15/12/23

Blasco Ibáñez, el arroz y Entre Ríos

Rubén I. Bourlot

 

El 31 de octubre es el Día Internacional del Arroz  instituido en 2004 por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). La fecha busca, según el organismo internacional, atender problemas como el hambre y la desnutrición donde el arroz cumple un papel fundamental.

El cultivo de arroz (Oryza sativa L.) se practica en la región desde la época de colonial. Las primeras referencias corresponden a Félix de Azara, quien cuenta que fue introducido por los jesuitas en las Misiones durante el siglo XVII.

En Entre Ríos no hay registros de su cultivo hasta la década de 1930. El DIARIO, en 1933, informaba sobre la primera cosecha de arroz en el establecimiento Santa Cándida, departamento Uruguay. La implantación del grano estuvo supervisado por el ingeniero japonés Kawanguchi. Informaciones de los medios locales dan cuenta de que en el campo de cuatro hectáreas se realizó la siembra experimental que tuvo dificultades a causa de la langosta que por esa época diezmaba los cultivos. Se ensayaron distintas variedades para adaptarlas a nuestro suelo y clima.

En la provincia de Corrientes a partir de 1911, y por dos años, se concretaron las primeras siembras del grano en Nueva Valencia (hoy Riachuelo). Esta es una colonia fundada como una aventura por un personaje que invirtió sus ganancias de su labor literaria para radicar colonos provenientes de Valencia (España) en Río Negro y Corrientes. En el lugar se construyeron canales y riego a base de un motor de vapor para elevar y distribuir el agua. Finalmente la iniciativa fracasó.

 De escritor a colonizador

El impulsor de la iniciativa fue nada menos que Vicente Blasco Ibáñez, escritor, periodista y político republicano español, propulsor del naturalismo y del realismo. En torno a su figura y al periódico El Pueblo, que fundó y dirigió, se desarrolló en la ciudad de Valencia un movimiento político republicano conocido como blasquismo. Entre los años 1898 y 1908, ocupó escaños en el Congreso de los Diputados. En 1908 abandonó la política activa, se marchó a Madrid y se dedicó de lleno a la literatura. Intercalando la política y el periodismo escribió una extensa lista de novelas notables como Sangre y arena, Cañas y barro, La araña negra, Arroz y tartana, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, cuentos y relatos de viaje como Argentina y sus grandezas publicada en 1910. Compartió con Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín y Ramón María del Valle-Inclán, el punto de partida de la novela española del siglo XX.

Vicente Blasco Ibáñez había nacido en Valencia el 29 de enero de 1867 y falleció en Menton (Francia) el 28 de enero de 1928. En 1909, en las vísperas del centenario de Mayo, llegó a la Argentina para pronunciar conferencias con gran repercusión entre el público. Una crónica describió su llegada a Buenos Aires el 6 de junio de 1909, en el barco Capitán Viana, donde fue recibido en el puerto unas treinta mil personas convocadas por la prensa. Contaba en esos momentos con 42 años y estaba en la madurez de su vida y de su talento creativo. Su fama se había extendido por medio mundo.

Luego de pronunciar varias conferencias en Buenos Aires sobre los más variados temas: Napoleón, Wagner, pintores del Renacimiento, la Revolución Francesa, Cervantes, filosofía, cocina, etc., compartidas con Anatole France, se arrimó a las tierras entrerrianas. 

La llegada a Paraná

En los primeros días de agosto Blasco Ibañez arribó a Paraná para ofrecer dos conferencias. Se había despertado una gran expectativa abonada por las crónicas de los periódicos locales. El diario El Entre Ríos anunciaba en su edición del 29 de julio la llegada del escritor a Rosario y la probable visita a Paraná. Diariamente fue publicando informaciones para mantener latente el interés hasta que el 5 de agostó el escritor arribó al puerto local proveniente de Santa Fe.

En Paraná se había conformado una comisión de notables para la recepción integrada por el presidente municipal Jaime Baucis, el presidente del Club Social José S. Viñas, el director de la Escuela Normal Maximio Victoria que acompañaban al Centro Español, organizador las conferencias. A la noche pronunció su primera disertación en el salón Rodrigo debido a que el teatro 3 de Febrero no fue cedido por sus autoridades según informó el periódico citado. Desarrolló su conferencia durante dos horas donde repasó su obra y se refirió a Émile Zola, el del polémico “yo acuso” en defensa del capitán Dreyfus, Jorge Sand, precursora del feminismo, y los escritores rusos León Tolstoi y Máximo Gorky entre otros.

El domingo 8 de agosto Blasco Ibáñez pronunció la segunda conferencia que versó sobre el teatro y la música.

 “Paraná, la blanca”

Tras su gira por el sur de América escribió un ensayo que tituló Argentina y sus grandezas en donde dedicó unos fragmentos a lo observado en su visita a Paraná.

“Otra vez se rasgó el encapotado cielo, dando paso a la manga solar, que saltaba de colina en colina, como el rayo movible de un reflector eléctrico, y de nuevo apareció la indecisa ciudad con su lejanía de ensueño, empezando a marcarse vagamente en su cima los contornos de torres y cúpulas. ¿Sería Paraná?... Sí, Paraná era.

“Estaban aún muy lejos, pero aquella masa de intensa blancura, festoneada de ramilletes verdinegros, en los que algunos reconocían jardines, era, indudablemente, la graciosa ciudad que durante algunos años sirvió de capital a la Confederación Argentina.

“Media hora después la vi en todo su esplendor. Rasgándose definitivamente las nubes, y el sol de la mañana reverberó en el enjalbegado de sus edificios. Era una ciudad semejante a las del viejo mundo y evocaba con su aspecto el recuerdo de la colonización andaluza. Paraná la blanca, tiene la blancura de Cádiz y otras poblaciones del Mediterráneo, que parecen hechas con estearina petrificada. Las torres de su Catedral y de otros edificios públicos, la altura de sus casas, hacen recordar a Toledo y a Segovia, a todas las viejas ciudades españolas situadas sobre una altura y un río al pie. Pero esta es más clara, más  nítida que las monumentales poblaciones de Castilla; tiene un aspecto sonriente y gracioso, que pudiera llamarse meridional; la rodean frondosos jardines, y el río que corre a sus pies no es un río, en un mar encajonado, con revuelto oleaje en días de tormenta y horizontes infinitos, entre las dos costas apartadas.”

 

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