creación de la Dirección de Cultura de la Provincia y el Museo Histórico de Entre Ríos “Martiniano Leguizamón” entre otras medidas. En ese periodo comenzó a publicarse la revista Tellvs que dio a luz numerosos trabajos de carácter literario e histórico a lo largo de 20 números aparecidos entre 1948 y 1950.

Otras instituciones creadas fueron la Caja de Jubilaciones y Pensiones, el Instituto Autárquico Provincial del Seguro y la Dirección Provincial de Aeronáutica.


La reforma impositiva

Una publicación de la revista Qué del 12 de diciembre de 1946 describe los entretelones del reclamo que le hacen al nuevo gobierno por los proyectos de reforma impositiva impulsadas por el ejecutivo para el sector rural. “Los ganaderos entrerrianos han entrevistado, en nutrida delegación, al gobernador de la provincia, Héctor Maya -reseña el artículo de la revista fundada por Rogelio Julio Frigerio y Baltazar V. Jaramillo-, para pedirle que revise los proyectos sobre reforma impositiva enviados por el P. E. a la legislatura. En la caravana ganadera, integrada por 150 personas, estaban (Alberto) Hueyo, ex ministro de Hacienda del general Justo; (José Carlos) Predolini Parera, ex candidato a vicegobernador del Partido Demócrata Nacional; Carlos Mihura, candidato a diputado en la lista de la Unión Cívica Radical.”

“Los proyectos del Poder Ejecutivo que impugnan los ganaderos son tres. El primero cambia la contribución directa rural; el segundo modifica el régimen impositivo de marcas y señales; el tercero aumenta el impuesto y las transacciones de hacienda (…)

El nuevo régimen de contribución directa rural establecía una nueva valuación de los predios rurales, liberaba de impuesto a las propiedades menores de 20 hectáreas, establecía un impuesto anual en escala progresiva, tomando como índice la extensión del terreno y recargaba con un 50 por ciento el impuesto para propietarios ausentes de la provincia.

Héctor Maya terminó su mandato el 22 de mayo de 1950.  Falleció en su ciudad natal en 1985.


El Pilar de la república

 Rubén I. Bourlot


Hace 201 años, el 23 de febrero de 1920, se levantaba una de los pilares sobre los cuales se constituyó el estado argentino. El tratado suscripto por Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires en la capilla del Pilar, tras el triunfo en Cepeda de los caudillos del Litoral sobre Buenos Aires, dio por tierra con el proyecto porteño de imponer la monarquía europea en el Río de la Plata.

Triunfó la república como forma de gobierno y el federalismo como modelo de organización territorial del estado. Triunfaron las lanzas sobre las plumas refinadas que derramaban chorros de tinta para almibarar las bondades de un sistema que venía de Europa, muy oportuno para las ambiciones metropolitanas de la ciudad puerto. Y la ciudad orgullosa tuvo que convertirse en una capital de provincia, una más.

Triunfó la “barbarie” sobre la “civilización”. Triunfaron los pingos atados a las rejas de la pirámide de Mayo, símbolo de la hegemonía portuaria. Más de un siglo después la “barbarie” mojaba sus patas en las fuentes de esa misma plaza.

Hay nombres presentes en esta epopeya: Francisco Ramírez, Estanilao López, el irlandés Pedro Campbell, la soldadesca santafesina y los panzaverdes entrerrianos, la indiada de Corrientes y las Misiones. Pero faltaron. Ese triunfo no fue redondo. Faltó el gran caudillo José Artigas. Faltaron los orientales, los guaraníes de Andresito Guacurarí.


La historia de estos hechos está en construcción. Toda historia es una construcción permanente. La tentación de plantearse qué hubiera pasado si… es muy fuerte. Los hechos sucedieron de esta manera, con los actores que en ese momento tomaron decisiones acertadas o no. ¿Era oportuno firmar un tratado? ¿Fue lo que más se le pudo arrancar al puerto de Buenos Aires obligándola a constituirse en provincia? ¿Hubiera sido más beneficioso para consolidar el triunfo de Cepeda ocupar Buenos Aires y convocar a las provincias para reunirse en un congreso constituyente? Pero entramos en el terreno de las especulaciones.

Hoy, a dos siglos de los acontecimientos, nos queda como tarea rescatar las enseñanzas de ese pasado.


De El Espinillo a Cepeda

Pero al tratado Pilar hay que verlo en contexto. Tenemos que remitirnos a 1815 cuando el 23 de febrero en tierras entrerrianas las fuerzas artiguistas al mando de Eusebio Hereñú hicieron hocicar al ejército que envió el gobierno de Buenos Aires para meter una cuña en la naciente Liga de los Pueblos Libres bajo el protectorado de José Artigas. El triunfo del combate de El Espinillo significó la reafirmación de la vocación independentista de las provincias del Litoral que se ratificó en junio de ese año en el Congreso de Concepción del Uruguay. Recordemos que la independencia se proclamó formalmente en julio de 1816. En ese momento Entre Ríos se erige como provincia autónoma.

Tras ese triunfo inicial de la Liga Federal el gobierno centralista de Buenos Aires intentaría reiteradamente deshacerse de Artigas, Ramírez, López y todos los movimientos que se interpusieran a su proyecto de gobierno centralizado en el Puerto. En 1819 el Congreso que había sesionado originalmente en Tucumán sanciona una constitución de las Provincias Unidas consagrando un régimen de gobierno unitario, y orientada al establecimiento de una monarquía. Fue la gota que colmó el vaso. En ese momento la Liga de los Pueblos Libres estaba en franca decadencia. Además del hostigamiento de los porteños Artigas mantenía una lucha desigual frente a la invasión portuguesa en las Misiones orientales y la provincia Oriental. En enero de 1820, en Tacuarembó, sufrió una rotunda derrota que desarticuló totalmente la resistencia al invasor. Los caudillos de Entre Ríos y Santa Fe tomaron la posta para neutralizar las pretenciones de Buenos Aries y exigirle la ayuda que tantas veces le había reclamado Artigas para enfrentar a los portugueses.

El encuentro entre los fuerzas del Litoral y de Buenos Aries se produjo en Cepeda y el triunfo de los caudillos fue rotundo. “La batalla del minuto” la califica el historiador José Luis Molinari.

Este acontecimiento significó la desaparición del Directorio como forma de gobierno y la constitución de Buenos Aires en provincia. Manuel Sarratea fue nombrado gobernador y de esta manera pudo suscribir el Tratado del Pilar junto a Ramírez y López. Faltó Artigas y esta ausencia dio origen a una comedia de enredos entre los caudillos que ensombrecieron el magnífico triunfo de las montoneras federales.


12/2/25

Liberalismo y banca estatal

Rubén I. Bourlot


En febrero de 1887 se instaló en Paraná la primera sucursal del Banco Hipotecario Nacional de la provincia.

Hoy, cuando está presente el debate acerca del papel del estado y en particular de su intervención en materia financiera, vale rescatar las dos iniciativas para consolidar la presencia del estado en la administración del crédito público y el señorío en la emisión de la moneda nacional. Fue justamente durante la gestión del presidente Julio Argentino Roca, hoy apropiado por ciertos sectores del liberalismo versión siglo XXI, quién impulsó la creación del banco hipotecario estatal y años después hizo lo propio el presidente Carlos Pellegrini con la creación del Banco de la Nación Argentina.

El Banco Hipotecario fue desde sus inicios (1886), el brazo financiero del Estado en materia de viviendas. Luego de algunos intentos por promover la actividad hipotecaria en nuestro país a partir de inversiones privadas, el gobierno insistió con la necesidad de crear una entidad bancaria destinada a la administración de préstamos para la compra de inmuebles. Es así como el proyecto fue sancionado el 14 de septiembre de 1886.

La institución sufrió los embates de la crisis financiera de 1890 pero salió airosa. En 1915, la cartera de Banco Hipotecario constituía el 19% de las inversiones en créditos reales colocados en el país, mientras que en 1925 ese porcentaje alcanzaba el 37%.

La reforma de la Carta Orgánica de 1919, estableció la posibilidad de otorgar créditos especiales para fomentar la colonización agrícola en lotes de no más de 200 hectáreas. Hacia 1930, el 50% de los inmuebles de la Argentina adquiridos con crédito habían sido financiados por Banco Hipotecario a través de sus cédulas.

La nueva crisis de 1929/1930, por la caída de las bolsas especulativas del mundo y el golpe que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen, afectó al banco pero para 1934 ya había retomado el sendero de crecimiento y la cotización de las cédulas hipotecarias se mantenían en alta, aún ante el estallido de la Segunda Guerra Europea.

Durante sesenta años la cédula hipotecaria argentina fue el instrumento que canalizó el ahorro los argentinos, tanto de altos ingresos como de sectores populares. A su vez permitió atraer los recursos necesarios para poblar el campo y edificar las cada vez más pobladas ciudades.

En nuestra provincia se formaron numerosas colonias agrícolas a partir de créditos otorgados por el banco. También es cierto que, como lo dijo Bernardino Horne (1937), “en los últimos años se subdividieron muchos campos por empresarios particulares, llamados colonizadores, que hacían su negocio comprando tierras y vendiéndolas con préstamos del Banco Hipotecario, el que de esta manera fomentó abiertamente la especulación”.

A lo largo de su historia, Banco Hipotecario hizo posible que más de 1,8 millones de familias argentinas accedan a su primera vivienda y a configurar la fisonomía de las principales ciudades del país.

El banco fue privatizado en la década de 1990 y hoy su principal accionista es la inmobiliaria IRSA fundada por Eduardo Elsztain.


El Banco de la Nación Argentina en Entre Ríos

Otra de las entidades financieras argentinas de bandera es el hoy denominado Banco Nación que aún resiste los embates de los buitres de las finanzas.

El 20 de enero de 1892 llegó a Entre Ríos el Banco de la Nación Argentina. En esa fecha se instaló la primera sucursal en Paraná, iniciando sus operaciones el 1º de febrero. En el mismo año se llevó a cabo una verdadera siembra de sucursales en Concordia, Gualeguay, Gualeguaychú, Nogoyá, Concepción del Uruguay, Rosario Tala, Colón, Diamante, Victoria, Villaguay y La Paz.

En 1914 inició sus operaciones la sucursal de Chajarí. En 1916 lo hicieron las sucursales de Basavilbaso, Lucas González, Urdinarrain y Ramírez. En 1918 comenzó sus actividades la sucursal de San José de Feliciano, en 1925 la de Federación, en 1926 San Salvador y María Grande.

El Banco de la Nación fue fundado 26 de octubre de 1891 por iniciativa del presidente Carlos Pellegrini, como un medio para resolver los embates de una devastadora crisis económica que afectaba, en especial, al sistema bancario existente en ese momento. La crisis de la deuda externa con el Reino Unido, que aún arrastraba los coletazos del préstamo fraudulento tomado a la banca Baring en 1825, las nuevas deudas en libras y la reducción de las reservas de oro que sustentaban al peso moneda nacional provocaron la crisis que fue una de las causas de la revolución de 1890 y la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman.

El Banco Nacional, predecesor del Banco Nación, vendía oro que el público atesoraba. Mientras existieron reservas metálicas, el tipo de cambio pudo sostenerse y, hasta 1889, el Gobierno fue relativamente exitoso en su esfuerzo por mantener el valor del peso papel. Sin embargo, la intervención no fue suficiente: los particulares provocaron corridas en pos de conseguir oro a cambio de sus pesos. El peso terminó devaluándose un 200% y el Banco Nacional, como otros particulares, cerró sus puertas.

Tras asumir la presidencia Pellegrini resolvió crear la Caja de Conversión, entidad emisora de moneda, y el Banco de la Nación de capital enteramente estatal que en pocos años abarcó en su giro a toda la geografía nacional y se convirtió en el mayor banco comercial argentino.

El banco cumplió con un papel preponderante en la asistencia al sector rural, a tal punto que contribuyó a convertir a la Argentina en el “granero del mundo”. Con sucursales desparramadas en todo el territorio nacional llegaba directamente a los productores, y a los pequeños y medianos empresarios, como ningún otro banco privado lo había hecho.


El crédito estatal

La banca estatal argentina se fue constituyendo a lo largo de un proceso que se inició junto con la sanción de la Constitución Nacional en 1853. En ese año la Convención Constituyente sancionó el Estatuto para la Organización del Crédito Público, por iniciativa del ministro de Hacienda Mariano Fragueiro, que creó el Banco Nacional de la Confederación, entidad que no pudo sostenerse en el tiempo. Luego, hasta 1881, el sistema monetario y financiero argentino convivió con una multiplicidad de monedas emitidas por distintos bancos del país y extranjeros.

En 1881 se unificó la moneda, el peso nacional convertible al patrón oro que se mantuvo hasta 1885. Ante esta imposibilidad de sostener la convertibilidad continuaban circulando las que hoy llamaríamos cuasi-monedas, distintas al signo monetario nacional, emitidas por los bancos particulares que en 1887 se oficializaron como “bancos garantidos”.

En 1900 se reabrió la Caja de Conversión con pesos convertibles en oro, suspendida al estallar la Guerra europea en 1914. En 1927 retornó la convertibilidad que finalmente se abandonó en diciembre de 1929.

La crisis del sistema monetario como consecuencia de la coyuntura internacional y del interés británico que incorporar al país a la órbita de la libra impulsó la creación de un banco central tomando como modelo el Banco de Inglaterra. El entonces director del banco británico Otto Niemeyer impulsó su creación que finalmente se sancionó en 1935 con las modificaciones introducidas por el economista Raúl Presbich.

La institución era una entidad mixta con participación estatal y privada –principalmente bancos de origen británico-, que tenía entre sus funciones la exclusividad en la emisión de billetes y monedas y la regulación de la cantidad de crédito y dinero, así como la acumulación de las reservas internacionales, el control del sistema bancario y actuar como agente financiero del Estado. Se dotaba así a la autoridad monetaria de instrumentos para actuar como “prestamista de última instancia” y la adopción de políticas anticíclicas a fin de moderar las fluctuaciones económicas.

Sin embargo, la aplicación de políticas monetarias seguía estando condicionada por las preferencias e intereses de inversiones extranjeras -predominantemente británicas- que querían enviar sus ganancias al exterior y evitar devaluaciones de la moneda nacional.

Durante el peronismo (a partir de 1946) se dispuso la nacionalización del Banco Central y se creó el Sistema Bancario Oficial, cuya estructura la integraban también el Banco de la Nación, el Banco de Crédito Industrial y el Banco Hipotecario.

En 1949 el Banco Central pasó a depender del Ministerio de Finanzas de la Nación profundizando la política de orientación del crédito hacia la producción en actividades de importancia para el desarrollo del país.

9/2/25

Fiesta del Mate: masividad con poco sabor a mate

Rubén I. Bourlot


Pasó la Fiesta Nacional de Mate, un acontecimiento que se inició humildemente por iniciativa de Luis “Pacha” Rodríguez y su centro Solidaridad. Una acción privada que luego hizo suya la municipalidad de Paraná. Hoy es una de las dos fiestas que identifican a la ciudad junto con la Fiesta de disfraces, esta última privada.

La masividad de la convocatoria es un indicio de su vigencia y un incentivo para continuar trabajando para consolidarla y promoverla a nivel regional.

La alta temperatura, incluso al aire libre y a la vera del Paraná, no fueron obstáculos para la convocatoria. La gente se la aguantó estoicamente. Es espectáculo valió el esfuerzo. Tanto los artistas contratados como los que surgieron de los pre mate ofrecieron un espectáculo de calidad. Salvo algunas inconvenientes de personas que descompensaron las jornadas transcurrieron sin ningún incidente. Reinó la armonía y el espíritu de fiesta.

Ahora vienen los detalles donde hay que seguir machacando (machacando sobre el mismo clavo como solía decir nuestro poeta Jorge Enrique Martí).

En primer lugar, en los aspectos organizativos, lo que se señaló con insistencia en distintos medios fue el cambio de orientación del escenario que en la últimas ediciones apuntaba a las barrancas, de espaldas al río. No conocemos el motivo real pero con esa disposición parte del público “barranquero” tenía que conformarse con una visión sesgada o prácticamente conformarse con escuchar sin ver a los artistas. El amontonamiento sobre el sector de barrancas desde donde se podía observar el escenario sumada la alta temperatura nos muestra el desacierto de esa medida. A esto se agrega que el escenario apuntaba a un sector que a pocos metros se encontraba obstruido por arboledas y construcciones que impedía se ubicara en ese sector salvo quiénes pagaban la ubicación preferencial y un pequeño sector gratuito.

A estas cuestiones organizativas señalemos la “invisibilidad” de los puestos de hidratación tan importantes en una convocatoria masiva. Se insistía en que se debía consultar mediante un código QR el plano para localizar los puestos de hidratación cuando la señal de internet (no solo wifi) era inexistente. Se podían haber colocado carteles o banderas para señalarlos. Lo mismo para localizar los baños químicos situados más allá de la plaza De las Provincias.

Resulta llamativo que con medio siglo de vigencia no se haya provechado la experiencia acumulada para una mejor organización.

Otro tópico fue la grilla artística que significó una importante inversión. En primer lugar debemos señalar que la Fiesta de Mate se caracterizó como un encuentro que promovía el folklore en un sentido amplio como lo es el mate. Y el folklore estuvo muy acotado tanto en las principales figuras contratadas, salvo Luciano Pereira, como los ganadores del pre mate. Capítulo aparte son los grupos de baile folklórico que no pudieron lucirse en un escenario tan lejano a la visión de la mayoría del público. El objeto de un festival gratuito, promovido por el estado, no debe ser juntar mucha gente sino promover la cultura nacional rescatando sus raíces. Para eso deben ser las política culturales.

Por otra parte la presencia de artistas locales y regionales estuvo limitada a los seleccionados del pre mate. El resto de los contratados, los más onerosos, eran de fuera de Entre Ríos. La oportunidad de invertir los dineros públicos, del contribuyente de la ciudad, para promover a nuestros artistas, que lo tenemos en abundancia y de excelente calidad, se perdió.

3/2/25

En el Centenario de la batalla de Caseros

Rubén I. Bourlot


Con un despliegue de actos se conmemoró en la provincia el centenario de la batalla de Caseros que el 3 de febrero de 1852 enfrentó a los ejércitos aliados al mando de gobernador entrerriano Justo José de Urquiza y las fuerzas del gobernador bonaerense Juan Manuel de Rosas. Recordamos que desde el 1 de mayo de 1851 Rosas ya no era el encargado de las relaciones exteriores de la provincia tras el decreto suscrito por Urquiza que lo relevaba de esas funciones, conocido como el Pronunciamiento. Este hecho marcó el final de la hegemonía rosista y abrió el camino para la convocatoria a la convención constituyente de 1853.

El mismo 3 de febrero de 1852, desde el campo de batalla de Caseros, Urquiza se dirigía al gobernador delegado Antonio Crespo para informarle del triunfo:

“Querido amigo: Después de un reñido y acalorado combate entre las fuerzas del Ejército aliado y los esclavos del Tirano Juan M. de Rosas han obtenido aquellas una victoria espléndida, y soy dueño en estos momentos de todo el campo de batalla. Todo el ejército del Tirano ha sido derrotado, y las legiones libertadoras marchan ya sin obstáculos a la capital de Buenos Aires. ¡Eterno loor a los valientes que me han acompañado en esta jornada gloriosa! ¡Salud y parabienes a todos los amigos de la libertad!”


Los combates del centenario

Cien años después, en las ediciones de enero y febrero de EL DIARIO se difundían las actividades programadas en todo el país, y en particular en Entre Ríos, para conmemorar el 3 de febrero, organizadas por distintas instituciones. El diario ponía el acento en la escasa adhesión a la conmemoración de los gobiernos nacional y provincial, inclusive de las universidades que “están calladas (…) y las autoridades escolares en todo el país no ha expresado su opinión acerca de la fiesta centenaria.”

La Junta Argentina “Justo José de Urquiza” de Concepción del Uruguay había emitido un duro comunicado en donde hacía público los obstáculos que había puesto el gobierno de la provincia para las demostraciones públicas e invitaba a la población a embanderar los edificios públicos. Firmaban el mismo Lucrecia Campos Urquiza, Emerio E. Tenreyro Anaya, Delio Panizza, Ernesto E. Maxit, Lorenzo E. Gaggino, Juan Hugo Eyhartz y Pedro E. Etcheverry, entre otros.

En tanto la Asociación Mariano Moreno de Paraná llevó a cabo un acto en el monumento a Urquiza junto al Círculo de Exalumnos del Colegio del Uruguay. También hubo una concentración de maestros provinciales al pie del mismo. El Ateneo de EL DIARIO organizó un acto en su sede que cerró con un discurso a cargo de Jorge Ferreira Bertozzi.

El Club Social por su parte procedió al descubrimiento de un óleo de Urquiza, obra del pintor Alejandro Márquez, con la presencia de Leandro Ruiz Moreno que pronunció una conferencia denominada “Breve semblanza-destrucción de cargos”. Los miembros del Centro de Estudiantes de Derecho de la Universidad Nacional del Litoral estuvieron presentes en las conmemoraciones los días 2 y 3 de febrero con una marcha en “peregrinación patriótica” al Palacio San José y a Concepción del Uruguay para participar de los actos organizados por la Junta Argentina “Justo José de Urquiza”. Y en un comunicado acotaban que la movilización tenía también como objetivo la “resistencia a la reivindicación del rosismo y a la repatriación de los restos del tirano”.


Rosas y Perón

Como se observa, el lenguaje confrontativo utilizado por Urquiza al informar el resultado de la batalla, y que era natural para ese momento, se mantenía vigente un siglo después. Los ecos de la artillería de Caseros seguían resonando.

Las disputas por las celebraciones tenían un fuerte contenido político partidario que ya se habían expresado con motivo de la reforma constitucional de 1949. Así un autor escribe que “en febrero de 1952, al celebrar el centenario de la Batalla de Caseros –una efemérides extendida por todo el antiperonismo para sostener la velada comparación entre Rosas y Perón–, el radicalismo porteño, en su vertiente aliada a la Unión Democrática, afirmaba: ‘A los cien años de Caseros, el estado de guerra imperante impide la existencia de la prensa, del Congreso y se perfila en la sanción reciente de una Constitución estadual corporativa –la de la nueva provincia de Chaco– su proyección a la vida política argentina’” (Pablo Pizzorno, Sobre antiperonismo y radicalización política: la oposición al estado de guerra interno (1951-1955).

El contrapunto entre los organizadores de los actos y el gobierno de la provincia se observa en las comunicaciones intercambiadas. En este caso la Junta “Justo José de Urquiza” dio a conocer un comunicado que cuestionaba la autorización dada por las autoridades que encuadraba los actos “en el horario establecido para los que realice la subcomisión departamental”, es decir los oficiales organizados por el gobierno. El acto central de la provincia se llevó a cabo en Diamante y Punta Gorda, sitio emblemático que señala en pasaje del Ejército Grande rumbo a Caseros. En este último sitio se descubrió una placa conmemorativa. En Paraná el acto oficial se realizó en el teatro 3 de Febrero con la actuación de la Orquesta Sinfónica.

En tanto en la localidad de Cayastacito un grupo identificado como “elementos rosistas” inauguraron un busto de Rosas con la presencia del comisionado municipal, “gauchos y damas disfrazados de ‘restauradores’”, representantes de la Junta pro repatriación de los restos de Rosas y del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”. En la placa respectiva se inscribió: “El Movimiento rosista de Santa Fe al ilustre restaurador de las leyes D. Juan Manuel de Rosas - 1852_1952. Cien años de la Batalla de Caseros - Febrero 3 de 1952".

En ese año Delio Panizza publicó el opúsculo Victoria (en el centenario de la batalla de Caseros, triunfo definitivo de don Justo José de Urquiza sobre el tirano Juan Manuel de Rosas): 1852-3 de febrero-1952 y Leandro Ruiz Moreno Centenario del Pronunciamiento y de Monte Caseros.

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