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23/11/11

De troperos y tropeadas

Por Rubén Bourlot
El tropero, esa figura que nos trae el recuerdo del gaucho, hombre de a caballo forjado en la intemperie, pieza indispensable de las estancias coloniales, soldado de los ejércitos de la independencia y de los entreveros entre caudillos. Gaucho perseguido por las leyes contra la vagancia y reivindicado en las fiestas tradicionalistas.
Hasta hace unos años el tropero era indispensable para arrear vacas y caballos de un campo a otro, a los remates feria o al frigorífico. Era el hombre de la yerra, hábil jinete y diestro con el lazo.  El caballo es su herramienta indispensable, su compañía, lustroso y bien empilchado. Y la indumentaria característica: el sombrero de paño de alas anchas para cubrirse de los soles ardientes en el verano, la capa impermeable para los inviernos fríos y lluviosos, la bombacha cómoda y las botas de cuero. Es conocedor de calles y senderos perdidos por donde lleva a paso lento la tropa, como acariciándola para que no se desparrame. Son días a veces los que les insume el viaje. Pasa las noches a campo abierto, tirándose un sueño sobre el apero, come un churrasco asado a la estaca con el cuchillo como único utensilio y desayuna unos mates cebados con una pava que rezonga sobre los rescoldos.
Para el tropero cada animal tiene una identidad: En tanto el hombre de ciudad las ve a todas iguales, como todos los gatos son pardos. Para nuestro arriero cada vaca tiene algo que la distingue, una historia propia que sabe reconocer.
Y aquí vale una digresión para recordar la magnífica descripción que hace Sarmiento del rastreador en  su libro Facundo: “Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tan dilatadas en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal, y distinguirlas de entre mil; conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío. Ésta es una ciencia casera y popular. Una vez caía yo de un camino de encrucijada al de Buenos Aires, y el peón que me conducía echó como de costumbre la vista al suelo. "Aquí va, dijo luego, una mulita mora, muy buena... ésta es la tropa de don N. Zapata... es de muy buena silla... va ensillada... ha pasado ayer..." Este hombre venía de la sierra de San Luis, la tropa volvía de Buenos Aires, y hacía un año que él había visto por última vez la mulita mora cuyo rastro estaba confundido con el de toda una tropa en un sendero de dos pies de ancho. Pues esto, que parece increíble, es, con todo, la ciencia vulgar; éste era un peón de arria, y no un rastreador de profesión”.
El tropero es también rastreador y baquiano. Mi primo Aurelio, que fue tropero muchos años, sabía distinguir a los animales con esa misma habilidad del rastreador. Veía a lo lejos una vaca que alguna vez había tropeado y podía describir sus orígenes, su genealogía, sabía quiénes eran los padres, quiénes sus dueños sucesivos, que la había llevado a tal feria y la había comprado tal o cual.
Hoy el tropero es una rara especie superada por el camión jaula que acarrea el ganado apilado y a los tumbos, sin identidad. Solo le queda la tarea de juntar la animalada en el campo y llevarla a la manga.

16/9/08

Reflexiones acerca de la región “gaucha” o “gaúcha”

Por Rubén Bourlot

La matriz cultural guaranítica charrúa, con influencia lingüística guaraní: lengua general desde antes de la irrupción hispano-lusitana configuró una región cultural conformada por el Paraguay, sur del Brasil, y el litoral argentino-uruguayo. Posteriormente la acción jesuítica sobre la población guaranítica consolidó aquella tendencia y se extendió hacia Santa Fe y Córdoba.
La creación del Virreinato del Río de la Plata, la política centralizadora de la casa de Borbón gobernante en la metrópolis española y la expulsión de los padres jesuitas en las postrimerías del siglo XVIII produjeron un quiebre en las relaciones intrarregionales. Se produce una situación de tensión entre el interior y los puertos de Buenos Aires, Montevideo y los centros metropolitanos del Brasil. Durante el proceso de independencia se produce el desenlace con el enfrentamiento entre los caudillos locales, con Artigas como figura prominente que consolida un espacio político que resiste el poder centralista de Buenos Aires, Montevideo y las metrópolis del Brasil. Ese espacio se institucionaliza brevemente con la creación de la Liga Federal (Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, la provincia Oriental, Corrientes y las misiones occidentales y orientales: Río Grande y Santa Catalina.)
Los estados del sur del Brasil eran reivindicados como herencia del virreinato del Río de la Plata y como parte integrante de las Provincias Unidas luego de la independencia. Es situación se mantuvo hasta la época de la Confederación bajo la hegemonía de Rosas.
En Río Grande y Santa Catalina hubo varios intentos de confederación con el Río de la Plata, motorizados por los autonomistas republicanos, también llamados farrapos, que se oponían a la hegemonía del centralismo imperial. En 1835 se produjo la denominada Revolución de los Farrapos liderada por el coronel Bento Goncalves de Silva, un estanciero de Río Grande.
Acerca de la conformación del Brasil, Oliveira Viana sostiene que confluyen tres historias diferentes: La de los sertones con su tipo social, el sertanejo, en el norte; la de las matas, con el matute, en el centro; y en el sur la de las pampas con el farroupilhas y el gaucho como representantes característicos.1 El sur se constituyó en una verdadera zona de frontera poblada sucesivamente por bandeirantes, azorianos portugueses y españoles provenientes del sur.2
Los rebeldes tomaron Río de Janeiro, proclamaron la república de Río Grande e iniciaron las tratativas para lograr su confederación con la Argentina. El movimiento contó con los auspicios de los orientales Lavalleja y Oribe, y de Juan Manuel de Rosas.
La iniciativa no prosperó porque la diplomacia británica operó para promover la creación de un estado independiente denominado Federación del Uruguay, con la incorporación de la Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes. Se pretendía consolidar el estado intermedio que se había proyectado cuando se firmó la paz entre Brasil y Argentina en 1827 que creó la República Oriental del Uruguay.
Finalmente, el contraste de las tropas de la Federación, comandadas por Fructuoso Rivera, derrotadas por Oribe en la batalla de Arroyo Grande (territorio de Entre Ríos) dio por tierra las aspiraciones autonomistas a fines de 1842.
Para la época de la fundación de la república (1889), el Río Grande del sur se constituye en una de los centros propulsores por ser una “región nueva, penetrada de las ideas comtistas, sin preconceptos políticos, con la influencia de las repúblicas del Plata, con una tradición republicana heredada de la República de los Farrapos ofrece una verdadera pléyade de hombres públicos que pregonan denodadamente contra la monarquía. Silveira Martius y Tulio de Castilho son sus mayores hombres”3
Cada país siguió su desarrollo en forma independiente, y a principios del siglo XX un atisbo de volver a plantear la integración con la firma del tratado ABC entre el barón de Río Branco y el presidente argentino Roque Sáenz Peña. La idea es retomada por el presidente Perón que logra firmar un acuerdo con el presidente chileno Ibañez en 1953. El gobierno del Brasil, presidido por Getulio Vargas también coincidía en el proyecto pero no estaba en condiciones de tomar esa determinación frente al jaqueo de la oposición, influida por la política aislacionista y expansiva de Itamaraty. El mismo Vargas es un hombre del sur, de Sao Borja, que brinda su decidido apoyo al Barón de Río Branco cuando promuevó una solución de buenos vecinos frente al conflicto suscitado con la República Oriental de Uruguay por la posesión de la laguna Merim.
En la década de 1980 se dan los primeros pasos de la integración del Mercosur.
La matriz cultural que nace en tiempos prehispánicos se proyecta hasta nuestros días en la idiosincrasia de los pueblos asentados en la extensa región que se prolonga desde Córdoba hasta el Río Grande que conforma un verdadero hinterland. Gauchos rioplatenses y gaúchos riograndenses son la muestra del entretejido que trasciende las fronteras políticas y subyacen por debajo de los discursos oficiales.
Es por ello que la integración regional no puede limitarse a un mero esquema de mercado ampliado como hasta ahora lo insinúa el Mercosur.
La integración debe crecer desde los pueblos, con políticas que retomen lo que está dado y lo promuevan. “Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen”, planteaba el entonces presidente Juan Domingo Perón en 1953.4

Citas
1 Montalvo, Ricardo J., Getulio Vargas y la unidad brasileña, M. Gleizer editor, Bs. As., 1939, pp. 11/13.
2 Ibid. pág. 109.
3 Ibid. pág. 97.
4 Methol Ferré, Alberto, Perón y la alianza argentino-brasileña, Edic. Del corredor bioceánico, Córdoba, 2000, pág. 69.

11/8/08

El heroico Gaucho Rivero

Por Rubén Bourlot

La figura del entrerriano Antonio Rivero, más conocido por el apelativo de “gaucho” fue negada por la historia de la Academia Nacional de la Historia, que sostiene su condición de mero bandido, en un dictamen de mediados de la década del ´60, basado en la documentación de origen inglés. Más precisamente en la instrucción que se realizó con el objeto de procesar a Rivero por su rebelión cuando Gran Bretaña se apoderó de las Malvinas en 1833. De la misma surgiría que el gaucho de origen entrerriano, posiblemente nacido en Concepción del Uruguay, se habría alzado contra la patronal de la estancia donde trabajaba, cometiendo una serie de asesinatos y saqueos, motivado por la falta de pago de su sueldo. Ese mismo dictamen fue el que impidió que el actual puerto Argentino (Stanley para los ingleses) pasara a denominarse Rivero cuando las tropas argentinas recuperaron transitoriamente las islas en 1982.
Pero no es ocioso interpretar que el nombre Gaucho Rivero trasciende los anaqueles de las bibliotecas y los cenáculos de la historia oficial para pertenecer a la memoria popular, y sabemos que la memoria popular también tiene valor testimonial porque de ella podemos auscultar los retumbos de una verdad. Como se ha dicho, la documentación escrita es escasa y parcial. En su mayoría se trata de cartas, informes y diarios de los protagonistas que fueron víctimas de la acción de Rivero y que no tuvieron la intención de otorgarle entidad de beligerante sino de simple delincuente. Pero de esa documentación, si sabemos leer, surge claramente que su actuación tuvo un carácter reivindicativo. Esta interpretación está avalada también por investigadores de prestigio como Martiniano Leguizamón Pondal o José Luis Muñoz Aspiri.
Rivero era peón de una estancia de Luis Vernet en el momento de producirse la usurpación de las Malvinas por parte de Gran Bretaña, el 3 de enero de 1833. Instalados los ingleses reemplazan la bandera argentina por la suya y se apoderan de todos los bienes, incluidas las propiedades de Vernet. Las relaciones entre los nuevos patrones y los peones (14 personas) desde el principio fueron tensas y la mecha que encendió el conflicto fue la negativa de la proveeduría, ahora en manos inglesas, de recibir los bonos con que Vernet pagaba los sueldos. Los ingleses exigían abonar en monedas de plata. En la noche del 26 de agosto estalló la rebelión que no se limitó a manifestarse ante los administradores de la estancia. Los conjurados se dirigieron hacia la comandancia situada en Puerto Soledad (hoy Argentino) y en el camino se encontraron con el capataz Juan Simón que intentó resistirse y fue muerto por Rivero. Posteriormente tomaron la comandancia y sustituyeron la bandera inglesa por la celeste y blanca. Los ingleses y franceses que habitaban el lugar (unos 17) huyeron a refugiarse en los islotes cercanos. En tanto Rivero y su grupo se hicieron fuertes y permanecieron en el lugar hasta el 10 de enero de 1834. Este hecho constituye un verdadero acto de soberanía que siente un precedente más en nuestro reclamo por el territorio irredento.
La llegada de refuerzos británicos obligó a desalojar Soledad. Los gauchos se internaron en la isla y resistieron hasta el 14 de abril cuando fueron apresados y derivados a Inglaterra. El gobierno inglés abrió una instrucción para procesarlos pero el Almirantazgo consideró más conveniente devolverlos a su lugar de origen. En 1835 los liberaron en Montevideo, perdiéndose sus rastros. Según Leguizamón Pondal, Rivero participó en la batalla de la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, contra los mismos enemigos.
Pareciera que el hecho de recuperar por unos meses la capital de las Malvinas e izar la bandera argentina en reemplazo de la enseña pirata no es suficiente argumento para recordar a nuestro Gaucho Rivero, según algunos historiadores.

Bibliografía consultada:
Muñoz Azpiri, José Luis, “Historia Completa de las Malvinas”. Bs. As., Oriente, 1966, T. III, pág. 432.
Leguizamón Pondal, Martiniano, “Derechos de la Argentina en las Islas Malvinas basado en autores ingleses”. Bs. As., Academia Nacional de Ciencias, Nro. 39, 1939, pp. 417/431.
Leguizamón Pondal, Martiniano, “Toponimia criolla en las Malvinas”. Bs. As., Raigal, 1956, pp. 47/66.
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