Por Rubén I. Bourlot
En febrero de
1836 el gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe, impartió una orden general
del día estableciendo que desde el 1º de marzo "usarán bigote todos los
señores Jefes y Oficiales de línea que estén en servicio activo de las armas,
así como todas las demás clases desde soldado hasta sargento inclusive".
Aunque hoy
parezca curioso el tema del bigote era cosa seria, como transgresión grave era
portar pelo largo y barba hace unas pocas décadas en nuestro país.
Lo del bigote
y la barba venía de lejos y era asunto de estado. Ya desde el nombre “bigote”
se originan polémicas, en este caso en el terrero lingüístico. Según Ricardo
Soca en La fascinante historia de las palabras, el origen puede remontarse a la
España medieval cuando los españoles observaban a los germanos que usaban
enormes bigotes y a la vez repetían en sus diálogos ¡bi Got! (¡por Dios!). Así cuando veían a un germano bigotudo le
llamaban bigot que luego derivaría en
bigote. Sin embargo en un trabajo de 1968, el académico Rafael Lapesa afirmaba
que bigote debía su origen al bi Got
proferido por unos guardias suizos que participaron en la Reconquista de
Granada.
Pero también
los españoles eran muy celosos de sus bigotes ya que constituía un distintivo
de rango militar. Un bando dictado en Valladolid a mediados del siglo XIX
advertía que "habiéndose
observado que varios vecinos y habitantes de esa ciudad usan de bigotes y otros
distintivos militares sin pertenecer al Ejército ni a la Milicia Nacional, y
convencido el ayuntamiento de los perjuicios que pueden originarse de tolerar
estos abusos (...), todo el que sin pertenecer al Ejército ni a la Milicia
Nacional llevase bigote (...) sea presentado a la Autoridad (...) y le imponga
las penas a que se ha hecho acreedor".
El bigote federal
En
nuestro país, y hay gente que ha estudiado este serio tópico, a partir de la
asunción de Juan Manuel de Rosas en el gobierno de la provincia de Buenos
Aires, y de hecho en el poder de la Confederación Argentina, el bigote cobró
relevancia. En 1831, en medio del enfrentamiento con los unitarios, ordenó que
“que todos los milicianos usen bigotes y los conserven mientras dure la guerra
contra los pérfidos salvajes unitarios”. Luego el uso del bigote se extendió a
la población civil. El bigote, junto con la divisa punzó, era el apéndice
imprescindible para no confundirse con los unitarios que con la barba y
patillas representaban una U en su rostro.
Urquiza luciendo bigotes
Por
ejemplo, un oficio enviado por el juez de paz del Fuerte Azul a Rosas “(...) en
nombre de los ciudadanos del partido, solicita se les conceda el uso del bigote
(...) para hacerles ver á los rastreros Unitarios, é inmundos Franceses, que
los Argentinos Federales, son dignos apreciadores de su Livertad é
Independencia, y que han de perecer mil veces al lado de V. E. antes que
consentir en la infamia, en la traición y en su deshonra (…)”
Se
dice que muchos salían del apuro, cuando los bigotes remoloneaban en crecer,
con unos postizos, inclusive otros llegaron a pintárselos con corcho quemado.
La omisión del uso del apéndice bigoteril podía ser reprimido por la Mazorca,
la temible policía rosista, que tenía la orden de “apalear
a todo el que encontrásemos sin chaleco colorado, sin bigote.”
En
una investigación Roy Hora -Identidad política, clase y masculinidad: el bigote
en argentina, de Rosas a Yrigoyen. CONICET / Universidad Nacional de Quilmes-,
dice que “es sabido que los unitarios solían lucir largas patillas y a veces
barbas en forma de ‘U’, que dejaban la pera y los pómulos descubiertos” y los
federales, para demostrar el compromiso de la república en armas contra el
enemigo unitario, se dejaban crecer el bigote.
Unos sí, otros no
En
la orden del día firmada por el gobernador Echagüe y Evaristo Carriego se
disponía que, desde el soldado hasta el oficial de más alto rango, debían
portar el bigote distintivo en consonancia con lo impuesto por Rosas. Para
agregar una nota de color, en la misma orden, párrafo aparte, se disponía que
“el sargento de dragones en Comisión en Nogoyá Basilio Mendieta, sea arrojado
del cuerpo a que corresponde por incorregible e indigno de vestir el hábito
militar, ya por ser un insubordinado como por su detestable vicio de
embriaguez.”
De
unos años después hay una singular imagen de Justo José de Urquiza, ya
gobernador, luciendo patillas y un grueso bigote y así también aparece a su
turno el gobernador Echagüe. En otra pintura de 1948 Urquiza ya no luce el
bigote. Cabe aclarar que en todas las imágenes conocidas de Rosas lo muestran
con tupidas patillas pero sin bigote.
Roy Hora advierte que en el Río de la Plata “tras la ruptura con España, ningún hombre que pretendiese ocupar un lugar en los círculos sociales más encumbrados o en la elite dirigente exhibía su labio superior o su pera cubiertos de pelo. Como un eco de las costumbres prevalecientes en París, Londres o Madrid, las excepciones a este patrón quedaron circunscriptas a la esfera militar. También en el Plata el bigote fue, ante todo, un distintivo asociado con la fraternidad de las armas.” Y agrega el autor que Manuel Dorrego, Juan Manuel de Rosas y Justo José de Urquiza exhibieron su cara afeitada. Igualmente, Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, así como, por regla general, los integrantes de la elite del poder en el medio siglo posterior a la independencia prescindieron del uso del bigote, lo que explica la imagen de Urquiza de 1848.