Recuerdo a la abuela Filomena tejiendo trenzas de oro inclinada debajo de la galería. A lo lejos se escucha el bullicio de la gurisada y más allá el arrullo de las palomas entre el follaje de las casuarinas. En su cabeza también luce una larga trenza blanca envuelta en un rodete. La abuela Filomena cultiva un arte traído por los inmigrantes europeos desde las lejanas montañas de Suiza, el sudeste de Francia y de los valles piamonteses: la confección de sombreros de paja de trigo que se va trasmitiendo de generación en generación. Hoy este oficio es una actividad casi desparecida. Ya no tiene un fin utilitario. Se conserva como actividad en algunos reductos artesanales, revalorizada por el turismo creciente. La propia UNESCO reconoce la tejeduría en paja de trigo como expresión cultural a preservar. Asimismo en el Perú, en la localidad de Catacaos, el sombrero de paja, y los conocimientos y prácticas asociados al tejido del mismo, han sido declarados Patrimonio Cultural de la Nación. Todo un ejemplo para imitar en nuestras tierras para que el oficio no se pierda.
En el campo, hace ya décadas, es casi un mandato que en cada hogar una mujer se dedicara a tejer sombreros para toda la familia y para los vecinos. Sombreros para los hombres y la mujeres, pequeños y grandes. Las mujeres que trabajan, junto a los hombres, en las tareas de la cosecha usan esos enormes sombreros para proteger la piel de los rayos del sol. Junto con las polainas en las piernas, ayudan a conservar sea piel de nácar, estéticas de otros tiempos cuando todavía no reina ese bronceado extremo que obsesiona a los jóvenes y no tan jóvenes de hoy.
Filomena, llegado noviembre, se encarga de recoger las gavillas de trigo en el momento justo antes que llegue al punto máximo de maduración evitando la quebradura de los tallos, para luego secarlas a la sombra. Después viene el remojo de las plantas en agua templada durante unas horas, o mejor durante toda la noche, colocando un peso encima para que no floten en la superficie, hasta que se vuelvan blandas y flexibles. Y con esa materia prima más paciencia y habilidad realiza largas trenzas que va enrollando hasta darle la forma al sombrero, fijadas con certeras puntadas. Y cuando ya el número de sombreros es suficiente, y agotada la materia prima, usa sus habilidades manuales en la elaboración de multicolores ramos de flores de papel como para no perder la práctica.
Un testimonio, de mediados de la década del 1970, no informa de la actividad que llevan a cabo las hermanas Elva y Edelma Morel Vulliez en la colonia 1° de Mayo, departamento Colón, cuyo trabajo en paja de trigo merece la consideración de los más exigentes jurados en festivales y ferias artesanales de la provincia y del país. Son cuantiosos los premios que atesoran, como un 1° Premio en la Feria Artesanal de Rosario de 1971, 1º Premio en la Feria del Festival de Cosquín de 1970, tres primeros premios en Villaguay, 1º premio y distinción en la Feria del Paraná de Santa Fe, 1º Premio en la Feria de Artes populares Entrerrianas en la Paz, 1º Premio en Paso del Salado, Santa Fe y distinción del Fondo Nacional de las Artes.
Comentan las hermanas Morel Vulliez que trabajan con hasta 25 tipos distintos de trenzas que van desde el número de tres hasta las 22 hebras. Con las doradas fibras elaboran todo tipo de sombreros y también capelinas, portalápices, pantallas, costureros y hasta ramos de flores.
La conocida cumbia “Un sombrero ‘e paja”, del autor santafesino Chico Novarro y popularizada por los Wawancó y bailada hasta el cansancio en la década del 60 rinde homenaje a este accesorio.
Si a lo lejos vez venir un sobrero ‘e paja y se ve / la canoa llega y se ve a un hombre remando, / si a lo lejos vez venir una guayabera y se ve / la canoa llega y se ve a un hombre remando soy yo, / que con regalos vengo yo a visitar (…)
Y seguramente la abuela Filomena, más allá de las casuarinas, seguirá tejiendo sombreros de paja, para no perder la costumbre.
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