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1/5/19

De amores y no despedidas

Por Rubén Bourlot

Septiembre de 1819. Concepción del Uruguay. Ella con su larga cabellera que fluye hacia sus hombros, el cuerpo esbelto, la boca radiante y fresca como un fruto herido de mburucuyá. La mirada puro magnetismo que escapa de esos ojos enormes y luminosos como el sol recién nacido. Frente a ella, el jefe apuesto y ya madurando. La mirada de él que provoca temor, respeto y pasión. Su pelo revuelto que escapa debajo del sombrero y se prolonga en las patillas ensortijadas. La nariz aguileña que acentúa el rostro cobrizo, curtido por mil soles.
- No Francisco, no es tiempo de despedidas. No quiero que termine lo que hemos comenzado. No quiero que pase lo que sucede en cada campaña.
- Pero, Delfina, mi Chinita… Es que nos tenemos que ir a La Bajada y tal vez nos vayamos a Buenos Aires, y vos tenés aquí a tus seres queridos, tu familia...
- No es mi familia. Ellos me cobijaron, me socorrieron, pero no son mi familia. Además ya somos muchos para vivir en ese ranchito.
- Pero así no te puedo llevar... No podés ir agregada a las cuarteleras...
- No Francisco. No voy a ser una de ellas. Yo seré un soldado más. Conseguime un uniforme y seré una dragona de tu ejército.
Los ojos de Ramírez titilan por el asombro. En qué disyuntiva me he metido. No puedo llevarla así. Y en su pecho palpitan sentimientos encontrados. Un aleteo se agita como un ave que pugna por escapar de su jaula, como un pez que batalla a contracorriente para encontrarse con aguas tranquilas en donde desovar. El aleteo se va transformando en dos aleteos en pugna, como los gallos de riña. Uno le dice que sí, es el amor que aflora así, espontáneo, audaz, irreverente; el otro que no, no podés hacerle eso a Norberta, la leal que te espera tejiendo soledades y encajes para el ajuar nupcial, para cuando las aguas se calmen y venga el tiempo del hogar bien constituido.
Ramírez ordena la partida. Las cabalgaduras inician la marcha a trote lento. Los rostros giran hacia la villa que se aleja y empequeñece. Junto a Ramírez cabalga la dragona Delfina ataviada con uniforme algo holgado para su talle: pantalón de paño azul con vivos rojos, chaqueta de casimir azul, sombrero negro y un amplio pañuelo rojo al cuello que le cubre los hombros. Por la derecha se desplaza un batallón con medio millar de jinetes al mando de José Miguel Carreras, el oficial chileno. Más atrás Anacleto Medina con un grupo de pintorescos soldados indios del Chaco y Misiones.
Ramírez echa una mirada hacia atrás como despidiéndose en silencio de su madre, la enérgica Doña Tadea, de Norberta que se quedó esperando el momento propicio para el matrimonio tantas veces prometido.
La caballería toma el camino real que conduce al Itú y a Yapeyú. Al llegar al arroyo de Vera tuercen hacia el noroeste siguiendo el curso de agua por un sendero estrecho entre la vegetación ribereña. De entre la vegetación emanan nubes de mariposas espantadas que sobrevuelan los jinetes y salpican el ambiente con distintos tonos de bermejo y sepia. El aleteo acompaña la partida. Aleteo de mariposas, de las perdices de vuelo fugaz, del colibrí inquieto que se desplaza de flor en flor dejando destellos de esmeraldas y aguamarinas en la atmósfera sutil de la mañana. 
A retaguardia la armonía se rompe con el cotorreo del chinerío que retoza indiferente, sin destino, porque su única morada son esas carpas precarias que se acunan sobre el lomo de las bestias.
A la guerra me voy
tan solo con armas de amor
...
No le temo a la muerte
sino a la ausencia
y al mal de amor
El sendero se angosta cuando que se acercan a los vados. El monte confunde su espesura con la bruma que se desprende de los arroyos. Alcanzan las primeras estribaciones de la Cuchilla Grande rumbo al campamento del Calá.

11/8/08

¿Dónde están los restos de Ramírez?

Por Rubén Bourlot

El 10 de julio de 1821 se produjo la desaparición física de Francisco Ramírez. Su muerte heroica y romántica a la vez le imprimen a su figura un aura de leyenda. Pero el derrotero de la tragedia no terminó con su vida en los confines de la geografía cordobesa, donde fue ultimado tras haber salvado la vida de su amada Delfina.
Los restos del caudillo entrerriano continuaron un tortuoso camino hasta un destino aún hoy incierto. El cuerpo presuntamente fue abandonado en el mismo campo de batalla, cerca de San Francisco del Río Seco, al norte de Córdoba. La cabeza, en tanto, fue tomada como trofeo de guerra y ofrecida al vencedor, el gobernador santafecino Estanislao López, que la envió a la capital de su provincia para que fuera exhibida en un lugar público, dentro de una jaula. Existe constancia de que el suegro de López, el protomédico Manuel Rodríguez, le practicó un tratamiento para preservarla y así poder presentarla en público. Hasta aquí lo consignado por la documentación oficial disponible. Por la información periodística de la época sabemos que estuvo expuesta en una de las arcadas del Cabildo, ante la imposibilidad de hacerlo en el frente de la iglesia matriz debido a la oposición de las autoridades eclesiásticas. Finalmente el cráneo tuvo un destino aún no develado totalmente. Por información de los cronistas de la época tenemos noticias que por iniciativa del gobernador López, ante recomendaciones de representantes de la Iglesia -tal vez con intervención del influyente padre José Amenábar-, se dispuso su cristiana sepultura en un cementerio de la ciudad. A este respecto las versiones son disímiles. Hay quienes sostienen que fue sepultada en el cementerio de la Iglesia de la Merced - por esa época el templo que actualmente se denomina Nuestra Señora de los Milagros, perteneciente a la Compañía de Jesús-, otros aseveran que fue en el interior del mismo templo -costumbre muy arraigada hasta entrado el siglo XIX-. También existe la versión que sostiene que el sitio de la sepultura fue un cementerio que hubo en la ruinas de una antiguo convento de los mercedarios -actualmente se encuentra la sede de EMAÚS-, y otra orientada al cementerio que poseían los padres dominicos. Tal dispersión de la información no cuenta con el respaldo de ninguna documentación oficial.
Entre 1998 y 1999 se llevó a cabo una investigación, auspiciado por el gobierno provincial y el Consejo Federal de Inversiones, para recopilar información y profundizar la búsqueda del sitio donde se sepultó su cabeza. Lamentablemente importantes fuentes documentales no fueron halladas, entre ellas los libros contables que llevaban los padres mercedarios, cuando el convento jesuita estuvo bajo su administración.
Para salvar el vacío de documentación escrita, se recopilaron testimonios orales basados en tradiciones populares y la versión de un descendiente del protomédico Manuel Rodríguez. De acuerdo al relato de esta persona, la cabeza de Ramírez permaneció expuesta en un pica, en medio de la plaza principal de Santa Fe, hasta que Rodríguez le recomendó al gobernador López la necesidad de darle sepultura. Así fue que durante una noche de 1821, el propio protomédico Rodríguez y un sacerdote, que sería el mercedario encargado del convento, la quitaron de su sitio y la sepultaron en “la parte de atrás del altar de la iglesia de la Merced” -hoy Nuestra Señora de los Milagros-. La información de este suceso cobró carácter de secreto de familia que fue trasmitido al hijo primogénito de Manuel Rodríguez, con la recomendación de que fuera comunicado por aquel a su primer hijo varón. Quién brindó el secreto al equipo de investigación es una persona mayor, soltero y sin hijos a quien dejarle este dato tan largamente atesorado.
El cúmulo de noticias trasmitidas oralmente, cotejadas con las informaciones brindadas por los historiadores y cronistas de la época muestran coincidencias interesantes. El historiador santafecino Ramón S. Lassaga dice que fue la cabeza de Ramírez fue enterrada en “la iglesia Merced”, en tanto el cronista Urbano de Iriondo nos informa que la sepultura se llevó a cabo en el cementerio de “la iglesia de la Merced”, diferenciándolo del cementerio de la “Merced vieja”, al cual alude en otra parte de sus escritos cuando se refiere al antiguo cementerio que hubo en las cercanías de la sede de EMAÚS. La historiadora entrerriana Beatriz Bosch asegura que fue sepultada “en el fondo del templo de los padres mercedarios”. En esta línea de investigación se analizó la evolución de la construcción de las edificaciones y la posibilidad de existencia de tumbas o criptas en el sitio señalado. También se tuvieron en cuenta testimonios de mediados del siglo XIX que mencionan la búsqueda de presuntos “tesoros” ocultos debajo del altar o del piso de la sacristía del templo, y los trascendidos sobre túneles o construcciones similares que atravesarían el subsuelo. Con el objeto de corroborar estas versiones se practicó un estudio mediante prospección geoeléctrica que determinó la existencia de indicios de huecos en el subsuelo del patio adyacente de la iglesia, debajo del piso del presbiterio y de la sacristía. El interrogante que se pretendió responder es si habría sido posible sepultar los restos de Ramírez en un sitio previamente acondicionado y secreto que impida cualquier intento de rescate o profanación.
Queda para la posteridad continuar la búsqueda de nuevos aportes documentales y la posibilidad de practicar una excavación para determinar la existencia de los restos, y procurar su traslado la ciudad que vio nacer y forjar uno de los caudillos más influyentes de los albores de la historia patria.
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