Mostrando entradas con la etiqueta La Delfina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta La Delfina. Mostrar todas las entradas

1/5/19

Delfina, la brava

Por Rubén Bourlot

Es abril de 1821 en Punta Gorda. El campamento de Francisco Ramírez que se prepara para pasar a Santa Fe en su última y desdichada campaña.
El Supremo está ausente. Junto a su oficialidad salió del campamento con destino desconocido en una misión secreta. Algunos murmuran que ya se pasó a la otra banda del río para realizar personalmente tareas de inteligencia y zapa. Por eso la disciplina se relaja y el cuerpo de Dragones, el resto de las divisiones y sus respectivos oficiales disfrutan de un momento de esparcimiento entre jolgorios, partidas de tresillo y truco. La querida del jefe, Delfina, platica en su tienda con algunos más allegados, pero su vida es la del campamento, donde oficialidad y soldados rasos se mezclan en una cómplice horizontalidad para matar el tiempo libre.
Los soldados están habituados a compartir con Delfina las interminables ruedas de mate, donde talla como un hombre más, participando de charlas sobre bueyes perdidos y contando sucedidos; trenzándose en las tabeadas o apreciando las bondades de un payador que desgrana improvisaciones y canciones trasmitidas por la memoria, como el triunfo que exalta las hazañas del gobernador Ceballos en la guerra contra los portugueses, que algunos atribuyen a la inspiración del poeta Juan Baltasar Maciel.
Aquí me pongo a cantar,
abajo de aquestas talas,
del mayor guaina del mundo
los triunfos y las fazañas.
No faltan quienes se desafían en contrapuntos de versos y zapateos de malambo. No falta el añoso guerrero que, acobardado de tanto empuñar la lanza, se consuela empuñando la guitarra para improvisarle loas al general.
Ahí viene Ramírez
Caudillo de mi flor
Bravo en la batalla
Tierno en el amor
Pero hasta aquí llega la horizontalidad de Delfina, dicen los que la conocen. La querida del general sabe como guardar su lugar en los campamentos y alardear su jerarquía. Hombres rudos, gauchos de toda calaña rejuntados para formar la brava y disciplinada caballería, le presentan sus respetos a la dama; no solo por su condición de amada del caudillo sino también debido a su propia personalidad. A los 19 años ya es toda una mujer que ha madurado prematuramente abriéndose brechas en medio de la selva de dificultades y escaseces. Cuando participa de igual a igual en alguna partida gusta apostar fuerte y siempre se le debe un changüí a la Capitana, como algunos gustan nombrarla. Ningún gaucho, hasta el más rebelde se atrevería a poner en duda la suerte de Delfina.
La noche cierra sus persianas de penumbra sobre el campamento y no hay noticias del jefe. Los soldados organizan una ruidosa partida de taba sobre una cancha improvisada entre las carpas. El fresco del otoño que viene del monte invita a practicar actividades para entrar en calor. A la luz de los fogones una rueda de soldados observa las alegres volteretas del astrágalo que se clava sobre el suelo húmedo y despierta exclamaciones de júbilo e insultos furibundos por igual. Delfina se asoma al grupo y al grito de “copo la parada” se mete en el juego. Cada uno deposita sus gastados cuartillos y chirolas, y alguien arroja su poncho. Le toca la tirada a Delfina. Con su mano delgada acaricia el hueso y como acunándolo lo arroja. Se produce un silencio expectante, se contienen las respiraciones. En cada vuelta de la taba se juega la paga de un soldado; y aunque saliera culo hay que darle otro tiro. Y así es nomás. La taba cae como cansada con la ‘s’ sobre el humus. Como dicen los soldados: muestra el culo. 
De entre la muchedumbre aparece un gaucho matrero, pelo hirsuto, poncho sobre el raído uniforme de dragón, rostro atravesado por varios inviernos a la intemperie, castigado por la maraña de los montes y por algún puntazo que no pudo contener a tiempo.
- ¡Culo! - vocifera desafiante - . ¡Vengan las chirolas!...
Otra vez el silencio expectante. El aire helado se solidifica. Las llamaradas que escapan del fogón es la única nota discordante. Y Delfina sin pensarlo dos veces le responde.
- No me cope compañero que yo también con el culo me defiendo...
Otra vez el silencio. Como fantasmas se agitan, tiemblan; hasta las sombras de los soldados que bailan al compás de las llamas se estremecen. Y hay una nueva tirada para La Delfina.

(Fragmento de "El secreto y la jaula")

De amores y no despedidas

Por Rubén Bourlot

Septiembre de 1819. Concepción del Uruguay. Ella con su larga cabellera que fluye hacia sus hombros, el cuerpo esbelto, la boca radiante y fresca como un fruto herido de mburucuyá. La mirada puro magnetismo que escapa de esos ojos enormes y luminosos como el sol recién nacido. Frente a ella, el jefe apuesto y ya madurando. La mirada de él que provoca temor, respeto y pasión. Su pelo revuelto que escapa debajo del sombrero y se prolonga en las patillas ensortijadas. La nariz aguileña que acentúa el rostro cobrizo, curtido por mil soles.
- No Francisco, no es tiempo de despedidas. No quiero que termine lo que hemos comenzado. No quiero que pase lo que sucede en cada campaña.
- Pero, Delfina, mi Chinita… Es que nos tenemos que ir a La Bajada y tal vez nos vayamos a Buenos Aires, y vos tenés aquí a tus seres queridos, tu familia...
- No es mi familia. Ellos me cobijaron, me socorrieron, pero no son mi familia. Además ya somos muchos para vivir en ese ranchito.
- Pero así no te puedo llevar... No podés ir agregada a las cuarteleras...
- No Francisco. No voy a ser una de ellas. Yo seré un soldado más. Conseguime un uniforme y seré una dragona de tu ejército.
Los ojos de Ramírez titilan por el asombro. En qué disyuntiva me he metido. No puedo llevarla así. Y en su pecho palpitan sentimientos encontrados. Un aleteo se agita como un ave que pugna por escapar de su jaula, como un pez que batalla a contracorriente para encontrarse con aguas tranquilas en donde desovar. El aleteo se va transformando en dos aleteos en pugna, como los gallos de riña. Uno le dice que sí, es el amor que aflora así, espontáneo, audaz, irreverente; el otro que no, no podés hacerle eso a Norberta, la leal que te espera tejiendo soledades y encajes para el ajuar nupcial, para cuando las aguas se calmen y venga el tiempo del hogar bien constituido.
Ramírez ordena la partida. Las cabalgaduras inician la marcha a trote lento. Los rostros giran hacia la villa que se aleja y empequeñece. Junto a Ramírez cabalga la dragona Delfina ataviada con uniforme algo holgado para su talle: pantalón de paño azul con vivos rojos, chaqueta de casimir azul, sombrero negro y un amplio pañuelo rojo al cuello que le cubre los hombros. Por la derecha se desplaza un batallón con medio millar de jinetes al mando de José Miguel Carreras, el oficial chileno. Más atrás Anacleto Medina con un grupo de pintorescos soldados indios del Chaco y Misiones.
Ramírez echa una mirada hacia atrás como despidiéndose en silencio de su madre, la enérgica Doña Tadea, de Norberta que se quedó esperando el momento propicio para el matrimonio tantas veces prometido.
La caballería toma el camino real que conduce al Itú y a Yapeyú. Al llegar al arroyo de Vera tuercen hacia el noroeste siguiendo el curso de agua por un sendero estrecho entre la vegetación ribereña. De entre la vegetación emanan nubes de mariposas espantadas que sobrevuelan los jinetes y salpican el ambiente con distintos tonos de bermejo y sepia. El aleteo acompaña la partida. Aleteo de mariposas, de las perdices de vuelo fugaz, del colibrí inquieto que se desplaza de flor en flor dejando destellos de esmeraldas y aguamarinas en la atmósfera sutil de la mañana. 
A retaguardia la armonía se rompe con el cotorreo del chinerío que retoza indiferente, sin destino, porque su única morada son esas carpas precarias que se acunan sobre el lomo de las bestias.
A la guerra me voy
tan solo con armas de amor
...
No le temo a la muerte
sino a la ausencia
y al mal de amor
El sendero se angosta cuando que se acercan a los vados. El monte confunde su espesura con la bruma que se desprende de los arroyos. Alcanzan las primeras estribaciones de la Cuchilla Grande rumbo al campamento del Calá.

13/3/14

Cuando Francisco conoció a María


Por Rubén Bourlot
(Publicado originalmente en El Diario de Paraná)

La villa de la Purísima Concepción del Uruguay es un poblado desparramado que los vecinos insisten en llamar Arroyo de la China. Y a esa villa, casi en el ocaso de la segunda década del siglo XIX, llega ella, María o María Delfina, o La Delfina a secas según los historiadores. Poco es lo que los catedráticos pueden saber de esta legendaria mujer, porteña para algunos, portuguesa, lo más probable, para otros. Unas pocas líneas en un acta de defunción dan cuenta de ello. Lo demás es leyenda.
El otro protagonista, Francisco para los vecinos de la villa, para sus soldados; Pancho según los historiadores. El hijo de Tadea Jordán y José Ramírez. 
Un día cualquiera. El sol mañanero acaricia el rancho flamante que asoma su penacho pajizo entre los arbustos; uno de los tantos que salpican las chacras de la villa donde sobreviven las familias de refugiados orientales. Juan de Souza y su esposa Pilar llegaron al lugar tras la prolongada marcha para escapar de las contiendas entre imperiales y anarquistas, entre indios misioneros y fazendeiros, entre los ejércitos del barón de la Laguna y las montoneras de Artigas. Pero el fragor de la metralla los sigue como una sombra. De la frontera a Purificación, después Paysandú y finalmente el arroyo de la China.
Para los soldados de la división acantonada en las cercanías, no ha pasado desapercibida la retahíla de mujeres que habita la morada y suelen acercarse a fisgonear. Unas féminas ya entrando en la adolescencia y otras mayores excitan del apetito de los hombres. La prominencia de un embarazo avanzado certifica que más de una ha traspasado la frontera del ingenuo avistaje.
Temprano, a la mañana, el campamento se pone en movimiento. Algunos soldados terminan de ensillar sus cabalgaduras, otros recogen pertrechos y tiendas. Ha llegado la hora de marchar a otra patriada. 
Las vecinas revolotean por el campamento. Se despiden con promesas de retornos que nunca se han de cumplir; otras más pragmáticas, se disponen a seguir el derrotero de los dragones entrerrianos a la par de las veteranas cuarteleras que acompañan al ejército.
Francisco, montado en su azulejo, lo supervisa todo. Avanza a trotes cortos y escarceos. 
De pronto se ausenta para revisar la espesura que bordea el arroyo Vera - siempre es bueno ser prudente ante la posible presencia de vichadores -, cuando hace su aparición una bella adolescente. Ella está ahí, acercándose sobre el zaino de pelo lustroso que devuelve el reverbero de las olitas del arroyo, de las gotas de rocío posadas sobre las hojas de las cortaderas. Su pelo se agita libre, desflecado, entretejido con las hilachas de la brisa, humedecida por la bruma que mana del arroyo. Su mirada es indiscreta, atrevida, juguetona. Él la mira inquieto, con desconcierto. Las miradas se entrelazan. Miradas curiosas que se van enredando como ramales de fibra de caranday. La trenza se convierte en una soga que los va atando como cordón umbilical. Ella tira de la cuerda; él esquivo, incómodo, va cediendo de a poco, paso a paso como un niño que arriesga sus primero trancos, como un pichón que se balancea sobre la rama antes de experimentar el primer vuelo. 
- Eu finalmente ver um general se sua tropa - dice ella con voz pequeña y acento portugués.
- Comandante Francisco Ramírez - replica y su voz brota firme, imperativa, como si arengara la tropa. Pero en su interior algo comienza a derretirse, a derramarse ante esa presencia, ante esa circunstancia imprevista. Y después se sucede un aleteo, primero como una contraseña encubierta, insinuada, después despabilada, perceptible en el agitar de su pecho de soldado.
- No siempre un general está obligado a estar con su tropa - agrega y su voz suena menos rígida y más acorde a ese escenario redondo oculto por la ubérrima galería que forman guabiyúes, espinillos y seibos que crean un microclima hospitalario, acogedor y umbroso.
Ella se sienta sobre la montura, no como amazona sino como dama aunque no es dama. Siempre fue un “muchachito” que bellaqueaba con otros muchachitos de su aldea, mezclada con los gauderios. Así aprendió, de pequeña, las artes de la equitación. Pero se sienta como una dama y sonríe como una dama a ese hombre caballero vestido como caballero. El caballero vestido como caballero se siente seguro de sí aunque por dentro una tropilla avanza a galope tendido conmoviendo la pradera de su pecho. Y el corazón aletea de lo lindo bajo los pliegues del poncho rojo punzó, tan rojo como la pasión que comienza a nacer.
- ¿Francisco é o seu nome? – interroga ella.
- Ya me conocés, parece - dice él.
- ¡Claro! Desde a instalação do acampamento que está espionando. Eu moro no rancho Souza...
- Ni revoloteo que han armado las Souza entre la tropa...
- Eu não sou Souza. Eu vim com eles, quando o êxodo...
Y se van por el sendero que se abre entre espinillos aromosos. Ella sobre la montura de su potro. Él caminando, llevando a su azulejo de las bridas. Dos siluetas que abandonan la escena, se alejan y empequeñecen a la distancia. Sus voces se pierden entre la fronda, se funden con el murmullo matinal.
Después de aquel primer encuentro María vuelve a su rancho, con sus hermanas postizas, expectantes, ya enteradas de las buenas nuevas. Ningún secreto puede durar más que unas horas porque el correveidile es el entretenimiento más popular de esta época en el interior de las provincias, donde la nada es la mercadería más abundante y cualquier suceso que estremeciera apenas las alas de una mariposa se convierte en una noticia sensacional.
Aunque quisiera disimularlo, el leve rosicler que pugna por amanecer en los pómulos morenos de María delata su estado de ánimo.
Así habría comenzado todo entre Francisco y María. Lo de la tragedia de Arroyo se lo dejamos a los historiadores.
Para publicar en este blog enviar los artículos a bourlotruben@gmail.com. Son requisitos que traten sobre la temática de este espacio, con una extensión no mayor a 2500 caracteres y agregar los datos del autor. Se puede adjuntar una imagen en formato jpg.
---------------------------------------------------------------