Rubén I. Bourlot
El 8 de setiembre se
conmemora el Día del agricultor debido a que se recuerda la fecha de la
fundación de la colonia agrícola de Esperanza, Santa Fe, “dividida y amojonada
entre setiembre y noviembre de 1855 y poblada a principios de 1856”. Los
colonos europeos lograron con su porfía abrir surcos en tierras vírgenes donde
señoreaban los montes y las vacas. Este hecho modificó definitivamente la
matriz productiva de la pampa argentina.
El 28 de agosto de 1944, por decreto Nº 23.317, el gobierno argentino instituyó el Día del agricultor, considerando que en la provincia de Santa Fe, más precisamente en donde hoy se encuentra Esperanza, se había fundado de la primera colonia agrícola.
La arbitrariedad de la fecha para homenajear a los cultivadores de la tierra no hace honor a las precisiones históricas. Los testimonios nos dicen que desde épocas prehispánicas la agricultura era una práctica entre las comunidades que habitaron la región como los chanaes y los laboriosos guaraníes. También hubo agricultura en la época hispanocriolla por parte de los españoles que trajeron el trigo, y en el periodo poscolonial florecieron campos de cultivo cercados de setos vivos o con palos a pique para resguardarlo de la hacienda. Pero se cultivaba.
La primera colonia
Por otra parte se puede poner en tela de juicio que Esperanza sea la primera colonia de agricultores. En Entre Ríos, el 1° de septiembre de 1853 se creó oficialmente la Colonia Agrícola Militar Las Conchas en el departamento Paraná por iniciativa del gobernador Justo José de Urquiza. Manuel Clemente fue el encargado de iniciar el núcleo poblacional, con militares de origen vasco español que habían combatido en la batalla de Caseros.
En 1855 se hizo cargo de la
colonia el coronel Doroteo Salazar, que en 1956 trajo al lugar ciento cincuenta
inmigrantes alemanes y en 1857 un grupo de belgas a quienes se agregaron
familias criollas. Poco a poco fueron arribando familias de Alemania, Suiza,
Francia e Italia.
En 1858, por el importante
desarrollo que adquirió el lugar, el gobierno nacional dispuso que la Colonia
Las Conchas se llamara Urquiza en honor a su fundador. El 7 de septiembre de
1860 fue elevada al rango de villa.
El músculo y la máquina
La agricultura en los tiempos
de la fundación de las primeras colonias se practicaba todo a pulmón, con
escasa ayuda tecnológica. La mano de obra humana y la tracción a sangre se
complementaban con rudos instrumentos de labranza como arados, palas, azadas y
no mucho más. La siembra se realizaba “al voleo” y se segaba con hoces y
guadañas para luego trillar con el pisoteo de caballos y finalmente zarandear
al viento para separar la paja del grano.
Hacia fines del siglo comenzaron a llegar las primeras maquinarias para segar y trillar, y los motores a vapor para reemplazar a los bueyes y caballos. Todo era importado pero no faltaron los gringos y criollos que aportaron su inventiva para imitar la maquinaria y mejorarlas. Los herreros vecinos de la colonia Esperanza, por ejemplo, fabricaron los primero arados nacionales hacia 1880. Luego le siguieron otros implementos como las segadoras y trilladoras de factura nacional.
Estos ingeniosos hacedores no
habían pasado por la universidad, no eran ingenieros y se habían formado a
martillazo limpio. Pero su capital más importante era la apertura de mente para
innovar. Como lo sostiene John Kenneth Galbraith (el reconocido economista neokeynesiano)
en su libro La sociedad opulenta, los grandes innovadores de las revoluciones
industriales “eran con mayor frecuencia el resultado de un brillante destello
de la inteligencia que el producto de una educación y de un desarrollo de años”
y ejemplifica con los casos del inventor de la lanzadera volante, John Kay, el
de la máquina de hilar, James Hargreaves, y el de la urdidora mecánica, Richard
Arkwright. Los primeros “eran sencillos tejedores con una inclinación por la
mecánica. Arkwright había aprendido de joven los oficios de barbero y peluquero
y apenas sabía leer y escribir.” Pero sus inventos fueron los responsables de
la primera revolución industrial europea.
En el país hacia 1920 los hermanos Juan y Emilio Senor fabricaron la primera cosechadora de cereales argentina en San Vicente (Santa Fe). Eran equipos de arrastre, similares a las importadas, que pronto compitieron con éxito en el mercado.
Pero la verdadera innovación que se comercializó vino casi una década después cuando el inmigrante italiano Alfredo Rotania, radicado en Sunchales, logró fabricar una cosechadora autopropulsada en 1929. Con esta innovación se eliminaban los caballos o tractores que “arrastraban” la maquinaria para trillar. La máquina tenía incorporado un motor con la suficiente potencia y las articulaciones para mover la maquinaria que segaba y trillaba y a su vez lograba el desplazamiento autónomo. Fue la primera cosechadora autopropulsada del mundo que se fabricó en serie.Cabe agregar que existe un antecedente en Pigüé, provincia de Buenos Aires, donde José Fric con 28 años puso en marcha una cosechadora autopropulsdada de su fabricación, el 16 de diciembre de 1917 y realizó su primera prueba con éxito. En 1918 la presentó en la Exposición Rural de Palermo.