18/2/09

El Quijote de la lluvia


Por Rubén Bourlot

En las décadas de 1930 y 40 la sociedad se conmovía de tanto en tanto con las noticias de un quijotesco personaje que, manipulando unos extraños artefacto provocaba lluvias donde la madre naturaleza se negaba a brindar ese vital elemento. Se trataba de Juan Baigorri Velar, un entrerriano oriundo de Concepción del Uruguay que se había graduado en geofísica en la Universidad de Milán y prestaba servicios en YPF.
Baigorri tenía una vasta experiencia en la exploración petrolera. Un día, en el año 1938, maniobrando uno equipo para explorar el subsuelo - que funcionaba cargado con reactivos químicos y conectado a una batería -, descubrió que se producían lluvias como respuesta. A poco tiempo, enterados de este descubrimiento, las autoridades de la provincia de Santiago del Estero, afectada por una prolongada sequía, le ofrecieron un contrato para repetir la experiencia. Allá fue Baigorri con sus aparatos y logró que lloviera, precisamente en en la estancia "Los Milagros", de Juan Balbi. La experiencia se repite en varias localidades de la provincia con resultados exitosos y luego en las provincias de Buenos Aires y San Juan La noticia rápidamente saltó a la tapa de los principales diarios del país y desató el debate sobre a veracidad del descubrimiento. El director de Meteorología Nacional se burlaba de Baigorri y lo mismo hacía el diario Crítica.

El artefacto que hacía llover

El artefacto en cuestión fue diseñado por Baigorri durante su estadía en Italia para medir el potencial eléctrico y las condiciones electromagnéticas de la tierra. Se trataba de una caja cúbica del tamaño de un aparato de TV actual (de los medianos) y con dos antenas que sobresalían misteriosamente. Según su inventor ese aparato provocaba la lluvia por un mecanismo de electromagnetismo que concentraba nubes en el área de influencia del aparato. No obstante, nadie jamás conoció el funcionamiento interno de la máquina, pero se sabe que tenía un circuito “A” para lloviznas leves, y un circuito “B”, para grandes lluvias
Desde Estados Unidos vinieron ofrecerle un jugoso contrato para llevar su experiencia a ese país, pero Baigorri se negó porque quería que su descubrimiento sirviera al país.
Pasada la euforia inicial, la prensa no habló más del fenómeno. En 1951 fue asesor ad honórem del Ministerio de Asuntos Técnicos. Al año siguiente desempolvó su viejo invento y viajó a La Pampa. Llegó, encendió la batería y empezó a llover, aunque ya la gente dudaba de sus méritos: "Iba a llover de todos modos", decían. El escepticismo generalizado hizo que se recluyera en un prolongado silencio, hasta 1972 cuando falleció.
Nadie heredó el artefacto ni el secreto de su funcionamiento.
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