Rubén I. Bourlot
El 22 de junio de 1981 es la fecha del puntapié inicial de la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos. El gremio compañero de ruta del Centro Entrerriano de Docentes de Enseñanza Media y Superior (CEDEMYS) nacía en medio de un gobierno dictatorial. Ambos se fusionarán en 1988 conformando la actual AGMER. Tardíamente los trabajadores de la educación comprendían la importancia de luchar colectivamente y en solidaridad con los demás trabajadores.
El trabajo de docente desde siempre estuvo sometido a una visión sesgada de gran parte de la sociedad y hasta era su propia percepción.
El término pedagogo hunde sus raíces etimológicas en el antiguo griego y el latín. En la Roma clásica los primeros pedagogos, los paidagogos, eran esclavos de familias acomodadas que conducían de la mano a los niños a la escuela y de paso también le brindaban instrucción acerca del comportamiento. La sumisión era la característica de su labor.
Tradicionalmente la tarea de la maestra era consideraba una especie de prolongación de las faenas femeninas del hogar. Por eso la predominancia de mujeres en la actividad. Los alumnos serían algo así como los hijos adoptivos de mujeres a las que se les dificultaba tener propios. La docencia-sacerdocio era la caracterización de su trabajo “vocacional”, y aún hoy se la suele asociar a esa función de mujeres célibes.
También las había maestras sostenes del hogar que debían trabajar en sitios alejados de su residencia y no tenían estabilidad. Cada tanto les venía el “traslado” y debían acatar. Cuando tenían un esposo que las acompañaban a éstos les resultaba muy difícil consolidar un trabajo en esa condición de itinerante y solían dedicarse a tareas ocasionales o a hacerse cargo de las labores hogareñas mientras su pareja permanecía en el aula. Los “fogoneros” a cargo de la cocina como los caracterizaba Arturo Jauretche.
Paralelamente estaban las maestras batalladoras que se rebelaban a este estado de cosas; que iniciaron el camino de las luchas feministas como Macedonia Amavet (una de las primeras maestras jardineras) o la propia Juana Manso. Fueron las pioneras de un largo y tortuoso camino porque la realidad era muy otra, los prejuicios estaban profundamente arraigados y aún permanecen en el subconsciente colectivo.
Profesiones liberales
Por lo expuesto el sector no lograba una organización sindical como el resto de las actividades que tempranamente comenzaron con la formación de gremios. Los intentos fueron tímidas asociaciones de maestras que no se asimilaban a los trabajadores asalariados. En Entre Ríos, en 1918 se creó una Asociación del Magisterio de Paraná con características similares.
El advenimiento del peronismo a mediados del siglo XX, con el decidido apoyo de un sindicalismo en ascenso, puso a la docencia en la vereda de enfrente. De modo más o menos masivo se recluyen en un individualismo furibundo y rechazaron cualquier alternativa de sindicalización.
Fue a partir de la década de 1960 que comenzaron los primeros intentos de agremiaciones percibiéndose como trabajadores de la educación y no como profesionales liberales.
En Entre Ríos, tras la experiencia de CTERA a nivel nacional (a partir del Congreso de Huerta Grande en 1973), los docentes encauzaron sus reclamos mediante la organización sindical.
En principio surgieron varias organizaciones que nucleaban a la actividad -nos informa un documento publicado por Elena Arnaudin- como “la Federación del Magisterio de Entre Ríos que agremiaba a los maestros dependientes del estado provincial; la Federación de Docentes Nacionales de Entre Ríos que nucleaba a los maestros de las escuelas ‘Láinez’; los Centros de Profesores Diplomados; la Unión Gremial de Maestros Privados Entrerrianos y la Asociación del Magisterio de Paraná, los que participaron del Congreso fundacional de la Ctera del 11 de septiembre de 1973, sosteniendo sus principios fundamentales del rol social y político de la escuela pública, de la obligación indelegable del Estado de sostenerla, de la democracia sindical y de la autonomía político partidaria de las organizaciones gremiales.”
La primera comisión directiva de AGMER fue presidida por Roberto Barbero. Como reivindicación inicial tomaron la reincorporación de todos los docentes cesanteados por el gobierno de facto que había arrebatado el poder en 1976.
Luego comenzaron a trabajar con grupos organizados en distintos departamentos de la provincia para consolidar su presencia territorial. En 1983, se organizó una Junta Provisoria carácter provincial encabezada por Alba Bochatón de Dondo como secretaria general. En 1984 fue elegida secretaria general Clelia Lavini, una histórica militante del gremialismo docente, que robusteció la organización del gremio.
La unidad en marcha
En 1988 los docentes del país protagonizaron la histórica Marcha Blanca, huelga nacional de 43 días, que exigían el salario único en todo el país, paritaria docente nacional, la sanción de una ley de financiamiento educativo y una nueva ley nacional de educación. Este hecho movilizó a la docencia entrerriana que comprendió la importancia de marchar unidos en las reivindicaciones y los impulsó a fusionar ambas organizaciones, dando origen a AGMER-CEDEMYS. En septiembre de ese año los afiliados de ambos sindicatos eligieron una conducción unificada: Ricardo Matzkin (por AGMER) surgió como secretario general y Blanca Benavídez (CEDEMYS), secretaria adjunta.
En 1990 el principal gremio docente entrerriano pasó a denominarse definitivamente AGMER. La actividad gremial provincial también se canalizaba a través de la Unión Docentes Argentinos (UDA), AMET (docentes de escuelas técnicas) y SADOP (educación privada).
Uno de los acontecimientos más importantes a nivel nacional que tuvo como protagonista a AGMER fue la Carpa Blanca instalada en frente al Congreso a partir de 1997, que duró 1003 días. Los docentes seguían reclamando la paritaria docente nacional, una ley de financiamiento educativo, la derogación de la polémica Ley Federal de Educación, y el cese de las políticas de ajuste y precarización instrumentadas durante el gobierno de Carlos Menem.
Una de las conquistas de la Carpa Blanca fue la creación del hoy fulminado Fondo Nacional de Incentivo Docente (FONID) que el estado nacional distribuía entre las provincias para reforzar los salarios.
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