28/8/12

En el cielo las estrellas...


Por Estanislao Córdoba
Hay una cuarteta que podernos decir sin exagerar, son muy pocos los que alguna vez no la repitieron. Es aquella que dice: «En el cielo las estrellas, en el campo las espinas, y en el medio de mi pecho, la República Argentina». Hasta 1966 nada se sabía sobre quién era su autor. Pero en este año, el 1°de Febrero, el diario «La Razón» de Buenos Aires comenta el origen de tan difundida cuarteta de sentido patriótico en toda la sencilla composición de la misma. Su autor habla sido don José Piñeiro, español residente en Buenos Aires y emparentado con una antigua y conocida familia lapaceña, y precisamente aquí en La Paz había sido compuesta la tan mentada cuarteta “…que se remonta a 1901, y por lo tanto es anterior a “La Morocha”, el sencillo tango de Enrique Saborido y Villoldo. Autor de esta difundida cuarteta lo fue don José Piñeiro, quien la compuso en oportunidad de encontrarse en La Paz (Entre Ríos). José Píñeiro había llegado de España en 1896 y trabajaba como mandadero en un almacén en la Capital Federal. Con el afán de progresar, invertí en libros parte de sus ahorros y redactaba pequeñas composiciones en prosa y en verso. Atraído por el sentimiento familiar, en 1901 viajó a La Paz para visitar a su prima Generosa Piñeiro de Dopazo. Carmencita Dopazo, hija de doña Generosa, tenía entonces cuatro años y mucha gracia y se veía en el compromiso de tener que tomar parte en una fiesta escolar, y alguien pidió a su tío que el hiciera un versito.
José Piñeiro
Escuchar "Los argentinitos" de Miguel Mateos
Don José sentía la influencia y atracción de Gustavo AdolfoBecquer, pero escribir especialmente para una criatura le hizo meditar. Entonces se le ocurrió la asociación de la belleza del cielo y la profundidad del amor a la Argentina, y compuso cuatro graciosos versos para que Carmencita en su balbuceo infantil, los dijera en la fiesta de fin de curso.
La nena los aprendió y fue el éxito. El episodio quedó en el olvido para don José Piñeiro, que sin siquiera previo lo que acontecería. Es posible que la maestra anotara la cuarteta y siguiera enseñándola a sus pequeños, pues se difundió y hasta llegó a vulgarizarse en La Paz…”
La niña Carmencita, fue después la señora Carmen Dopazo de Giménez que vivió los últimos años de suestada en La Paz, en la esquina Este que forman calle San Martín y Sáenz Peña, frente al Palacio de Tribunales.
“…Cincuenta años después de aquella visita a La Paz, mientras don José esperaba un tren en Capilla del Señor, oyó a un niño repetir la poesía, lo que le produjo gran emoción.
El tiempo siguió. Los decenios de este siglo fueron sumándose, y los cuatro versos se repitieron por todas partes.
Y así, aquel humilde “mayora de tranvía llegado de Pontevedra años antes, pleno de ilusiones y esperanzas, compuso en 1901 en nuestra ciudad aquellos versos sencillos y emocionantes: «En el cielo las estrellas, en el campo las espinas, y en el medio de mi pecho, la República Argentina».

Este relato fue publicado en la revista Cuando el pago se hace canto, La Paz, enero de 1996, con el título original “La más difundida y popular de las estrofas patrióticas fue compuesta en La Paz”

22/8/12

Más sobre la guerra contra el Paraguay

Por Ángel Harman
La guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay siempre dará lugar a controversias y especulaciones.
De todos modos, es necesario hacer algunas aclaraciones:
1) Este conflicto se inscribe en el largo proceso de conformación territorial de los Estados sudamericanos y de formación de las nacionalidades.
2) Tanto la diplomacia del Estado oriental como la paraguaya cometieron errores inconcebibles q
ue tuvieron influencia decisiva en el origen de la guerra.
3) El Paraguay no era una potencia industrial: el establecimiento de Ibicuy era una fundición de hierro, no muy diferente de las que se conocían en Europa desde fines de la Edad Media.
4) Nadie duda de que el Paraguay era un país independiente, en el cual el Estado ejercía el monopolio de los principales rubros del comercio exterior (yerba mate, tabaco y maderas). Pero su producción esencialmente agrícola y forestal alcanzaba para el autoabastecimiento, y en menor medida, para la exportación a los países vecinos.
5) No se puede decir que la guerra fue alentada por Gran Bretaña. En todo caso, una vez iniciada la contienda, tanto Argentina como el Imperio del Brasil buscaron financiación a través de las casas bancarias británicas, que eran las que mayor presencia y capacidad en la región.
6) La guerra fue aprovechada por grupos empresariales vinculados al gobierno argentino, que hicieron buenos negocios como proveedores del ejército. Esta costumbre no era una novedad, pues venía desde los tiempos de las guerras de la independencia. 
7) De parte del gobierno argentino hubo errores e improvisación: nadie había pensado en que el conflicto durara más de un año. 
8) Además, las deserciones en los ejércitos, más que relacionarse con el sentimiento de unidad americana o de reacción antimperialista, era común en nuestro país: mientras la lucha fuera en territorio propio había posibilidades de conservar el control de las tropas; pero siempre hubo deserciones masivas cuando los conflictos se producían en regiones alejadas del lugar de procedencia de los milicianos.
9) No se puede negar las responsabilidades que los principales actores tuvieron en el estallido de la guerra y en su perduración: en principio, la del Imperio con su afán expansionista; la del gobierno encabezado por Mitre, por haber alentado el derrocamiento del gobierno “blanco” uruguayo; los desaciertos políticos y diplomáticos cometidos por el gobierno oriental; y los errores políticos y estratégicos cometidos por de Francisco Solano López, cuya megalomanía suicida condujo al sacrificio de la mayor parte de su pueblo. 
10) Esta guerra significó para los entrerrianos otro elemento negativo en el declinante prestigio del general Urquiza, que se sumó a las dudas sobre la derrota de Pavón y a las subsiguientes rebeliones protagonizadas por los federales del interior. Pese a la resistencia y desbande de las milicias entrerrianas, un buen número que participó en la guerra murió, en tanto, algunos pocos de los que pudieron regresar, recibieron compensaciones, mientras la mayoría padeció las secuelas producidas por las heridas o por el abandono de sus propiedades. 
La tragedia de la guerra contra el Paraguay ha representado una pesada carga sobre la conciencia de los argentinos. Pero si se quiere comprender en amplitud las causas de la misma, es necesario hacer un análisis profundo de cada una de ellas. No hubo entre los principales protagonistas voluntad de solucionar los conflictos por otra vía; en cambio, millares de hombres de los cuatro Estados fueron conducidos a sufrimientos indecibles. El Paraguay padeció las peores consecuencias de la guerra; pero los otros países quedaron endeudados y maltrechas sus economías.

14/8/12

Los entrerrianos en la Guerra contra el Paraguay


Por Rubén Bourlot
La guerra contra el Paraguay, librada entre 1865 y 1870 por la Triple Alianza – Argentina, Uruguay y el Imperio del Brasil – tuvo en Entre Ríos una amplia repercusión y graves consecuencias. Fue un conflicto ajeno a los intereses de la provincia y del país todo. La guerra estuvo motorizada por el Imperio del Brasil y tuvo como telón de fondo los intereses del libre cambio comercial de Inglaterra.
El Paraguay industrial e independiente era un precedente insoportable para la política británica.
Bartolomé Mitre fue el firmante de la alianza bélica y exigió a las provincias la contribución de todos los hombres disponibles. A Justo José de Urquiza le tocó la movilización de las tropas entrerrianas. Pero los entrerrianos no eran fáciles de arrear por su rebeldía natural y por la impopularidad de una guerra de la mano del Brasil. Hacía medio siglo que la provincia había sido teatro de operaciones de la compaña contra el imperio portugués y aún estaban candentes las bombas que Tamandaré había lanzado contra Paysandú en 1864-65. Allí estuvieron, junto a Leandro Gómez, en la defensa heroica de la ciudad oriental entrerrianos como Lucas Piriz, Waldino de Urquiza (hijo del General), Ricardo López Jordán, entre otros. Era la Paysandú que le cantó Gabino Ezeiza: “Heroica Paysandú, ¡yo te saludo!”, y Olegario V. Andrade: “¡Sombra de Paysandú, sombra gigante…!. Y ahora tenían que marchar bajo la bandera imperial contra los hermanos paraguayos.
El gobierno nacional le impuso a Entre Ríos una contribución de 5.000 hombres de caballería que serían reunidos en el campamento de Calá. Urquiza cumplió sobradamente con ese cometido y partió hacia el norte provincial con 6.000 efectivos que acamparon sobre el arroyo Basualdo, en el límite con Corrientes. En Concordia se encontraba Bartolomé Mitre al comando del cuartel general. Pero el 3 de julio de 1865, aprovechando la ausencia de Urquiza, la caballería provocó un desbande general. Los cuerpos de “victorianos” y “nogoyaceros” escaparon y, al decir de Mitre, “no existe ya el cuerpo del ejército entrerriano” (carta de Mitre a Juan Gelly y Obes). Urquiza le prometió volver a reunir las tropas “después de haber tomado sus medidas contra aquellas que él cree han tenido participación en tan desagradable incidente”. Mitre sostiene que la rebelión fue producto de las “miserables intrigas de alguno de sus jefes, entre los que parece haber sido cabecilla López Jordán”. No obstante Aníbal S. Vázquez (Caudillos entrerrianos: López Jordán), dice que López Jordán se mantuvo en su puesto ante la rebelión. Otros historiadores acusan al santafesino Telmo López (hijo del brigadier Estanislao López), al servicio del Paraguay, de ser el instigador.
No hay dudas que López Jordán no simpatizaba con esta guerra y en una carta que se le atribuye le manifestaba a Urquiza: “Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca General, ese pueblo es nuestro. Llámenos para pelear a los porteños y brasileros. Estamos prontos. Esos son nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú. Estoy seguro del verdadero sentimiento del pueblo de Entre Ríos”. (Ramón J. Cárcano: Guerra del Paraguay).
Según Estanislao Zeballos, el propio Urquiza convocaba a las tropas diciéndole que iban a la guerra contra el Imperio del Brasil.
Tras el desastre de Basualdo, Urquiza prometió reunir un nuevo contingente “más numeroso, más entusiasta y más decidido que el que licencié en Basualdo…”, le asegura a Mitre.
Con mucho esfuerzo logró tener la tropa lista, que para noviembre se encontraba en el arroyo Toledo y ahí nomás se volvieron a desbandar.
Posteriormente, bajo su propia vigilancia, embarcó en el puerto de Concepción del Uruguay dos batallones de infantería y uno de artillería, a los que seguirían otros contingentes en el transcurso de la guerra.
No hay dudas que desde el comienzo fue esta una guerra impopular, resistida por todas las provincias, que provocó la destrucción del Paraguay y horadó el prestigio de muchos de los dirigentes que en ese momento tuvieron que optar entre resistir los embates del gobierno nacional como lo hicieron Juan Saá o Felipe Varela, u obedecer a regañadientes.
“La libertad que los presidentes Mitre y Sarmiento han servido por la guerra contra el Paraguay, cuesta a la República Argentina diez veces más sangre y diez veces más dinero que le costó toda la guerra de su independencia contra España; y que si esta guerra produjo la independencia del país respecto de la corona de España; la otra está produciendo la enfeudación de la República a la corona del Brasil”, escribía Juan Bautista Alberdi (El crimen de la guerra).

3/8/12

Escuelas para cultivar la tierra


Por Rubén Bourlot
Entre Ríos es pródiga iniciativas educativas desde los orígenes de su conformación como territorio autónomo. Ya en 1815, ante el cierre de la escuela parroquial, José Artigas encomienda al comandante Eusebio Hereñú la fundación de una escuela sostenida por el estado en Paraná. Un año después, en 1816 comienza a funcionar la primera escuela lancasteriana de Latinoamérica en Concepción del Uruguay, fundada por el chileno Fray Solano García.
Años más tarde se destaca la labor a favor de la educación sostenida por Francisco Ramírez, que en los reglamentos que organizan la República de Entre Ríos dispone la obligatoriedad de asistir a la escuela a todos los niños e instruye a los comandantes militares para que instalen escuelas en sus respectivas jurisdicciones.
Justo José de Urquiza es reconocido como uno de los pioneros en el impulso de la educación a nivel nacional. A él se le deben múltiples proyectos como la ley de 1826 que ordenaba la construcción de escuelas en villa y pueblos, o la fundación de escuelas normales en Paraná y Concepción del Uruguay, en 1848, dos décadas antes de su efectiva concreción. Pero lo más destacable son las realizaciones como los planes de educación durante sus gobernaciones, la fundación del Colegio del Uruguay en 1849 y el impulso para la definitiva instalación del normalismo en la provincia.
También merece reconocerse la labor de pioneros en sus respectivos momentos a entrerrianos como Martiniano y Onésimo Leguizamón, y Osvaldo Magnasco en sus gestiones a nivel nacional, a Manuel Antequeda como Director General de Escuelas a principios del siglo XX y Héctor Guionet en los albores de la década del ’60, por nombrar algunos.

Formar agricultores
En materia de educación agropecuaria la provincia tiene sobrados títulos para considerársela precursora.  En los reglamentos de la República de Entre Ríos, se estimula a los vecinos para que favorezcan el procreo de los animales vacunos y caballares, y los instruye para que siembren granos y planten árboles frutales.
En 1824, en la memoria del gobernador José León Sola se menciona el envío de jóvenes para estudiar en la Escuela de Agricultura de Buenos Aires, la que fuera fundada por Rivadavia, de efímera existencia.
Durante la gestión de Urquiza, en 1851 se dispuso la formación de chacras en las escuelas de campaña para que los niños aprendieran el cultivo de la tierra. Estas chacras debían tener una extensión mínima de tres varas de frente por tres de fondo.
A fines del siglo XIX comienzan a concretarse las primeras iniciativas para instalar establecimientos de enseñanza agropecuaria, de lo cual ofrecemos algunos ejemplos.

Carbó y la Escuela de Agricultura de Villa Urquiza
Uno de los impulsores de la educación agropecuaria fue Alejandro Carbó, egresado y director de la Escuela Normal de Paraná, que alternó la función docente con el desempeño como legislador. En  1896 fue nombrado presidente del Consejo de Educación de Entre Ríos. Desde esa función se propuso cumplir la ley de educación común promulgada en la provincia en 1886, la cual determinaba que se debían preferir los elementos teórico–prácticos que mejor convinieran "a las condiciones locales de cada distrito o sección escolar, teniendo en cuenta los trabajos habituales del vecindario y el mejor servicio de las industrias existentes o que puedan establecerse según las fuentes naturales de riqueza". Por esa razón estableció un plan de actividades para el Consejo de Educación que determinaba que en las escuelas de campaña (es decir, campo) se haría obligatoria la práctica de la granja escolar para los varones y de jardín para las niñas, a la vez que establecía excursiones a los establecimientos y colonias cercanos a las escuelas. Con el objetivo de cumplir esas disposiciones ordenó la creación de una granja escolar en los alrededores de la capital y una escuela de agricultura en Villa Urquiza. Esta última creada en 1898 en la que fuera la primer colonia agrícola del país fundada en 1853 por Urquiza. El primer director fue un francés, Gastón Decleve. En 1920, un tornado destruyó sus instalaciones. En 1985 fue recreada bajo su actual denominación de Escuela Agrotécnica de Villa Urquiza.

La Escuela de Las Delicias
Durante la gobernación de Leónidas Echagüe, se adquiere 300 hectáreas en la Estación Las Delicias, cerca de Paraná, que se donan al gobierno nacional para la instalación  de una escuela de agricultura que se formaliza mediante el decreto del 3 de mayo de 1900 que crea la escuela de Agricultura "Las Delicias". En 1904 comienza la etapa de organización, funcionando en primera instancia como Escuela Agrícola Primaria.
 Posteriormente se construyen nuevos edificios y el 5 de Junio de 1911, pasa a ser la Escuela Práctica de Agricultura de Las Delicias.
Los cursos duraban 3 años y para su ingreso debían rendir un examen equivalente al tercer grado de las escuelas comunes, pudiendo también asistir en calidad de oyente, siendo el primer egresado don Ángel Barozzi en Junio de 1914 como Práctico Competente en Agricultura y Ganadería.
En 1945 la Escuela de Agricultura Las Delicias pasa a funcionar como Establecimiento de Enseñanza Agrícola Superior, de carácter Politécnico, con la finalidad de capacitar a los agrónomos egresados de las escuelas agrícolas, técnica y prácticamente para intervenir en el manejo de las explotaciones rurales.
En 1946 comienza el nuevo plan de estudios que permitía al alumno obtener el título de cabañero, dado que era una escuela de Tambo y Cabaña. Posteriormente se otorga  título de Técnico en Granja. A partir de 1966 se extienden los títulos de Experto Agropecuario al terminar el ciclo básico, y el de Agrónomo General Nacional de tres años más de duración.

Escuela Agrotécnica de Villaguay
La escuela Justo José de Urquiza, fundada en Villaguay en 1905, se concentra en la enseñanza del cultivo, siembra, recolección de cereales, la cría y cuidados del ganado,  y la transformación industrial de los productos. Los fundamentos de su creación hacen hincapié en la supuesta "ignorancia de la población rural, refractaria a las innovaciones". De ahí que se propicia convencer al alumno de la importancia de las industrias accesorias que "deben resolver el problema de la subsistencia del colono y su familia, y de que de las industrias madres debe arrancarse esto: el ahorro". Los estudios duraban tres años y al mismo tiempo los alumnos cursaban de tercero a quinto grados de la escuela primaria común. Se aclaraba que no se proponía formar profesionales, ni siquiera capataces, sino "desarrollar aptitudes que, bien aplicadas, provocarán la evolución del trabajo empírico hacia el trabajo consciente y fecundo".

Escuela de Avicultura de Colón
En 1903 el diputado Emilio Gouchón proyectó una Escuela de Agricultura en Colón. En 1913, el diputado nacional Méndez Casariego presenta un nuevo proyecto para el mismo fin. En 1927 el Centro de Fomento Departamental de Colón se dirige al Ministro de Agricultura de la Nación ofreciendo 100 hectáreas de terreno a dos kilómetros de la ciudad para una Escuela de Avicultura que empieza a funcionar como un establecimiento agrícola siendo su primer encargado el agrónomo Humberto Fonseca. En 1937 empieza a funcionar como Escuela de Agricultura en Formación, sin alumnos oficiales y con peones aprendices. En 1942 asume la dirección el agrónomo y administrador rural Guillermo San Román, quien le imprime una orientación más técnica a la escuela. Viendo que la avicultura está muy desarrollada en la zona y que se realizaba con técnicas precarias se comienzan a dictar clases teóricas en la Universidad Popular y prácticas en el Establecimiento. Los primeros egresados en 1946 obtuvieron el título de Práctico en Avicultura. En marzo de 1944 la “Escuela en formación” pasa a ser Escuela de Avicultura, funcionando oficialmente.
El 2 de julio de 1944, se coloca la piedra fundamental del futuro edificio de la Escuela de Avicultura con su respectivo internado que se inaugura el 26 de mayo de 1952.
En la década del ’60 se modifican los planes de estudio con la incorporación de dos ciclos, un básico del cual los alumnos egresan con el título de Experto en Granja y otros superior del cual egresan con el título de Agrónomo Nacional. Hasta fines de la década del ’80 perteneció a la jurisdicción nacional.

La formación de maestros rurales
Con el objeto de implementar el plan de implementar las granjas anexas a las escuelas rurales, establecidas por la ley de educación común de 1896, en 1904 por iniciativa de Manuel Antequeda se resolvió crear una escuela para la formación de maestros que a su vez tuvieran conocimientos en técnicas de cultivos y crianza de animales para trasmitirlas a sus alumnos. Así nace la Escuela Normal de Maestros Rurales Juan Bautista Alberdi, ubicada en las cercanías de la estación Tezanos Pinto. Es la primera escuela en su tipo de Latinoamérica. En esta escuela estudiaban exclusivamente varones.
Medio siglo después, en 1862, durante la gobernación de Raúl Uranga y la presidencia del Consejo General de Educación de Héctor Guionet, se fundó la Escuela Normal de Maestras Rurales Almafuerte, en las cercanías de La Picada. De esta manera se agregaba la perspectiva femenina al magisterio rural.
Hoy ambos establecimientos son mixtos.

1/8/12

Un singular establecimiento con pretensiones socialistas


Por Rubén Bourlot
En las cercanías de la localidad de Hughes, departamento Colón, Entre Ríos, un siglo atrás funcionó un establecimiento agropecuario de singulares características. Aún hoy se encuentran ruinas de lo que fue el sueño socialista de Juan José Durandó (Jean Joseph Durandó).
En 1978, quien escribe visitó los vestigios del establecimiento, enredados entre la maleza, y recogió testimonios de vecinos y descendientes de Durandó que residían en Colón. Entre otros a Eduardo Durandó, de 82 años, hijo de Juan José y quien vivía junto a dos hijas. En Hughes el guía fue Raúl Morel, uno de los propietarios de una tradional panadería del lugar.

El socialismo utópico entre nosotros
Según relata el historiador Héctor Norberto Guionet, “la creación del "falansterio" (de colonia Hughes), fue una experiencia insólita del siglo XIX, una comunidad singular que vivía del trueque. Jean Joseph Durando, fue sin duda su principal protagonista”.
El término “falansterio, viene de falange. Significa edificación para actividades de gente que vive en comunidad. La recreación del falansterio surge de las ideas de François Fourier (1772-1837), socialista utópico francés, uno de los antecesores del socialismo científico, autor entre otras obras de El nuevo mundo industrial y societario”, sostiene Guionet y agrega “era una asociación voluntaria de familias que vivían en comunidad. Nadie los obligaba; el que quería entraba, como en una cooperativa”.
Según lo expresa Guionet, el valesano Jean Joseph Durando había formado un pueblito, una "petite place", con los que lo seguían, llamado también colonia Hugues.  En sus orígenes fue establecimiento Agrícola-Industrial, que después tomó el nombre de su fundador, Durandó.

Las ruinas del falansterio
En 1978, se podían ver los vestigios  de un establecimiento agropecuario fuera de lo   común, creada por un visionario. Aún permanecían en pie las gruesas paredes de ladrillos de varias construcciones. En el interior, existían sótanos de dimensiones considerables a los que se accedía mediante escaleras de madera de muy excelente confección. Lo mismo se podía decir de los techos y sus pisos que se conservaban en buen estado.
Era interesante observar los baños para el personal, individuales y de una construcción que poco difería de las actuales.
Otra construcción de que llamaba la atención era el molino harinero, con paredes construidas con enormes piedras labradas, que funcionaba con un motor a vapor apoyado sobre una enorme piedra. Varios basamentos de este tipo se podían ver en las construcciones aledañas.
Edificio de la escuela en 1978

También  permanecía en buen estado la edificación la escuela primaria que funcionaba en la granja, con su techo a dos aguas y cielorraso de paja.
En los alrededores se erguían ejemplares de de un monte frutal con ejemplares de perales, durazneros, entre otras especies. También había plantaciones de robles, coníferas y  otros.
Un molino abastecía de agua a tanque de hierro remachado, que se distribuía mediante cañerías que aún se podían ver.
Dentro de las habitaciones de lo que fuera la residencia quedabann algunos restos de muebles y un baúl de viaje con una inscripción de despacho desde Francia a “Villa Colón” a nombre de P. Massera.

Un día en la Granja Durandó
Es la madrugada de un nuevo día, allá por los finales del siglo diecinueve. Aún las sombras impiden vislumbrar el paisaje ondulante cubierto por espinillares que años atrás invadían la zona, pero que a esta altura van dando paso a las mieses, día a día más extendidas merced al trabajo de los gringos inmigrantes.
En las chacras el canto de los gallos se oye mezclado con las voces somnolientas de los colonos que se aprestan para iniciar - una vez más - las tareas en las chacras. En uno de esos establecimientos, muy singular, en la colonia fundada por don Luis Hughes, la actividad va tomando el ritmo que no se detendrá hasta el anochecer. En todas las edificaciones resplandecen las lámparas de carburo. Más de un centenar de almas darán la emergía a esa máquina que es el establecimiento de José Durandó. Luego del humeante desayuno, preparado por el cocinero Julio Antonio Jaton, cada hombre y cada mujer partirán rumbo a su lugar de trabajo, donde los encontrarán los primeros albores del amanecer.
Minutos después, la escuela se puebla de voces infantiles, donde los niños observan atentos las explicaciones de la maestra Elena Andreasi. Cerca del molino harinero la gran caldera, una innovación, comienza a inyectar vapor para movilizar la maquinaria de la molienda y del torno, que en manos de Humberto Haudemmand proveerá de los útiles necesarios para el trabajo cotidiano.
Desde el edificio principal, Juan José Durandó imparte órdenes y supervisa las diversas tareas. La actividad continuará a lo largo de toda la jornada hasta que el astro rey de paso a las primeras estrellas. Así todos los días, hasta el domingo, día destinado al reposo y  la meditación. Entonces la banda de música descubrirá sus relucientes bronces dando la nota agradable a la jornada.
Dice Héctor Guionet que “Durandó incluyó en su búsqueda el auxilio religioso a su numerosa comunidad a la que inducía, no a un nihilismo que negara toda creencia, pero sí—consciente de que todo se desarrolla en el interior del hombre —a un nuevo compromiso con la fe en lo que Grand Père proveía mostrando el camino por seguir cada vez que su interlocutor —Monsieur Durandó—lo consultaba concentrándose en sus invocaciones al caer la tarde.
Su palabra era, entonces, la palabra de Dios. Ello así aunque cada vez que anunciaba: ‘Hablé con Mon Père, Notre Père o Le Grand Père’, agregaba que también los demás podían lograr una comunicación directa con Él sin su intermediación”.
Quizás diste en algo o en mucho de la realidad esta reconstrucción imaginaria de una jornada en el establecimiento Agrícola Industrial de Juan José Durandó de colonia Hughes. Pero sí podemos afirmar que por aquella época el trabajo era duro, constante y por cierto consecuente, pues aun lo demuestran los vestigios que perduran. El progreso del establecimiento fue fruto de ese trabajo.

Hombres, mujeres y oficios
EI alma mater de todo ello fue don Juan José Durando, nacido en Turín (Italia) el 7 de marzo de I842, hijo de Constantino Durandó y María Luisa Coquoz. Se nacionalizó Suizo, casándose en Vevey (Suiza) con Ema E. Pittex, oriunda del Cantón de Vallais, nacida el 28 de marzo del 1862. Según Héctor Guionet, había nacido en Evionnaz, cantón del Valais, Suiza.
 Durando llegó a estas tierras el 18 de diciembre de 1874 y realizó varios viajes a Europa para traer inmigrantes y materiales para su singular establecimiento. Sin duda la prédica entusiasmaba a los europeos que se embarcaban en la búsqueda de una nueva quimera. En diciembre de 1888 traslada de Europa a su familia.
Eduardo Durandó, hijo de Juan José
En 1894 vuelve de Europa con Pedro Massera  que tendría un papel fundamental en el desenvolvimiento del establecimiento. Nacido en 1847 en Cicogna (Italia), hijo de Juan Massera y Teresa Reggazzini. Se casó con Carolina Crivelli en 1870. Este empresario de obras, tal su título, asociado a Durandó fue responsable de la organización y construcción de las edificaciones de la granja.
En la documentación donde figuran los datos personales de cada uno de los habitantes del establecimiento resulta muy ilustrativo observar los oficios de muchos de ellos. En su mayoría son agricultores. Además podemos individualizar nombres como Enrique Corbaz, jardinero, Juan Ducret, sastre, Augusto Hegglin, tornero, Humberto Haudemmand, carpintero, Julio Antonio Jaton, un exquisito cocinero, José Raynaud zapatero y Francisco Juan Massera (hijo de Pedro) que figura como dibujante pero que luego de separarse del establecimiento continúa sus estudios, y es responsable de la construcción de la costanera colonense.
Cabe acotar que Francisco Massera es el padre del almirante Emilio Eduardo Massera. En 1807 ingresa a la granja Juan Bautista Andreasi, italiano, nacido en 1883, de profesión tenedor de libros.
En junio de 1903 también hace su ingreso Elena Andreasi, maestra jardinera de Concepción del Uruguay, que desempeña tareas docentes hasta 1916 cuando se retira "por su propia voluntad" como reza en los apuntes citados.
EI establecimiento también contaba con un prestigioso grupo musical. Una banda que actuaba no sólo dentro del mismo sino también en localidades vecinas como San José, Colón y en oportunidad de inaugurarse la capilla San Luis Gonzaga de Hughes.
Indudablemente la evolución de la granja tuvo un momento de gran auge, para luego ir declinando su actividad que la llevó a su desaparición. Si bien no tenemos precisiones al respecto, sabemos que luego del fallecimiento de Durandó el 3 de octubre de 1916, el establecimiento continuó en manos de su administrador Antonio Ramat.
La institución fue decayendo teniendo que soportar el asedio que se imprimía desde afuera por diversos motivos y también por la disconformidad de los miembros del grupo por el rigor impuesto. Tal vez la intolerancia religiosa y política fueron definitorias, como lo insinúa Guionet cuando se refiere a los conflictos entre Durandó y el cura de la iglesia de Hughes: “Contrariado el abate de Hugues  lo visitó para tratar de disuadirlo de continuar considerándose con el poder de comunicarse con Notre Père y transmitiendo a las personas la voluntad divina sobre cómo resolver sus cuestiones domésticas. No logró convencerlo y esto enojó aún más al cura católico. Se quejó entonces al párroco de Colón y al obispo de Paraná. Lo acusó de que el casi centenar de personas que vivían en el establecimiento trabajaban los días de guardar, que había chicos sin bautizar y que no siempre recibían enseñanza religiosa.
“La autoridad católica consideraba el Falansterio de Durando de ‘espiritista’. La Iglesia lo combatía y había logrado la deserción del Establecimiento de numerosas familias”. Luego de disuelta la institución muchos de sus antiguos integrantes dispersos volvían a reunirse los 12 de enero para festejarla llegada del año.
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