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3/9/17

Tesoros, entierros y tapados*

Por Rubén Bourlot 

En el norte de la provincia desde siempre circulan leyendas acerca de tesoros enterrados. Y dicen que la gente solía recorrer los campos, pala en mano, en la búsqueda de su salvación. Con las mismas ilusiones de los que jugaban una tarjeta del Prode o la Lotería, y hoy se entusiasman con el pozo acumulado del Quini 6. 
Tal vez muy pocos hayan encontrado algo de valor, o al menos no lo difunden. Pero no es aventurado suponer que esos entierros existieron. Hasta hoy es una costumbre de muchos que no confían en los bancos, guardar sus riquezas en sitios bajo tierra.
Desde muy antiguo, desde tiempos de la colonia, las personas que acumulaban valores como joyas, oro o dinero lo ocultaban en lugares insólitos, ante la falta de entidades bancarias o cajas de seguridad.  Y muchas veces sucedía que por diversos motivos los propietarios abandonaban el lugar, fallecían sin develar el secreto, y el “entierro” quedaba oculto para siempre. 

Luces buenas y malas
En Corrientes se cuenta que muchos estancieros dejaban escondidos sus bienes en el campo y con el tiempo empezaba a circular leyendas acerca de luces que se desprendían del lugar. Si esas luces o resplandores nocturnos eran de color rojizo se trataba de oro, y si eran blancos significaba un tesoro de plata. También entre las tejas de viejas casonas solían ocultar fortunas. Cuenta la tradición que sólo se podía hallar el tesoro en la oscuridad de la noche, y si el buscador demostraba excesiva codicia, el tesoro cambiaba mágicamente de lugar, oculto tras una cortina de humo. Más aún, el lugar solía estar protegido por fantasmas o espectros que se desplazan produciendo amenazante sonidos metálicos. 
Suelto aparecido en el diario Democracia de Concordia
el 9 de enero de 1943
Durante la Guerra contra el Paraguay, entre 1865 y 1870, se dice que los propietarios se alejaban del conflicto no sin antes enterrar sus su bienes en el campo.
Otra historia de Corrientes afirma que en la actual colonia Mota y Piedritas, atrás de un enorme de ombú, casi todas las noches aparecía una luz brillante y extraña.
Un hombre que vivía en la zona estaba muy preocupado y extrañado a la vez por este hecho, por lo que decidió una noche, no sin temor, acercarse a dicha planta para así averiguar de qué se trataba. Los vecinos le habían contado tantas historias al respecto sobre la “luz mala” o un “ánima en Pena”.
Esa noche se dispuso a buscar la misteriosa luz, pero la luz parecía alejarse de él cuando este se acercaba. Varias noches el hombre perdió el sueño en su tenaz búsqueda, pero la luz parecía empecinada en desaparecer sin más ni más.
Hasta que recordó lo que alguna vez contara una anciana, sobre los famosos “entierros”.
El hombre llamó a otros vecinos para que lo ayudara y palas en manos fueron en busca de lo que podría ser un gran tesoro.
Cavaron detrás, al costado, al frente del ombú hasta que una de las palas tocó algo macizo, que no era una piedra precisamente. Se trataba de un cajón. Temerosos lo abrieron. No se sabe si contenía algo de valor o sólo baratijas, porque ninguno develó lo que habían hallado. Pero dicen los vecinos que todos continuaron su vida con una permanente expresión de felicidad. Vaya a saber.

Los “tapados” del Noroeste
En el Noroeste son de particular fama las leyendas sobre “tapados”. El investigador y escritor Félix Coluccio señala que "hay tapados que se han hecho famosos como el de Casas Blancas, cerca de Cafayate; el de El Zorrito en la Quebrada de las Conchas; el de Pirgua, en Pampa Grande; el de Las Flechas, en San Carlos y Molinos. (Tobías) Rosemberg afirma que en el Tucumán actual aún se habla de la Laguna del Tesoro, del Tapado de Quiroga o de Las Lomas de Monte Rico. Con posterioridad, cuando las monedas de plata -bolivianas, quintos y chirolas - circulaban en el Norte sin restricciones, también se hacían tapados en pequeña escala, en localidades apartadas de los centros poblacionales" 
Un cuento de Juan Carlos Dávalos relata la historia de un hombre que vivía en la trastienda de un viejo negocio donde era empleado. Cuando se acostaba, agotado por las tareas diarias, observaba que del cielorraso pendía una cola de gato, ya reseca por el paso del tiempo. Todos los días se decía: "mañana voy aponer la escalera para ver lo que es..." Pero nunca era el día, y fueron pasando las jornadas y los años hasta que murió el propietario. El empleado tuvo que dejar su habitación. Los nuevos dueños del lugar se aprestaron a limpiar y lo primero que hicieron fue tirar de la desagradable cola de gato, con la ayuda del empleado holgazán. Al  arrancar la cola empezaron a caer monedas de oro hasta formar un pequeño tesoro. El propietario le entregó al ayudante una de esas monedas a modo de propina. 
En Santa Fe, Ricardo Kaufmann cuenta en su libro La muerte del Conde, la historia trágica del conde de  Tessieres, uno de los fundadores de la colonia Cayastá. No viene al caso relatar el crimen pero sí nos interesan las historias que se tejieron acerca del tesoro que dejó oculto, de rumores que circulaban por los boliches de la zona y de los varios intentos de búsquedas infructuosas. 
También tras la expulsión de la Compañía de Jesús hacia 1767 se difundieron leyendas sobre los tesoros ocultos por los padres de la Compañía. Un de las versiones fue la que divulgó Lina Beck-Bernard, en su libro La Confederación Argentina. Relata que en el antiguo convento jesuita, luego ocupado por los mercedarios, en la ciudad de Santa Fe, hacia 1858 arribaron dos jóvenes suizos para buscar un tesoro. Provistos de un viejo plano que indicaban el sitio donde se hallarían las joyas de los jesuitas, pidieron permiso al cura al cargo del convento para explorar, pero el religioso les negó el permiso. Retirados los jóvenes, el mismo cura intentó infructuosamente hallar el tesoro. 

El tesoro de la columna 
En 1906, en Concordia, el intendente de ese momento, Juan Salduna decidió demoler una vieja columna de la plaza 25 de Mayo. La misma había servido para sostener un busto de Urquiza, hacía tiempo ya destruido por lo que no cumplía ninguna función. En la ciudad se había desatado el debate y empezó a circular el rumor que debajo de su base  se ocultaba un tesoro. Decían “hay allí bolivianos que da gusto, y cosas raras como para formar un Museo”.
 Lo único que se encontró fueron dos tubos de plomo, relata una crónica del diario El Litoral, “entre los que se hallaron pedazos de cintas y restos de moños, cuyos colores no se pueden distinguir por estar completamente deteriorados”.
Uno de los tubos guardaba los antecedentes de la erección de la pirámide, en 1850. El otro, un rollo de papeles, casi totalmente destruidos, pero en los que se advertía la siguiente inscripción: “Viva la Confederación Argentina. Mueran los Enemigos de la Organización Nacional”, y una fecha: “Mayo 24 de 1851”, Para el historiador Antonio P. Castro, este sería primer monumento a Urquiza en el país. En cuanto al tesoro, nada se encontró.

Entierros en La Paz
Julio  Oscar Blanche, historiador de La Paz, cuenta que “desde chico escuché estos casos de tesoros enterrados, especialmente en el distrito de Tacuaras; uno que me contaron fue en el paraje de Ramblones. Se decía entonces que mi cuñado Armando Zaffi, que tenía un almacén en el lugar, se enteró que uno de sus parroquianos había encontrado un entierro y lo extorsionó con contarle a la policía y le sacó la mitad del mismo, y que después lo perdió todo jugando al póker. En 1979 yo vine a La Paz de turista – continúa Blanche -  y se comentaba que en la zona de San Víctor (Feliciano), mientras se estaba trabajando para hacer una especie de represa para juntar el agua del arroyo Las Mulas destinada a una arrocera, habían encontrado un tesoro enterrado. Varios años después un amigo que me llevaba en su coche me mostró donde lo habían encontrado. Nada de esto puedo asegurar que sea cierto.” 
Noticia aparecida en El Diario de Paraná
el 9 de enero de 1943
Pero no todo es leyenda, alguna vez algo se halló, salió a la luz, y no fue precisamente la “luz mala”. En 1943, una pequeña noticia aparecida en El Diario de Paraná informaba sobre el hallazgo de un tesoro en el campo Los Baguales, en el departamento La Paz. La propiedad pertenecía a Walterio Skirlin, un inglés radicado en la zona. La crónica relata que “un peón mientras se hallaba ocupado en hacer una excavación halló un pequeño tesoro. El peón hundió el pico que empuñaba, en una botija de barro, cuya construcción se hace elevar a más de cien años, que se encontraba enterrada a más de dos metros y medio del nivel de tierra, haciendo saltar unas cuantas monedas de plata y oro de gran tamaño. Hecho el recuento de las mismas se estableció que la botija contenía tres mil monedas de plata y cien de oro.” No sabemos el destino que tuvo el tesoro y qué parte le habrá tocado al peón.

Bibliografía:
Ricardo Kaufmann, La muerte del Conde, Santa Fe, 1982.
http://www.corrientesaldia.info/es/articulo/89258/Los-Entierros
http://efamocovi.escribirte.com.ar/1218/el-entierro.htm
 http://www.delaconcordia.com.ar/1906_Demolicion_de_la_columna.htm
Testimonio de Julio  Oscar Blanche, La Paz, 15-9-14
La cola del gato, cuento de Juan Carlos Dávalos
*Publicado originalmente en la revista Orillas.

11/3/14

Los pieds noirs de La Paz

Por Rubén Bourlot
(Publicado originalmente en la revista Orillas)

Alguna vez hubo una colonia de pieds noirs (pies negros) en el departamento La Paz. Fue un emprendimiento de mediados de la década del 60, de cual quedan pocos rastros, salvo algunos apellidos diseminados en la ciudad cabecera del departamento. En la zona los mayores aún recuerdan a los francoargelinos que sin dudas conmovieron la calma del verano paceño de 1964.
La historia de esta inmigración está vinculada con la guerra de independencia de Argelia que se desarrolla entre 1956 y 1962. Una guerra que el gobierno francés no estaba convencido en librar pero fue impulsada por los descendientes de colonizadores franceses residentes en Argelia, precisamente los pieds noirs. Acabada la conflagración y acordada la independencia con la firma del tratado de Evian, los argelinos hostilizaron a los residentes franceses y los obligaron a abandonar el país, con tanta mala suerte para éstos que tampoco fueron aceptados en Francia. Eran unos verdaderos indeseables.
El presidente municipal de La Paz, Osvaldo Lamboglia (a la derecha) 
dialogando con los argelinos 
Mujeres y niños francoargelinos de paseo 
Un francoargelino cazando liebres
Así fue como el gobierno francés procuró ubicarlos en algún lugar en el mundo y surgió el acuerdo con la Argentina, de larga tradición en el cobijo de migrantes. El proyecto fue elaborado por el Consejo Agrario Nacional y preveía la formación de colonias de francoargelinos en Salta, Formosa, Entre Ríos y otros lugares. El grupo traía consigo un promedio de 30.000 dólares por familia en concepto de útiles de labor, adquiridos a través de un crédito pagadero en cinco años otorgado por el gobierno francés. Este a su vez proveería a lo largo de un año la suma de 13.000 pesos argentinos, también por familia, para gastos de mantenimiento. Los elementos antes citados incluían tractores, cosechadoras, pulverizadores, etc. Con ellos venía personal especializado en agronomía. Se consideraba este plan como una colonización modelo. 
La edición del diario La Nación del 22 de marzo de 1964 refleja con notas gráficas el asentamiento de los primeros colonos en un sitio cercano a La Paz, denominado El Saucecito - un predio de unas 21.000 hectáreas - que muestra a los argelinos en un campamento, realizando algunas tareas previas para preparar “el lugar donde se va a erigir la pequeña ciudad destinada a albergar a los colonos”.
Se estima que “llegaron ciento cincuenta familias de pieds noirs a Argentina, con un promedio de dos o tres niños por unidad familiar, lo cual representa un total aproximado de entre setecientas cincuenta y ochocientas personas. Los primeros arribaron hacia 1960 y siguen llegando, cada vez menos, hasta aproximadamente 1970”, cuenta Agustín Osvaldo Revelant Lamboglia.
Los funcionarios nacionales de la época destacaban que “la corriente migratoria hacia nuestro país se ve dificultada por Canadá quien presta importante asistencia a los colonos que incluyó la entrega de 400 granjas y viviendas”. Reinaba un optimismo que resultó, finalmente, exagerado. 
La experiencia comunitaria pronto fracasó porque los pieds noirs no lograban constituir una comunidad homogénea. Lo que los había unido al principio, era su condición de rechazados en Francia y una identidad de muy forzada de pieds noirs, mote que le habían adjudicado los árabes de Argelia. Y para completar este panorama sombrío hay que añadir la falta de experiencia de trabajo agrícola de los recién llegados, la mayoría empleados y funcionarios del gobierno colonial. Además, junto con estos grupos se infiltraron miembros de la OAS, una organización secreta terrorista que solía atentar contra los funcionarios franceses proclives a la independencia argelina.
Una crónica sobre los colonos que llegaron a Formosa pone de relieve que “ellos trajeron sus propios agrónomos, ante su desconocimiento del mundo de la producción rural, ya que nunca habían sido campesinos. Habían sido una suerte de señores coloniales”. No era como preconizaba el diario La Nación ya citado: “La tierra… Han vuelto a ella. En otra latitud, con otro marco, pero es el mismo y hondo y dulce sentimiento de la posesión fecunda el que los vincula a la tierra…”.
La mayoría se alejó de los lugares asignados e inició una reconversión para ejercer actividades comerciales en centros urbanos. Algunos apellidos resuenan aún en la comunidad de La Paz como recuerdo. Pero la mayoría de los vecinos no sale de su asombro cuando uno le pregunta por los pieds noirs.


Fuentes: Testimonios de Julio Blanche y Agustín Osvaldo Revelant Lamboglia. Diario La Nación, 22 de marzo de 1964. Los Hechos Políticos del Siglo XX, Ed. Hyspamérica, Vol. 8, 1982. Isabel Santi, Evocando la emigración a la Argentina de los franceses pieds noirs de Argelia, en http://alhim.revues.org/389: 16 septiembre 2013.

Imágenes tomadas del diario La Nación.

28/8/12

En el cielo las estrellas...


Por Estanislao Córdoba
Hay una cuarteta que podernos decir sin exagerar, son muy pocos los que alguna vez no la repitieron. Es aquella que dice: «En el cielo las estrellas, en el campo las espinas, y en el medio de mi pecho, la República Argentina». Hasta 1966 nada se sabía sobre quién era su autor. Pero en este año, el 1°de Febrero, el diario «La Razón» de Buenos Aires comenta el origen de tan difundida cuarteta de sentido patriótico en toda la sencilla composición de la misma. Su autor habla sido don José Piñeiro, español residente en Buenos Aires y emparentado con una antigua y conocida familia lapaceña, y precisamente aquí en La Paz había sido compuesta la tan mentada cuarteta “…que se remonta a 1901, y por lo tanto es anterior a “La Morocha”, el sencillo tango de Enrique Saborido y Villoldo. Autor de esta difundida cuarteta lo fue don José Piñeiro, quien la compuso en oportunidad de encontrarse en La Paz (Entre Ríos). José Píñeiro había llegado de España en 1896 y trabajaba como mandadero en un almacén en la Capital Federal. Con el afán de progresar, invertí en libros parte de sus ahorros y redactaba pequeñas composiciones en prosa y en verso. Atraído por el sentimiento familiar, en 1901 viajó a La Paz para visitar a su prima Generosa Piñeiro de Dopazo. Carmencita Dopazo, hija de doña Generosa, tenía entonces cuatro años y mucha gracia y se veía en el compromiso de tener que tomar parte en una fiesta escolar, y alguien pidió a su tío que el hiciera un versito.
José Piñeiro
Escuchar "Los argentinitos" de Miguel Mateos
Don José sentía la influencia y atracción de Gustavo AdolfoBecquer, pero escribir especialmente para una criatura le hizo meditar. Entonces se le ocurrió la asociación de la belleza del cielo y la profundidad del amor a la Argentina, y compuso cuatro graciosos versos para que Carmencita en su balbuceo infantil, los dijera en la fiesta de fin de curso.
La nena los aprendió y fue el éxito. El episodio quedó en el olvido para don José Piñeiro, que sin siquiera previo lo que acontecería. Es posible que la maestra anotara la cuarteta y siguiera enseñándola a sus pequeños, pues se difundió y hasta llegó a vulgarizarse en La Paz…”
La niña Carmencita, fue después la señora Carmen Dopazo de Giménez que vivió los últimos años de suestada en La Paz, en la esquina Este que forman calle San Martín y Sáenz Peña, frente al Palacio de Tribunales.
“…Cincuenta años después de aquella visita a La Paz, mientras don José esperaba un tren en Capilla del Señor, oyó a un niño repetir la poesía, lo que le produjo gran emoción.
El tiempo siguió. Los decenios de este siglo fueron sumándose, y los cuatro versos se repitieron por todas partes.
Y así, aquel humilde “mayora de tranvía llegado de Pontevedra años antes, pleno de ilusiones y esperanzas, compuso en 1901 en nuestra ciudad aquellos versos sencillos y emocionantes: «En el cielo las estrellas, en el campo las espinas, y en el medio de mi pecho, la República Argentina».

Este relato fue publicado en la revista Cuando el pago se hace canto, La Paz, enero de 1996, con el título original “La más difundida y popular de las estrofas patrióticas fue compuesta en La Paz”
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