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8/8/25

El oficio tradicional del techador

Rubén I. Bourlot

El 22 de agosto se celebra en Argentina y el mundo el día del folclore, término que remite a la música, a la cultura, a la identidad de los pueblos.

En Argentina la efeméride coincide con el natalicio del entrerriano, nativo de Gualeguay, Juan Bautista Ambrosetti, considerado el padre de la ciencia folklórica.

El folklore, que en el imaginario popular se asocia a la música de ritmos autóctonos, es un concepto que comprende un variopinto arco iris de actividades humanas como costumbres, creencias, artesanías, canciones, y otras semejantes de carácter tradicional y popular. Dentro de estas actividades también se encuentran los oficios enraizados con la cultura de cada lugar.

Entre las actividades laborales tradicionales que están incluidas en lo folklórico en nuestra región se encuentra la del techador quién construye techos de paja.

Hoy casi no se ven viviendas construidas con esas técnicas y materiales por lo que el oficio se redujo a la construcción de quinchos para usos en clubes o sitios de esparcimiento. Por cierto que los diseños de las edificaciones modernas difieren de los tradicionales ranchos con techumbre de paja a dos aguas y paredes de barro y paja.

Hernán Figueroa Reyes canta al techador (Del Mismo Palo): Rancho quemao por el sol / Quincho y paja, piedra y barro / Donde un cantar me acunó / Hecho de aloja y lapacho.

Y también Pocho Roch (Don Juan Techador): Cortador de paja techador de veras, / a lomo de rancho jinete angaú. / Vaga por las tardes hacia un sol caú. / Por donde tico andará, /

Don Juan Ibarra. / Que Enero está lastimado / en las pajas bravas. / ¿Será que su piel ñaú volvió a la tierra, / para crecer de nuevo hecho paja / junto a la aguada?

El principal insumo del techo es la paja brava, kap'i-ñarô o kapi'i pochy (paja iracunda) en guaraní y también "cortadera" en la lengua de Castilla por su característica hoja filosa. Es una planta herbácea de gran porte que forma extensas comunidades en zonas bajas seminundables que abundaba en los humedales de nuestra provincia.

 

Al rescate

Tenemos a mano el testimonio de dos techadores que ofrecían sus servicios en la provincia. Uno de ellos es Máximo “Coco” Larrosa de Bovril rescatado por Rodolfo Romero en la revista El Tren Zonal (abril/mayo 2019). Nacido en 1933 comenzó el oficio con solo diez años. Recuerda sus primeras experiencias en la zona y que la “paja colorada” la conseguía en la zona de Yeso, departamento La Paz. “Era difícil cortar la paja –dice-, un trabajo que no hace cualquiera ya que no solo hay que cortarla bien de abajo y seleccionar la que está verde, sino que en el lugar puede haber víboras y camaleones…”

Otro testimonio lo ofrece Mario Morén de colonia Caseros, departamento Uruguay, en una nota publicada en la revista Información Agraria (1978). Morén era oriundo de colonia Rincón de Santa María y a los 15 años empezó con el oficio. Igual que el testimonio anterior se refiere a las dificultades y riesgos del oficio, principalmente en la recolección de la paja -que la obtiene en las costas de río Gualeguaychú- por el ataque de los mosquitos, las yararás y el calor en las jornadas de verano.

Los trabajadores nos hablan en la jerga del oficio de “mazos” que son los atados de paja cortada, las “empleas” que son cada una de las hileras de mazos que van formando el techo, el palo sobre el cual el techador se apoya y llaman “burro” y la “cola de pato” que son las esquinas redondeadas del un techo.

 

El rancho

La típica vivienda con techo de paja es el rancho que desde lejanos tiempos era la habitación de las familias más humildes en el campo y también en las ciudades. 

La forma del rancho es por lo común a dos aguas. Los muros consisten en un quincho o quincha (del quechua qincha: pared, muro, cerco, corral, cerramiento), un sistema constructivo tradicional de nuestro país que consiste fundamentalmente en un entramado de caña y/o paja recubierto con barro. La estructura consta de palos esquineros marcando los cuatro ángulos y en el centro los palos más altos llamados horcones donde se apoya la cumbrera del techo. De ahí surge el término “horcón del medio” que es el poste más importante (“Aquí sigo firme / soy el horcón del medio / perdido en el monte / me azotan los vientos” dice una chacarera de Ángelo Aranda). En general se orientan hacia el Este, la salida del sol.

Para las paredes se construye una estructura de cañas y alambres unidos a los palos esquineros, el esqueleto del futuro rancho, que se irán cubriendo con los “chorizos”: una mezcla amasada -adobe- de barro, paja y estiércol o bosta de caballo. Cada chorizo se va aplicando a horcajadas sobre el alambre, una y otra vez, y así chorizo tras chorizo se va cerrando el rancho, dejando espacios para la puerta y una ventana generalmente pequeña.

Una vez montados los chorizos y oreados se prepara barro para realizar el revoque, y luego el revoque final con barro más liviano, sin paja y a mano, para darle una terminación más prolija y que resistente al agua de lluvia.

También era tradicional que la construcción de los muros del rancho se llevase a cabo de modo colaborativo, no solo de la familia sino de los vecinos, con el método de “minga” lo que nos remite a tradiciones de las comunidades indígenas.

Este tipo de construcciones brindan un ambiente cálido en invierno y fresco en verano al ser confeccionadas con materiales naturales.

Un anexo imprescindible del rancho es el típico horno de barro, con forma de iglú, construido también con tierra, paja y bosta, para hornear el pan y otros alimentos.

En la actualidad se ha revalorizado este sistema constructivo, denominado bioconstrucción, que aprovecha sus características amigables con el entorno, costos relativamente más económicos y un ahorro en el gasto de energía para calefacción y refrigeración.

Si este sistema se difunde seguramente volverán a necesitar del oficio de los hábiles techadores.


Imágenes

Rancho tradicional

Techador Mario Morén de Colonia Caseros (Dpto. Uruguay, E. Ríos). 1978

Rancho grande en la estancia Santa Cándida -1938



22/8/23

Florencio López, del chamamé a la chamarrita

 Por Rubén I. Bourlot

Yaguareté se decía a sí mismo: mitad hombre y mitad tigre. Don Florencio, como lo conocían en su ciudad adoptiva, Concepción del Uruguay. Este correntino que vivía a la vuelta de la esquina era uno de los hombres que estuvieron en los entreveros fundacionales de Cosquín, ese grande y polémico festival del folklore latinoamericano.

Florencio López, el “Negro López”,  fue residente de La Fraternidad, institución señera de la educación entrerriana, en donde cultivó sus primeras amistades y tomó contacto con el espíritu de la entrerrianía.

Tal vez hoy no suficientemente recordado, por algunas ingratitudes de quienes lo frecuentaron, por su propio carácter que alimentó muchos detractores, y por la acción de los medios de difusión que suelen enaltecer lo que esté “de moda”. Se vinculó a las más diversas personalidades de la cultura nacional como el sanducero Aníbal Sampayo, con quien compuso en 1965 el Minué de los Montoneros y a quién ofreció cobijo cuando el poeta de Río de los pájaros fue víctima de las persecuciones políticas en su país y con quien compartió los primeros pasos de Cosquín. También recalaron por su hogar uruguayense Atahualpa Yupanqui, los Fronterizos, Los Chalchaleros, Jaime Dávalos, Carlos Di Fulvio, Luis Landirscina, Horacio Guaraní, Mataco Soria, Enrique Banch, Conrado Nalé Roxlo, Delio Panizza, entre muchos otros. 



Un artículo escrito en 1979 se propone rescatar su figura “autodidacta que ha invertido la mayor parte de su vida en un trabajo fecundo y ordenado en la búsqueda permanente de la dimensión del hombre proyectado en el paisaje y a través de la historia (…). Solicitado especialmente como jurado en los variados espectáculos y exposiciones, sobre folklore de jerarquía que se llevan a cabo en el centro y litoral argentino (…)”

Hasta Cosquín llegaron de su mano y conocieron la popularidad Los Hermanos Cuestas, en 1972. Y la chamarrita y otros ritmos entrerrianos sonaron en todo el país. También compartió junto a Lázaro Flury, Domingo Bravo y Guillermo Iriarte la iniciativa de adjuntar al festival de folklore el Ateneo Folclórico donde se ofrecían charlas y conferencias.

En su homenaje la sala de prensa del festival coscoíno lleva su nombre, alguna vez borrado y restituido en 2012.

En enero de 1980, durante el Festival de Cosquín, recibió una distinción por sus veinte años de labor a favor de la música folclórica y en esa oportunidad dijo que “Cosquín es una gran colmena humana donde se elabora la miel de la hospitalidad, del amor, del respeto y, fundamentalmente, del trabajo”. Y agregó: “pienso que esa colmena humana que Cosquín difiere de la real colmena, porque ahí no hay zánganos, todos trabajan.”

Entre sus innumerables iniciativas se cuenta la publicación de Toponimia de Entre Ríos, vigencia aborigen, una recopilación de nombres de lugares en lengua guaraní,  y la escuela de danzas Ñaderogamí  donde enseña junto a su esposa María Esther Corbela, los bailes tradicionales, en particular la chamarrita que se ocupa de rescatar junto a su amigo Aníbal Sampayo. También con su esposa confeccionan las vestimentas para las coreografías, reproducidas a partir de la iconografía elaborada por Bonifacio del Carril (Monumenta Iconographica: Paisajes, ciudades, tipos, usos y costumbres de la Argentina 1536-1860).

Otra iniciativa fue el homenaje a Francisco Ramírez  que en tierras cordobesa, en el sitio probable de su muerte donde hizo levantar “un monolito sin apoyo oficial (…)”, según un testimonio de la época.


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