31/10/24

El aluvión universitario

 Rubén I. Bourlot

 

El sistema universitario argentino hunde sus raíces en el período hispánico que con la ocupación del territorio trajo también lo más granado de la cultura europea como fueron las universidades. En lo que hoy es la Argentina se instaló la Universidad de Córdoba (1613) y en la región rioplatense se fundaron la de Asunción (1779) y la de Charcas (1621) donde se formaron varios de los actores de la emancipación americana. Un caso llamativo es que un proceso de “colonización” se sustentara en la creación de universidades. Como escribió Elio Noé Salcedo (El origen de la Universidad nuestro americana) “El tiempo demostraría la potencialidad intrínseca de la ‘Universidad Americana’ para los latinoamericanos, dada su originalidad, novedad, naturaleza inédita y proyección en el nuevo mundo que nacía y que, después de quinientos años, aún no termina de nacer. De allí también su potencialidad y vigencia.”

A fines del siglo XIX se comenzó a estructurar el sistema universitario argentino con la Ley Nº 1.597 de 1885, llamada Avellaneda, que reguló los estatutos de las universidades nacionales. La norma fue un proyecto presentado por el senador nacional Nicolás Avellaneda, expresidente del país (1874-1880) y rector de la Universidad de Buenos Aires.

En 1918 la movilización de los claustros universitarios impulsó una profunda transformación de sistema consagrando su autonomía funcional y cultural desde una perspectiva latinoamericana.

 

Quieran los argentinos estudiar

La nueva etapa política que emergió a mediados de la década de 1940, con la incorporación del pueblo trabajador, insufló nuevos aires al sistema educativo.

El 26 de septiembre de 1947 se sancionó una nueva ley universitaria, conocida como Ley Guardo, que dispuso el otorgamiento de becas para los estudiantes de sectores más humildes. Se iniciaba el camino hacia la gratuidad universitaria que se concretó en 1949. 

La ley Guardo, número 13.031 conocida por el apellido del diputado peronista Ricardo César Guardo, facilitó la incorporación de los obreros a los estudios superiores. Así como a principios del siglo XX los inmigrantes que accedían a una mejor posición económica aspiraban a “m’hijo el doctor”, en este caso el turno era para los sectores más humildes que podían acceder a la enseñanza universitaria con la ayuda de becas para el pago de los aranceles. Fue un gran paso para popularizar la formación superior complementada por otras medidas que impactaron positivamente en el proceso de ascenso social de la comunidad argentina.

Esta norma disponía que “el Estado creará becas para la enseñanza gratuita (…) otorgadas a los estudiantes que, poseyendo aptitud universitaria, sean hijos de familias de obreros, atendidas las circunstancias de cada caso no permitan costear los estudios universitarios ni prescindir en todo o en parte de la ayuda económica que aporte o pudiera aportar el becado".

Recordemos los entrerrianos que el sistema de becas para fomentar la educación de los sectores de menos recursos económicos se había establecido tempranamente para la enseñanza primaria. Francisco Ramírez las plasmó en los estatutos de la República de Entre Ríos y continuaron a través de los años. El histórico Colegio del Uruguay (fundado en 1849) también ofrecía becas para cursar la enseñanza secundaria e incluso en las carreras de nivel superior que se establecieron en la institución creada por Justo José de Urquiza. La reforma de la constitución de Entre Ríos en 1883 dispuso la gratuidad de la enseñanza elemental.

 

Obreros a estudiar

En 1948 se creó la Universidad Obrera Nacional (hoy UTN) orientada a capacitar a los trabajadores y a sus hijos, con el propósito de formar cuadros para el desarrollo industrial del país.

Un año después, en el marco del Primer Plan Quinquenal (1947- 1951), el por entonces presidente Juan Domingo Perón firmó, el 22 de noviembre de 1949, el Decreto N° 29.337 que suspendió el cobro de los aranceles universitarios.

Posteriormente, en 1953, el segundo gobierno peronista eliminó el examen de ingreso de las universidades públicas y al año siguiente se sancionó la ley 14.297; primera norma del Congreso que incluyó taxativamente la gratuidad universitaria. Específicamente, en el capítulo I “De la misión y organización de las universidades”, estableció como objetivo “asegurar la gratuidad de los estudios”.

Los resultados incontrastables de estas políticas se reflejaron en el incremento del número de estudiantes universitarios, que pasó de 51.447 en 1947 a 140.000 en 1955.

Pero, como viene sucediendo desde los comienzos de nuestra organización nacional, el grado de dependencia de ideas ajenas a los intereses nacionales, al sano desarrollo independiente, obstaculizaron la continuidad de las políticas de estado. Y así sucedió con los avances logrados en la educación universitaria que se venían desarrollando a lo largo de casi un siglo. El gobierno surgido del golpe de estado de 1955, autodenominado “Revolución Libertadora”, derogó las leyes universitarias y delegó en las Universidades la facultad de establecer o no aranceles y regular sus políticas de ingreso. La situación se mantuvo hasta 1974 cuando se sancionó la llamada Ley Taiana (impulsada por el ministro de Educación Jorge Alberto Taiana) que repuso la gratuidad y el ingreso irrestricto.

Duró poco. El gobierno del golpe de estado de 1976, autodenominado “Proceso”, quitó nuevamente la gratuidad y el ingreso irrestricto.

Con el retorno de los gobiernos constitucionales en 1983 el presidente Raúl Alfonsín dispuso la eliminación del arancel, los cupos, y, en la mayoría de las universidades, se reimplantó el ingreso irrestricto. En 1984 una ley del Congreso ratificó estas medidas.

Pero -siempre hay un pero- durante la gestión de Carlos Menem, en 1995, el Congreso sancionó una nueva Ley de Educación Superior que habilitaba a las Universidades para aplicar aranceles en los estudios de grado.

Finalmente, recién en 2015 con la presidencia de Cristina Fernández, se sancionó la ley 27.204 modificatoria de la citada ley de 1995 que consagró definitivamente la gratuidad de los estudios de grado universitario.

 

Párrafos para Guardo

Ricardo César Guardo, nacido en Buenos Aires en 1908, odontólogo por la Universidad Nacional de La Plata y luego médico egresado de la misma casa de estudios. Ejerció la docencia universitaria en la UNLP y en 1945 fue elegido Consejero de la Facultad de Ciencias Médicas, representando a los profesores adjuntos, siendo el profesional más joven que como docente de esa casa de estudios llegara a ocupar dicho cargo.

Se involucró en la actividad política de la época. Fue militante radical y tras conocer a Juan Domingo Perón fundó el Centro Universitario Argentino para acercar universitarios al naciente movimiento político. Entre 1946 y 1952 Guardo fue Diputado Nacional por la Capital Federal. Su esposa Lillian Lagomarsino acompañó a Eva Perón en su gira por Europa en 1947.
Tras la sanción de la ley de su autoría en 1947 su estrella se fue apagando. Víctima de las intrigas políticas dentro del propio movimiento pasó al olvido aún cuando siguió en su mandato legislativo hasta 1952.

Los que no lo olvidaron fueron los “libertadores” que tras el golpe de estado de 1955 lo  persiguieron y debió marchar al exilio. Se asiló en la embajada de Haití en Buenos Aires hasta que pudo irse a Chile. Al tiempo fue invitado a dar clases en la Universidad de Belo Horizonte, Brasil.

Vuelto al país, en 1974 fue designado embajador ante la Santa Sede y luego ocupó brevemente el Ministerio de Defensa durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón.

Falleció en su ciudad natal en 1984.


En la imagen: Ricardo Guardo (de anteojos y bigotes) junto a Carlos Emery, John William Cooke y Raúl M. Salinas

Cadaver de Urquiza: Una célebre y macabra fotografía

Carlos Páez de la Torre H

Dos estudiantes de familia tucumana, Guillermo y Augusto Daniel Aráoz, se las ingeniaron para registrar el cadáver del general Justo José de Urquiza en 1870, pocas horas después de su asesinato.

En la actualidad, se cuenta con una enorme cantidad de fotografías de personas asesinadas, desde todos los ángulos y con los más increíbles detalles. Del siglo XIX existen fotos de muertos (había quienes las hacían tomar expresamente, para «recuerdo» familiar), pero no son muy frecuentes. Eso, entre otros motivos, porque las fotos generalmente se tomaban en los estudios. Lograrlas fuera de ese ámbito significaba una serie de dificultades -empezando por las lumínicas- además de cargar con los pesados aparejos, nada portátiles, que constituían el equipo del fotógrafo.

Por eso la fotografía del cadáver del general Justo José de Urquiza, captada a las pocas horas de su asesinato, constituye un documento sin duda impresionante. La imagen tiene su historia. Hace ya largos años copié párrafos (y lamento no haber obtenido una fotocopia integral) del escrito de uno de los autores de la macabra placa, por gentileza de la señora María Elisa Colombres de De la Rosa, ya fallecida. Esos apuntes permiten hilar la trama correspondiente.

Como se sabe, el ex presidente de la Confederación Argentina y en ese momento gobernador de Entre Ríos, fue ultimado al atardecer del 11 de abril de 1870, en su palacio de San José, a unos pocos kilómetros de la localidad entrerriana de Concepción del Uruguay. El asalto había sido ordenado por el general Ricardo López Jordán: se supone que la idea primitiva era un secuestro, pero la resistencia de la víctima desencadenó la tragedia.

El crimen de San José 

Fue una auténtica «operación comando», de la que participó un total de medio centenar de hombres, divididos en tres grupos. El mayor Robustiano Vera debía neutralizar el cuerpo de infantería del Palacio, y el capitán José María Mosqueira se encargaría de dejar francas las puertas de entrada. Finalmente Simón Luengoingresaría al mando de unos cuantos decididos a la suntuosa residencia del vencedor de Caseros.

Serían las 7 y media de la tarde cuando Urquiza, que conversaba en la galería con uno de sus administradores, Juan P. Solano, escuchó unos airados gritos que venían de las puertas del fondo. Primero pensó que se trataba de gente suya, pero pronto se dio cuenta del error. ¡Son asesinos… cierre la puerta del pasillo!, lo oyó gritar un testigo, esto a tiempo que corría hacia la salita donde estaban su esposa Dolores Costa y las hijas.

No tenía armas importantes a la mano, ni margen alguno para ir a buscarlas. Tomó entonces el pequeño rifle que usaba para matar pajaritos, que le acercó la cónyuge, y volvió al patio.

¡No se mata así a un hombre en su casa, canallas!

, dicen que gritó al grupo que ya llegaba hasta él. Les disparó un tiro, que alcanzó a quemar el bigote del cordobés Álvarez antes de impactar en el hombro del negroLuna. La partida ingresó, haciendo fuego, a la salita donde se hallaba el general, a cuyo cuerpo, aterrorizadas, se abrazaban Dolores y las niñas. Un tiro le acertó en la boca, y cayó al suelo atontado. Los hombres se acercaron y Nicomedes NicoCoronel, al ver que estaba vivo, «lo aseguró a puñaladas por debajo del brazo de su hija». Son referencias del historiador Isidoro J. Ruiz Moreno, tomadas del expediente judicial.

Los hermanos Aráoz 

Se había consumado así, en pocos minutos, el crimen que causó tremenda conmoción en la República. El presidente Domingo Faustino Sarmiento, al poner fuera de la ley a López Jordán, pocos días después, subrayaría las circunstancias del atentado en los párrafos iniciales de la proclama: «El gobernador de Entre Ríos fue muerto por sus asesinos al caer las primeras sombras de la noche, rodeado de su hijas, que intentaban sustraerlo a los puñales, y sin que la presencia de un solo hombre pudiese dar a este acto la apariencia de un combate».

En el Colegio de Concepción del Uruguay, entretanto, ese día parecía uno cualquiera. Entre los estudiantes que «habían quedado sin salir al campo por la falta de relaciones, así como por la escasez de recursos», estaba Augusto Manuel Aráoz, redactor de los apuntes. Era hermano de Guillermo y de Luis F. Aráoz, también alumnos del Colegio, y de Benjamín Aráoz, que un cuarto de siglo después sería gobernador de Tucumán.

Cuenta Augusto que se desempeñaba como celador del Colegio, «con una onza de oro de sueldo mensual». Esto lo había obligado a renunciar a otro puesto que había logrado a su llegada a Concepción, de «oficial de Justicia de la Excelentísima Cámara». Las tareas de celador, dice, «no me permitían estudiar ni asistir al empleo». Pero trabajaba, cuando podía, ayudando a Guillermo en la casa de fotografía que este había instalado en la ciudad.

Conmoción en la ciudad 

De acuerdo con la narración de Augusto, «a las 10 de la noche, oímos unos gritos y a la vez un tropel de caballos; en el instante pusimos atención, cuando apareció un soldado que venía a escape y gritando: han asaltado a San José las fuerzas del General Ricardo López Jordán; han muerto al General Urquiza.

Inmediatamente se mandó «tocar generala» y, bajo las órdenes del general Galarza y el comandante Calventos, una fuerza de «más de 1.000 infantes voluntarios» salió a medianoche, rumbo a San José. «Algunos colegiales fueron voluntarios y a mí, luego de estar en la formación, me sacó el Rector del Colegio, diciendo: que yo era empleado de la Nación, y que si me llevaban él pondría en conocimiento», cuenta Augusto. Esto le permitió regresar al local del Colegio.

El minucioso relato de Aráoz continúa con otras secuencias: la ocupación del Colegio por parte de los soldados de Teófilo de Urquiza, y la llegada de una fuerza mandada por el mismo López Jordán. Este los intimó a deponer las armas, porque «el general Galarza había pactado con Jordán y toda defensa les pareció inútil a los Urquiza hijos y a Victorica», que partieron a Buenos Aires «en un vaporcito».

Así, «a las 2 de la tarde» entraba a Concepción del Uruguay el cadáver del general Urquiza, «acompañado de algunas personas adictas a él». López Jordán, con su línea de soldados tendida a lo largo del paraje suburbano conocido como «La Seguridad», se «mantenía cercano, contemplando el féretro que por delante pasaba», dice Aráoz.

Como se sabe, Ricardo López Jordán fue elegido rápidamente gobernador por la Legislatura. Según Aráoz, eso ocurrió «a las tres». Estuvo en la ciudad hasta el 14, «día en que salió en campaña».

La famosa foto 

Guillermo y Augusto, cargando la máquina de fotos con su trípode y demás equipos, habían logrado colarse en la habitación donde estaba depositado el cadáver con el cajón abierto. Tomaron entonces la famosa imagen. Registra medio cuerpo desnudo del general. Se nota perfectamente la sangre que mana de la nariz y de la boca -donde impactó la bala- así como los orificios del puñal.

Apunta Ruiz Moreno que, durante mucho tiempo -casi un siglo- se pensó que la muerte de Urquiza había sido causada por el balazo. Hasta que la exhumación de 1950 reveló una prótesis dental que había detenido el proyectil, evidenciando que los puntazos de Nico Coronel fueron lo que cerró la vida del general.

Los avispados hermanos se dieron cuenta de las posibilidades comerciales que podía tener su placa. Tanto es así que, como cuentan los apuntes de Augusto, ni bien vueltos al estudio empezaron a multiplicar copias de la imagen de Urquiza yacente. Y ya que estaban, hicieron también retratos del triunfante López Jordán. Los ayudaba «el joven Mariano Cabezón«.

Narra que «habíamos hecho 500 tarjetas de cada uno hasta el día 22… cuando nos vimos obligados a marcharnos». Con la expresión «tarjetas» se refería a las pequeñas fotografías montadas sobre cartón, llamadas carte-de-visite, de dimensiones 10 por 6 centímetros, que se hicieron muy populares hasta fines de ese siglo.

Después 

El precipitado escape de los Aráoz se debía al comienzo de la campaña militar nacional sobre Entre Ríos, que buscaba terminar con López Jordán. El Poder Ejecutivo, según la circular del ministro Vélez Sársfield, no podía admitir «esa doctrina que bajo la atmósfera del crimen y sobre el cadáver de su víctima, se proclama hoy en la Provincia de Entre Ríos, con el hecho y con la palabra, declarando que la muerte dada y la muerte recibida, abren y cierran la sucesión del mando en una Provincia argentina…»

Los Aráoz habían escondido, «debajo de un tablado», en su estudio, «un cañón y algunos rifles». Augusto cuenta que «apenas entró el coronel Elía se lo entregamos, pero ni esto nos sirvió de nada; nos trataba como a verdaderos soldados». El fragmento de los apuntes termina: «Lo aguantamos dos días y tomando un bote pasamos el arroyo Negro en el Estado Oriental, tomando al día siguiente, el vapor a Buenos Aires».

Guillermo «tenía dos bultos en el arroyo Negro», que contenían parte del equipo del estudio: «los levanté y seguimos viaje a Buenos Aires donde llegamos sin novedad, el 23 de mayo de 1870».

(Publicada el 4/12/2017 en la revista La Ciudad de Concepción del Uruguay)

29/10/24

Berdiales, el olvidado poeta de los niños

Rubén I. Bourlot

 

Seguro que los más grandes recordarán haber leído en los ajados libros de lectura para los primeros grados de escuela primaria las poesías de un tal Germán Berdiales. Hoy una rareza. Es verdad que el público infantil cambió y esos versos sencillos, sin rebusques, resultarán muy ingenuos en un mundo invadido por la tecnología. Ese olvido del poeta tal vez se refuerce por su adscripción al nacionalismo católico, a las corrientes moralistas que en la primera mitad del siglo XX bregaba por reafirmar una identidad nacional e inculcar esos valores a la niñez.

Pero el mayor “pecado” fue su acercamiento al peronismo como colaborador de la revista “La Obra” -auxiliar imprescindible para generaciones de maestras y maestros- y autor de El libro de la Patria: texto de lectura para 4to grado: 80 lecturas en 85 lecciones y la Constitución Nacional en colaboración con Pedro Inchauspe, publicado en 1950.

Tal vez muchos de los que peinan canas recordarán con ternura los versos de 

La rueda del pan

—Chacarero, dame pan.

—Chacareros no lo dan,

que lo dan los molineros.

Vete a ver al molinero

y si no a la molinera.

—Molinero, dame pan.

—Molineros no lo dan,

que lo dan los panaderos.

Vete a ver al panadero

y si no a la panadera.

—Panadero, dame pan.

—Panaderos si lo dan.

Toma el pan, dame el dinero.

Demos ya la vuelta entera,

chacarero y chacarera,

molinero y molinera,

panadero y panadera.

Más ligero, más ligero,

demos ya la vuelta entera…


En una escuelita de Chubut

Germán Berdiales había nacido barrio porteño de la Concepción, lindando con San Telmo el 4 de septiembre de 1896 y falleció el 17 de mayo de 1975.

Poeta, maestro, traductor, escritor y periodista. Se inició en la actividad periodística a los dieciséis años y la abandonó (temporalmente) al terminar sus estudios como maestro. Con auténtica vocación magisterial, se encaminó hacia la provincia de Chubut donde fue maestro de niños aborígenes durante varios años. Retomó el periodismo a su regreso de La Pampa y la Patagonia y colaboró en publicaciones de prestigio como La Prensa de la Capital Federal, El Día de La Plata, Ficción, El Hogar, Pampa Argentina, Mundo Argentino y Vinos, Viñas y Frutas.

La obra de Berdiales fue principalmente escolar con obras que pretendían instruir, enseñar, inculcar cultura y conocimientos. Toda su obra fue una prolongación de la función docente, dice la biógrafa Elsa Plácida Vulovic.

El primer libro vio la luz en 1924 y se llamó Las fiestas de mi escuelita. Luego vino una vasta producción de comedias, diálogos, monólogos y discursos para la escuela y el aula. Se trataba de teatro infantil. Le siguieron: Fábulas en acción (1927), Padrino (1929), El último castigo: cuentos para padres y maestros (1929), Fabulario (1933) y Maestros del idioma (1936). Para la clásica colección Robin Hood (la de las tapas amarillas) escribió El hijo de Yapeyú, El primer soldado de la libertad, El maestro de América, Teatro Robin Hood y El Divino maestro, entre otras. También tradujo y adaptó obras clásicas como Corazón, de Edmundo de Amicis.

En El Monitor de la Educación Común publicó ensayos literarios y las obras de índole pedagógica.

En su época de esplendor anduvo por Paraná brindando conferencias. La cita fue el 2 y 3 de junio de 1948 en la Biblioteca Popular del Paraná y en el salón de actos de la Escuela Rivadavia.

Tras la caída del peronismo en 1955 su estrella parece desvanecerse. Aparece colaborando en periódicos y publica obras de teatro infantil.

En 1964 lo hallamos nuevamente en Paraná para participar del V Congreso Nacional de Escritores que presidió Beatriz Bosch.


27/10/24

Don Ata con los estudiantes del Colegio del Uruguay

Rubén I.Bourlot

 

El 16 de septiembre de 1963 llegó de visita a la Concepción del Uruguay Atahualpa Yupanqui (Don Ata, como le decían) persiguiendo los recuerdos cosechados en tierras montieleras durante  su paso por los años treinta: “con mirada de otros años, y otros tiempos contemplé, sobre un mangrullo de talas, el palmeral de Montiel”. Ya no sin caballo y en Montiel, sino a bordo de un automóvil, arribaba esa primavera de 1963. Ya no payador perseguido sino cargando con todos los laureles del cantor triunfante en los escenarios del país y el mundo.

Don Ata llegó para actuar en la ciudad invitado por la Peña Tradicionalista Ñanderogamí, y estuvo en la radio LT11, y al otro día estaría en el Colegio Nacional, el Histórico fundado por Justo José de Urquiza, para deleitar a los jóvenes con sus versos sentidos.

Ese jueves ingresó a los estudios de la radio, en ese entonces Splendid, acompañado del representante de la peña Ñanderogamí, Florencio López, y del joven integrante de la misma Juan Luis María Puchulu.

Al día siguiente estaba invitado para visitar y charlar con los estudiantes del Colegio del Uruguay. Por la noche se fue a dormir pensando en el encuentro con la juventud estudiosa. Y el sueño remolón no venía pero sí las palabras se agolpaban en la mente del cantor. Las palabras para la juventud del Colegio. Y esa noche en vela las volcó en el papel.

Frente a la estudiantina leyó esas palabras “de saludo para la juventud de estudiantes de Concepción del Uruguay en esta tarde.

“Qué linda suerte la mía, esa suerte de echar pie a tierra en este pago de Concepción del Uruguay, para saludar a la juventud estudiosa, pajaritos de reciente plumaje, que se preparan para el canto y el vuelo en venerables jaulas de mapas, de libros y consejos, en las que no hay ramas que detengan el sueño y la fantasía, y donde la vocación halla su cauce para correr tierra y tiempo, y darse con todo, como los arroyos que cruzan nuestras praderas con sol y sombra, y remolino, hasta entregar su viaje al ancho y amado río, sumándose a la vida y al paisaje con un destino de mar…”

 

PRÓCER DE CARNE Y HUESO

Las bellas palabras pronunciadas bajo el sol primaveral, en el antiguo patio del Colegio, echaron a volar y recorrieron galerías y pasillos, y se confundieron con las voces de otros tantos célebres personajes que pisaron las baldosas del Histórico.

“Fui como ustedes, pajarito libre sobre un paisaje de encantamiento. Quemaba mis carbones en el aula, y en el deporte, y en la danza.

“Cualquier camino que recorría de niño, de muchacho, era para mí, como para todos los adolescentes, una senda milagrera donde se me rebelaba un mundo; un mundo que era solamente nuestro; un universo que apasionaba al muchachito descubridor, un territorio que impulsaba al conocimiento de yuyos y de árboles, de nidos y de arenas, de frutas tibias bajo el sol de la siesta…”

Los jóvenes estudiosos -seguramente guardando respetuosos silencio- con ojos de asombro y oídos atentos, observaban a ese hombre de rostro aindiado ahí presente, vivo. Sí vivo porque para los estudiosos de manual los grandes hombres sólo viven en las esculturas, como ese Urquiza, ese Clark, ese Larroque que señorean congelados en el bronce.

“Los años, el tiempo, hicieron de aquellos caminitos de travesuras y revelaciones camperas y sencillas, un solo camino.

“El abuelo vasco y el abuelo indio, se confabularon con el paisaje de esta tierra en que nací.

“Desde la raíz de la piedra, desde la hondura del algarrobo, desde la nocturnidad de las llanuras, desde el misterio de los montes, los duendes mestizos que manejan mi destino, eligieron un trenzador.

“Ese trenzador se llamaba destino. Y tomando las cinco líneas de aquel pentagrama que solía descifrar con dificultad cuando niño, hizo con ellas una trenza hechizada, un lazo sobado con amor y paciencia, con cielitos y rocíos mañaneros.

“Y con ese lazo, hecho para el desvelo y el camino, amarró junto a mi corazón un antiguo madero estremecido: la guitarra…”

En esas líneas vibraba el canto pausado del payador, el sonido grave de la guitarra criolla, el aroma de los espinillos en flor que lo recibieron en la que fuera villa del Arroyo de la China.

“Y bendigo a mí la suerte de hoy, que me permite desensillar, siquiera por una noche, junto a los muros de esta ciudad, tan entrerriana y tan argentina, tan plena de historia, tradición y poesía, con un paisaje de prado, monte y río, capaz de atesorar la vocación de sus hijos, apuntalando el ayer para que sea más firme la luz del mañana”.

 

PAYADOR PERSEGUIDO

Atahualpa Yupanqui nació en el paraje Campo de la Cruz, en José de la Peña, partido de Pergamino, el 31 de enero de 1908. Fue anotado en el registro civil como Héctor Roberto Chavero.

En su derrotero, fue maestro, periodista, peón rural… pero, por sobre todo, músico. A los 23 años, se casó en Buenos Aires con su prima María Alicia Martínez, aunque poco después se instalaron en Entre Ríos. Faltaban varios años para su unión más conocida con la francesa Antoinette Fitzpatrick, “Nenette”, que como Pablo del Cerro firmó muchas de las canciones que Don Ata hizo famosas.

En su célebre “El canto del viento”, escribió: “Rastreando la huella de los cantos perdidos por el Viento, llegué al país entrerriano. Sin calendario, y con la sola brújula de mi corazón, me topé con un ancho río, con bermejos barrancos gredosos, con restingas bravas y pequeñas barcas azules. Más allá, las islas, los sarandizales, los aromos, refugio de matreros y serpientes, solar de haciendas chúcaras. Lazo. Puñal. Silencio. Discreción.

“Me adentré en ese continente de gauchos, y llegué a Cuchilla Redonda, desde Concepción del Uruguay. Llevaba un papel para Aniceto Almada. Y días después, crucé por Escriña, Urdinarrain, y fui a parar a Rosario Tala. Era una ciudad antigua, de anchas veredas, con más tapiales que casas. Anduve por los aledaños hasta el atardecer, sin hablar con nadie, aunque respondiendo al saludo de todos, pues allá existía la costumbre de saludar a todo el mundo, como lo hace la gente sin miedo y sin pecado”.

En su célebre “Sin caballo y en Montiel” dice que anduvo por Altamirano, Sauce Norte, Barro negro… y trabó amistad con Climaco Acosta y Cipriano Vila “dos horcones entrerrianos y una amistad sin revés”.

Payador perseguido y no era metáfora. Sus ideas políticas, su acercamiento al yrigoyenismo derrocado y diezmado en la “década infame”, lo impulsaron a buscar refugio entre los espinillos y ñandubays del Montiel. Existen testimonios que lo ubican involucrado en la revolución de los hermanos Kennedy (Eduardo, Roberto y Mario) en la zona de La Paz que movilizó el aparato represivo del gobierno nacional.


7/10/24

Del mote de vagos a la dignificación del trabajo rural

Rubén I. Bourlot


Un grupo de peones de la trilla. Imagen tomada en la zona rural de Nogoyá, en 1916.

La dura realidad del trabajador rural asalariado o peón de campo ha tenido, en el transcurso del siglo XX, algunas modificaciones que han mejorado la condición de su tarea en relación al siglo XIX. Sin embargo, aún persisten en el país bolsones de explotación para quienes desempeñan estas tareas.

El 8 de octubre es el Día del Trabajador Rural recordando la sanción en 1944 del primer Estatuto del Peón de Campo, mediante decreto 28.169 del gobierno de facto presidido por el general Edelmiro Farrell, cuyo secretario de trabajo era Juan Domingo Perón.

“Cachorro de viaje largo: / ¡qué duro es tu trajinar!/ Destino sin una queja / de silencio y soledad” le canta Linares Cardozo en Peoncito de estancia.

Existe un discurso muy actual que otorga un halo de romanticismo al trabajador rural asalariado, al peón de campo; que lo muestra como una persona abnegada que trabaja de sol a sol, con frío, calor o lluvia, sin reclamar por vacaciones, sin hacer huelgas ni cortar rutas -como lo hacen sus patrones-. Pero esa es una penosa realidad aún con la vigencia de las leyes que tratan de dignificar su trabajo.

El estatuto de 1944 venía a visibilizar a un sector totalmente marginado que prestaba servicios en condiciones penosas y en muchos casos casi en la esclavitud. La norma establecía la obligación de pagar un salario mínimo y la estabilidad de los trabajadores del campo, el pago en moneda nacional, la ilegalidad de deducciones o retenciones, descansos obligatorios, alojamiento con mínimas condiciones de higiene, buena alimentación, provisión de ropa de trabajo, asistencia médico-farmacéutica y vacaciones pagas. La normativa fue fuertemente resistida por los productores rurales que se negaban a reconocer la productividad del trabajador bajo su dependencia.

El estatuto se convirtió en la Ley Nº 12.921 en diciembre de 1946. Meses más tarde se sancionaba la Ley 13.020 para reglamentar el trabajo de cosecha o de los llamados trabajadores “golondrina”. El Estatuto del Peón de Campo fue reemplazado por un Régimen de Trabajo Agrario mediante el decreto de facto Nº 22.248 de 1980. En 2011 se sancionó un nuevo Estatuto del Peón Rural.

Régimen feudal

El régimen de trabajo rural hasta la década del ’40 no difería mucho de las condiciones que venían de la época colonial. Los vínculos cuasi feudales entre peones y patrones tuvieron su expresión más salvaje en los obrajes de La Forestal que a partir de 1870 explotó los quebrachales en el norte santafesino, sur chaqueño y noreste de Santiago del Estero.

Tradicionalmente, con la expansión de la ganadería en la región, se hizo necesario contar con puesteros y peones para atender a la hacienda bajo un régimen de servidumbre.

Según el historiador Juan Pivel Devoto a fines del siglo XVIII en la Banda Oriental del Uruguay los puesteros y peones constituían la base de lo que denomina el “proletariado rural”. Percibían una parte de su salario en dinero, completándose muchas veces en forma de alimentos y vivienda. Una figura importante de este sector estaba representada por los agregados, en muchos casos antiguos ocupantes instalados en predios de grandes o medianos hacendados, con su propio grupo familiar. El agregado fue tolerado frecuentemente por el propietario o poseedor como garantía contra el asentamiento de nuevos ocupantes, manteniéndolo en las tierras a cambio del mejor derecho del hacendado.

Las grandes propiedades se arrendaban con todo lo que las tierras tenían, no sólo con las instalaciones, sembradíos o ganado, sino también con los pequeños arriendos – en este caso, denominados arrendatarios secundarios- y con los agregados que tuviera la propiedad que los asimilaba a los siervos de la gleba del feudalismo europeo. 

En este sentido, y en virtud de la relación contractual, los arrendatarios principales, sin ser dueños de la tierra que arrendaban y al margen de cualquier otro arreglo que previamente pudiera haber hecho el arrendatario secundario o el agregado con el propietario de las tierras, recibieron un amplio poder de decisión sobre la suerte de aquellos. Se trasladaba al arrendatario principal con toda su fuerza la relación de dependencia del pequeño arrendatario y del agregado.

El control de los vagos

Ya en la época independiente los gobiernos de Entre Ríos trataron de regular el trabajo rural no para reconocerles derechos sino para garantizar la prestación de sus servicios. Así Justo José de Urquiza al frente del gobierno de Entre Ríos dispuso una minuciosa reglamentación para el personal de marcación de ganado: “Todo peón de esta marcación, queda sujeto a los comisionados, principales cabezas y subordinados a los subalternos de las escuadras que formen, sin poder salir del puesto que ocupe sin previo permiso por escrito de uno de los comisionados. La peonada en sus marcas guardará el orden militar, formando filas alineados sin permitir que salga nada de ellas, y cumpliendo las órdenes que se les imponga. Los trabajos cesarán a las doce del día sábado, para dar lugar al aseo particular de cada uno y reposición de los útiles de servicios inutilizados, pasando revista de ellos en forma militar; ninguno tendrá ni podrá llevar mujeres en las incursiones que se hagan durante su subsistencia en las comisiones de yerra”.

El día domingo se permitía a la peonada “la diversión de costumbre, que es el baile, cuidando las familias del partido, y prohibiéndose hacerlo de noche, y éste sólo durará hasta las cuatro de la tarde”.

Pero también por la época rigieron las denominadas leyes de “vagos” para obligar a prestar servicio a los también denominados “gauchos” que no tenían ocupación fija.

En 1848 el gobierno decretó “convencido de que la falta de moral y aplicación al trabajo de la clase jornalera, obsta poderosamente al adelanto de un país, por cuanto la falta de brazos paraliza todos los ramos de su comercio e industria” por lo tanto no se admitía en la provincia “ninguna clase de individuo vago, o que no tenga ocupación honesta y conocida” y establecía las obligaciones de peones y empleadores que debían exigir la portación de un certificado de las autoridades competentes o la “papeleta” extendida por un empleador donde se registraba su conducta en el trabajo. Los que persistían en el estado de vagancia serían enviados al campamento militar de Calá.

En 1860 la Cámara legislativa sancionó la “Ley de vagos” que calificaba como tales a “las personas de uno y otro sexo que no tengan renta, profesión, oficio u otro medio lícito con que vivir” y “los que, con renta, pero insuficiente para subsistir, no se dedican a alguna ocupación lícita y concurren ordinariamente a casas de juego, pulperías o parajes sospechosos”. A estos infractores se los destinaba a “trabajos públicos por el término de tres meses” en tanto que “las mujeres vagas serán colocadas por igual término al servicio de alguna familia mediante un salario convenido entre la Autoridad y el patrón”.

14/9/24

"Centauros del pasado", la primera película sobre Francisco Ramírez

Rubén I. Bourlot

 

El 13 de septiembre de 1944 se estrenaba el filme “Centauros del pasado”, una superproducción argentina que retrataba la vida del caudillo entrerriano Francisco Ramírez.

Se trataba de una película en blanco y negro dirigida por Belisario García Villar según su propio guion sobre el libro de Roberto A. Tálice y Eliseo Montaine. Tenía como protagonistas a Santiago Gómez Cou, Anita Jordán, Elvira Quiroga y Alita Román. Esta producción fue galardonada con el premio Cóndor de Plata al mejor guion original.

EL DIARIO del 30 de septiembre de ese año anunciaba el estreno de la película para el jueves 5 de octubre en el cine Select. En la reseña posterior se destacaba que era “un alarde de técnica” y agregaba que “dos grandes caudillos, Artigas y Ramírez, amigos y adversarios se mueven con precisión en el escenario de sus hazañas, al frente de sus heroicas legiones. Grandes capitanes de la democracia gaucha actúan con el heroísmo que ha determinado su gloria y el reconocimiento de la posteridad (…)”

Personificaba a Francisco Ramírez Santiago Gómez Cou, Anita Jordán (con ese apellido tan significativo ya que era el materno de Ramírez) se ponía la piel de La Delfina y Elvira Quiroga como Tadea Jordán. También actuaban Alita Román, Ernesto Vilches, Domingo Sapelli, Nelly Montiel, Eloy Álvarez, Raúl Merlo y Francisco Pablo Donadío.

Superproducción

En un rápido recorrido de la gran telaraña virtual que es internet no se pudieron hallar indicios de la existencia de la cinta. Solo se encuentran reseñas que la elogian por su carácter de superproducción que implicó un notable esfuerzo técnico para filmar los exteriores. Fotografías publicadas por la prensa de la época dan testimonio del gran despliegue y el rigor histórico para lograr la reproducción de las batallas. En la citada reseña de EL DIARIO se subraya la fidelidad de las escenas. “Esos escuadrones se mueven en la película con toda exactitud. Escuadrones de lanceros van al asalto, en encuentros decisivos. Y pelean, con entera realidad, a lanza y sable sobre campos quebrados, bajo el humo del estampido de los cañones y el fuego cerrado de la fusilería de a pie. El encuentro llega a ser cuerpo a cuerpo. La lucha es un verdadero entrevero, un alarde de aventura tan bien lograda en la función, gracias a la pericia del director García Villar y sus colaboradores que son, en la actualidad, oficiales de caballería del ejército.”

La filmación de las escenas exteriores se llevó a cabo en los terrenos de la unidad militar de la Agrupación de Zapadores de San Nicolás (provincia de Buenos Aires) El personal de cuadros y soldados sirvieron de extras de las escenas bélicas de la película. En una fotografía publicada por un medio de San Nicolás, y que permanece en el archivo de la unidad militar, se puede apreciar una escena de la película que es la carga de la Infantería en las barrancas de la ribera del río Paraná. La acción fue filmada en una de las bajadas al río en donde durante un tiempo funcionó el Polígono de Tiro del Batallón de Ingenieros de Combate 101.

Los hacedores

Quienes se aventuraron en esta verdadera patriada para filmar la historia de nuestro caudillo merecen una breve referencia. Como para empezar recordemos los autores del texto que fue la base del guion. Se trata de Roberto Tálice y Eliseo Montaine. El primero fue autor de más de 150 obras teatrales y guiones de cine y televisión, periodista del diario Crítica en la década del 20 y del noticiero cinematográfico Sucesos Argentinos. Había nacido en Montevideo el 15 de marzo de 1902 y falleció en Buenos Aires en 1999. A fines de los años 50, Tálice integró el Instituto Nacional de Cinematografía y fue miembro fundador de la Asociación de Cronistas Cinematográficos.

En tanto Eliseo Montaine fue escritor, pintor, humorista, dramaturgo y guionista de cine nacido en 1906 y fallecido en 1966. Fue columnista del diario Crítica.

El director y guionista Belisario García Villar había nacido en 1912, en Buenos Aires, y falleció en Uruguay en 1966. Escribió y dirigió numerosas películas, entre otras Los 33 días. (‘¡Heroica Paysandú yo te saludo!’) (1963), El diablo de las vidalas (1950), La carga de los valientes (1940) y Reportaje a un cadáver (1955) que no pudo ser estrenada por el derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón.

El protagonista que encarnó a Francisco Ramírez fue Santiago Gómez Cou, nacido en Montevideo en 1903 y fallecido en Buenos Aires en 1984. Participó en 63 películas, destacándose en El deseo, Una mujer sin importancia, con Mecha Ortiz, La orquídea, por la que ganó un premio al Mejor Actor de Reparto, El túnel, con Laura Hidalgo, Sala de guardia, La calle del pecado, La mujer de las camelias, Amor prohibido, con Zully Moreno, Ensayo final, con Nelly Panizza y Arrabalera, con Tita Merello, por la que ganó un premio al Mejor Actor.

Participó en varias radios de Buenos Aires y Uruguay, integrando además los elencos de varios radioteatros. Incursionó en televisión en ciclos como el exitoso Rolando Rivas, taxista.

La actriz que hizo de La Delfina fue Anita Jordán (1917-1946). Filmó diez películas entre 1934 y 1944, lo que duró su carrera debido a su prematura muerte. En sus inicios como actriz, compartió un cuarto de pensión con Eva Duarte. Queda su imagen en los filmes Mañana es domingo, La barra mendocina, Loco lindo, El forastero, La vuelta al nido, Giacomo, La carga de los valientes, El inglés de los güesos y Sendas cruzadas.

Hacemos votos para que algún día alguien rescate esta pieza pionera de la reivindicación de nuestros caudillos y la podamos disfrutar.

7/9/24

Agricultores y máquinas. La primera cosechadora autopropulsada

 Rubén I. Bourlot

El 8 de setiembre se conmemora el Día del agricultor debido a que se recuerda la fecha de la fundación de la colonia agrícola de Esperanza, Santa Fe, “dividida y amojonada entre setiembre y noviembre de 1855 y poblada a principios de 1856”. Los colonos europeos lograron con su porfía abrir surcos en tierras vírgenes donde señoreaban los montes y las vacas. Este hecho modificó definitivamente la matriz productiva de la pampa argentina.

El 28 de agosto de 1944, por decreto Nº 23.317, el gobierno argentino instituyó el Día del agricultor, considerando que en la provincia de Santa Fe, más precisamente en donde hoy se encuentra Esperanza, se había fundado de la primera colonia agrícola.

La arbitrariedad de la fecha para homenajear a los cultivadores de la tierra no hace honor a la verdad histórica. Los testimonios nos dicen que desde épocas prehispánicas la agricultura era una práctica entre las comunidades que habitaron la región como los chanaes y los laboriosos guaraníes. También hubo agricultura en la época hispanocolonial por parte de los españoles que trajeron el trigo, y en el periodo poscolonial florecieron campos de cultivo cercados de setos vivos o palos a pique para resguardarlo de la hacienda. Pero se cultivaba.

 

La primera colonia

Inclusive se puede poner en tela de juicio que Esperanza sea la primera colonia de agricultores organizada. En Entre Ríos, el 1° de septiembre de 1853 se creó oficialmente la Colonia Agrícola Militar Las Conchas en el departamento Paraná por iniciativa del gobernador Justo José de Urquiza. Manuel Clemente fue el encargado de iniciar el núcleo poblacional, con militares de origen vasco español que habían combatido en la batalla de Caseros. 

La intención de Urquiza era “formar en el rincón de las Conchas una población o Colonia Agrícola Militar de vascos españoles y en este concepto de Vd. lo conveniente para destinarle el lugar aparente en que debe plantearse dicha población. Los primeros que son 15 ó 20 hombres, necesitan bueyes, herramientas y semillas que he dispuesto que Vd. le haga facilitar." (Carta de Urquiza al gobernador delegado Antonio Crespo).

En 1855 se hizo cargo de la colonia el coronel Doroteo Salazar, que en 1956 trajo al lugar ciento cincuenta inmigrantes alemanes y en 1857 un grupo de belgas a quienes se agregaron familias criollas. Poco a poco fueron arribando familias de Alemania, Suiza, Francia e Italia.

En 1858, por el importante desarrollo que adquirió el lugar, el gobierno nacional dispuso que la Colonia Las Conchas se llamara Urquiza en honor a su fundador. El 7 de septiembre de 1860 fue elevada al rango de villa.

 

El músculo y la máquina

La agricultura en los tiempos de la fundación de las primeras colonias se practicaba todo a pulmón, con escasa ayuda tecnológica. La mano de obra humana y la tracción a sangre se complementaban con rudos instrumentos de labranza como arados, palas, azadas y no mucho más. La siembra se realizaba “al voleo” y se segaba con hoces y guadañas para luego trillar con el pisoteo de caballos y finalmente zarandear al viento para separar la paja del grano.

Hacia fines del siglo comenzaron a llegar las primeras maquinarias para segar y trillar, y los motores a vapor para reemplazar a los bueyes y caballos. Todo era importado pero no faltaron los gringos y criollos que aportaron su inventiva para imitar la maquinaria y mejorarlas. Los herreros vecinos de la colonia Esperanza, por ejemplo, fabricaron los primero arados nacionales hacia 1880. Luego le siguieron otros implementos como las segadoras y trilladoras de factura nacional.

Estos ingeniosos hacedores no habían pasado por la universidad, no eran ingenieros y se habían formado a martillazo limpio. Pero su capital más importante era la apertura de mente para innovar. Como lo sostiene John Kenneth Galbraith (el reconocido economista neokeynesiano) en su libro La sociedad opulenta, los grandes innovadores de las revoluciones industriales “eran con mayor frecuencia el resultado de un brillante destello de la inteligencia que el producto de una educación y de un desarrollo de años” y ejemplifica con los casos del inventor de la lanzadera volante, John Kay, el de la máquina de hilar, James Hargreaves, y el de la urdidora mecánica, Richard Arkwright. Los primeros “eran sencillos tejedores con una inclinación por la mecánica. Arkwright había aprendido de joven los oficios de barbero y peluquero y apenas sabía leer y escribir.” Pero sus inventos fueron los responsables de la primera revolución industrial europea.

En el país hacia 1920 los hermanos Juan y Emilio Senor fabricaron la primera cosechadora de cereales argentina en San Vicente (Santa Fe). Eran equipos de arrastre, similares a las importadas, que pronto compitieron con éxito en el mercado. Pero la verdadera innovación vino casi una década después cuando el inmigrante italiano Alfredo Rotania, radicado en Sunchales, logró fabricar una cosechadora autopropulsada en 1929. Con esta innovación se eliminaban los caballos o tractores que “arrastraban” la maquinaria para trillar. La máquina tenía incorporado un motor con la suficiente potencia y las articulaciones para mover la maquinaria que segaba y trillaba y a su vez lograba el desplazamiento autónomo. Fue la primera cosechadora autopropulsada del mundo que se fabricó en serie.

Un poeta exiliado en el olvido

 Rubén I. Bourlot

 

Si hoy nombramos a José María Fernández Unsain, para el común de la gente es una una persona desconocida. O tal vez el nombre de un sitio público, una calle tal vez y con mucha suerte. Para unos pocos es el nombre de un poeta entrerriano que escribió sonetos de ambiente campesino y el tiempo lo lleva al exilio en México y en el olvido.

Nace en 1918, en Paraná y pronto despierta su vena poética. Muy prematuro, en 1935 publica Cristal de juventud. Colabora en distintos periódicos de su ciudad natal. En un reportaje dice: “Mi padre tenía una biblioteca de 10 mil volúmenes a los cuales me acerqué desde muy pequeño. A los tres años aprendí a leer [...], a los 12 años escribí mi primer poema, un romancillo”.  En 1935 da a la luz, con premura,  su libro Cristal de juventud. De esa época es un sentido homenaje poético al arroyo Antoñico, que atraviesa como un cuchillo su ciudad natal: “Los gurises crecían chapaleando / su agüita triste / como si el gris fuera de agua para siempre…”  

Hacia 1942 la Universidad del Litoral le edita Esto es el campo y después se va a las luces de la gran ciudad, a Buenos Aires donde colabora en diversos medios y ejerce el periodismo escrito y radial. Gana premios varios por su producción literaria que lo hacen reconocido en el país y Latinoamérica.

“Montado en pelo estoy sobre la tierra / - potro de sol y sombra coscojera – (… ) / el campo es cierto como un árbol, creo, / y por los aires cálidos y fríos / mis soledades y luz arreo”, publica en Sonetos.

Se interesa por la política y adscribe a las corrientes nacionalistas. Integra y dirige el diario Tribuna de esa orientación junto a personalidades como Luis Soler Cañas, Joaquín Linares, Lautaro Durañona y Vedia, Gilberto Gomes Ferrán, Jorge Massetti y Fermín Chávez. En 1945, los profundos cambios que se acercan lo encuentran en la vereda aluvional de los invisibles, los descamisados. Se suma al movimiento que encabeza Juan Domingo Perón e integra una lista electoral como candidato a diputado. Luego cumple diversas funciones como director del Teatro Nacional Cervantes, presidente de la Comisión de Cultura, director general de la Secretaría de Cultura y secretario de Eva Perón a quién dedica su poema Canción elemental, editado por la peña Eva Perón. Ya lejos de su patria, en México escribe el poema Eva del sur: “Te recuerdo en el grito y en la premisa / muriendo suavemente por los ajenos. / Qué modo de quererte, malos y buenos, / qué modo de calarte por la sonrisa.”

También produce guiones cinematográficos con particular maestría que lo lleva al éxito de taquilla con La muerte se está poniendo vieja, premiada como la mejor obra de 1948. Entre las numerosas obras que escribe se cuentan los de Una viuda casi alegre (1950), Alfonsina (1957), sobre la vida de la poetisa Alfonsina Storni y La sombra de Safo (1957).

Fermín Chávez recuerda la experiencia con el denominado Teatro Obrero de la CGT. “Es una experiencia que se inicia en 1949, con la dirección de César Jaimes y Fernández Unsain. El elenco estaba formado por obreros y por gente que provenía del teatro vocacional, de los teatros de barrio. Con el Teatro Obrero de la CGT recorrimos muchas provincias, Corrientes, Tucumán, San Juan. Se presentaban obras de corte político, escritas especialmente.” En 1955 estrena Dos basuras, dirigida por Esteban Serrador y con Amelia Vences en la cabeza del elenco.

El golpe de estado de 1955 que derroca el gobierno de Perón lo impacta profundamente y años después, en 1958 parte al exilio mexicano y casi al olvido para los entrerrianos.

Y desde allá escribe “A los que murieron para que la patria”: “Míralos cómo caen / cómo tienen partidas las espaldas / y ardientes agujeros en la nuca / y los huesos quebrados como ramas. / (…) Ya están muertos, los pobres. / Ya no sufren, ni esperan, ni ríen, ni nada. / Ya no podrán usar la tardecita / para querer a las muchachas, / ya no podrán besar, ni morirse de a poco / ni preferir la Patria.”

Su producción en tierras de los aztecas es incalculable. Escribe guiones de películas - 243 consigna una estadística -, dirige y produce incansablemente. Tiene una intensa actividad gremial en defensa de los derechos de los escritores y autores. Su dinamismo es reconocido por el gobierno mexicano y otras instituciones. Entre 1980 y 1984, Fernández Unsain encabeza el Consejo Mundial de Autores de Radio y Televisión. Además, preside en dos oportunidades del Consejo Panamericano de Sociedades de Autores y Compositores.

Durante todo el tiempo se pronuncia por defender el derecho de autor que tienen los escritores, así como por un pago digno para ellos.

Y es en esas tierras que adopta como suya donde lo encuentra la muerte el 18 de junio de 1997.

 (Publicado originalmente en la revista Orillas, Entre Ríos, 2013) 

Fuentes:

José María Fernández Unsain, Cristal de juventud, Paraná, 1935;

José María Fernández Unsain, Este es el campo, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1942;

José María Fernández Unsain, Canción elemental, Peña Eva Perón, Bs. As. 1949

José María Fernández Unsain, Amor huído, Antología, Editorial de Entre Ríos, Paraná, 1995, con prólogo de Fermín Chávez.

Marcelo Leites, Antología José María Fernández Unsaín, en http://www.autoresdeconcordia.com.ar.

 http://escritores.cinemexicano.unam.mx/biografias/F/FERNANDEZ_unsain_jose_maria/biografia.html

25/8/24

La bandera de entre Ríos y los orígenes de la bandera artiguista

Rubén I. Bourlot

 

El 19 de junio se conmemora el día de la bandera de Entre Ríos que recuerda el nacimiento del caudillo rioplatense José Artigas el 19 de junio de 1764, creador de la enseña de la Liga de los Pueblos Libres que hoy identifica a nuestra provincia. La fecha se impuso mediante ley Nº 10.220 sancionada el 18 de junio de 2013.

La bandera tricolor era utilizada en Entre Ríos durante el siglo XX sin estar oficializada hasta que por un decreto del 5 de marzo 1987 se la declara como la bandera distintiva de Entre Ríos. Posteriormente, en 1989, la ley Nº 8.343 la convierte en bandera ceremonial obligatoria en los actos, ceremonias y desfiles patrióticos, junto a la bandera argentina.

La enseña fue la que mandó a confeccionar José Artigas en 1815 -en ese momento Protector de la Liga de los Pueblos Libres- y enarboló en el cuartel de Arerunguá el 13 enero de ese año. La misma debía ser similar a la de la Provincias Unidas creada por Belgrano con el aditamento de una banda roja que representaba el federalismo. En Entre Ríos fue adoptada en 1815 y en fechas similares se impuso en Corrientes, Santa Fe, Córdoba y Misiones. Luego se instituyó como uno de los símbolos de la República de Entre Ríos, cuando Francisco Ramírez rompió relaciones con Artigas.

En 1822, tras la muerte de Ramírez y la disolución de la República de  Entre Ríos, el gobernador Lucio N. Mansilla anuló su uso y la sustituyó por la bandera argentina.

 

La otra bandera

El motivo por el cual se adoptó en 1987 la bandera de la Liga Federal deja un resquicio para la polémica puesto que la provincia tuvo una bandera establecida por ley en 1833, durante la gobernación de Pascual Echagüe. La norma establecía que “La bandera azul y blanca que hasta hoy ha cubierto la Provincia no se usará en adelante en las fortalezas, puertos ni buques de su dependencia ni menos en su ejército.” Este párrafo está referido a la bandera de argentina que había impuesto el gobernador Lucio N. Mansilla en 1822.

“En adelante solo se usará de un pabellón tricolor con tres fajas horizontales, debiendo ser blanca la del centro, azul y colorada las de los lados, poniéndose en la parte superior la azul hasta la mitad de la bandera y el mismo escudo en el centro”, reza el decreto de Echagüe luego ratificado por ley.

El pabellón flameó durante las sucesivas gobernaciones de Echagüe y Justo José de Urquiza, y marchó triunfal presidiendo los ejércitos entrerrianos en la batalla de Caseros, en 1852. En 1860, cuando Entre Ríos recuperó su autonomía, tras haber permanecido como territorio federalizado para oficiar de sede del gobierno nacional entre 1854 y 1860, no registra el uso de una bandera provincial. Sí en 1870, cuando el caudillo Ricardo López Jordán se levanta en armas para oponerse a la intervención del gobierno nacional, vuelve a enarbolarse la bandera entrerriana.

 

La bandera artiguista

Otro debate aún no saldado acerca de la bandera que Artigas nos legó gira alrededor de sus orígenes, los colores y diseño. En publicaciones históricas se muestra la bandera izada por Artigas con un diseño de cinco franjas horizontales, las tres similares a la rioplatense (luego argentina) diseñada por Manuel Belgrano, con el agregado de dos franjas horizontales rojas en medio de las azules. Esta información surge de una comunicación de Artigas donde anuncia la jura de esa bandera: "...blanca en medio, azul en los extremos y en medio de éstos, unos listones colorados, signo de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República y de la sangre derramada para sostener nuestra Libertad e Independencia."

Pero no hay constancia que haya flameado una bandera de esas características. Sí es cierto que en las provincias la forma de la enseña no fue unificada y que flamearon en Santa Fe, Córdoba, Corrientes y Entre Ríos fueron diversas pero siempre respetando los tres colores.

Acerca de los colores, no caben dudas acerca del blanco y rojo, pero sí sobre el polémico “azul celeste”. Belgrano cuando la creó en 1812 dice que “mandela hacer blanca y celeste”, como la escarapela que había aprobado el triunvirato, “de dos colores blanco y azul celeste”. En tanto Artigas dispone que la bandera de la Liga Federal fuera la creada por Belgrano, a esa altura oficializada, pero con sus dos franjas azules en vez del celeste, con el agregado de rojo “de la sangre derramada” para diferenciarse de la enseña que usaban las autoridades de Buenos Aires.

Acerca de la franja roja también existe polémica ya que para el historiador uruguayo Alberto Umpiérrez de la bandera que enarboló originalmente le Protector en Arerunguá en enero de 1815 (“blanca en medio, azul en los extremos y en medio de éstos, unos listones colorados”) no existe ningún ejemplar, en tanto la franja colorada cruzada es el diseño de José María de Roo que se enarboló en Montevideo el 26 de marzo de 1815, es la que hoy flamea en Entre Ríos.

Según Umpiérrez la banda diagonal roja que fue naturalmente inspirada en la “la Cruz de Borgoña (dos listones colorados cruzados)” que lucía la bandera del Regimiento de Patricios de Buenos Aires, surgido en 1806 para enfrentar a los invasores ingleses. En la resistencia a los colonialistas participó el blandengue Artigas. Es la enseña que preside las tropas del propio Protector en la Batalla de Las Piedras, el primer gran triunfo rioplatense frente a los realistas el 11 de mayo de 1811, cuando aún no había sido creada una bandera distinta. Ese sería el origen del rojo “signo de la distinción de nuestra grandeza” referido por Artigas cuando ordena a las provincias de la Liga el uso de la bandera federal. “Hay una corriente tradicional de historiadores que quiere asociar la tricolor de Artigas con la bandera francesa –agrega Umpiérrez-, pero en esta interpretación se omite el significado de los colores de la bandera francesa: el blanco representa la monarquía borbónica y la combinación de rojo y azul representa a la ciudad de París, porque son los colores del escudo de París.”


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