Por Rubén Bourlot
Durante gran parte del siglo XX, en el campo, eran muy populares los bailes realizados en “pistas” o “terrazas” casi al aire libre, rodeadas con un cerco de lonas de arpillera (de yute) para separar el adentro del afuera. En verano se bailaba bajo las estrellas, y en el invierno se colocaba un cobertizo, también de arpillera. Después vino la “platillera”, similar a la anterior pero confeccionada con material sintético. La pista donde se bailaba era de mosaicos o de tierra apisonada que cada tanto debía regarse para apagar la polvareda. Con el tiempo se construyeron cerramientos perimetrales de ladrillos y techos de chapas metálicas.
Alrededor de la pista se colocaban sillas y mesas para las muchachas y sus familiares: padres madres y la gurisada. Eran verdaderos bailes familiares. Los jóvenes, en cambio, permanecían generalmente de pie.
El varón invitaba a bailar haciendo una seña o “cabeceo” desde lejos; era raro que se acercara a la mesa para evitar quedar “pagando” ante un rechazo.
Los bailes eran animados con orquestas en vivo que actuaban sobre un escenario de madera. No se acostumbraba a bailar con grabaciones. La música grabada indicaba la pausa entre actuaciones y la gente aprovechaba para acercarse a la cantina a degustar de un choripán o un sándwich de mortadela acompañado por un vaso de vino u otra bebida espirituosa.
La iluminación era con faroles “sol de noche”, esos que funcionaban a kerosene gasificado mediante una bombita que se accionaban cuando la luz empezaba a languidecer. No vaya a ser que con la penumbra las parejas se pusieran demasiado mimosas. Después vino la iluminación eléctrica provista por un grupo electrógeno que mezclaba el sonido del motor con la música.
La Orquesta de Héctor Apeseche, animadores de grandes bailes |
Existían numerosas orquestas y grupos musicales de la zona formados para satisfacer la demanda, que ejecutaban versiones (hoy dirían covers) de temas populares y rara vez algún tema propio. También solían presentarse artistas que venían de gira y que garantizaban el éxito de la reunión.
Los bailes se hacían los sábados y vísperas de feriados, raras veces los domingos o viernes. Hubo una época que se puso de moda la organización de los denominados picnic, que no eran otra cosa que un baile que empezaba el domingo al atardecer y culminaba hacia la medianoche.
En las zonas donde existían varias pistas cercanas los propietarios acordaban las fechas para no superponerse: un sábado cada uno. El horario de inicio del baile era alrededor de las diez de la noche y terminaba no más allá de las tres de la mañana. En alguna época era la autoridad policial la que determinaba el horario.
Los bailes de carnaval eran un verdadero acontecimiento. En esos días se sucedían las reuniones danzantes hasta el “miércoles de ceniza”. Después venía la Cuaresma y no se permitía ningún baile. En carnaval los jóvenes asistían con disfraz y para ello había que solicitar un permiso especial en la comisaría.
La mayoría de las escuelas rurales contaban con un espacio para realizar bailes a beneficio, organizados por la cooperadora, para los fines de año.
Las pistas también servían para otro tipo de actividades comunitarias como casamientos, cumpleaños, proyecciones de cine, actuaciones de grupos de teatro o de los populares radioteatros.
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