10/6/25

Juan L. Ortiz, los cruces de su literatura con la historia y la política

Rubén I. Bourlot

 

El gran poeta entrerriano Juan L. (esa L. que oculta el Laurentino) nació en Puerto Ruiz el 11 de junio de 1896. Vivió en Gualeguay desde 1915 hasta 1942 año en que se radicó en Paraná, frente al Parque Urquiza. Falleció en esta última ciudad el 2 de septiembre de 1978.

En Juan L. es interesante hallar el entrecruzamiento entre su poesía con la historia, la regional más específicamente, y con la política. Fue una persona que vivió intensamente la política. Tal vez esos costados estén un poco invisibilizados para los entrerrianos que tampoco se atreven a reivindicar su trascendencia en la literatura nacional. Tal vez haya ciertos prejuicios por su abierto compromiso político y partidario. Por otra parte en la poesía de Juan L., además de lo paisajístico, brota la presencia de los acontecimientos de la historia regional y en particular de los caudillos..

Como escribió Jorge Abelardo Ramos (Introducción a la América Criolla) “La impureza es el modus constante de la naturaleza, de las letras y también de la política. Todas las tentativas de ‘purificar’ algo concluyen esterilizándolo”.

Es un desafío para los docentes de literatura, pero también de historia, llevar textos de Juan L. para trabajar en el aula.


La poesía de Juan L. y la historia entrerriana

Los versos de Tríptico del viento, poemas que permanecieron inéditos y se publicaron de manera póstuma, Ortiz solía recitarlos de memoria sin que llegaran al papel impreso.

En una entrevista de Alberto Perrone para la revista Siete Días, en 1973, recitó un fragmento titulado “Artigas (viento del este)” que se incluyó en un recuadro.

Durante la entrevista Juan L. explica el poema: “Siempre me interesó comprender el problema de los caudillos, que es el problema nacional. Los caudillos son !a reacción contra los intereses porteños. Gente que estaba en arreglos con las diademas, con las coronas de Inglaterra y Portugal. Intereses europeos que imponían sus objetivos en el Río de la Plata. Pese a la Revolución de Mayo, el interior continúa sujeto a Buenos Aires. El federalismo es una entelequia. En mi poema ‘Tríptico del viento’ sintetizo, de algún modo, el problema. Para eso tomé figuras que reconozco principalísimas. Moreno, el hombre de fuego. Francisco Ramírez, rama de orilla, hombre del pueblo de Entre Ríos, y sobre todo, José Artigas, con un pensamiento y una acción de los más avanzados para su época. Ellos son tres grandes caudillos atentos al latido del pueblo...”

 Artigas (viento del Este)

De qué manera el grito por sobre el Plata halló

su raíz en el Este que descendía, ya al frente

de todas las raíces que invirtiera su voz

como si de unas manos llevara la creciente.

Helo, ahí, desvelado de espinillo y pindó

ante la noche que por su borde se siente...

Helo ahí, desdoblándose del “monto” en que dio

para que nadie el numen ni a una vincha detente.

Helo ahí, abriéndose hacia todos los fríos

rubíes de cabildos en la flor del fogón...

Helo en una parábola del litoral de a pie...

Helo como esta cauda de todos los desvíos

dividiéndole el centro al dar la comunión

del sol agrario en quince pétalos a la vez.

De todos modos, el poema evoluciona en la memoria y al recordarlo Ortiz cambia palabras e incluso pasa versos de uno a otro poema. Y la métrica trastabilla.

 En su extenso poema El Gualeguay se refiere a la relación de Artigas con Francisco Ramírez.

(…)

desde donde amanecía, casi,

en el día de esa lanza de Uruguay que no pararía con las suyas

y las vecinas 1850

hasta la “Cañada del destino"

y la sepultura de la “diadema” o la traición...

hasta, la estrella del Pilar

con efluvios que irían a buscar el extrañamiento

y volverían para sellar las manos

contra las nubes “de afuera”, ésas sobre el cielo de la izquierda...

hasta la estrella de Febrero

con raíces en lo hondo y la revelación del camino

y la regla de plata...

(…)

Y unas ondas de escalofrío le traerían, después, el ruido

de esos aceros de Mayo

entrechocándose en el duelo de "Las Guachas”

bajo el acero de Junio y junto a uno de sus brazos, todavía,

para dirimir así, acaso, el título al metal

del fluido de las colinas...

eran ahora las del azoramiento

de buscarse casi el propio pecho ante las miradas de Tacuarembó...

(…)

Y todavía diez noches después

a través de una luna que atraía los velos del oeste

quizás para no mirar

las ráfagas de “Las Tunas” le acuchillarían a él también

hasta el luto de las siete...

y le traerían, como otra muerte, la gravitación del botín...

Sobre Ramírez y sus batallas escribió:

Y después de catorce lunas, por la que ya se iba de rocío,

el viento del oeste, llameando

sobre los esteros de las ánimas,

le dijera del “Saucecito”,

de los flancos del “directorio” en la trampa de las “cañas”...

de los infantes de ceniza

bajo los rayos de las “cañas”...

y del crecimiento de “ésa”, al reunir en sí, por sobre el fuego,

la corriente de las “cuchillas"

En “El Aura del sauce” también asoman referencias a nuestros caudillos Ramírez y Ricardo López Jordán (h).

Y sin embargo el héroe numeroso se había alzado de eso mismo

cuando el héroe Supremo supo tocarlo como un numen

en el numen de Mayo, traicionado allá, y amenazado de “coronas”...

Y fuera el “monte”, al fin, todo alado de centauros,

el que salvara ya entonces, paladinamente, la “ciudad”...

Como fuera el “monte”, más tarde, con el sobrino consecuente y los otros centauros,

-una barba de río, como la propia divisa, llameando en el viento de las cargas,

y unos nuevos pechos de quimera para aguzar el viento-

el que lavara sus mismos laureles de la sangre y de la entrega,

y salvara por tercera vez, con el suyo, el honor de la “ciudad”...

Y no fueran “estancieros”, no, éstos, ciñendo todos los cilicios,

para subir con todos los sin nombre, con todos, hasta el aire debido...

Mas la “cultura”, sólo al cabo permitiera, con los remington y los cañones alemanes,

el de las raíces sin señales, y el de las marañas y las pajas, y el de la costa extraña...

En otro fragmento del poema descubre al poco mencionado Bartolomé Zapata, el primer caudillo entrerriano que agitó montoneras por 1810 y murió tempranamente pero dejó su impronta.

Nunca te faltaron, Ciudad, los Zapata, que te libraran de las extrañas fuerzas pesadas.

Marchabas, sí, a pesar de todo, con los pasos del mundo, pero con los pasos que avanzaban.

Y cuando esas fuerzas se abatían sobre ti, de lo hondo de ti salían las tuyas

como las gentiles deidades nunca dormidas del nativo monte íntimo

de la mano con los mitos más intensamente vivos en que el tiempo se miraba,

y hete al punto en tu línea ligera y profunda a la vez, clara e íntima a la vez,

alada como otra victoria en el encuentro siempre justo con el héroe...

 

Juan L. y su compromiso político

Dice Alfredo Veiravé en su Estudio Preliminar para una Antología de la Obra Poética de Juan L. Ortiz:

“Mientras tanto el poeta vive experiencias literarias, políticas y también sentimentales, del amor revelado por quien dio entonces a su paisaje una suerte de ebriedad primera y permanecida de un octubre sin fin (…)”

“En su poesía habla ‘de los barrios apartados o los barrios sin luz existe una razón más profunda que universaliza ese paisaje entrerriano en los arrabales ya que esta designación aparece cada vez que el autor quiere trasmitir una nota de tipo social, un tipo de evidencia de esa injusticia social que ha relegado a ciertos grupos humanos al abandono de los aledaños de la ciudad, fuera de una imagen de la felicidad apetecida para el poeta, que se puede divisar a través de grandes ventanales en la compañía de la música y los libros.”

En el poema El Gualeguay se refiere a sucesos políticos del siglo XX:

Y vino Febrero del diecisiete, y vino Octubre del diecisiete.

Vinieron los ‘días que conmovieron al mundo’,

y yo un poco, como en pantuflas, había corrido las cortinas sobre el mundo,

y yo estaba, mejor, en la torre de marfil de unas riberas serenísimas.

En el poema Jornada denuncia:

Tantas almas perdidas y tantos cuerpos sufrientes,

con tanta preciosa fuerza ignorada!

La sombra fría que sube sobre el arrabal,

que invade las casas ¿las casas? y tanta criatura inocente, oh, hombres.

No amaré más el arrabal, con árboles y con calles verdes, como le amaba antes.

Su silencio está lleno del silencio terrible de las almas ignoradas y de los cuerpos sufrientes.

 

El Ortiz político según Emma Barrandeguy

Emma Barrandeguy, otra notable escritora gualeya, también nos dejó sus recuerdos de los encuentros con Juan L. y otros representantes de la bien llamada “ciudad de los poetas” donde la política se filtra en todas las conversaciones.

Esas reuniones convocaban, dice Emma, a Juan L. Ortiz, Amaro Villanueva, Salvadora Medina Onrubia, Juan José Manauta “todos nacidos en Gualeguay antes de 1920, todos escritores de izquierda."

“Quitándole este último atributo, aunque siempre estuvo dispuesto a dar una mano a sus amigos ‘comprometidos’, sumo a Carlos Mastronardi. Estos escritores gualeyos, cuya sociabilidad nació tempranamente en los ámbitos de las bibliotecas del pueblo, en los círculos de amistad y política como ‘Amigos de la revolución soviética’ -que fundó Juan L. Ortiz-, y cuyos lazos se extenderán durante todas sus vidas, obtuvieron en algún momento, en mayor o menor medida, proyección nacional. La temprana labor cultural y militante de algunos de sus miembros, los llevó a vincularse con los principales poetas sociales de Buenos Aires, como Raúl González Tuñón, Álvaro Yunque y César Tiempo, a quienes invitaban a dar conferencias y presentaciones.

“Es llamativo que en un pueblo tan pequeño se produzca un fenómeno semejante.

“Políticamente hablando, el derrotero que siguieron estos poetas no resulta extraño: del radicalismo combativo de los caudillos entrerrianos a la izquierda, como tantos otros comunistas y socialistas. Pero a nivel de estrategia literaria, es decir, de cómo lograron visibilidad sin estar en el centro, esta experiencia grupal presenta muchos matices. No profundizaré, simplemente interesa notar que la llegada de Juan L. Ortiz a la revista Claridad es consecuencia de ese trabajo grupal, de ese anhelo de trascender las barreras del pueblo para vincularse con sus referentes nacionales.

“Juan L. Ortiz no ha sido un escritor aislado, y presentarlo así como se lo ha hecho, desvinculado, no sólo lo empequeñece y empaña, sino que oculta un momento atractivo de la historia literaria argentina, y es que su poesía social no se agota en la temática, ni en la forma, sino que actúa sobre el campo intelectual real.”

De su paso por la revista Claridad dice Barrandeguy: “Quiero agregar unas líneas sobre la Agrupación ‘Claridad’ que fundáramos en Gualeguay con Juan y con Hartkopf para hacer efectiva en 1932 una tendencia que, por cierto, nos unía y respondía a los cánones de la época: la inclinación hacia una izquierda imprecisa pero que auguraba cambios importantes durante el siglo. “Por supuesto que la Unión Soviética estaba en sus comienzos y soñábamos con un lugar sin fuerzas militares, sin matrimonio obligatorio para permanecer en el régimen legal y con adelantos educativos y una mejor distribución de la riqueza, cosas todas que no dejaron de ser sueños.

“Estar contra la guerra quizás fuera lo más lógico de todo, por eso ‘Claridad’ organiza una exposición sobre las víctimas de la guerra del 14, que creó inquietud en el ámbito pueblerino donde comenzaron a atacarnos con encarnizamiento.

“Organizo, por ese entonces, la publicación de mis primeras poesías que están totalmente dedicadas a ‘redimir al proletariado urbano y campesino’.

“Ortiz está presente en todo y, como era imposible reunirse en Claridad por mi condición de única mujer que no podía salir sola en horas nocturnas, las reuniones se hacían en casa, donde estudiábamos El Capital de Carlos Marx, editado por Maucci de Barcelona y que desde allí venía en fascículos. Quiero decir que, sin un guía empapado en el asunto, el tema de la plusvalía nos excedía, pero insistíamos en conocerlo para organizar nuestros intentos de penetrar en la literatura marxista.

“Sin descuidar la literatura misma, adherimos al grupo de Boedo que, por ese entonces editaba la revista Claridad, de tendencia socialista o izquierdista. Se hace notar, por los nombres de nuestra agrupación y de la revista, que nos inspirábamos en el grupo Clarté, dirigido en Francia por Henri Barbusse, militante del P.C.

“La actividad era intensa y los contactos semanales adonde nunca faltaba Juancito Ortiz con su bicicleta. Teníamos relación con la Capital gracias a un camarero del ferrocarril que nos visitaba periódicamente y traía material fresco y revolucionario.

“Asimismo nos vinculamos con Raúl González Tuñón, que fue mi maestro, y llegó a venir de visita traído por la GAC (Gualeguay Agrupación Cultural) que dirigía Roberto Beracocha, también miembro de nuestra «Claridad», y constante cultor de temas literarios de izquierda en esos momentos.

“Ortiz comenzaba así su militancia, que nunca desmintió a pesar de su espíritu delicado y exquisito, que es lo que actualmente destacan los comentaristas.

“Fueron momentos de audacia y compañerismo que templaron mi espíritu permitiéndome decir, como Juan Ortiz, sus inolvidables palabras: ‘¿Cuándo, cuándo, el amor no tendrá frío?’

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