En estos días de conflicto con las empresas multinacionales
que elaboran alimentos como es el caso de Pepsico, o hace un tiempo Kraft nos
preguntamos ¿qué nos pasa que no somos capaces de producir nuestros propios
alimentos? ¿Necesitamos multinacionales que no fabriquen papas fritas? ¿Es que
no somos capaces de fabricar galletitas? Seguro que los más viejos recordarán
cuando en Entre Ríos los molinos harineros manufacturaban el trigo y también tenían
fábricas de fideos y galletitas. Así La Hobena de Gualeguaychú, los fideos
Santa Teresita de Colón. ¿Es que necesitamos que una multinacional nos envase
gaseosa? ¡O agua! Recordarán muchos cuando la fábrica de soda del barrio también
ofrecía jugos gasificados de naranja, pomelo, etc. ¿Es tan complicado fabricar una
hamburguesa? El carnicero del barrio nos puede hacer hamburguesas, incluso
personalizadas a gusto del cliente. Pero no, prefieren la grasosa e indescriptible
hamburguesa “feliz”.
Pero seguramente, además de las dificultades para lograr
escala y negociar con los grandes pulpos de la comercialización, se suma una
falta de normas acordes que promueva las iniciativas locales y regionales, e
incluso la producción familiar que puede convertirse en una alternativa de
ingreso.
Los alimentos de la chacra
Para quien produce alimentos en su chacra o elabora productos
en su cocina no le resulta sencillo llegar al dichoso mercado. Tiene que
hacerlo en ferias informales donde los organismos oficiales de control
“flexibilizan” o hacen la vista gorda de las normas. O a través de circuitos
alternativos, de boca en boca, por las redes sociales, etc. Hace unos días en
una feria de Paraná el director del Instituto de Bromatología de Entre Ríos,
Pablo Basso, mencionaba que la producción de la agricultura familiar no está
tipificada en el Código Alimentario Argentino. Es más, planteaba que la
producción de alimentos artesanales, inclusive los de origen ancestral, es
“difícil de habilitar de acuerdo a las características que exige ese código. Es
mucho más fácil habilitar un producto ultraprocesado de una gran industria, que
hace tal vez una papa frita que casi no tiene papa, que un quesillo del norte
que se hace así desde hace 20 mil años.”
Resulta absurdo que alimentos industrializados en serie,
saturados de conservantes, saborizantes, sodios y azúcares de todo tipo sean
considerados aptos para el consumo; que vegetales producidos con una alta carga
de fertilizantes artificiales, que sufren el bombardeo de pesticidas y
plaguicidas a lo largo de su desarrollo, se habiliten alegremente para matar el
hambre de la población, pero un dulce fabricado en la cocina de un hogar, con
zapallos cosechados en el fondo, fertilizados con los cáscaras de papa y casi
sin uso de agroquímicos no estén contemplados como alimentos para
comercializar. Que un queso elaborado para consumo de la casa, o los chorizos
de la carneada, cuando sobran no pueden venderse en el almacén del barrio.
¿Que sí se venden? Seguro, se venden pero todo en la
informalidad y con el riesgo que caiga una inspección y le clausuren el
negocio.
“Recomiendan no consumir ciertas latas de duraznos en almíbar
en mal estado”, “Decomisan más de 10 mil kilos de alimentos en mal estado”, “Bromatología multó a una heladería y retiró
mercadería en mal estado” son titulares habituales de los diarios que hacen referencia
a problemas con alimentos que en teoría cumplen con todas las formalidades de
elaboración exigidas por las normas vigentes.
Se podría hacer una simple estadística para comparar cuántos
casos de intoxicación se producen por consumir alimentos elaborados en casa, y
confrontarla con los casos denunciados por el consumo de alimentos
industrializados. Hagamos un análisis de entrecasa. Quiénes sufrieron alguna
patología alimentaria, ¿fue por un alimento elaborado en la cocina de la casa o
por consumir algo elaborado? Es muy probable que la respuesta sea por una
hamburguesa en mal estado, una lata de arvejas perforada, un yogur que perdió
la cadena de frío, a lo que hay que sumar los efectos nocivos de los químicos
agregados para saborizarlos, conservarlos y pigmentarlos.
Entonces por qué no establecer normativas para que
productores primarios, elaboradores y manipuladores de alimentos familiares
puedan lograr una habilitación sencilla para comercializar lo que producen. Es
más, se debería fomentar este tipo de producciones, que ocupa mano de obra
intensiva, recupera prácticas tradicionales, con escasa o ninguna utilización
de químicos, y que vincula más directamente al productor con el consumidor.
Si se promueve este tipo de producción, se recuperan
prácticas productivas ancestrales, se vuelve a la producción familiar, y se “reeduca”
a los consumidores para que prefieran lo más natural, lo producido en el lugar,
se promueve el desarrollo de inversiones en este tipo de industrias protegiéndolas
(sí protegiéndolas) de la competencia voraz e inescrupulosa de productos
chatarra, seguramente nos alimentaremos más sano y reduciremos el nivel de
conflictividad que originan la compañías como Kraft o Pepsico, por citar
ejemplos actuales, cuando deciden estrategias a nivel global sin ningún compromiso
con las comunidades locales.