29/10/24

Berdiales, el olvidado poeta de los niños

Rubén I. Bourlot

 

Seguro que los más grandes recordarán haber leído en los ajados libros de lectura para los primeros grados de escuela primaria las poesías de un tal Germán Berdiales. Hoy una rareza. Es verdad que el público infantil cambió y esos versos sencillos, sin rebusques, resultarán muy ingenuos en un mundo invadido por la tecnología. Ese olvido del poeta tal vez se refuerce por su adscripción al nacionalismo católico, a las corrientes moralistas que en la primera mitad del siglo XX bregaba por reafirmar una identidad nacional e inculcar esos valores a la niñez.

Pero el mayor “pecado” fue su acercamiento al peronismo como colaborador de la revista “La Obra” -auxiliar imprescindible para generaciones de maestras y maestros- y autor de El libro de la Patria: texto de lectura para 4to grado: 80 lecturas en 85 lecciones y la Constitución Nacional en colaboración con Pedro Inchauspe, publicado en 1950.

Tal vez muchos de los que peinan canas recordarán con ternura los versos de 

La rueda del pan

—Chacarero, dame pan.

—Chacareros no lo dan,

que lo dan los molineros.

Vete a ver al molinero

y si no a la molinera.

—Molinero, dame pan.

—Molineros no lo dan,

que lo dan los panaderos.

Vete a ver al panadero

y si no a la panadera.

—Panadero, dame pan.

—Panaderos si lo dan.

Toma el pan, dame el dinero.

Demos ya la vuelta entera,

chacarero y chacarera,

molinero y molinera,

panadero y panadera.

Más ligero, más ligero,

demos ya la vuelta entera…


En una escuelita de Chubut

Germán Berdiales había nacido barrio porteño de la Concepción, lindando con San Telmo el 4 de septiembre de 1896 y falleció el 17 de mayo de 1975.

Poeta, maestro, traductor, escritor y periodista. Se inició en la actividad periodística a los dieciséis años y la abandonó (temporalmente) al terminar sus estudios como maestro. Con auténtica vocación magisterial, se encaminó hacia la provincia de Chubut donde fue maestro de niños aborígenes durante varios años. Retomó el periodismo a su regreso de La Pampa y la Patagonia y colaboró en publicaciones de prestigio como La Prensa de la Capital Federal, El Día de La Plata, Ficción, El Hogar, Pampa Argentina, Mundo Argentino y Vinos, Viñas y Frutas.

La obra de Berdiales fue principalmente escolar con obras que pretendían instruir, enseñar, inculcar cultura y conocimientos. Toda su obra fue una prolongación de la función docente, dice la biógrafa Elsa Plácida Vulovic.

El primer libro vio la luz en 1924 y se llamó Las fiestas de mi escuelita. Luego vino una vasta producción de comedias, diálogos, monólogos y discursos para la escuela y el aula. Se trataba de teatro infantil. Le siguieron: Fábulas en acción (1927), Padrino (1929), El último castigo: cuentos para padres y maestros (1929), Fabulario (1933) y Maestros del idioma (1936). Para la clásica colección Robin Hood (la de las tapas amarillas) escribió El hijo de Yapeyú, El primer soldado de la libertad, El maestro de América, Teatro Robin Hood y El Divino maestro, entre otras. También tradujo y adaptó obras clásicas como Corazón, de Edmundo de Amicis.

En El Monitor de la Educación Común publicó ensayos literarios y las obras de índole pedagógica.

En su época de esplendor anduvo por Paraná brindando conferencias. La cita fue el 2 y 3 de junio de 1948 en la Biblioteca Popular del Paraná y en el salón de actos de la Escuela Rivadavia.

Tras la caída del peronismo en 1955 su estrella parece desvanecerse. Aparece colaborando en periódicos y publica obras de teatro infantil.

En 1964 lo hallamos nuevamente en Paraná para participar del V Congreso Nacional de Escritores que presidió Beatriz Bosch.


27/10/24

Don Ata con los estudiantes del Colegio del Uruguay

Rubén I.Bourlot

 

El 16 de septiembre de 1963 llegó de visita a la Concepción del Uruguay Atahualpa Yupanqui (Don Ata, como le decían) persiguiendo los recuerdos cosechados en tierras montieleras durante  su paso por los años treinta: “con mirada de otros años, y otros tiempos contemplé, sobre un mangrullo de talas, el palmeral de Montiel”. Ya no sin caballo y en Montiel, sino a bordo de un automóvil, arribaba esa primavera de 1963. Ya no payador perseguido sino cargando con todos los laureles del cantor triunfante en los escenarios del país y el mundo.

Don Ata llegó para actuar en la ciudad invitado por la Peña Tradicionalista Ñanderogamí, y estuvo en la radio LT11, y al otro día estaría en el Colegio Nacional, el Histórico fundado por Justo José de Urquiza, para deleitar a los jóvenes con sus versos sentidos.

Ese jueves ingresó a los estudios de la radio, en ese entonces Splendid, acompañado del representante de la peña Ñanderogamí, Florencio López, y del joven integrante de la misma Juan Luis María Puchulu.

Al día siguiente estaba invitado para visitar y charlar con los estudiantes del Colegio del Uruguay. Por la noche se fue a dormir pensando en el encuentro con la juventud estudiosa. Y el sueño remolón no venía pero sí las palabras se agolpaban en la mente del cantor. Las palabras para la juventud del Colegio. Y esa noche en vela las volcó en el papel.

Frente a la estudiantina leyó esas palabras “de saludo para la juventud de estudiantes de Concepción del Uruguay en esta tarde.

“Qué linda suerte la mía, esa suerte de echar pie a tierra en este pago de Concepción del Uruguay, para saludar a la juventud estudiosa, pajaritos de reciente plumaje, que se preparan para el canto y el vuelo en venerables jaulas de mapas, de libros y consejos, en las que no hay ramas que detengan el sueño y la fantasía, y donde la vocación halla su cauce para correr tierra y tiempo, y darse con todo, como los arroyos que cruzan nuestras praderas con sol y sombra, y remolino, hasta entregar su viaje al ancho y amado río, sumándose a la vida y al paisaje con un destino de mar…”

 

PRÓCER DE CARNE Y HUESO

Las bellas palabras pronunciadas bajo el sol primaveral, en el antiguo patio del Colegio, echaron a volar y recorrieron galerías y pasillos, y se confundieron con las voces de otros tantos célebres personajes que pisaron las baldosas del Histórico.

“Fui como ustedes, pajarito libre sobre un paisaje de encantamiento. Quemaba mis carbones en el aula, y en el deporte, y en la danza.

“Cualquier camino que recorría de niño, de muchacho, era para mí, como para todos los adolescentes, una senda milagrera donde se me rebelaba un mundo; un mundo que era solamente nuestro; un universo que apasionaba al muchachito descubridor, un territorio que impulsaba al conocimiento de yuyos y de árboles, de nidos y de arenas, de frutas tibias bajo el sol de la siesta…”

Los jóvenes estudiosos -seguramente guardando respetuosos silencio- con ojos de asombro y oídos atentos, observaban a ese hombre de rostro aindiado ahí presente, vivo. Sí vivo porque para los estudiosos de manual los grandes hombres sólo viven en las esculturas, como ese Urquiza, ese Clark, ese Larroque que señorean congelados en el bronce.

“Los años, el tiempo, hicieron de aquellos caminitos de travesuras y revelaciones camperas y sencillas, un solo camino.

“El abuelo vasco y el abuelo indio, se confabularon con el paisaje de esta tierra en que nací.

“Desde la raíz de la piedra, desde la hondura del algarrobo, desde la nocturnidad de las llanuras, desde el misterio de los montes, los duendes mestizos que manejan mi destino, eligieron un trenzador.

“Ese trenzador se llamaba destino. Y tomando las cinco líneas de aquel pentagrama que solía descifrar con dificultad cuando niño, hizo con ellas una trenza hechizada, un lazo sobado con amor y paciencia, con cielitos y rocíos mañaneros.

“Y con ese lazo, hecho para el desvelo y el camino, amarró junto a mi corazón un antiguo madero estremecido: la guitarra…”

En esas líneas vibraba el canto pausado del payador, el sonido grave de la guitarra criolla, el aroma de los espinillos en flor que lo recibieron en la que fuera villa del Arroyo de la China.

“Y bendigo a mí la suerte de hoy, que me permite desensillar, siquiera por una noche, junto a los muros de esta ciudad, tan entrerriana y tan argentina, tan plena de historia, tradición y poesía, con un paisaje de prado, monte y río, capaz de atesorar la vocación de sus hijos, apuntalando el ayer para que sea más firme la luz del mañana”.

 

PAYADOR PERSEGUIDO

Atahualpa Yupanqui nació en el paraje Campo de la Cruz, en José de la Peña, partido de Pergamino, el 31 de enero de 1908. Fue anotado en el registro civil como Héctor Roberto Chavero.

En su derrotero, fue maestro, periodista, peón rural… pero, por sobre todo, músico. A los 23 años, se casó en Buenos Aires con su prima María Alicia Martínez, aunque poco después se instalaron en Entre Ríos. Faltaban varios años para su unión más conocida con la francesa Antoinette Fitzpatrick, “Nenette”, que como Pablo del Cerro firmó muchas de las canciones que Don Ata hizo famosas.

En su célebre “El canto del viento”, escribió: “Rastreando la huella de los cantos perdidos por el Viento, llegué al país entrerriano. Sin calendario, y con la sola brújula de mi corazón, me topé con un ancho río, con bermejos barrancos gredosos, con restingas bravas y pequeñas barcas azules. Más allá, las islas, los sarandizales, los aromos, refugio de matreros y serpientes, solar de haciendas chúcaras. Lazo. Puñal. Silencio. Discreción.

“Me adentré en ese continente de gauchos, y llegué a Cuchilla Redonda, desde Concepción del Uruguay. Llevaba un papel para Aniceto Almada. Y días después, crucé por Escriña, Urdinarrain, y fui a parar a Rosario Tala. Era una ciudad antigua, de anchas veredas, con más tapiales que casas. Anduve por los aledaños hasta el atardecer, sin hablar con nadie, aunque respondiendo al saludo de todos, pues allá existía la costumbre de saludar a todo el mundo, como lo hace la gente sin miedo y sin pecado”.

En su célebre “Sin caballo y en Montiel” dice que anduvo por Altamirano, Sauce Norte, Barro negro… y trabó amistad con Climaco Acosta y Cipriano Vila “dos horcones entrerrianos y una amistad sin revés”.

Payador perseguido y no era metáfora. Sus ideas políticas, su acercamiento al yrigoyenismo derrocado y diezmado en la “década infame”, lo impulsaron a buscar refugio entre los espinillos y ñandubays del Montiel. Existen testimonios que lo ubican involucrado en la revolución de los hermanos Kennedy (Eduardo, Roberto y Mario) en la zona de La Paz que movilizó el aparato represivo del gobierno nacional.


7/10/24

Del mote de vagos a la dignificación del trabajo rural

Rubén I. Bourlot


Un grupo de peones de la trilla. Imagen tomada en la zona rural de Nogoyá, en 1916.

La dura realidad del trabajador rural asalariado o peón de campo ha tenido, en el transcurso del siglo XX, algunas modificaciones que han mejorado la condición de su tarea en relación al siglo XIX. Sin embargo, aún persisten en el país bolsones de explotación para quienes desempeñan estas tareas.

El 8 de octubre es el Día del Trabajador Rural recordando la sanción en 1944 del primer Estatuto del Peón de Campo, mediante decreto 28.169 del gobierno de facto presidido por el general Edelmiro Farrell, cuyo secretario de trabajo era Juan Domingo Perón.

“Cachorro de viaje largo: / ¡qué duro es tu trajinar!/ Destino sin una queja / de silencio y soledad” le canta Linares Cardozo en Peoncito de estancia.

Existe un discurso muy actual que otorga un halo de romanticismo al trabajador rural asalariado, al peón de campo; que lo muestra como una persona abnegada que trabaja de sol a sol, con frío, calor o lluvia, sin reclamar por vacaciones, sin hacer huelgas ni cortar rutas -como lo hacen sus patrones-. Pero esa es una penosa realidad aún con la vigencia de las leyes que tratan de dignificar su trabajo.

El estatuto de 1944 venía a visibilizar a un sector totalmente marginado que prestaba servicios en condiciones penosas y en muchos casos casi en la esclavitud. La norma establecía la obligación de pagar un salario mínimo y la estabilidad de los trabajadores del campo, el pago en moneda nacional, la ilegalidad de deducciones o retenciones, descansos obligatorios, alojamiento con mínimas condiciones de higiene, buena alimentación, provisión de ropa de trabajo, asistencia médico-farmacéutica y vacaciones pagas. La normativa fue fuertemente resistida por los productores rurales que se negaban a reconocer la productividad del trabajador bajo su dependencia.

El estatuto se convirtió en la Ley Nº 12.921 en diciembre de 1946. Meses más tarde se sancionaba la Ley 13.020 para reglamentar el trabajo de cosecha o de los llamados trabajadores “golondrina”. El Estatuto del Peón de Campo fue reemplazado por un Régimen de Trabajo Agrario mediante el decreto de facto Nº 22.248 de 1980. En 2011 se sancionó un nuevo Estatuto del Peón Rural.

Régimen feudal

El régimen de trabajo rural hasta la década del ’40 no difería mucho de las condiciones que venían de la época colonial. Los vínculos cuasi feudales entre peones y patrones tuvieron su expresión más salvaje en los obrajes de La Forestal que a partir de 1870 explotó los quebrachales en el norte santafesino, sur chaqueño y noreste de Santiago del Estero.

Tradicionalmente, con la expansión de la ganadería en la región, se hizo necesario contar con puesteros y peones para atender a la hacienda bajo un régimen de servidumbre.

Según el historiador Juan Pivel Devoto a fines del siglo XVIII en la Banda Oriental del Uruguay los puesteros y peones constituían la base de lo que denomina el “proletariado rural”. Percibían una parte de su salario en dinero, completándose muchas veces en forma de alimentos y vivienda. Una figura importante de este sector estaba representada por los agregados, en muchos casos antiguos ocupantes instalados en predios de grandes o medianos hacendados, con su propio grupo familiar. El agregado fue tolerado frecuentemente por el propietario o poseedor como garantía contra el asentamiento de nuevos ocupantes, manteniéndolo en las tierras a cambio del mejor derecho del hacendado.

Las grandes propiedades se arrendaban con todo lo que las tierras tenían, no sólo con las instalaciones, sembradíos o ganado, sino también con los pequeños arriendos – en este caso, denominados arrendatarios secundarios- y con los agregados que tuviera la propiedad que los asimilaba a los siervos de la gleba del feudalismo europeo. 

En este sentido, y en virtud de la relación contractual, los arrendatarios principales, sin ser dueños de la tierra que arrendaban y al margen de cualquier otro arreglo que previamente pudiera haber hecho el arrendatario secundario o el agregado con el propietario de las tierras, recibieron un amplio poder de decisión sobre la suerte de aquellos. Se trasladaba al arrendatario principal con toda su fuerza la relación de dependencia del pequeño arrendatario y del agregado.

El control de los vagos

Ya en la época independiente los gobiernos de Entre Ríos trataron de regular el trabajo rural no para reconocerles derechos sino para garantizar la prestación de sus servicios. Así Justo José de Urquiza al frente del gobierno de Entre Ríos dispuso una minuciosa reglamentación para el personal de marcación de ganado: “Todo peón de esta marcación, queda sujeto a los comisionados, principales cabezas y subordinados a los subalternos de las escuadras que formen, sin poder salir del puesto que ocupe sin previo permiso por escrito de uno de los comisionados. La peonada en sus marcas guardará el orden militar, formando filas alineados sin permitir que salga nada de ellas, y cumpliendo las órdenes que se les imponga. Los trabajos cesarán a las doce del día sábado, para dar lugar al aseo particular de cada uno y reposición de los útiles de servicios inutilizados, pasando revista de ellos en forma militar; ninguno tendrá ni podrá llevar mujeres en las incursiones que se hagan durante su subsistencia en las comisiones de yerra”.

El día domingo se permitía a la peonada “la diversión de costumbre, que es el baile, cuidando las familias del partido, y prohibiéndose hacerlo de noche, y éste sólo durará hasta las cuatro de la tarde”.

Pero también por la época rigieron las denominadas leyes de “vagos” para obligar a prestar servicio a los también denominados “gauchos” que no tenían ocupación fija.

En 1848 el gobierno decretó “convencido de que la falta de moral y aplicación al trabajo de la clase jornalera, obsta poderosamente al adelanto de un país, por cuanto la falta de brazos paraliza todos los ramos de su comercio e industria” por lo tanto no se admitía en la provincia “ninguna clase de individuo vago, o que no tenga ocupación honesta y conocida” y establecía las obligaciones de peones y empleadores que debían exigir la portación de un certificado de las autoridades competentes o la “papeleta” extendida por un empleador donde se registraba su conducta en el trabajo. Los que persistían en el estado de vagancia serían enviados al campamento militar de Calá.

En 1860 la Cámara legislativa sancionó la “Ley de vagos” que calificaba como tales a “las personas de uno y otro sexo que no tengan renta, profesión, oficio u otro medio lícito con que vivir” y “los que, con renta, pero insuficiente para subsistir, no se dedican a alguna ocupación lícita y concurren ordinariamente a casas de juego, pulperías o parajes sospechosos”. A estos infractores se los destinaba a “trabajos públicos por el término de tres meses” en tanto que “las mujeres vagas serán colocadas por igual término al servicio de alguna familia mediante un salario convenido entre la Autoridad y el patrón”.

14/9/24

"Centauros del pasado", la primera película sobre Francisco Ramírez

Rubén I. Bourlot

 

El 13 de septiembre de 1944 se estrenaba el filme “Centauros del pasado”, una superproducción argentina que retrataba la vida del caudillo entrerriano Francisco Ramírez.

Se trataba de una película en blanco y negro dirigida por Belisario García Villar según su propio guion sobre el libro de Roberto A. Tálice y Eliseo Montaine. Tenía como protagonistas a Santiago Gómez Cou, Anita Jordán, Elvira Quiroga y Alita Román. Esta producción fue galardonada con el premio Cóndor de Plata al mejor guion original.

EL DIARIO del 30 de septiembre de ese año anunciaba el estreno de la película para el jueves 5 de octubre en el cine Select. En la reseña posterior se destacaba que era “un alarde de técnica” y agregaba que “dos grandes caudillos, Artigas y Ramírez, amigos y adversarios se mueven con precisión en el escenario de sus hazañas, al frente de sus heroicas legiones. Grandes capitanes de la democracia gaucha actúan con el heroísmo que ha determinado su gloria y el reconocimiento de la posteridad (…)”

Personificaba a Francisco Ramírez Santiago Gómez Cou, Anita Jordán (con ese apellido tan significativo ya que era el materno de Ramírez) se ponía la piel de La Delfina y Elvira Quiroga como Tadea Jordán. También actuaban Alita Román, Ernesto Vilches, Domingo Sapelli, Nelly Montiel, Eloy Álvarez, Raúl Merlo y Francisco Pablo Donadío.

Superproducción

En un rápido recorrido de la gran telaraña virtual que es internet no se pudieron hallar indicios de la existencia de la cinta. Solo se encuentran reseñas que la elogian por su carácter de superproducción que implicó un notable esfuerzo técnico para filmar los exteriores. Fotografías publicadas por la prensa de la época dan testimonio del gran despliegue y el rigor histórico para lograr la reproducción de las batallas. En la citada reseña de EL DIARIO se subraya la fidelidad de las escenas. “Esos escuadrones se mueven en la película con toda exactitud. Escuadrones de lanceros van al asalto, en encuentros decisivos. Y pelean, con entera realidad, a lanza y sable sobre campos quebrados, bajo el humo del estampido de los cañones y el fuego cerrado de la fusilería de a pie. El encuentro llega a ser cuerpo a cuerpo. La lucha es un verdadero entrevero, un alarde de aventura tan bien lograda en la función, gracias a la pericia del director García Villar y sus colaboradores que son, en la actualidad, oficiales de caballería del ejército.”

La filmación de las escenas exteriores se llevó a cabo en los terrenos de la unidad militar de la Agrupación de Zapadores de San Nicolás (provincia de Buenos Aires) El personal de cuadros y soldados sirvieron de extras de las escenas bélicas de la película. En una fotografía publicada por un medio de San Nicolás, y que permanece en el archivo de la unidad militar, se puede apreciar una escena de la película que es la carga de la Infantería en las barrancas de la ribera del río Paraná. La acción fue filmada en una de las bajadas al río en donde durante un tiempo funcionó el Polígono de Tiro del Batallón de Ingenieros de Combate 101.

Los hacedores

Quienes se aventuraron en esta verdadera patriada para filmar la historia de nuestro caudillo merecen una breve referencia. Como para empezar recordemos los autores del texto que fue la base del guion. Se trata de Roberto Tálice y Eliseo Montaine. El primero fue autor de más de 150 obras teatrales y guiones de cine y televisión, periodista del diario Crítica en la década del 20 y del noticiero cinematográfico Sucesos Argentinos. Había nacido en Montevideo el 15 de marzo de 1902 y falleció en Buenos Aires en 1999. A fines de los años 50, Tálice integró el Instituto Nacional de Cinematografía y fue miembro fundador de la Asociación de Cronistas Cinematográficos.

En tanto Eliseo Montaine fue escritor, pintor, humorista, dramaturgo y guionista de cine nacido en 1906 y fallecido en 1966. Fue columnista del diario Crítica.

El director y guionista Belisario García Villar había nacido en 1912, en Buenos Aires, y falleció en Uruguay en 1966. Escribió y dirigió numerosas películas, entre otras Los 33 días. (‘¡Heroica Paysandú yo te saludo!’) (1963), El diablo de las vidalas (1950), La carga de los valientes (1940) y Reportaje a un cadáver (1955) que no pudo ser estrenada por el derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón.

El protagonista que encarnó a Francisco Ramírez fue Santiago Gómez Cou, nacido en Montevideo en 1903 y fallecido en Buenos Aires en 1984. Participó en 63 películas, destacándose en El deseo, Una mujer sin importancia, con Mecha Ortiz, La orquídea, por la que ganó un premio al Mejor Actor de Reparto, El túnel, con Laura Hidalgo, Sala de guardia, La calle del pecado, La mujer de las camelias, Amor prohibido, con Zully Moreno, Ensayo final, con Nelly Panizza y Arrabalera, con Tita Merello, por la que ganó un premio al Mejor Actor.

Participó en varias radios de Buenos Aires y Uruguay, integrando además los elencos de varios radioteatros. Incursionó en televisión en ciclos como el exitoso Rolando Rivas, taxista.

La actriz que hizo de La Delfina fue Anita Jordán (1917-1946). Filmó diez películas entre 1934 y 1944, lo que duró su carrera debido a su prematura muerte. En sus inicios como actriz, compartió un cuarto de pensión con Eva Duarte. Queda su imagen en los filmes Mañana es domingo, La barra mendocina, Loco lindo, El forastero, La vuelta al nido, Giacomo, La carga de los valientes, El inglés de los güesos y Sendas cruzadas.

Hacemos votos para que algún día alguien rescate esta pieza pionera de la reivindicación de nuestros caudillos y la podamos disfrutar.

7/9/24

Agricultores y máquinas. La primera cosechadora autopropulsada

 Rubén I. Bourlot

El 8 de setiembre se conmemora el Día del agricultor debido a que se recuerda la fecha de la fundación de la colonia agrícola de Esperanza, Santa Fe, “dividida y amojonada entre setiembre y noviembre de 1855 y poblada a principios de 1856”. Los colonos europeos lograron con su porfía abrir surcos en tierras vírgenes donde señoreaban los montes y las vacas. Este hecho modificó definitivamente la matriz productiva de la pampa argentina.

El 28 de agosto de 1944, por decreto Nº 23.317, el gobierno argentino instituyó el Día del agricultor, considerando que en la provincia de Santa Fe, más precisamente en donde hoy se encuentra Esperanza, se había fundado de la primera colonia agrícola.

La arbitrariedad de la fecha para homenajear a los cultivadores de la tierra no hace honor a la verdad histórica. Los testimonios nos dicen que desde épocas prehispánicas la agricultura era una práctica entre las comunidades que habitaron la región como los chanaes y los laboriosos guaraníes. También hubo agricultura en la época hispanocolonial por parte de los españoles que trajeron el trigo, y en el periodo poscolonial florecieron campos de cultivo cercados de setos vivos o palos a pique para resguardarlo de la hacienda. Pero se cultivaba.

 

La primera colonia

Inclusive se puede poner en tela de juicio que Esperanza sea la primera colonia de agricultores organizada. En Entre Ríos, el 1° de septiembre de 1853 se creó oficialmente la Colonia Agrícola Militar Las Conchas en el departamento Paraná por iniciativa del gobernador Justo José de Urquiza. Manuel Clemente fue el encargado de iniciar el núcleo poblacional, con militares de origen vasco español que habían combatido en la batalla de Caseros. 

La intención de Urquiza era “formar en el rincón de las Conchas una población o Colonia Agrícola Militar de vascos españoles y en este concepto de Vd. lo conveniente para destinarle el lugar aparente en que debe plantearse dicha población. Los primeros que son 15 ó 20 hombres, necesitan bueyes, herramientas y semillas que he dispuesto que Vd. le haga facilitar." (Carta de Urquiza al gobernador delegado Antonio Crespo).

En 1855 se hizo cargo de la colonia el coronel Doroteo Salazar, que en 1956 trajo al lugar ciento cincuenta inmigrantes alemanes y en 1857 un grupo de belgas a quienes se agregaron familias criollas. Poco a poco fueron arribando familias de Alemania, Suiza, Francia e Italia.

En 1858, por el importante desarrollo que adquirió el lugar, el gobierno nacional dispuso que la Colonia Las Conchas se llamara Urquiza en honor a su fundador. El 7 de septiembre de 1860 fue elevada al rango de villa.

 

El músculo y la máquina

La agricultura en los tiempos de la fundación de las primeras colonias se practicaba todo a pulmón, con escasa ayuda tecnológica. La mano de obra humana y la tracción a sangre se complementaban con rudos instrumentos de labranza como arados, palas, azadas y no mucho más. La siembra se realizaba “al voleo” y se segaba con hoces y guadañas para luego trillar con el pisoteo de caballos y finalmente zarandear al viento para separar la paja del grano.

Hacia fines del siglo comenzaron a llegar las primeras maquinarias para segar y trillar, y los motores a vapor para reemplazar a los bueyes y caballos. Todo era importado pero no faltaron los gringos y criollos que aportaron su inventiva para imitar la maquinaria y mejorarlas. Los herreros vecinos de la colonia Esperanza, por ejemplo, fabricaron los primero arados nacionales hacia 1880. Luego le siguieron otros implementos como las segadoras y trilladoras de factura nacional.

Estos ingeniosos hacedores no habían pasado por la universidad, no eran ingenieros y se habían formado a martillazo limpio. Pero su capital más importante era la apertura de mente para innovar. Como lo sostiene John Kenneth Galbraith (el reconocido economista neokeynesiano) en su libro La sociedad opulenta, los grandes innovadores de las revoluciones industriales “eran con mayor frecuencia el resultado de un brillante destello de la inteligencia que el producto de una educación y de un desarrollo de años” y ejemplifica con los casos del inventor de la lanzadera volante, John Kay, el de la máquina de hilar, James Hargreaves, y el de la urdidora mecánica, Richard Arkwright. Los primeros “eran sencillos tejedores con una inclinación por la mecánica. Arkwright había aprendido de joven los oficios de barbero y peluquero y apenas sabía leer y escribir.” Pero sus inventos fueron los responsables de la primera revolución industrial europea.

En el país hacia 1920 los hermanos Juan y Emilio Senor fabricaron la primera cosechadora de cereales argentina en San Vicente (Santa Fe). Eran equipos de arrastre, similares a las importadas, que pronto compitieron con éxito en el mercado. Pero la verdadera innovación vino casi una década después cuando el inmigrante italiano Alfredo Rotania, radicado en Sunchales, logró fabricar una cosechadora autopropulsada en 1929. Con esta innovación se eliminaban los caballos o tractores que “arrastraban” la maquinaria para trillar. La máquina tenía incorporado un motor con la suficiente potencia y las articulaciones para mover la maquinaria que segaba y trillaba y a su vez lograba el desplazamiento autónomo. Fue la primera cosechadora autopropulsada del mundo que se fabricó en serie.

Un poeta exiliado en el olvido

 Rubén I. Bourlot

 

Si hoy nombramos a José María Fernández Unsain, para el común de la gente es una una persona desconocida. O tal vez el nombre de un sitio público, una calle tal vez y con mucha suerte. Para unos pocos es el nombre de un poeta entrerriano que escribió sonetos de ambiente campesino y el tiempo lo lleva al exilio en México y en el olvido.

Nace en 1918, en Paraná y pronto despierta su vena poética. Muy prematuro, en 1935 publica Cristal de juventud. Colabora en distintos periódicos de su ciudad natal. En un reportaje dice: “Mi padre tenía una biblioteca de 10 mil volúmenes a los cuales me acerqué desde muy pequeño. A los tres años aprendí a leer [...], a los 12 años escribí mi primer poema, un romancillo”.  En 1935 da a la luz, con premura,  su libro Cristal de juventud. De esa época es un sentido homenaje poético al arroyo Antoñico, que atraviesa como un cuchillo su ciudad natal: “Los gurises crecían chapaleando / su agüita triste / como si el gris fuera de agua para siempre…”  

Hacia 1942 la Universidad del Litoral le edita Esto es el campo y después se va a las luces de la gran ciudad, a Buenos Aires donde colabora en diversos medios y ejerce el periodismo escrito y radial. Gana premios varios por su producción literaria que lo hacen reconocido en el país y Latinoamérica.

“Montado en pelo estoy sobre la tierra / - potro de sol y sombra coscojera – (… ) / el campo es cierto como un árbol, creo, / y por los aires cálidos y fríos / mis soledades y luz arreo”, publica en Sonetos.

Se interesa por la política y adscribe a las corrientes nacionalistas. Integra y dirige el diario Tribuna de esa orientación junto a personalidades como Luis Soler Cañas, Joaquín Linares, Lautaro Durañona y Vedia, Gilberto Gomes Ferrán, Jorge Massetti y Fermín Chávez. En 1945, los profundos cambios que se acercan lo encuentran en la vereda aluvional de los invisibles, los descamisados. Se suma al movimiento que encabeza Juan Domingo Perón e integra una lista electoral como candidato a diputado. Luego cumple diversas funciones como director del Teatro Nacional Cervantes, presidente de la Comisión de Cultura, director general de la Secretaría de Cultura y secretario de Eva Perón a quién dedica su poema Canción elemental, editado por la peña Eva Perón. Ya lejos de su patria, en México escribe el poema Eva del sur: “Te recuerdo en el grito y en la premisa / muriendo suavemente por los ajenos. / Qué modo de quererte, malos y buenos, / qué modo de calarte por la sonrisa.”

También produce guiones cinematográficos con particular maestría que lo lleva al éxito de taquilla con La muerte se está poniendo vieja, premiada como la mejor obra de 1948. Entre las numerosas obras que escribe se cuentan los de Una viuda casi alegre (1950), Alfonsina (1957), sobre la vida de la poetisa Alfonsina Storni y La sombra de Safo (1957).

Fermín Chávez recuerda la experiencia con el denominado Teatro Obrero de la CGT. “Es una experiencia que se inicia en 1949, con la dirección de César Jaimes y Fernández Unsain. El elenco estaba formado por obreros y por gente que provenía del teatro vocacional, de los teatros de barrio. Con el Teatro Obrero de la CGT recorrimos muchas provincias, Corrientes, Tucumán, San Juan. Se presentaban obras de corte político, escritas especialmente.” En 1955 estrena Dos basuras, dirigida por Esteban Serrador y con Amelia Vences en la cabeza del elenco.

El golpe de estado de 1955 que derroca el gobierno de Perón lo impacta profundamente y años después, en 1958 parte al exilio mexicano y casi al olvido para los entrerrianos.

Y desde allá escribe “A los que murieron para que la patria”: “Míralos cómo caen / cómo tienen partidas las espaldas / y ardientes agujeros en la nuca / y los huesos quebrados como ramas. / (…) Ya están muertos, los pobres. / Ya no sufren, ni esperan, ni ríen, ni nada. / Ya no podrán usar la tardecita / para querer a las muchachas, / ya no podrán besar, ni morirse de a poco / ni preferir la Patria.”

Su producción en tierras de los aztecas es incalculable. Escribe guiones de películas - 243 consigna una estadística -, dirige y produce incansablemente. Tiene una intensa actividad gremial en defensa de los derechos de los escritores y autores. Su dinamismo es reconocido por el gobierno mexicano y otras instituciones. Entre 1980 y 1984, Fernández Unsain encabeza el Consejo Mundial de Autores de Radio y Televisión. Además, preside en dos oportunidades del Consejo Panamericano de Sociedades de Autores y Compositores.

Durante todo el tiempo se pronuncia por defender el derecho de autor que tienen los escritores, así como por un pago digno para ellos.

Y es en esas tierras que adopta como suya donde lo encuentra la muerte el 18 de junio de 1997.

 (Publicado originalmente en la revista Orillas, Entre Ríos, 2013) 

Fuentes:

José María Fernández Unsain, Cristal de juventud, Paraná, 1935;

José María Fernández Unsain, Este es el campo, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1942;

José María Fernández Unsain, Canción elemental, Peña Eva Perón, Bs. As. 1949

José María Fernández Unsain, Amor huído, Antología, Editorial de Entre Ríos, Paraná, 1995, con prólogo de Fermín Chávez.

Marcelo Leites, Antología José María Fernández Unsaín, en http://www.autoresdeconcordia.com.ar.

 http://escritores.cinemexicano.unam.mx/biografias/F/FERNANDEZ_unsain_jose_maria/biografia.html

25/8/24

La bandera de entre Ríos y los orígenes de la bandera artiguista

Rubén I. Bourlot

 

El 19 de junio se conmemora el día de la bandera de Entre Ríos que recuerda el nacimiento del caudillo rioplatense José Artigas el 19 de junio de 1764, creador de la enseña de la Liga de los Pueblos Libres que hoy identifica a nuestra provincia. La fecha se impuso mediante ley Nº 10.220 sancionada el 18 de junio de 2013.

La bandera tricolor era utilizada en Entre Ríos durante el siglo XX sin estar oficializada hasta que por un decreto del 5 de marzo 1987 se la declara como la bandera distintiva de Entre Ríos. Posteriormente, en 1989, la ley Nº 8.343 la convierte en bandera ceremonial obligatoria en los actos, ceremonias y desfiles patrióticos, junto a la bandera argentina.

La enseña fue la que mandó a confeccionar José Artigas en 1815 -en ese momento Protector de la Liga de los Pueblos Libres- y enarboló en el cuartel de Arerunguá el 13 enero de ese año. La misma debía ser similar a la de la Provincias Unidas creada por Belgrano con el aditamento de una banda roja que representaba el federalismo. En Entre Ríos fue adoptada en 1815 y en fechas similares se impuso en Corrientes, Santa Fe, Córdoba y Misiones. Luego se instituyó como uno de los símbolos de la República de Entre Ríos, cuando Francisco Ramírez rompió relaciones con Artigas.

En 1822, tras la muerte de Ramírez y la disolución de la República de  Entre Ríos, el gobernador Lucio N. Mansilla anuló su uso y la sustituyó por la bandera argentina.

 

La otra bandera

El motivo por el cual se adoptó en 1987 la bandera de la Liga Federal deja un resquicio para la polémica puesto que la provincia tuvo una bandera establecida por ley en 1833, durante la gobernación de Pascual Echagüe. La norma establecía que “La bandera azul y blanca que hasta hoy ha cubierto la Provincia no se usará en adelante en las fortalezas, puertos ni buques de su dependencia ni menos en su ejército.” Este párrafo está referido a la bandera de argentina que había impuesto el gobernador Lucio N. Mansilla en 1822.

“En adelante solo se usará de un pabellón tricolor con tres fajas horizontales, debiendo ser blanca la del centro, azul y colorada las de los lados, poniéndose en la parte superior la azul hasta la mitad de la bandera y el mismo escudo en el centro”, reza el decreto de Echagüe luego ratificado por ley.

El pabellón flameó durante las sucesivas gobernaciones de Echagüe y Justo José de Urquiza, y marchó triunfal presidiendo los ejércitos entrerrianos en la batalla de Caseros, en 1852. En 1860, cuando Entre Ríos recuperó su autonomía, tras haber permanecido como territorio federalizado para oficiar de sede del gobierno nacional entre 1854 y 1860, no registra el uso de una bandera provincial. Sí en 1870, cuando el caudillo Ricardo López Jordán se levanta en armas para oponerse a la intervención del gobierno nacional, vuelve a enarbolarse la bandera entrerriana.

 

La bandera artiguista

Otro debate aún no saldado acerca de la bandera que Artigas nos legó gira alrededor de sus orígenes, los colores y diseño. En publicaciones históricas se muestra la bandera izada por Artigas con un diseño de cinco franjas horizontales, las tres similares a la rioplatense (luego argentina) diseñada por Manuel Belgrano, con el agregado de dos franjas horizontales rojas en medio de las azules. Esta información surge de una comunicación de Artigas donde anuncia la jura de esa bandera: "...blanca en medio, azul en los extremos y en medio de éstos, unos listones colorados, signo de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República y de la sangre derramada para sostener nuestra Libertad e Independencia."

Pero no hay constancia que haya flameado una bandera de esas características. Sí es cierto que en las provincias la forma de la enseña no fue unificada y que flamearon en Santa Fe, Córdoba, Corrientes y Entre Ríos fueron diversas pero siempre respetando los tres colores.

Acerca de los colores, no caben dudas acerca del blanco y rojo, pero sí sobre el polémico “azul celeste”. Belgrano cuando la creó en 1812 dice que “mandela hacer blanca y celeste”, como la escarapela que había aprobado el triunvirato, “de dos colores blanco y azul celeste”. En tanto Artigas dispone que la bandera de la Liga Federal fuera la creada por Belgrano, a esa altura oficializada, pero con sus dos franjas azules en vez del celeste, con el agregado de rojo “de la sangre derramada” para diferenciarse de la enseña que usaban las autoridades de Buenos Aires.

Acerca de la franja roja también existe polémica ya que para el historiador uruguayo Alberto Umpiérrez de la bandera que enarboló originalmente le Protector en Arerunguá en enero de 1815 (“blanca en medio, azul en los extremos y en medio de éstos, unos listones colorados”) no existe ningún ejemplar, en tanto la franja colorada cruzada es el diseño de José María de Roo que se enarboló en Montevideo el 26 de marzo de 1815, es la que hoy flamea en Entre Ríos.

Según Umpiérrez la banda diagonal roja que fue naturalmente inspirada en la “la Cruz de Borgoña (dos listones colorados cruzados)” que lucía la bandera del Regimiento de Patricios de Buenos Aires, surgido en 1806 para enfrentar a los invasores ingleses. En la resistencia a los colonialistas participó el blandengue Artigas. Es la enseña que preside las tropas del propio Protector en la Batalla de Las Piedras, el primer gran triunfo rioplatense frente a los realistas el 11 de mayo de 1811, cuando aún no había sido creada una bandera distinta. Ese sería el origen del rojo “signo de la distinción de nuestra grandeza” referido por Artigas cuando ordena a las provincias de la Liga el uso de la bandera federal. “Hay una corriente tradicional de historiadores que quiere asociar la tricolor de Artigas con la bandera francesa –agrega Umpiérrez-, pero en esta interpretación se omite el significado de los colores de la bandera francesa: el blanco representa la monarquía borbónica y la combinación de rojo y azul representa a la ciudad de París, porque son los colores del escudo de París.”


21/8/24

Carlos Mastronardi a través de las cartas

 Rubén I. Bourlot

 

El 5 de junio de 1976 murió en Buenos Aires Carlos Mastronardi, el consagrado autor de Luz de Provincia. Había nacido en Gualeguay, el 7 de octubre de 1901. Cursó sus estudios secundarios en Concepción del Uruguay, ciudad entrerriana honrada por la sombra de Urquiza, y fue interno de la noble Fraternidad.  Más o menos a sus veinte años se fue a Buenos Aires, con intención de estudiar abogacía.  Allí fue parte de del grupo “Martín Fierro”, esto es, la vanguardia literaria que, a mediados de los años veinte, se reunía alrededor de la revista de ese nombre.  Muchos años después sus personajes, ya ilustres, poblarían las páginas vívidas de Memorias de un provinciano: entre otros, el inclasificable  Macedonio Fernández, Roberto Arlt, Jacobo Fijman, Néstor Ibarra y el joven Jorge Luis Borges.

Tiempo después de publicarse su primer libro de poemas, Tierra amanecida (1926), la muerte del padre determina el regreso de Mastronardi a Gualeguay, experiencia caracterizada en las Memorias como “un período oscuro, un tiempo sin esperanza ni salida” que dura ocho años. Al cabo de ellos, Mastronardi volvió a Buenos Aires donde publicó su tercer libro: Conocimiento de la noche (1937) donde incluye su poema más celebrado: Luz de provincia.  El resto de su literatura cabe en unos pocos títulos.  Dos de ensayos: Valéry o la infinitud del método (1955) y Formas de la realidad nacional (1961); uno más de poesía: Siete poemas (1963) y las Memorias de un provinciano (1967).  

Es interesante rescatar no solo la obra literaria del gualeyo, también la frescura de sus textos epistolares donde se explaya en la intimidad con sus amigos. 

La vida a través de las cartas

Las cartas constituyen una fuente interesantísima para auscultar las mentalidades de una época y descubrir algunas “verdades” que muchas veces no se expresan en otros documentos públicos. Cartas de personalidades, políticos, artistas, empresarios, cartas familiares. Hasta no hace mucho tiempo la comunicación entre personas se hacía mediante las cartas, hasta que fueron reemplazadas por el territorio de lo virtual. Primero, los correos electrónicos y hoy los breves y efímeros mensajes de las redes sociales, celulares y otros artefactos. La comunicación perdió ese encanto del relato escrito con tiempo para ser leído con tiempo. Todo es instantáneo y efímero. No sé qué incidencia tendrán ahora las cartas y si aún se siguen enviando por correo electrónico cartas que luego se guardan en algún rincón del ciberespacio. Lo casi cierto es que cada vez se escribe más breve, más desprolijo y no se guardan los escritos. Es la era de lo descartable. ¿Estaremos yendo a una nueva cultura ágrafa como en los tiempos primordiales? Es la gran pregunta.

Me consta que hasta no hace mucho las cartas aún circulaban, y tengo a mano un libro con olor a tinta fresca en donde Luis Alberto Salvarezza descorre el velo del pintor gualeyo Derlis Maddoni a través de su correspondencia. Cartas que muerden los primeros años del siglo XXI.

 

Mastronardi y Panizza

También Salvarezza rescata el intercambio epistolar entre Mastronardi y el otro gran poeta de nuestro terruño: Delio Panizza.

En una de sus misivas de 1953 hay referencias a Jorge Enrique Martí, el poeta de Liebig, y el también poeta Alfredo Maxit.

“Recibí sus amables letras del 6 del corriente, las que me apresuro en contestar, pues me encuentro ‘con un pie en el estribo’.

“El Dr. Hourcade, que mucho lo aprecia a Ud., apoya con decidido entusiasmo el proyecto de erigir un busto recordatorio de Doña Anita (María Ana Bugni, la almacenera donde se proveían los alumnos del Colegio del Uruguay internos en La Fraternidad). Así me lo dice en una carta reciente. Por mi parte, y en la medida de mis fuerzas, estoy con Uds.

 “Me propongo visitar al excelente amigo (Alfredo) Maxit en su domicilio de esta Capital. Por falta de tiempo, no he podido hacerlo hasta ahora. Me apena el estado de salud de este óptimo camarada. Pero sospecho que sus males, además de físicos, son morales. Aunque estoy sobresaturado de proyectos y tareas, trataré de verlo lo antes que me sea posible.

“Tengo planeado un viaje al Brasil, donde se me brinda la oportunidad de dictar algunas conferencias, amén de otros trabajos relacionados con mi vocación. La atracción del mar, y la sospecha de que allí la atmósfera es más ‘respirable’, no son incentivos que puedan subestimarse. En consecuencia, ignoro si para Mayo estaré en esta Capital. Me gustaría ‘alcanzarlo’ a Ud. para tener el gusto de oír su anunciada conferencia. Si no consigo el arduo…pasaporte, me verá Ud. en el salón de actos de Avellaneda.

“Precisamente en función de mi posible viaje es que solicitaba la devolución de mi conferencia, cuyo texto quedó en casa de Maxit. Es posible que (Jorge Enrique) Martí no pueda localizarla, pero nada se pierde con formularle la pregunta. Siempre causa pena perder un trabajo –desinteresadamente leído ante los jóvenes- en el que se puso empeño y fervor.

“Estoy plenamente de acuerdo con Ud.: debemos seguir luchando los pocos que quedamos en las trincheras. Aquí, o fuera de aquí, mi empeño será el mismo.

“Su amable carta hace referencia a la última novela de Beracochea (Roberto Beracochea, escritor nacido en Gualeguay). Sólo he leído la primera parte. Entiendo que es preciso hacer un distingo. Aunque no advierto mucha ‘garra’ y los personajes aparecen un tanto borrosos y desdibujados, alienta en sus páginas un noble anhelo de libertad. En consecuencia, cabría decir que los méritos del libro son más éticos que estéticos: en lo moral, sobresaliente; en lo intelectual, sólo medianejo.”

Cartas con César Tiempo

También mantuvo un fructífero intercambio de correspondencia, durante su “exilio” en Gualeguay (“La frustrada vuelta al hogar” señala Claudia Rosa en su iniciática “Poética e ideología en Carlos Mastronardi”), con César Tiempo (escritor nacido Israel Zeitlin). En una de esas cartas, fechada el 20 de enero de 1930, Mastronardi comenta la salida de “Los siete locos”, la paradigmática novela de Roberto Arlt.

“(…) acabo de leer la novela desconcertante de Arlt. Me parece un libro asombroso. Es casi insolente la abundancia de vida que hay en sus páginas. Me parece ‘el libro del año’. Me digo un encamotado de ese libro. En Arlt eso que los críticos del 905 llamaban garra. Nunca lo adiviné tan poderoso al amigo Arlt. ‘Los 7 locos’ tiene esa contextura maciza, homogénea, contundente, que solo se admira en Balzac y en algunos rusos de primera magnitud. El sabor policial de un secuestro allí relatado, y lo contradictorio de algunos caracteres, no disminuyen los méritos de esta obra (…)”

Y para finalizar este breve repaso por el territorio íntimo de Mastronardi, el principio de su laureada Luz de provincia: Un fresco abrazo de agua la nombra para siempre; / su costas están solas y engendran el verano; / Quien mira es influido por un destino suave/ cuando el aire anda en flores y el cielo es delicado

 

 Bibliografía a consultar

- Rosa de Greca, Claudia, (1985). Poética e ideología en Carlos Mastronardi (premio Fray Mocho), Editorial de Entre Ríos, Paraná.

- https://genoma.cfi.org.ar/Enciclopedia/Evento?eventoId=8836

Parodi, R. A., (1979). En Enciclopedia de Entre Ríos, T VI: Literatura, Arozena, Paraná.

Más temas sobre nuestra región en la revista digital Ramos Generales, disponible en http://lasolapaentrerriana.blogspot.com/

20/8/24

Tabossi fundador de la capital de los camioneros

 Rubén I. Bourlot

 

El 4 de agosto de 2004 la Cámara de Diputados de la Provincia designó a Tabossi, población del departamento Paraná, como “Capital de los camioneros”, título honorífico que la homenajea debido a que una de las principales actividades de la localidad es el trasporte de cargas. Se estima que existe un camión cada 17 habitantes. Anualmente, en noviembre, se lleva a cabo la fiesta del camionero.

Tabossi es actualmente un municipio que nació a partir de la localización de una estación ferroviaria en la primera década del siglo XX. Integra el ramal de Crespo a Hasenkamp. Oficialmente la localidad se originó el 29 de julio de 1908 cuando se aprobó el trazado urbano.

Pero, ¿a qué se debe el nombre de Tabossi? Siempre es de interés que los habitantes de una localidad conozcan el origen de su denominación porque ello contribuye a construir su identidad. Muchas veces la niebla del tiempo va desdibujando los trazos originales y pocos aciertan explicar el porqué del topónimo, como suponemos sucede con esta localidad entrerriana.

Lo que se sabe es que los terrenos donde se dibujó el plano del futuro centro urbano pertenecían a un reconocido emprendedor y político que tuvo actuación en zona, propietario de varias estancias, llamado Enrique Tabossi. Se dice, y se menciona en varias historias, que Tabossi donó la fracción de su propiedad para el asentamiento del pueblo. En realidad lo que hizo fue solicitar al gobierno provincial la autorización para la urbanización según la legislación vigente lo que le permitía el loteo y venta con la obligación de donar los terrenos que correspondían a trazado de calles y edificios públicos. Apelamos a lo que dejó testimoniado en su investigación Ariel Villanueva -autor del libro Historia de Tabossi. Memoria de un pueblo que se resiste al olvido-: “Se dice que Tabossi donó los terrenos. Sí, los donó pero era una exigencia legal para aprobar un pueblo. Fue una inversión.” Y agrega que “según algunas versiones, Tabossi estaba vinculado con el gobierno provincial y por eso supo de la oportunidad de comprar esos terrenos.”

 

Tabossi, la política y la estancia

Entique Tabossi había nacido en la provincia de Buenos Aires y estaba afincado en Paraná. Mantuvo una activa participación en la política, además de administrar sus propiedades distribuidas en la provincia, en los departamentos Paraná y Gualeguaychú. En una estancia de su propiedad, en este último departamento, se levantó el pueblo de Villa Elenora, más conocido como Irazusta, ubicado alrededor de la estación ferroviaria del mismo nombre. También en terrenos adquiridos a Tabossi por Carlos Antonio Brugo se fundó el puerto y pueblo Brugo.

Una biografía panegírica publicada en 1910, por diario El Entre Ríos de Paraná -tomada a su vez de la original publicada en el periódico El Trabajo de Pueblo Brugo- con motivo de su candidatura a diputado nos aporta un panorama acerca de la personalidad de Tabossi. Dice el periódico que “no ha cursado estudios universitarios, ni los claustros le otorgaron título académico; pero su clarísima inteligencia se ha desenvuelto en la vida pública (…)”. Se inició en la vida política en 1888, en el Partido Autonomista Nacional, fue elector de gobernador y presidente de la Nación en varias oportunidades y diputado provincial en 1905. “Versado por inclinación en asuntos financieros, los establecimientos bancarios de nuestra ciudad siempre lo contaron y lo cuentan entre sus mejores consejeros”. Dos veces fue candidato a la presidencia municipal de Paraná sin lograr ser elegido. Impulsó del mejoramiento de los caminos rurales en Colonia Antelo y en los distritos María Grande y Tala. “Fundó la estación que lleva su nombre sobre la línea Crespo a Hasenkamp –dice el citado diario-, en pleno monte, la que solo en un año y dos meses de persistente actividad de su fundador, ha adquirido los contornos de un alegre pueblo dotado de escuelas y de sus principales autoridades de campaña”. Tanto esmero le valió que “los vecinos de esa estación, en unión con la empresa del Ferro Carril ha exteriorizado sus sentimientos al señor Tabossi regalándole una placa de oro (…)”. Según Ariel Villanueva Tabossi tuvo poco contacto con la localidad, nunca vivió en ella.

Estuvo vinculado a los estudios para el trazado de un nuevo ramal ferroviario que partiría desde Paraná hasta Villa Urquiza, las colonias San Juan, Rivadavia y Antelo. Dice el informe que “personalmente practicó estudios con el señor ingeniero Burnard de la Compañía Ferrocarriles de Entre Ríos, teniendo a su cargo la parte financiera.”

En los comicios de 1910 para la renovación del ejecutivo y legislativo. Para la gobernación se presentó la única fórmula conformada por Prócoro Crespo y Emilio Marchini del partido Autonomista Nacional, luego llamado Unión Provincial, y Tabossi fue elegido diputado. En la nación accedió a la presidencia Roque Sáenz Peña que iniciará una reforma electoral fundamental que lleva su nombre. En el orden provincial también el gobernador Crespo impulsó una reforma electoral pero debió sortear la fuerte resistencia de sus propios partidarios en la Legislatura. El proyecto del ejecutivo ingresó a la legislatura donde el sector mayoritario se manifestó renuente a implementar el voto obligatorio y lo rechazó con 12 votos en contra por sobre los 10 positivos dentro de los cuales encontraba el de Tabossi. Un año deberá pasar hasta que Entre Ríos se sume a los vientos de cambio que soplaban a nivel nacional consagrando el voto secreto y obligatorio.

16/8/24

San Martín patriota latinoamericano más acá del bronce

 Rubén I. Bourlot


San Martín es una figura multifacética que podemos abordar desde diversos puntos de vista y no limitarnos a destacar su papel como militar o el edulcorado de padre que escribía máximas para Merceditas. Tenemos que bajar a San Martín de los monumentos, derretir los bronces para que cobre vida. Hacerlo humano como nosotros para que su ejemplo nos sirva, para que también nosotros nos convenzamos que somos capaces de realizar semejante empresa como la que llevó adelante un simple general nacido en lo que es hoy la provincia de Corrientes, en Yapeyú.

 

Los homenajes

Un año después del fallecimiento del general San Martín, el 17 de agosto de 1850 en Boulogne sur Mer (Francia), el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza firmó un decreto, fechado en el Palacio San José el 16 de julio de 1851, mandando levantar una columna en honor del Libertador en el centro de la plaza principal de la capital de la provincia.

Esta sería la primera iniciativa para homenajear al gran patriota de América muerto en el exilio europeo.

El decreto disponía que a su pie se “inscribirán los nombres de todas las victorias con que afianzó la independencia de la Patria.”

Según algunas fuentes se cita que Chile fue el primer país donde surgió la idea de levantar una estatua o monumento al general San Martín, lo que en realidad se hizo inaugurándosela el 5 de abril de 1863.

La erección del monumento en Paraná, que estaba bajo la responsabilidad del Ministro General José Miguel Galán, no prosperó. No se conoce que haya pasado del papel a la convocatoria para su diseño ni al inicio de la obra. Es probable que los acontecimientos vinculados a la guerra contra el gobierno de Rosas y los posteriores sucesos de la organización nacional hayan diluido la idea.

Años después, el 28 de septiembre de 1857, el senador general Tomás Guido presentó un proyecto al Congreso de la Confederación con asiento en Paraná para levantarle un monumento "de formas colosales" en San Lorenzo, sitio de la primera y única batalla que libró San Martín en el actual territorio argentino.

Fracasados estos intentos, el 13 de julio de 1862 en la plaza San Martín de Buenos Aires se levantó el primer monumento que rinde homenaje al Libertador, una escultura ecuestre del francés Louis Joseph Daumas, idéntica a la que el mismo escultor emplazaría en Santiago de Chile un año después. En realidad Daumas ya había realizado en 1860 la escultura chilena, que recién se instaló en 1863, cuando el gobierno argentino le encargó una idéntica.

Cuando empezaron a sonar los fastos del centenario de la Revolución de Mayo (1910) el gobierno de la provincia hizo levantar el monumento ecuestre de San Martín, acompañado por el granadero, que se encuentra en la plaza 1 de Mayo, cuya estatua es copia de la obra de Daumas. No se hace mención al decreto suscripto por Urquiza en 1851 que precisamente mandaba levantar la columna en el centro de esa plaza.

El tiempo fue pasando y llegó centenario de la muerte de San Martín en 1950. Es en esa oportunidad que en el Parque Urquiza se colocó y bendijo la piedra fundamental de la columna “para dar cumplimiento al Decreto de Urquiza del 16 de julio de 1851” que a su vez se había ratificado por un decreto de fecha 8 de agosto, del entonces gobernador Ramón Albariño.

Finalmente la obra se inauguró el 1 de mayo de 1951, en coincidencia con el centenario de Pronunciamiento de Urquiza.

Militar y gobernante

San Martín, además de un patriota ejemplar -estratega extraordinario- fue también un hombre de gobierno en dos oportunidades. En su estadía en Cuyo fue nombrado gobernador de esa provincia que comprendía Mendoza, San Luis y San Juan. Desde este cargo preparó el Ejército de Los Andes para concretar la extraordinaria campaña a través de la Codillera y llevar las banderas de la independencia a Chile y el Perú. También en este último país fue nombrado Protector y estuvo a su cargo los primeros pasos de su organización autónoma.

Tuvo un destacado papel político para promover la declaración de la independencia en el Congreso de Tucumán de 1816. A través del diputado Tomás Godoy Cruz insistió para que se decidieran a dar el paso definitivo de la emancipación.

“¿Hasta cuándo esperamos nuestra independencia? ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional y por ultimo hacer la guerra al soberano de quien dependemos? (…) Los enemigos, y con mucha razón, nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos.

“(…) Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas. Veamos claro, mi amigo: si no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo éste la soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir, a Fernandito.”

Cuenta Remigio Guido Spano (hijo del general Tomás Guido) que en Mendoza, si bien eran muchos los que se unían libremente al ejército, otros eran incorporados a la fuerza:

Indigentes, gauchos mal habidos, negros, zambos, mulatos y muchos alegres borrachines que daban vueltas por los almacenes y pulperías.

Se organizaban las partidas de granaderos que iban a incorporar a los futuros guerreros de la Patria. Iban a los almacenes, a los prostibularios, a los galpones de conchabo y demás yerbas y quien estaba al mando debía convencerlos primero por las buenas...y luego como se pudiera.

 

Promotor de industrias

En Mendoza promovió una verdadera industrialización para proveerse de todo lo necesario para equipar a los ejércitos.

Así designó jefe del Parque de Artillería en el campamento de El Plumerillo al cura Fray Luis Beltrán para montar una industria metalúrgica destinada a la fabricación de fusiles y cañones.

También se hizo cargo de la fabricación de zapatos y monturas. Diseñó equipos para transportar la artillería a través de las montañas. Todo se fabricó en el lugar. Trabajaban unos 700 operarios.

Además, como gobernador, reactivó comercio local de vino, aguardiente, fruta seca y harina; amplió las áreas cultivables con la apertura de canales de riego, le dio un impulso a la minería y a los artesanos locales. En el tema social, armó dispensarios, en los que se aplicaba la vacuna antivariólica e instrumentó medidas de prevención contra la rabia.

Y de ahí, con la independencia declarada, partió a desafiar al Ande para liberar a los americanos del Sur. Porque no liberó a tres países. Liberó los territorios de la América del Sur que él pretendía que se unieran en una gran confederación como lo habían soñado Simón Bolívar y José Artigas.


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