En agosto de 2020 el mundo se enteraba que Rusia había culminado los estudios para aprobar la primera vacuna contra el coronavirus 2019. Este acontecimiento no estuvo exento de polémicas por posiciones ideológicas y geopolíticas, algo que se emparenta con los sucedido a principios de los ’90 con la vacuna cubana contra la meningitis.
Estos hechos en el contexto de una pandemia inédita en los últimos tiempos cobran historicidad y nos interpelan para ir elaborando una interpretación de la historia reciente. Hacer historia con hechos cercanos en el tiempo, si bien puede resultar incómodo porque se trabaja en las arenas movedizas de lo que está sucediendo, es necesario. Tradicionalmente se sostenía que había que dejar decantar en el tiempo los acontecimientos para ganar en perspectiva, separar el sujeto del objeto de estudio. Pero son solo excusas para evitar probables polémicas. Sabemos que en el objeto de la historia siempre está involucrado el sujeto que lo indaga, el historiador, más allá del tiempo que hay transcurrido.
Para describir hechos inmediatos y apartarlos del terreno periodístico, ponerlos en contexto, como es a la omnipresente cuestión de las vacunas contra el Covid19 y las fronteras ideológicas, podemos remitirnos a algunas décadas atrás cuando otras polémicas mantuvieron el vilo a la comunidad, aún sin la hegemonía de internet y las redes sociales. En las décadas transcurridas entre 1980 y 2000 el debate giraba alrededor de las propiedades casi milagrosas del aloe vera para combatir el cáncer y las promesas de la crotoxina (veneno de la serpiente cascabel) que, con el mismo objeto, venían de la mano de las investigaciones del doctor Juan Carlos Vidal. Mientras el aloe se consumía en improvisados brebajes, la crotoxina se debatía en los ámbitos científicos y en los medios de comunicación, tanto que terminó siendo prohibida por la falta de evidencias sobre su efectividad.
El AZT y el SIDA
Otra polémica de menor intensidad, con anclaje en Entre Ríos, tuvo como protagonista a un laboratorio de Paraná que trabajosamente lograba que las autoridades sanitarias autorizaran la elaboración del genérico antiretroviral llamado AZT para combatir el SIDA. Se trataba del entonces laboratorio Filaxis fundado por el doctor Antonio Bouzada. En 1992 lograba lanzar al mercado el novedoso producto con un inédito impacto en los medios de alcance nacional como Somos (“La increíble historia del AZT argentino”), Gente (“AZT made in argentina”), Negocios, entre otros. En la nota de la revista Gente se anunciaba que “en 60 días, la Argentina se trasformará en el cuarto país del mundo que frena parcialmente el virus de SIDA: el AZT. El laboratorio queda en Paraná, los científicos son todos argentinos y lograron que la droga tenga el mismo costo que en los Estados Unidos.”
Pero en estos debates no afloraban las posturas ideológicas como lo fue el caso de la novedosa vacuna contra la meningitis creada por el Instituto Finlay de Cuba.
La vacuna no inyecta el marxismo
A fines de la década de 1980 una noticia saltaba del críptico lenguaje de las revistas académicas a los diarios. Cuba había desarrollado una vacuna (VAC-MENGOC-BC) eficaz contra meningococo B y C, responsable de la tan temida meningitis. Y la polémica, como la conocemos en estos días con la vacuna contra el Covid19, mantuvo entretenidos a los medios de comunicación de la época. En un artículo que escribí para un medio local de Concepción del Uruguay (Semanario Hoy del 24/2/1994: “La vacuna contra la meningitis no inyecta el marxismo”) decía que “el ministerio de Salud y Acción Social quedó atrapado en una discusión sin salida y bajo la sospecha de contener elementos políticos ajenos a la problemática de la salud por el origen del fármaco. No sería un pensamiento temerario imaginarse alguna mano de nuestros ‘hermanos carnales’ del Norte muy preocupados por la salud… de sus propios laboratorios.” Y concluía: “No le tengamos miedo que con esa vacuna no se inyecta el virus del marxismo (bastante inocuo en estos tiempos).” Precisamente cuando Cuba negoció la patente para que un laboratorio distribuyera el antígeno a nivel internacional, Estados Unidos puso una condición en sintonía con el bloqueo: que no se le pague a Cuba con dinero, solo con alimentos. Finalmente el gobierno de la isla, necesitado de recursos, aceptó estas condiciones y la vacuna se pudo distribuir internacionalmente, salvo en Gran Bretaña que nunca la aprobó. En tanto en 1989 el diario cubano Gramma anunciaba que en Brasil la Sociedad de Pediatría avalaba la eficacia de la vacuna.
En nuestro país, entre marchas y contramarchas, recién en 1993 el Ministerio de Salud aplicó voluntariamente la vacuna cubana contra la meningitis a unos 100 mil menores de entre 3 meses y 15 años en La Pampa, donde en ese año se habían registrado 3.072 enfermos, casi un 50% más que en 1992. También en enero de 1994 el diario Clarín informaba que en Córdoba se comenzarían los ensayos para determinar la efectividad de la vacuna en niños de 5 años.
La viruela y las vacunas
Más atrás en nuestra historia, el 11 de enero de 1806 llegan a Concepción del Uruguay tres frascos de vidrio con la preciada vacuna contra la viruela, despachados desde Buenos Aires por el virrey Sobremonte. El pedido del medicamento lo hace el alcalde de la ciudad, Tomás Antonio Lavín, en diciembre de 1905 ante una inminente epidemia viruela que en ese momento azotaba Corrientes.
Estos hechos en el contexto de una pandemia inédita en los últimos tiempos cobran historicidad y nos interpelan para ir elaborando una interpretación de la historia reciente. Hacer historia con hechos cercanos en el tiempo, si bien puede resultar incómodo porque se trabaja en las arenas movedizas de lo que está sucediendo, es necesario. Tradicionalmente se sostenía que había que dejar decantar en el tiempo los acontecimientos para ganar en perspectiva, separar el sujeto del objeto de estudio. Pero son solo excusas para evitar probables polémicas. Sabemos que en el objeto de la historia siempre está involucrado el sujeto que lo indaga, el historiador, más allá del tiempo que hay transcurrido.
Para describir hechos inmediatos y apartarlos del terreno periodístico, ponerlos en contexto, como es a la omnipresente cuestión de las vacunas contra el Covid19 y las fronteras ideológicas, podemos remitirnos a algunas décadas atrás cuando otras polémicas mantuvieron el vilo a la comunidad, aún sin la hegemonía de internet y las redes sociales. En las décadas transcurridas entre 1980 y 2000 el debate giraba alrededor de las propiedades casi milagrosas del aloe vera para combatir el cáncer y las promesas de la crotoxina (veneno de la serpiente cascabel) que, con el mismo objeto, venían de la mano de las investigaciones del doctor Juan Carlos Vidal. Mientras el aloe se consumía en improvisados brebajes, la crotoxina se debatía en los ámbitos científicos y en los medios de comunicación, tanto que terminó siendo prohibida por la falta de evidencias sobre su efectividad.
El AZT y el SIDA
Otra polémica de menor intensidad, con anclaje en Entre Ríos, tuvo como protagonista a un laboratorio de Paraná que trabajosamente lograba que las autoridades sanitarias autorizaran la elaboración del genérico antiretroviral llamado AZT para combatir el SIDA. Se trataba del entonces laboratorio Filaxis fundado por el doctor Antonio Bouzada. En 1992 lograba lanzar al mercado el novedoso producto con un inédito impacto en los medios de alcance nacional como Somos (“La increíble historia del AZT argentino”), Gente (“AZT made in argentina”), Negocios, entre otros. En la nota de la revista Gente se anunciaba que “en 60 días, la Argentina se trasformará en el cuarto país del mundo que frena parcialmente el virus de SIDA: el AZT. El laboratorio queda en Paraná, los científicos son todos argentinos y lograron que la droga tenga el mismo costo que en los Estados Unidos.”
Pero en estos debates no afloraban las posturas ideológicas como lo fue el caso de la novedosa vacuna contra la meningitis creada por el Instituto Finlay de Cuba.
La vacuna no inyecta el marxismo
A fines de la década de 1980 una noticia saltaba del críptico lenguaje de las revistas académicas a los diarios. Cuba había desarrollado una vacuna (VAC-MENGOC-BC) eficaz contra meningococo B y C, responsable de la tan temida meningitis. Y la polémica, como la conocemos en estos días con la vacuna contra el Covid19, mantuvo entretenidos a los medios de comunicación de la época. En un artículo que escribí para un medio local de Concepción del Uruguay (Semanario Hoy del 24/2/1994: “La vacuna contra la meningitis no inyecta el marxismo”) decía que “el ministerio de Salud y Acción Social quedó atrapado en una discusión sin salida y bajo la sospecha de contener elementos políticos ajenos a la problemática de la salud por el origen del fármaco. No sería un pensamiento temerario imaginarse alguna mano de nuestros ‘hermanos carnales’ del Norte muy preocupados por la salud… de sus propios laboratorios.” Y concluía: “No le tengamos miedo que con esa vacuna no se inyecta el virus del marxismo (bastante inocuo en estos tiempos).” Precisamente cuando Cuba negoció la patente para que un laboratorio distribuyera el antígeno a nivel internacional, Estados Unidos puso una condición en sintonía con el bloqueo: que no se le pague a Cuba con dinero, solo con alimentos. Finalmente el gobierno de la isla, necesitado de recursos, aceptó estas condiciones y la vacuna se pudo distribuir internacionalmente, salvo en Gran Bretaña que nunca la aprobó. En tanto en 1989 el diario cubano Gramma anunciaba que en Brasil la Sociedad de Pediatría avalaba la eficacia de la vacuna.
En nuestro país, entre marchas y contramarchas, recién en 1993 el Ministerio de Salud aplicó voluntariamente la vacuna cubana contra la meningitis a unos 100 mil menores de entre 3 meses y 15 años en La Pampa, donde en ese año se habían registrado 3.072 enfermos, casi un 50% más que en 1992. También en enero de 1994 el diario Clarín informaba que en Córdoba se comenzarían los ensayos para determinar la efectividad de la vacuna en niños de 5 años.
La viruela y las vacunas
Más atrás en nuestra historia, el 11 de enero de 1806 llegan a Concepción del Uruguay tres frascos de vidrio con la preciada vacuna contra la viruela, despachados desde Buenos Aires por el virrey Sobremonte. El pedido del medicamento lo hace el alcalde de la ciudad, Tomás Antonio Lavín, en diciembre de 1905 ante una inminente epidemia viruela que en ese momento azotaba Corrientes.

Dice el historiador Urquiza Almandoz que la vacuna contra las viruela fue descubierta por Eduardo Jenner en 1796 y en nuestra región los primeros ensayos se llevaron a cabo hacia 1805. Primero en Buenos Aires y a principios de 1806 llegaba a Entre Ríos. “Se aprovechó fundamentalmente el arribo del buque Rosa do Río – dice el autor – que traía a su bordo varios negros vacunados portadores de pústulas frescas, además de ‘líquido vacuno conservado en vidrios’, el que fue puesto a disposición de la autoridad virreinal.”
El doctor Miguel O’Gorman fue el autor de un folleto impreso por los Niños Expósitos con “Instrucciones sobre la inoculación de la vacuna…” que se hizo circular por el virreinato. La vacunación se practicaba en forma gratuita a toda la comunidad.
Ante la presencia de la epidemia en Corrientes el virrey Sobremonte ofició al comandante de Entre Ríos Josef de Urquiza para que tomara las precauciones correspondientes. En tanto el alcalde de Concepción del Uruguay, Tomás Antonio Levín, solicitó al virrey el envío de las novedosas vacunas. El 11 de enero tres pequeños frascos llegaban a la ciudad.
El médico vacunador
Por esa época el único médico que figura registrado Concepción del Uruguay es el cirujano Antonio Monte Blanco que se hace cargo de la vacunación. Como primera medida inoculó a sus tres hijas. Algunos podrían sospechar que fue una actitud poco solidaria, pero lo cierto es que esa conducta podía generar confianza entre la población. En aquellos tiempos las vacunas no gozaban de popularidad y, como aún hoy en pleno siglo de la ciencia y la tecnología, había una fuerte resistencia a inocularse. Monte Blanco también apeló a una hábil estrategia para persuadir a la población con el aporte del párroco de la ciudad, José Bonifacio Reduello, que en los sermones de las misas machacaba con la necesidad de aplicarse la vacuna. La estrategia ya se había puesto en práctica el año anterior en Buenos Aires por el cura Saturnino Segurola. El 2 de agosto de 1805, en un acto celebrado en el fuerte (hoy Casa de Gobierno) el virrey, rodeado de sus más altos funcionarios, presenció la primera vacunación. Luego, alentó a los clérigos de las parroquias de esa ciudad de 40 mil almas y a sus alcaldes de barrio a que animasen a la gente a dejarse vacunar, tarea nada fácil de cumplir, ya que antes se precisaba convencer.
En ese mismo año Monte Blanco hizo campañas de vacunación en Gualeguaychú y Gualeguay donde tropezó con varios obstáculos por parte del alcalde local “y una plebe de curanderos” que le impedían vacunar.
Epidemias recurrentes
Pero el hecho que la vacunación sólo se ponía en práctica cuando se acercaba una epidemia no lograba eliminar la existencia de la enfermedad, y cada tanto se producían rebrotes mortíferos como el de 1846 que provocó numerosas víctimas fatales.
Por esa época la población indígena también era alcanzada por las sucesivas epidemias, lo que motivó que el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, impulsó campañas de vacunación como lo menciona el historiador Adolfo Saldías. “Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, por manera en que en menos de un mes recibieron casi todos el virus”.
Hacia 1886 se produjeron brotes en varias localidades en nuestra provincia. En 1935 y 1936 se desató una nueva epidemia de viruela en los departamentos Villaguay y Gualeguay, que obligó a llevar a cabo la vacunación antivariólica masiva en todos los municipios. Farmacéuticos y algunos maestros se convirtieron en vacunadores.
Hoy este flagelo ya es historia. El último caso de contagio natural se diagnosticó en octubre de 1977 y en 1980 la Organización Mundial de la Salud (OMS) certificó la erradicación de la enfermedad en todo el planeta.
El doctor Miguel O’Gorman fue el autor de un folleto impreso por los Niños Expósitos con “Instrucciones sobre la inoculación de la vacuna…” que se hizo circular por el virreinato. La vacunación se practicaba en forma gratuita a toda la comunidad.
Ante la presencia de la epidemia en Corrientes el virrey Sobremonte ofició al comandante de Entre Ríos Josef de Urquiza para que tomara las precauciones correspondientes. En tanto el alcalde de Concepción del Uruguay, Tomás Antonio Levín, solicitó al virrey el envío de las novedosas vacunas. El 11 de enero tres pequeños frascos llegaban a la ciudad.
El médico vacunador
Por esa época el único médico que figura registrado Concepción del Uruguay es el cirujano Antonio Monte Blanco que se hace cargo de la vacunación. Como primera medida inoculó a sus tres hijas. Algunos podrían sospechar que fue una actitud poco solidaria, pero lo cierto es que esa conducta podía generar confianza entre la población. En aquellos tiempos las vacunas no gozaban de popularidad y, como aún hoy en pleno siglo de la ciencia y la tecnología, había una fuerte resistencia a inocularse. Monte Blanco también apeló a una hábil estrategia para persuadir a la población con el aporte del párroco de la ciudad, José Bonifacio Reduello, que en los sermones de las misas machacaba con la necesidad de aplicarse la vacuna. La estrategia ya se había puesto en práctica el año anterior en Buenos Aires por el cura Saturnino Segurola. El 2 de agosto de 1805, en un acto celebrado en el fuerte (hoy Casa de Gobierno) el virrey, rodeado de sus más altos funcionarios, presenció la primera vacunación. Luego, alentó a los clérigos de las parroquias de esa ciudad de 40 mil almas y a sus alcaldes de barrio a que animasen a la gente a dejarse vacunar, tarea nada fácil de cumplir, ya que antes se precisaba convencer.
En ese mismo año Monte Blanco hizo campañas de vacunación en Gualeguaychú y Gualeguay donde tropezó con varios obstáculos por parte del alcalde local “y una plebe de curanderos” que le impedían vacunar.
Epidemias recurrentes
Pero el hecho que la vacunación sólo se ponía en práctica cuando se acercaba una epidemia no lograba eliminar la existencia de la enfermedad, y cada tanto se producían rebrotes mortíferos como el de 1846 que provocó numerosas víctimas fatales.
Por esa época la población indígena también era alcanzada por las sucesivas epidemias, lo que motivó que el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, impulsó campañas de vacunación como lo menciona el historiador Adolfo Saldías. “Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, por manera en que en menos de un mes recibieron casi todos el virus”.
Hacia 1886 se produjeron brotes en varias localidades en nuestra provincia. En 1935 y 1936 se desató una nueva epidemia de viruela en los departamentos Villaguay y Gualeguay, que obligó a llevar a cabo la vacunación antivariólica masiva en todos los municipios. Farmacéuticos y algunos maestros se convirtieron en vacunadores.
Hoy este flagelo ya es historia. El último caso de contagio natural se diagnosticó en octubre de 1977 y en 1980 la Organización Mundial de la Salud (OMS) certificó la erradicación de la enfermedad en todo el planeta.
La imagen corresponde a un suelto publicado por el diario La Libertad de Paraná el 9 de enero de 1911.
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