Rubén I. Bourlot
En enero de 1907
el asesinato del carrero Julio Modesto Gaillard despertó del letargo
conservador a la provincia y tuvo repercusiones en los principales periódicos
del país. El impacto de la noticia no lo produjo el crimen del obrero sino la
destrucción de la preciosa carga que trasportaba, peligrosa para los poderes de
la época. Se trataba de la flamante imprenta de Antonio R. Ciapuscio, que
procuraba reflotar del diario El Pueblo en Villaguay, clausurado un par de años
antes.
Las crónicas de
la época ponen el acento en el ataque a la libertad de expresión teñido de
crimen político, dejando en muy segundo plano la muerte del humilde carrero que
transportaba la maquinaria. Hoy, un monolito a unos doce kilómetros al norte de
la ruta N° 130 que une Villaguay con Villa Elisa, a orillas del arroyo Santa
Rosa, es el silencioso recuerdo de Gaillard. En Villaguay, en tanto, una de las
calles principales lleva el nombre del Jefe de Policía Juan Severino Hermelo, sospechado
de la autoría intelectual del hecho.
La voz de El Pueblo
La historia
comienza a principios de un enero caluroso y seco de 1907. Enterados de la
liberación del periodista Ciapuscio, que había cumplido prisión de Concepción
del Uruguay por una causa por calumnias, y su intención de volver a Villaguay con una
imprenta, Hermelo y el comisario Justino Velázquez, comienzan a poner en marcha
un ardid para evitar que El Pueblo volviera a alzar su voz crítica ante los abusos
del poder.
El viaje
Ni bien acuerdan
el viaje, el 9 de enero el carrero carga la imprenta y parte hacia Villaguay. Eran
tiempos de sequía y mangas de langostas. El periódico local, El Entre Ríos,
informa que “en la planta urbana como en la zona de quintas se ha procedido al
enterramiento del contenido de un increíble número de bolsas de langosta.”
Bajo el sol
veraniego el carro avanzaba con su pesada carga, tirado por los cuatro
caballos, y los candeleros de refuerzo. Cada tanto el conductor azuzaba con el
rebenque a un tordillo remolón para que tire parejo. Para matar el tiempo silbaba
un valsecito muy popular en ese momento.
A mitad de camino
se hizo noche y Gaillard se detuvo para comer y descansar. A la mañana reinició
el viaje ni bien despuntó el sol. Quizás si todo andaba bien llegaría a
Villaguay al anochecer. Los caballos apuraban la marcha. Ahora el camino
transcurría entre campos marchitos poblados de vacas y ovejas. Como a las diez,
se detuvo en el almacén de ramos generales de Miguel Dabuet para cambiar de
caballos.
La conspiración
En Villaguay el Jefe de
Policía Juan Severino Hermelo y sus secuaces hilvanaban hipótesis. Ante la
presunción de que el carrero vendría por el camino General entre Colón y
Villaguay, con paso obligado por La Capilla (hoy Ingeniero Miguel Sajaroff)
donde señoreaba Félix Santa Cruz, comisario del Distrito Bergara, los
conspiradores destacaron a Doroteo Vera, tipógrafo y director del diario El
Departamento - propiedad de Hermelo – en la casa del policía con el presunto
mandato de interceptar y apropiarse de la imprenta. Para su tarea de
inteligencia utilizaron el telégrafo. Intercambiaron mensajes que informaban acerca
del traslado de unos caballos desde Villaguay a Colón y viceversa, una clave para
encubrir el verdadero sentido de los recados. El jueves 10 de enero, desde
temprano, efectivos de la policía de La Capilla se mantenían apostados en el
tramo de camino denominado “callejón de Medarda” muy cerca del paso sobre el
arroyo Santa Rosa.
A media tarde del 11 arribó el carrero y su carga a las inmediaciones de La Capilla. Antes
de ingresar a la localidad fue interceptado por la policía que lo obliga a
retornar a Colón con la excusa de un embargo sobre la imprenta que trasporta. Una
partida policial que se hacen cargo del carro con su carga, en tanto otro
soldado custodia a Gaillard montado en un caballo con las manos atadas.
Al llegar a la cañada Las
Achiras, tributaria del arroyo Santa Rosa, empujaron el carro, junto a los
caballos, hasta precipitarlo al cauce de la cañada, no sin antes proceder a
desmantelar la imprenta y empastelar las
cajas que contienen los tipos.
Hecho esto, prosiguieron su
marcha en compañía de un azorado Gaillard hasta un campo y allí lo bajaron del
caballo y lo apuñalaron en el tórax con su propio cuchillo. Seguidamente, sin
vacilar, procedieron a su degüello.
Lo que siguió fue una
comedia de enredos. Descubierto el hecho se inició un tortuoso proceso
judicial, seguido al detalle por los diarios de la época, y terminó con la
condena de algunos de los autores materiales y encubridores, pero no se llegó a
ninguna sentencia contra el poderoso jefe político de Villaguay Juan Severino
Hermelo, a quién se acusaba de ser el autor intelectual del crimen.
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