Publicado en Orillas, el 12 de octubre de 2014
La realidad de nuestro continente latinoamericano es el
mestizaje. Un continente nación atravesado por la diversidad de culturas indígenas
y por la influencia hispánica que, en tres siglos de ocupación, le dejó dos
preciados tesoros: Dios y la palabra. La palabra que une con una sola voz el
continente; que es entendimiento, comprensión y prenda de unidad. Y el Dios que
funde a la diversidad en un abrazo místico. Porque nuestra América es fruto del
sincretismo que fue gestando una religión nueva, un religar de las diversas
culturas americanas. Eso explica, además, por qué la elección de un papa americano
provocó el júbilo general del continente, más allá de las confesiones.
Esta palabra americana que alguna vez trajeron los
peninsulares, el viejo castellano, no es la misma de hace cinco siglo. Es una
palabra mestiza, acriollada, hecha nuestra. Y El Dios, que es único y
universal, aquí en esta América también se hizo mestizo; es dios de maíz, de
vientos antárticos, de tierras sin mal, de pachamamas. Todo se hace original en
nuestra América.
América hispana es cultura de choques y contradicciones,
pero también de fusiones y autocríticas. De prédicas religiosas surrealistas
para adoctrinar al indio, de inquisiciones incendiarias y de misiones
ejemplares para crear pueblos indios dueños de su destino frente a una realidad
inevitable.
La persistencia indígena está en el mestizaje; está en la
palabra quechua, aymara, guaraní que resisten como lenguas habladas y como
argamasa de un castellano enriquecido.
Está en los rostros cobrizos del altiplano, y en los albañiles que todas
las mañanas desafían las alturas de los edificios de las grandes urbes.
Cuestión de identidad
Arturo Uslar Pietri, el gran escritor venezolano, ponía el
acento en que “… muchos hombres representativos de la América de lengua
castellana y portuguesa creyeron ingenuamente, o lo pretendieron, ser lo que
obviamente no eran ni podían ser. Hubo la hora de creerse hidalgos de la
Castilla, como hubo más tarde la de imaginarse europeos en el exilio en lucha
desigual contra la barbarie nativa. Hubo quienes trataron con todas las fuerzas
de su alma de parecer franceses, ingleses, alemanes y americanos del Norte.
Hubo más tarde quienes se creyeron indígenas y se dieron a reivindicar la
plenitud de una civilización aborigen irrevocablemente interrumpida por la
conquista …”. Y agrega: “por un absurdo y antihistórico concepto de pereza, los
hispanoamericanos han tendido a mirar como una marca de inferioridad la
condición de su mestizaje.”
Placa existente en la Plaza de las Tres Culturas de México |
Los entrerrianos nos
reconocemos con el gurí, el tagüé, el mboyeré, y el che, que nos traen
reminiscencias guaraníticas, y con el mate (mati) quechua en la mano. Porque si
observamos a nuestro alrededor, el guaraní está en el aguaribay, el ñandubay,
el apereá, el chajá, el pecarí, el mboretá, y tantos nombres dados a la
naturaleza. En los caracoles del río Uruguay y en el Paraná como un mar. Ese
lenguaje guaraní que en su momento fue común a los charrúas, a los chanaes y otros grupos que habitaban estas tierras
onduladas, y aún habitan en nosotros. Y luego vino el mancebo de la tierra, el
mestizo del Paraguay que fue ocupando estas tierras y poblándola con palabras
de un castellano castizo con tonadas guaraníticas. Y la soldadura de términos
hispánicos con indígenas fue inevitable. La vemos en la Concepción del Uruguay,
el San Antonio de Concordia, el Rosario del Tala, la Carmen de Nogoyá, el San
José de Gualeguaychú.
Y Entre Ríos fue fusión entre lo español y lo indígena en
las luchas por la emancipación y la autonomía de sus pueblos. Resuenan desde el
pasado apellidos hispánicos en los Urquiza, Ramírez, López Jordán, Artigas. Pero
con ellos están los soldados olvidados de mil batallas de inconfundibles rasgos
guaraníticos, los charrúas de las tropas
de Artigas, y Anacleto Medina, y Miguel Guarumba con sus tapes de Federación, y
Gaspar Tacuabé, y Pablo de la Cruz, todos misioneros afincados en la provincia.
Nuevas fusiones
Después vino el aluvión, de las montañas alpinas, de las
riberas del Volga, de las praderas del oriente europeo, con sus palabras
extrañas, y sus dioses, y sus cánticos, y sus ropajes. Y aquí multiplicaron las
estancias en cientos de chacras, de concesiones que modificaron el paisaje
entrerriano y lo tiñeron de dorados trigales, de celestes linares. Y el caballo
del soldado, del tropero, tiró de la reja para hacer brotar el americano maíz,
el mijo, el girasol, en melgas geométricas. Y las chacras se poblaron de
cabezas rubias, de vacas, gallinas, viñedos, olivares…
Y el judío se hizo hombre de a caballo en Basavilbaso, los
rusos de Diamante cocinaron la carne al rescoldo junto con el pirok y el
kreppel. Los piamonteses supieron exclamar mboreyé con tanta naturalidad como
decían mercí o comprampá. Y así se fueron amestizando, de a poco, con
desconfianza, por necesidad y por imposiciones de un estado que quería
“nacionalizar” a ese mosaico de culturas trasplantadas. Así el rabino tuvo que
admitir la escuela pública en castellano con las efemérides de San Martín,
Belgrano y mayos con escarapelas y negritas vendedoras de velas. Y el cura de
la aldea alemana tuvo que aprender la lengua de Castilla para pronunciar los
sermones en el idioma del país.
“Lo que vino a realizarse en América – dice Uslar Pietri –
no fue ni la permanencia del mundo indígena, ni la prolongación de Europa. Lo
que ocurrió fue otra cosa y por eso fue Nuevo Mundo desde el comienzo. El
mestizaje comenzó de inmediato por la lengua, por la cocina, por las
costumbres.”
Pero, como dice Mariano Picón-Salas, otro indispensable
escritor venezolano, “es la lengua española el instrumento de identificación
mayor y más válido entre los pueblos que viven desde la estepas del río Bravo
hasta la helada pampa patagónica. Idioma e historia tienden, contra los
obstáculos de la naturaleza, un sentimiento de fraternidad que, precediendo a
los bloques económicos y políticos que acaso surjan en el futuro, sostienen la
esperanza y más promisoria garantía del mundo hispanoamericano.”
Fuentes citadas:
Uslar Pietri, Arturo,
En busca del Nuevo Mundo, Fondo de Cultura Económica, México, 1969.
Picón-Salas, Mariano, De la conquista a la independencia,
Fondo de Cultura Económica, México, 1985.