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10/7/25

La primera siembra de soja en Entre Ríos

 Rubén I. Bourlot

 

A mediados de la década de 1960 se habría realizado la primera siembra de soja en la provincia, en el departamento Diamante. Esta aseveración surge de un suelto publicado por el periódico Pregón de Ramírez en su edición del 16 de julio de 1965. “En esta zona se ha hecho, por primera vez, un intento de sembrar poroto de soya”, señala y agrega una serie de consideraciones acerca de las cualidades del grano “y las inmensas perspectivas que tienen en la alimentación humana y animal”.

La historia de este cultivo es relativamente reciente en comparación con otros granos cultivados desde tiempos inmemoriales.

Para desasnarnos (si es que los asnos merecen cargar con esta analogía) nos informamos que la llamada soja o soya, cuyo nombre científico es Glycine max, es una especie de la familia de las leguminosas. Tanto el grano como sus subproductos (aceite y harina de soja) se utilizan en la alimentación humana, del ganado y aves.

Las primeras plantaciones de soja en Argentina se hicieron en 1862, pero no encontraron eco en los productores agrícolas de aquellos años. Hacia 1909 se iniciaron cultivares en la Estación Experimental Agronómica de Córdoba.

Años más tarde, en 1925, el ministro de Agricultura de la Nación, Tomás Le Breton, introdujo nuevas semillas de soja desde Europa y trató de difundir su cultivo, conocido en esa época entre los agrónomos del Ministerio como “arveja peluda” o “soja híspida”.

Hacia 1956 en Argentina no se conocían aún los aspectos básicos de la soja como cultivo. Los fracasos en la implantación hicieron que fuese considerada para esa época como cultivo “tabú”.

A pesar de eso algunos agricultores insistieron y el 5 de julio de 1962 se fletó la primera partida de un lote de 6.000 toneladas de soja, a través del buque “Alabama”, con destino a Hamburgo, Alemania Occidental. El consumo interno de la leguminosa era muy escaso en la época, solo para producir aceite, que no podía competir con el girasol, y forraje del ganado.


¿Autos de soja?

Un curioso artículo publicado por El Diario el 20 de enero de 1939 describe las bondades del “automóvil del futuro” que según el magnate norteamericano Enrique Ford se construiría casi enteramente con subproductos de la soja. Del grano se podrían obtener celuloides, hules, aceites lubricantes, combustibles, pinturas, e infinidad de otros componentes de los automotores.


En Entre Ríos

Como se dijo al principio, en 1965 Entre Ríos dio el puntapié inicial en un campo de seis hectáreas a cargo de Federico Plaumer y Gerardo Debner, donde el 1 de noviembre de 1964 se sembraron seis hectáreas de soja en surcos con la variedad Lee, y con la previa inoculación de los granos -para favorecer la fijación del nitrógeno- que “resultó inefectiva”, se aclara.

Según el informe el rendimiento no fue satisfactorio debido a debido a las malezas (abrojo chico) y a la falta de lluvias. Asimismo se consignan inconvenientes en la trilla por la gran pérdida de granos.

En la década de 1970 se continuó con los ensayos a través del INTA para adaptar variedades a las características agroecológicas de la provincia. Pero es a partir de 1990 con la irrupción de China en el mercado internacional de la soja y el mejoramiento de los métodos de cultivo que la soja se expande explosivamente como mancha de aceite sobre los otros cultivos tradicionales, los campos ganaderos y los montes naturales. Otro de los factores que impulsaron las expansión fue la adopción de técnicas de la llamada “ingeniería genética”, las variedades genéticamente modificadas que introducían algunas características artificiales como rechazo a plagas, mejoras en la alimenticia, y mayor vigor para soportar herbicidas, en este caso llamada “soja RR”, resistente al glifosato, un herbicida de amplio espectro, de bajo precio en el mercado y que se puede esparcir sobre el cultivo para combatir las malezas y permite trabajar con la técnica de la llamada siembra directa*.

En la actualidad Argentina es el tercer productor mundial de soja, detrás de EE UU y Brasil, en tanto Entre Ríos es la cuarta provincia en superficie sembrada.

Uno de los efectos indirectos del crecimiento de la producción de soja en la provincia fue la aceleración del proceso de concentración de la propiedad y de la gestión. Una estadística de la primera década del presente siglo indica que entre 1988 y 2002 el tamaño medio de las explotaciones agropecuarias de la región más sojera de Entre Ríos creció el 52 % pasando de 161 hectáreas en 1988 a 245 hectáreas por explotación en el 2002. Seguramente en la actualidad la concentración deber ser mucho mayor con la consecuencia de la expulsión de la población rural que se concentra cada vez más en las ciudades. Otro estudio de esa época consignaba que el 45 % de los propietarios de cultivos de soja no vivían en el campo.


*Siembra directa

La tecnología llamada siembra directa, labranza cero o labranza mínima, originariamente norteamericana ya se conocía en el país desde la década de los 80, pero que recién con la soja se popularizó. Se trata simplemente de sembrar la semilla directamente sobre los restos de la cosecha anterior, sin dar vuelta la tierra ni removerla. Esto por una parte reduce el impacto de la erosión hídrica y eólica en el suelo, que permanece cubierto todo el año, no limita la reproducción de la microfauna y retiene en el suelo la humedad por mayor tiempo. Como contracara, dado que no se eliminan los residuos de otras cosechas, esto genera una mayor presencia de malezas y pestes, las que a su vez son combatidas mediante la aplicación de mayor cantidad de agroquímicos.

9/4/10

La primera siembra de soja

Por Rubén Bourlot
A mediados de la década de 1960 se habría realizado la primera siembra de soja en la zona del departamento Diamante.

El periódico Pregón de Ramírez en su edición del 16 de julio de 1965 consigna que “en esta zona se ha hecho, por primera vez, un intento de sembrar poroto de soya” y agrega una serie de consideraciones acerca de las cualidades del grano “y las inmensas perspectivas que tienen en la alimentación humana y animal”.

El cultivo se llevó a cabo en un campo de seis hectáreas a cargo de Federico Plaumer y Gerardo Debner, a partir del 1 de noviembre de 1964. Se sembró en surcos con la variedad LEE y con la previa inoculación de los granos – para favorecer la fijación del nitrógeno - que “resultó inefectiva”, se aclara.

Según el informe el rendimiento no fue satisfactorio debido a debido a las malezas (abrojo chico) y a la falta de lluvias. Asimismo se consignan inconvenientes en la trilla por la gran pérdida de granos.

Finalmente, el artículo insta a no abandonar el cultivo a pesar de las dificultades ya que “podría cambiar la fisonomía económica de la zona”

13/8/09

Soja. Ese yuyo maldito

Por Rubén Bourlot
En los albores del siglo XXI nos encontramos debatiendo temas que venimos arrastrando desde hace dos siglos. El modelo exportador de materias primas a cambio de manufacturas ya despertaba la inquietud de nuestros patriotas fundadores como Manuel Belgrano, que en sus escritos económicos propiciaba la incorporación del trabajo local a las materias primas.
El modelo agroexportador impuesto a mediados del siglo XIX con la ampliación de la frontera agropecuaria y la incorporación de mano de obra inmigrante nos convirtió en el “granero del mundo” pero no por ello el país alcanzó un nivel de desarrollo pleno con el logro del bienestar de sus habitantes.
Las rentas de las exportaciones favorecieron a un sector muy reducido de la población que se concentraba en las cercanías del puerto de Buenos Aires y en algunos núcleos urbanos del resto del país.
Pero la buena estrella del modelo pronto se eclipsó por las sucesivas crisis internacionales que tiraron abajo los precios. Nuestra dependencia de mercados cuyas variables no manejamos se reflejó claramente y no obstante los gobiernos poco hicieron para cambiar el modelo. Hubo algunos intentos muy tímidos de desarrollar la industria manufacturera de sustitución de importaciones y no se propició el incremento del mercado interno, verdadero motor del desarrollo. Recién cuando se desataron las guerras europeas del siglo XX, que dejaron de proveernos manufacturas, impulsaron la industria de sustitución. No había más remedio que ponernos a fabricar nuestras herramientas, vestimentas y alimentos.
A mediados del siglo, el modelo peronista intentó impulsar un viraje hacia la industrialización que se frustró tras el golpe de estado de 1955.
Hoy la producción sojera representa el modelo agroexportador que nos mantiene dependiente de los vaivenes del mercado exterior y no incorpora un valor agregado sustancial. La industria de la maquinaria agrícola, que aporta puestos de trabajo, depende también del mercado externo. Desde el estado no se implementan estrategias para aprovechar la coyuntura favorable e impulsar un modelo industrial autónomo. La política oficial se limita a recaudar, mediante las retenciones, para realizar una distribución improductiva, sin ninguna planificación estratégica.
Hoy el productor siembra soja porque es la actividad que le reditúa. Si mañana aumenta el precio del trigo se orientará hacia ese cultivo. No podemos pedirle al productor que diseñe estrategias a largo plazo porque no maneja las variables económicas. Esto le compete al gobierno.
La soja, ese yuyo maldito no es mas malo que el trigo, el maíz o las vacas. Todo depende de cómo se maneja. Todo monocultivo afecta los suelos así como afectan los agroquímicos cuando se utilizan si control. Pero también afectan a nuestra economía la dependencia del manejo monopólico de la genética o de los agroquímicos como el glisofato patentado por un laboratorio multinacional.
La soja como una mancha de aceite invadió los territorios agrícolas en desmedro de la ganadería, de los tambos y de otros cultivos, y también amplió la frontera agropecuaria a costa de las escasas áreas naturales que nos quedan. Como sucedió en otros países de América Latina, el monocultivo amenaza con sustituir la producción de alimentos para el consumo interno. Así sucedió en una época con la caña de azúcar en el Brasil, el café en Colombia y otros países, que se encontraron obligados a importar alimentos de origen agropecuario porque sus tierras estaban ocupadas con los cultivos de exportación.
Corresponde al estado la planificación económica con una decisiva intervención en el comercio exterior, el crédito y la distribución de la tierra. Sin dudas que surgirán voces de alarma ante medidas de este carácter porque nos han educado con el manual de los mercaderes que solo les interesa que nuestro país sea un proveedor de materias primas y un comprador de manufacturas, con un nivel de consumo interno deprimido. No vaya a suceder que nos comamos todo lo que producimos.
Una correcta distribución de los suelos cultivables y del crédito permitiría que los verdaderos productores trabajen la tierra y no sigan convirtiéndose en dependientes de los contratistas y pooles de siembra. El acceso al crédito, la organización en cooperativas para la compra de maquinarias, la formación de un fondo anticrisis y la fijación de precios sostén garantizados por el estado serían soluciones de fondo. Para ello es imprescindible la planificación a largo plazo que incluya la creación de una compañía estatal o mixta de comercio exterior. Los liberales pondrán el grito en el cielo pero, como vemos, las soluciones liberales siempre fracasaron. Entonces por qué no probar otra fórmula.
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