Rubén I. Bourlot
El 4 de diciembre de 1956 se creaba el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) mediante un decreto del gobierno de facto denominado pomposamente “Revolución Libertadora”. Los artículos y fundamentos de su creación remarcaban la importancia de “impulsar, vigorizar y coordinar el desarrollo de la investigación y extensión agropecuaria y acelerar con los beneficios de estas funciones fundamentales la tecnificación y el mejoramiento de la empresa agraria y de la vida rural”. Años después, al calor de la institución y apuntando a los jóvenes comenzaban a organizarse con clubes juveniles 4A.
En esos tiempos los gobiernos que sucedieron al derrocado presidente constitucional Juan Domingo Perón ponían énfasis en desmontar el sistema de planificación económica diseñado durante los gobiernos peronistas y en “modernizar” el sistema productivo amparados en la ola desarrollista que soplaba en América Latina propiciado por la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) y luego la Alianza para el Progreso impulsada desde Wáshington.
Apuntar a la juventud
La modernización de la producción agropecuaria se iba a desarrollar a través de la incorporación de las variedades híbridas tanto en la agricultura como en la producción avícola que eran procesos de selección genética realizadas por compañías norteamericanas que ahora irían a ser promovidas por los asesores del INTA y otros organismos. También preveía ayuda técnica para promover el desarrollo tecnológico, la elevación de la producción y la productividad agrícola. Pero esto no era suficiente para lograr que el productor abandonara sus prácticas tradicionales.
Los clubes 4A y Hogar rural
En la argentina, a fines de la década de 1960 los clubes 4A (Acción, Amistad, Ayuda y Adiestramiento) comenzaron a organizarse en la órbita del INTA a través sus respectivas agencias de extensión. Los mismos estaban a cargo de extensionistas y asesores que iban por los pueblos y colonias incentivando la formación de grupos. Su funcionamiento se sostenía a partir de reuniones periódicas, generalmente quincenales que convocaban a los jóvenes en alguna escuela, club y otro sitio público. Un extensionista recuerda que “los capacitábamos en materia agronómica y los estimulábamos a elaborar proyectos. Debíamos elevar las capacidades económicas, culturales y educacionales de la población juvenil rural en sus lugares de pertenencia (…)” pero “no sólo hacíamos un trabajo técnico. También incorporábamos actividades sociales: teatro, baile, cine, excursiones. Había que motivar esa mirada. El primer paso era generar confianza. Utilizábamos su lenguaje, términos conocidos, y los hacíamos sentir importante en lo que hacían.” (Herman Zorzin, extensionista de Venado Tuerto, Santa Fe).
En Entre Ríos los clubes se desarrollaron alrededor de las agencias de extensión de las tres Estaciones Experimentales del INTA (Concordia, Paraná y Concepción del Uruguay). Como lo manifiesta el citado Zorzin en las reuniones se brindaban charlas técnicas, proyección de filmes para mostrar el desarrollo de cultivos, técnicas de laboreo y funcionamiento de la maquinaria. También se distribuía material informativo, revistas especializadas y la publicación oficial 4A Noticias. En ese tiempo la llegada al campo de los medios de comunicación eran escasos. La radio era el predominante y algunos periódicos que circulaban por correo. Por esa época internet era como una fábula de Julio Verne. También se asesoraba a la juventud que pretendía emprender alguna actividad distinta a la de sus padres como la producción hortícola o la apicultura. No se dejaba de lado, como se menciona más arriba, la función recreativa. Cada tanto se organizaban proyecciones de cine, encuentros deportivos, encuentros familiares con juegos y demostraciones.
En la agencia de extensión del INTA Concepción del Uruguay durante muchos años los asesores César Seró e Inés Martinetti recorrían los polvorientos caminos de su jurisdicción para asesorar a los jóvenes de los clubes en una de las características Estancieras IKA.
Pero como no todo es para siempre y sin haber agotado su valiosa función para fomentar la radicación de la juventud en las zonas rurales, otro gobierno de facto en 1976 resolvió que ya no servían a sus propósitos iniciales y dejó caer el proyecto a la par que vació las agencias de extensión expulsando de su seno a un importante número de técnicos. Los jóvenes rurales entraron en un proceso de orfandad, muchos emigraron a las ciudades, y el INTA poco a poco dejó de “ir al campo”. Se transformó en un organismo de transferencia de tecnologías para unos pocos.
Hoy (2025) el INTA está en jaque y lo mismo sus agencias de extensión. Es parte de su responsabilidad que los productores del campo y su asociaciones gremiales hagan oír su vos en defensa de una institución a la que le sacaron el jugo mientras les sirvió. Que no dejen morir la gallina de los huevos de oro.
1 comentario:
Fundamental la recomendación de Ruben que son los pequeños y medianos productores y sus representantes gremiales quienes deben defender el INTA. Y la población en general
Publicar un comentario