8/8/25

El cerebro del Cóndor y una carrera perdida

 Rubén I. Bourlot


El 18 de agosto de 2019 falleció el comodoro Miguel Vicente Guerrero en silencio, o silenciado.

Había nacido en Caucete, San Juan, el 26 de julio de 1943 y su apellido parecía que predestinaba su futuro. Fue militar, ingeniero electrónico y aeronáutico, veterano de Malvinas y creador de una de las armas más innovadoras de la industria nacional para la defensa: el misil Cóndor II.

En 1964, siendo alférez viajó becado a Estados Unidos para ganar sus primeros conocimientos y regresó a la Argentina. En 1974 retornó al país del norte para graduarse en tecnología misilística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Fue una pieza clave en el desarrollo espacial argentino que culminó con el malogrado proyecto Cóndor que hubiera ubicado al país en el concierto de los países que contaban con vectores para la defensa y para el lanzamiento de artefactos en el espacio.

 

La trayectoria espacial argentina

El ambicioso proyecto Cóndor no nació de la nada. Fue la culminación de décadas de desarrollo. El viaje de Argentina hacia el espacio había comenzado en 1964, llegando a colaborar con la NASA en la logística del plan Apolo que llevó al hombre a la Luna. 

Paralelamente, en 1966, se creó un departamento de vehículos y armamentos que impulsó proyectos como cohetes antigranizo y el cohete sonda Castor, que alcanzó los 400 kilómetros de altura para estudiar la alta atmósfera.

En Falda del Carmen también se trabajó en el plan “Patagonia”, que incluía el cohete Tauro para investigar recursos naturales. En 1968, se inauguró una Base Aérea Experimental en Chamical, La Rioja, donde se probó el vehículo Biguá (versión argentina del italiano Mirach 100), lanzado desde un avión Pucará. A este le sucedieron el cohete “Alacrán” y un relevamiento de puntos geográficos estratégicos para lanzamientos. Aunque no hay confirmación oficial, se estima que ya en 1969 se probó con éxito en la Patagonia un misil que voló más de 900 kilómetros.

A fines de los 70, con financiamiento egipcio y tecnología alemana, comenzó a gestarse el proyecto que lo cambiaría todo: el Cóndor II. En 1979 en el bunker construido en Falda del Carmen, provincia de Córdoba, bajo la dirección y responsabilidad del Brigadier Ernesto Crespo que tenía al comodoro Miguel Vicente Guerrero como su cerebro, junto a un centenar de técnicos y científicos a su cargo, se logró avanzar en el proyecto misilístico argentino.

Misiles para negociar

Tras la gesta de Malvinas en 1982 el grupo del proyecto Cóndor se propuso desarrollarlo con el objetivo de contar con un arma disuasiva para promover las negociaciones con el Reino Unido. Con la amenaza misilística latente el país ocupante de las Islas Malvinas se vería obligado a contar con un costosa batería de defensa antimisilística.

Cuando Argentina recuperó la vigencia del orden constitucional en 1983 el proyecto Cóndor II, en el mayor de los secretos, se había completado con todo éxito.

Se trataba de un misil intercontinental con un alcance inicial de 800 km, escalable a 2.000, considerado por expertos como una alternativa al Midgetman norteamericano.

Según las fuentes consultadas el gobierno de Raúl Alfonsín intentó defenderlo, presentándolo como un proyecto pacífico para poner en órbita satélites de comunicación. Según el Comodoro (RE) Ricardo Vicente Maggi, vinculado al proyecto, el gobierno cometió un error estratégico al “buscar clientes y socios objetables a nivel mundial”, como Egipto e Irak. Esto dio a Estados Unidos la excusa perfecta para presionar.

Ante esos cuestionamientos el entonces ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, viajó a Israel para intentar descomprimir la tensión. Mientras tanto, los servicios de inteligencia chilenos advertían que el misil podía alcanzar las Malvinas o su propio territorio.

 

La rendición

Ninguna gestión, ni las explicaciones de uso pacífico, lograron aventar las presiones de EEUU y la OTAN. Cuando asumió la presidencia Carlos Menem el proyecto tenía fecha de vencimiento.

En 1990 el gobierno argentino firmó el Acuerdo de Madrid que significó el restablecimiento de las relaciones con el Reino Unido y considerada la verdadera rendición tras el conflicto por las Malvinas. Al año siguiente, en el marco de la “relaciones carnales” promovidas por el canciller Guido Di Tella, se inició el desmantelamiento del proyecto Cóndor. La empresa INTESA, que administraba el emprendimiento, fue disuelta y se destruyeron todos los archivos y materiales que podrían ser reciclados en el futuro.

El Comodoro Maggi decía que el problema no fue solo desmantelar la planta: “El asunto fue, qué hacer con los ingenieros, con los técnicos y demás recursos humanos que trabajaron en el proyecto”. El país perdió el trabajo de dos décadas de investigaciones espaciales, de desarrollo de tecnología autónoma y de una masa crítica humana prácticamente tirada a la basura por un modelo de país sin vocación para independizarse.

En tanto Guerrero fue pasado a retiro. Le ofrecieron un puesto académico en una universidad de EE.UU. para poder aportar sus conocimientos, ofrecimiento que rechazó y se incorporó a la Universidad del Salvador en nuestro país. En ese ámbito volcó su saber como docente y luego como Decano de la Facultad de Ciencia y Tecnología.

Se lo escuchaba decir al referirse al desmantelamiento de su proyecto: “Los norteamericanos nos pedían un pan y les entregamos la panera, y totalmente gratis”.

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