Mostrando entradas con la etiqueta Urquiza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Urquiza. Mostrar todas las entradas

3/3/24

Urquiza, el modernizador de la industria azucarera tucumana

 Rubén I. Bourlot

El 2 de marzo de 1858, Justo José de Urquiza y Baltazar Aguirre firmaron un contrato para instalar un ingenio en Tucumán. Éste se construyó a 20 cuadras de la ciudad, en el actual Barrio de Floresta.

Fue el primero en utilizar modernas maquinarias y aplicar procedimientos técnicos de avanzada. Sin embargo, no subsistió más allá de 1872.

Urquiza fue mucho más que un político, militar y terrateniente que criaba vacas. Tuvo varios emprendimientos industriales. El saladero Santa Cándida es un ejemplo de ello como también la fábrica de paños que montó en Concepción del Uruguay.

Tal vez es un tema para una tesis analizar cómo se vislumbró el nacimiento de una protoburguesía industrial en la segunda mitad del siglo XIX, y que al llegar a 1900 ya estaba fagocitada por el modelo agroexportador y especulador que trocó las iniciativas industrialistas en una clase social rentista que podía obtener mejores réditos con muchos menos esfuerzos, con la crianza de las reses o el cultivo de granos para el mercado europeo aprovechando el trabajo de los inmigrantes aparceros o medieros, o apostando en los mercados financieros (que bien describe Julián Martel en su novela La Bolsa). A esa clase rentística, hedonista, que se iba transformando en la oligarquía vernácula le sobraba el tiempo y lo distraía en prolongadas estadías en Europa tirando manteca al techo. La industria transformadora, los frigoríficos, quedaba en manos de los ingleses como también el trasporte ferroviario y marítimo.

Tal vez esto explique por qué no se constituyó una sólida burguesía nacional como sucedió con los países que hoy gozan de un próspero desarrollo industrial.

 

Una industria no tan dulce

Tucumán desde las primeras década del siglo XIX fue epicentro de la industria azucarera del hoy territorio argentino. Esta dulce actividad fue traída por la conquista hispanolusitana al continente y en algunas regiones, como el Brasil, se desarrolló sobre la base del trabajo esclavista de origen africano. La dulzura transformada en una amarga explotación humana.

En la región de los antiguos quilmes, lules y diaguitas encontraron el terreno fértil para cultivar la caña y procesarla.

Hacia 1821, según testimonios aportados por José María Posse -Tiempos de construir: de ingenieros civiles a industriales azucareros- “un prominente sacerdote, José Eusebio Colombres, plantó en su quinta de El Bajo los primeros surcos de caña, utilizando semillas cuya procedencia se desconoce y que podrían haber sido traídas del Alto Perú.

“Utilizando un rústico trapiche de madera movido por bueyes, trituraba cañas mediante procedimientos igualmente primitivos, logrando transformar su jugo en una azúcar oscura, sin refinar.

“La iniciativa de Colombres fue imitada por varios vecinos de la ciudad y pronto El Bajo comenzó a poblarse de cañaverales que se extendían paulatinamente en los alrededores de la ciudad, para luego pasar a los actuales departamentos de Cruz Alta y Lules donde se encuentran los ingenios más antiguos de la provincia.”

Para la década de 1850 poco habían cambiado los métodos de producción del dulce elemento. En 1852 hubo algunas innovaciones, como el reemplazo de las piezas de madera de los trapiches por hierro.

Pero no fue hasta la asociación entre Baltazar Aguirre, tucumano, y Justo José de Urquiza que comenzó el proceso de modernización. Si bien esta experiencia puntual no arrojó los resultados esperados la semilla quedó. Urquiza dispuso del dinero en la inversión y Aguirre aportó las tierras y el capital de trabajo. Con la asistencia de los ingenieros franceses Luis Dode y Julio Delacroix montaron un ingenio y en 1864 incorporaron una máquina de vapor que trajeron desde Europa. “Desaparecieron para siempre los trapiches de madera y se ingresó a la era del vapor, en todas sus manifestaciones –nos informa el autor citado-. Ello se tradujo en una verdadera explosión industrial, lo que transformó de manera fundamental la economía de la provincia.”

La moderna maquinaria consistía de “…un trapiche de fierro de dimensiones bastantes grandes, movido por una rueda hidráulica; dos defecadores y cuatro evaporadoras a vapor; al aire libre; dos filtros para negro animal; un tacho al vacío; dos monta caldos; una turbina centrífuga; un horno para fabricación del negro animal y sus accesorios; un alambique continuo; varias bombas, y dos generadores (calderos) para una fuerza de 20 caballos, destinados a suministrar todo el vapor necesario para la fábrica Fabricaron azúcar y alcohol.”

 

Una iniciativa frustrada

Pero, como anticipáramos, la sociedad de Urquiza con Aguirre no prosperó. “A la serie de contratiempos técnicos –afirma Posse-, se le sumaron desinteligencias numéricas con los contadores de Urquiza. Finalmente la experiencia terminó y las máquinas fueron vendidas por partes a otros industriales. Por esta razón se lo considera como pionero de la industria azucarera moderna en Tucumán.”

Entre los contratiempos citados se toparon con la falta un caudal adecuado de agua para mover la enorme rueda hidráulica. Para salvar la situación construyeron una gran acequia con su acueducto, “lo que encareció significativamente los costos que ya de por sí habían superado ampliamente el presupuesto inicial. No fue fácil la tarea ya que su caudal quitaba riego a otras fincas productivas” y tuvieron que negociar con los vecinos perjudicados y los jueces de agua que hacían cumplir el reparto justo del agua. Todo ello obstaculizó la puesta en marcha de las nuevas maquinarias.

Llegada a la primera zafra esta no rindió lo esperado. El agua del acueducto no era suficiente para hacer mover la maquinaria.

Por otra parte el citado Posse sostiene que los socios que representaban a Urquiza se impacientaban porque “no veían posible recuperar la inversión en mediano plazo y mucho menos ver las ganancias prometidas por el tucumano.

“Finalmente el ingenio fue clausurado por los representantes de Urquiza, entre acusaciones de inoperancia y mala administración, además de la palmaria realidad que la empresa no generaba mínimamente los efectos esperados. Lo cierto es que el general Urquiza dejó de enviar los vitales recursos financieros con los que Aguirre contaba en aquellos primeros tiempos; fue así como el primer ingenio moderno se fue a la ruina. El ingenio Floresta fue cerrado y sus partes fueron compradas por otros industriales.”

Es verdad también que Urquiza asumía múltiples actividades que seguramente le impedían dedicarse exclusivamente al negocio. Por esa época era presidente de la Confederación y en 1859 tuvo que encabezar la campaña que culminó con la batalla de Cepeda para intentar la reincorporación de la provincia de Buenos Aires al territorio nacional. Dos años después fue el turno del combate de Pavón que lo tuvo como comandante de las tropas entrerrianas.

20/2/23

El bigote, como signo de pertenencia política

 Por Rubén I. Bourlot


En febrero de 1836 el gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe, impartió una orden general del día estableciendo que desde el 1º de marzo "usarán bigote todos los señores Jefes y Oficiales de línea que estén en servicio activo de las armas, así como todas las demás clases desde soldado hasta sargento inclusive".

Aunque hoy parezca curioso el tema del bigote era cosa seria, como transgresión grave era portar pelo largo y barba hace unas pocas décadas en nuestro país.

Lo del bigote y la barba venía de lejos y era asunto de estado. Ya desde el nombre “bigote” se originan polémicas, en este caso en el terrero lingüístico. Según Ricardo Soca en La fascinante historia de las palabras, el origen puede remontarse a la España medieval cuando los españoles observaban a los germanos que usaban enormes bigotes y a la vez repetían en sus diálogos ¡bi Got! (¡por Dios!). Así cuando veían a un germano bigotudo le llamaban bigot que luego derivaría en bigote. Sin embargo en un trabajo de 1968, el académico Rafael Lapesa afirmaba que bigote debía su origen al bi Got proferido por unos guardias suizos que participaron en la Reconquista de Granada.

Pero también los españoles eran muy celosos de sus bigotes ya que constituía un distintivo de rango militar. Un bando dictado en Valladolid a mediados del siglo XIX advertía que "habiéndose observado que varios vecinos y habitantes de esa ciudad usan de bigotes y otros distintivos militares sin pertenecer al Ejército ni a la Milicia Nacional, y convencido el ayuntamiento de los perjuicios que pueden originarse de tolerar estos abusos (...), todo el que sin pertenecer al Ejército ni a la Milicia Nacional llevase bigote (...) sea presentado a la Autoridad (...) y le imponga las penas a que se ha hecho acreedor".

 

El bigote federal

En nuestro país, y hay gente que ha estudiado este serio tópico, a partir de la asunción de Juan Manuel de Rosas en el gobierno de la provincia de Buenos Aires, y de hecho en el poder de la Confederación Argentina, el bigote cobró relevancia. En 1831, en medio del enfrentamiento con los unitarios, ordenó que “que todos los milicianos usen bigotes y los conserven mientras dure la guerra contra los pérfidos salvajes unitarios”. Luego el uso del bigote se extendió a la población civil. El bigote, junto con la divisa punzó, era el apéndice imprescindible para no confundirse con los unitarios que con la barba y patillas representaban una U en su rostro.

Urquiza luciendo bigotes

Por ejemplo, un oficio enviado por el juez de paz del Fuerte Azul a Rosas “(...) en nombre de los ciudadanos del partido, solicita se les conceda el uso del bigote (...) para hacerles ver á los rastreros Unitarios, é inmundos Franceses, que los Argentinos Federales, son dignos apreciadores de su Livertad é Independencia, y que han de perecer mil veces al lado de V. E. antes que consentir en la infamia, en la traición y en su deshonra (…)”

Se dice que muchos salían del apuro, cuando los bigotes remoloneaban en crecer, con unos postizos, inclusive otros llegaron a pintárselos con corcho quemado. La omisión del uso del apéndice bigoteril podía ser reprimido por la Mazorca, la temible policía rosista, que tenía la orden de “apalear a todo el que encontrásemos sin chaleco colorado, sin bigote.”

En una investigación Roy Hora -Identidad política, clase y masculinidad: el bigote en argentina, de Rosas a Yrigoyen. CONICET / Universidad Nacional de Quilmes-, dice que “es sabido que los unitarios solían lucir largas patillas y a veces barbas en forma de ‘U’, que dejaban la pera y los pómulos descubiertos” y los federales, para demostrar el compromiso de la república en armas contra el enemigo unitario, se dejaban crecer el bigote.

 

Unos sí, otros no

En la orden del día firmada por el gobernador Echagüe y Evaristo Carriego se disponía que, desde el soldado hasta el oficial de más alto rango, debían portar el bigote distintivo en consonancia con lo impuesto por Rosas. Para agregar una nota de color, en la misma orden, párrafo aparte, se disponía que “el sargento de dragones en Comisión en Nogoyá Basilio Mendieta, sea arrojado del cuerpo a que corresponde por incorregible e indigno de vestir el hábito militar, ya por ser un insubordinado como por su detestable vicio de embriaguez.”

De unos años después hay una singular imagen de Justo José de Urquiza, ya gobernador, luciendo patillas y un grueso bigote y así también aparece a su turno el gobernador Echagüe. En otra pintura de 1948 Urquiza ya no luce el bigote. Cabe aclarar que en todas las imágenes conocidas de Rosas lo muestran con tupidas patillas pero sin bigote.

Roy Hora advierte que en el Río de la Plata “tras la ruptura con España, ningún hombre que pretendiese ocupar un lugar en los círculos sociales más encumbrados o en la elite dirigente exhibía su labio superior o su pera cubiertos de pelo. Como un eco de las costumbres prevalecientes en París, Londres o Madrid, las excepciones a este patrón quedaron circunscriptas a la esfera militar. También en el Plata el bigote fue, ante todo, un distintivo asociado con la fraternidad de las armas.” Y agrega el autor que Manuel Dorrego, Juan Manuel de Rosas y Justo José de Urquiza exhibieron su cara afeitada. Igualmente, Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, así como, por regla general, los integrantes de la elite del poder en el medio siglo posterior a la independencia prescindieron del uso del bigote, lo que explica la imagen de Urquiza de 1848.

17/7/17

Urquiza, el normalista

Por Rubén Bourlot

Para el imaginario popular y para todo el andamiaje histórico construido desde el liberalismo, Domingo Faustino Sarmiento es considerado el “padre del aula”, el maestro por antonomasia, el fundador de escuelas, el que trajo a las maestras de maestras para edificar el normalismo en el país. Tal vez porque era un hábil publicista, polemizador y experto en el autobombo, supo construirse ese perfil que nadie se atreve a poner en tela de juicio.
Cada 11 de septiembre se exalta la figura del sanjuanino a pesar de las diatribas que se lanzan desde el revisionismo histórico, que no hacen mella en su rostro hosco y pétreo. No hay que quitarle méritos, a los 15 años fue maestro y con el tiempo llegó a presidente.
Para ser justos, la educación argentina sentó sus bases en el siglo XIX gracias al esfuerzo, la dedicación y la obsesión de personalidades que no siempre son puestas a la par del autor de Facundo. O por encima. No hay que olvidar que Nicolás Avellaneda como ministro de Instrucción Pública de Sarmiento fue el ejecutor sus proyectos, y luego como presidente continuó esa labor. Posteriormente participó activamente del  Congreso Pedagógico Sudamericano de 1882 y más tarde elaboró la ley de universidades. Y Juana Manso, esa gran educadora, amiga de Sarmiento, también sembró el país de escuelas. Y qué decir de las dos presidencias de Julio Argentino Roca, el impulsor del Primer Congreso Pedagógico, de la sanción de la ley de educación 1.420, que  tuvo vigencia por un siglo y el mismo que propuso durante su segunda presidencia, por medio de su ministro de Instrucción Pública - Osvaldo Magnasco -, readecuar profundamente las escuelas, rectificando muchos de los postulados de la ley original. Este último intento no pudo concretarse pero fue una interesante iniciativa de trocar la escuela universalista, enciclopédica y verbalista por instituciones de formación profesional y técnica que respondieran a las características y necesidades de cada región del país.

El normalismo de Urquiza
En Entre Ríos la figura de Justo José de Urquiza cobra relevancia nacional si analizamos su acción a la luz de una nueva interpretación del papel que tuvo con respecto a la educación. Se le reconoce el carácter de fundador del Colegio del Uruguay, el primer colegio laico de nivel secundario del país, pero en segundo plano queda la extensa labor que no se limitó a la fundación de un colegio. Las misma obsesión de Sarmiento pero tal vez anticipándose en tratar de instalar instituciones para formar maestros, de impartir educación vinculada a la producción como la incorporación de “chacras” anexas a las escuelas rurales y la instalación de una escuela pública para mujeres, una novedad en la primera mitad del siglo XIX. Pero lo que nos interesa subrayar es la idea que daba vueltas por su mente de instalar escuelas normales en Entre Ríos en la década del ’40, dos antes de que se fundaran los establecimientos impulsados por Sarmiento.
Fragmento de la carta de Galán a Urquiza
Como lo señala Antonino Salvadores en su historia de la instrucción pública, en 1948 Urquiza proyectó la instalación de dos escuelas normales, en Paraná y Concepción del Uruguay, que no pudo llevar a cabo por la falta de profesores. Recordemos que Sarmiento tuvo que contratar docentes de Estados Unidos para la instalación de las escuelas normales.
Sobre este proyecto hace mención el ministro general José Miguel Galán en una carta a Urquiza del 27 de octubre de 1848. En la misma le informa acerca del alquiler de la casa de Antonio Castro para el funcionamiento del frustrado Colegio de estudios preparatorios de Paraná. Y acota que “convencidos de que para obtener los importantes resultados que Ud. se promete de un decidido empeño por la educación pública, es necesario que ella sea uniformemente metodizada en todas las escuelas de la provincia: para conseguirlo debemos poner el mayor esmero en el establecimiento de la Escuela Normal de esta ciudad y la del Uruguay (…) Y agrega que “según los informes que me han dado el cura Vidal y el presbítero Erausquin no se podrá hallar un sujeto más a propósito para metodizar las dos escuelas normales que el presbítero Don José Delgado actual preceptor de la Escuela de Gualeguaychú.”
Si bien el proyecto no llegó a concretarse, recordemos que no es casual que las dos primeras escuelas normales del país se instalaron en Entre Ríos, la de Paraná en 1871 y la de Concepción del Uruguay en 1873.
Alumnas de la Escuela Normal de Uruguay en 1909
Entre otros aciertos, Urquiza tuvo la intuición de rodearse de eficaces colaboradores para la tarea educativa. En 1849 nombró nada menos que a Marcos Sastre como Inspector General de Escuelas quién redactó el reglamento de escuelas y escribió el libro “Anagnosia” para la enseñanza de la lectura. El coronel Manuel Urdinarrain también fue un activo colaborador en materia educativa que en 1948 organizó la enseñanza primaria en el departamento Uruguay. Con la creación del Colegio del Uruguay llegaron a Entre Ríos docentes de notable jerarquía como Alberto Larroque,  Jorge Clark, Vicente H.  Montero, Juan Manuel Blanes, Martín Ruiz Moreno, Lino Churruarín, Carlos Tomás Sourigues, Pablo G. Lorentz, Alejo Peyret, entre muchos otros.

Fuentes:
-       Salvadores, Antonino, Historia de la instrucción pública en Entre Ríos, Gobierno de Entre Ríos, Paraná, 1966.
-       Archivo General de Entre Ríos, Hacienda, Instrucción Pública.

19/9/16

Urquiza, no tan colonizador

Pro Rubén Bourlot
Los historiadores consideran a Justo José de Urquiza como uno de los pioneros de la colonización europea en Entre Ríos y el país. Con la consigna alberdiana de “gobernar es poblar” introducida en el artículo 25 de nuestra constitución sancionada en 1853 bajo el imperativo de “fomentar la inmigración europea”, no cabe duda de su vocación colonizadora. 
Héctor de Elía 
No obstante esta aseveración tendría algunos matices. Héctor de Elía, el fundador de Villa Elisa y Colonia Elía, en nuestra provincia, en alguna oportunidad puso en tela de juicio la vocación del Organizador por la radicación de agricultores del viejo continente.
 La acción pionera de Urquiza en 1857, no se trató de otra cosa que hacerse cargo de un contingente de inmigrantes que tenía por destino original su radicación en una colonia privada en Corrientes, y ante el no cumplimiento del contrato por parte de la compañía colonizadora, les ofreció en venta lotes de terrenos de su propiedad. Así nació la colonia San José. Las experiencias anteriores, como la Colonia Agrícola Militar de Las Conchas, fueron pobladas por criollos. Luego vendrían la colonia y villa Urquiza y las ampliaciones de la de San José.

Una carta
En una carta hallada por David Rougier en el Museo Estancia El Porvenir de Villa Elisa, Héctor de Elía refuta al historiador Benigno Tejeiro Martínez la afirmación “Urquiza no olvidó el fomento de la inmigración, planteando las primeras colonias de Entre Ríos; San José en 1857, y Villa Urquiza en 1858”. En la misiva firmada en Villa Elisa el 23 de julio de 1916, de Elía hace alusión a una actitud de Urquiza contraria a la radicación de colonos, a partir de una experiencia familiar. Escribe el fundador de Villa Elisa que en la década de 1840, su abuela, Isabel de Álzaga, viuda de Ángel Mariano de Elía, propietaria de la Estancia San Lorenzo que se ubicaba al sur de Gualeguaychú, intentó fundar una colonia con inmigrantes griegos y canarios (de Las Canarias), a quienes trasladó desde sus países de origen y los ubicó en una parcela de la zona de Puerto Unzué. Esta sería la primera experiencia colonizadora en la provincia (si dejamos de lado el intento frustrado de colonización inglesa de 1825, en la calera Barquín). Apellidos hoy reconocidos en la provincia como Mabragaña, Mihanovich, Cardassy, Vázquez, Jorge, Maldonado, Ducó se asentaron en lo que debía ser la Colonia San Lorenza pero con poca suerte. Por esos años gobernaba la provincia Justo José de Urquiza que no autorizó la formación de la misma “porque no quería gringos”, según testimonia de Elía. Ante el fracaso de la iniciativa los colonos fueron trasladados a Concepción del Uruguay y su promotora, la señora Álzaga, detenida y en prisión durante seis meses en la estancia San José, medida sin dudas desproporcionada pero no ajena a la época.
Fragmento de la carta de de Elía
Tales actitudes no se condecían con la vocación por radicar agricultores que le adjudican sus panegiristas. Pero esto no sería un juicio negativo a priori. Podría suponerse que la expresión “no quería gringos” estaba relacionado con la intención de darles prioridad a los pobladores criollos, en su mayoría soldados, que pretendía radicarlos para que trabajen la tierra. Existen varias iniciativas de la época que apuntan en ese sentido, como la formación de Estancias del Estado, la promoción de la ayuda mutua para levantar las cosechas de los soldados en campaña o la ya nombrada Colonia de Las Conchas. En 1848 el gobernador Urquiza dispuso ayudas económicas "a todos los agricultores que por su pobreza no tengan recursos para hacer de su cuenta la cosecha de de granos que hayan sembrado" y también la entrega de semillas "gratis y por cuenta del Estado” a quienes carecían recursos para comprarla.  
Agreguemos que las distintas normativas para combatir la “vagancia” podrían haber tenido como motivación fomentar el arraigo a la tierra de matreros y gauchos errantes. Los proyectos colonizadores con inmigrantes europeos son posteriores.
No obstante, para David Rougier, la cancelación del proyecto de la familia de Elía habría tenido un motivo muy distinto y personal. “Colonia San Lorenzo hubiese sido la madre de la colonización nacional – dice Rougier-, un proyecto próspero con puerto propio pero que se vio truncado por la voracidad latifundista de Urquiza quien ambicionaba para sí el extenso campo conocido como Rincón de Elía o Estancia Cupalén (sus límites eran: al Norte el Arroyo de la China, al Este el río Uruguay y al Oeste y Sud el Gualeguaychú).
“Urquiza paulatinamente ejercerá presión sobre cada uno de los tíos de Don Héctor para que le vendan sus heredades lo cual logra a excepción de Don Genaro (padre de Don Héctor) quien se niega a venderle los campos al general Urquiza y automáticamente por temor a represalias cruza a ‘la otra Banda’ y es allí donde circunstancialmente nace el fundador de Villa Elisa.”
El sueño de la abuela Álzaga se vio realizado con creces por la acción fundadora de su nieto Héctor de Elía organizó la colonia y villa Elisa, en el departamento Colón, Colonia Elía, en el departamento Uruguay y también la localidad de San Jorge en la provincia de Buenos Aires.

Fuentes y bibliografía:
- Testimonios de David Rougier
- Carta de Héctor de Elía a Benigno Martínez, Villa Elisa, 23 de julio de 1916

15/2/16

La cuna de Urquiza

Por Rubén Bourlot y Omar Gallay

Todos los pueblos exhiben con orgullo el hecho de ser la cuna de personalidades destacadas. Así Yapeyú se anuncia como la patria chica del libertador San Martín, la colombiana Aracataca, se presenta como el lugar de nacimiento de García Márquez; San Juan muestra los vestigios de los primero pasos de Sarmiento; Caracas atesora la casa donde nació Simón Bolívar, y así podríamos seguir.
En Entre Ríos, una de las figuras más reconocidas de su historia, el general Justo José de Urquiza, que llegó a ser presidente de la Confederación Argentina, no tiene una ciudad o pueblo que refugie su memoria natal. No se trata de Concepción del Uruguay donde descansan sus restos mortales. El sitio donde se escuchó su primer llanto es un lugar no precisado del interior del departamento Uruguay, en el casco de una antigua estancia que perteneció a su padre, José o Josef de Urquiza.
Monolito sobre la Autovía José Artigas
Una investigación inédita nos acerca ciertas certezas sobre el sitio.
“De acuerdo a la mayoría de los historiadores, el Gral. Justo José de Urquiza nació en la Estancia San José, ubicada en El Talar del Arroyo Largo (hoy Urquiza) el 18 de octubre de 1801.
“Fue bautizado el 21 de octubre por el capellán fray Juan Claramonte, quien estaba a cargo del oratorio mandado construir en la estancia por su padre.
“En verdad este templo fue proyectado por Dn. Pedro Duval, anterior propietario, y del cual Dn. Josef  de Urquiza fuera administrador.
 “En oportunidad de la visita pastoral que hiciera al lugar el Obispo Benito Lué y Riega el 24 de mayo de 1804, recibió los oleos bautismales.”


Entre el Talar y los Corrales
El antiguo casco de la estancia San José desapareció con el tiempo, pero aún se conservan algunos indicios en la zona que comprende los límites de las colonias Las Achiras y Quinto Ensanche de Mayo. “A unos quinientos metros al sur del actual casco de la Estancia Villa Teresa, cruzando el arroyo Las Achiras, que a los pocos metros confluye en el arroyo Urquiza, junto con su similar El Cordobés que corre desde el norte, se encontraban unos corrales de un metro de alto hechos con piedras (areniscas) abundantes en la zona1, muy cercanos al antiguo oratorio, la casa familiar y de la población (personal de la estancia) que Dn. Josef hiciera edificar.
“Existen dos versiones sobre el lugar preciso donde el Organizador de la Nación dio sus primeros berridos. La tradición histórica lo ubica el en el paraje denominado ‘El Talar’ que comprendería una zona que otrora habría estado dominada por estos árboles, al oeste del actual puente sobre el arroyo Urquiza en la Autovía General Artigas (ex Ruta 14).
“La otra referencia, menos conocida pero con fuerte arraigo en la tradición lugareña, determina como lugar de nacimiento la casa paterna que se situaba en cercanías de los ‘corrales de piedra’.
“Refrenda esta última presunción, los recuerdos de la hermana del General, Dña. Flora del Carmen de Urquiza de Soler, que residiendo en Buenos Aires al momento de la inauguración de un monumento recordatorio a la vera de la ruta 14, en 1937, dice en un pasaje de la misiva que envió en adhesión al acto:
‘Mi intención al escribirle es relatarles un hecho que acudiendo a mi memoria, despierta dudas sobre si el Gral. Urquiza nació en el llamado “Talar” o en  “Los Corrales”. Era más o menos alrededor de 1860 y yo, niña aún, volvía de con mi padre de un viaje a la Colonia San José por él fundada. Habíamos concurrido a una fiesta de aniversario, habíamos estado en la casa de Peyret, habíamos visitado las granjas y recibidos grandes agasajos. Volvíamos a la ciudad del Uruguay en la volanta usual en esos años y al pasar por Los Corrales, hoy Villa Teresa, y donde existe de pie un antiguo corral de piedra, mi padre, señalándome la casa, me dijo, más o menos: ‘Ves, hija, ahí he nacido yo’. Esta referencia de mi propio padre, que recuerdo muy bien, me ha hecho dudar siempre sobre el sitio que la tradición a señalado como lugar de su nacimiento, “El Talar”, y he querido ponerla en su conocimiento, no para menguar el calor del homenaje, sino para aportar un antecedente que pueda abrir un camino nuevo a las investigaciones históricas del hecho’.
Casco de la estancia Villa Teresa
“En el mismo sentido, Dn. Marcelo Tito Sáenz Valiente, nieto del General Urquiza y que viviera hasta su muerte en Villa Teresa -propiedad heredada de su madre Teresa de Urquiza de Sáez Valiente, la cual la hubo comprado oportunamente a su hermano Cipriano de Urquiza quien la recibiera en sucesión-, explicaba a los visitantes que la casa de Dn. Josef se encontraba al sur de los corrales de piedra y que allí había sido el lugar de nacimiento de su abuelo. Por consiguiente, renegaba del emplazamiento que oportunamente se había hecho de un monumento recordatorio en la ruta 14, el cual llamaba a una falsa interpretación al rezar en su inscripción ‘sitio del nacimiento’”.

Los homenajes a Urquiza
En 1901, con motivo del centenario del nacimiento del Organizador, entre el 17 y el 20 de octubre se llevaron a cabo diversos actos de homenaje en Concepción del Uruguay, el Palacio San José, en la capital provincial y en el sitio probable de su nacimiento.
Los festejos en el sitio del nacimiento, Caras y Caretas 1901
“El acto central se realizó en arroyo Urquiza, en la ya derruida casa que perteneciera a los padres del General.
“Treinta carruajes y tilburis (2) partieron con ese destino bien temprano a la mañana. De igual manera lo hicieron jinetes y carretones que condujeron a señoritas, caballeros y niños.
“A pesar que las maestras estaban sufriendo una demora de seis meses en percibir sus sueldos, también se adhirieron al acontecimiento, dado que junto a sus alumnos de escuelas y colegios dedicaron y descubrieron la placa alusiva, la que fue acompañada por un ‘lacónico discurso’ por parte del alumno Parodié, de la Escuela Mixta.
“Se sirvió un almuerzo del cual participaron unos 300 comensales, entre autoridades y público en general.
“A las 5 de la tarde estuvo de regreso en Concepción del Uruguay la caravana integrada por  treinta y un carruajes y cincuenta jinetes.”

1 Una de estas construcciones se conservó originalmente hasta la década de 1970, en que fue destruida por estar formando parte de un importante banco de piedra arenisca, el cual fue explotado para la extracción del material para la construcción de caminos, más precisamente de la cercana Ruta Nacional Nº 14.
2 Carro de dos ruedas y dos asientos, con capota, tirado por un solo caballo.
  
Fuentes:
- Diario La Juventud – 27/octubre/1901
- Revista Caras y Caretas, Bs. As., 1901

22/11/11

Rosas "siempre ha sostenido con energía los derechos de la soberanía e independencia nacional”

Por Ángel Harman*

Esta declaración no proviene de un simpatizante del ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, ni de algún escritor contemporáneo. Tal vez quienes no están interiorizados de los pormenores de la historia argentina, se sorprenderán al conocer la identidad de quien escribió estas palabras: fue el general Justo José de Urquiza, quien lo expresó en sendas cartas; una, fechada el 27 de diciembre de 1858, dirigida al ex gobernador y ex encargado de las relaciones exteriores  asilado en Inglaterra; la otra es una carta del mismo año, dirigida a Juan Bautista Alberdi.
Se preguntarán por qué razón, después de haber pasado seis años desde la batalla de Caseros que terminó con la renuncia y exilio de Rosas, el presidente de la Confederación Argentina  hizo estas declaraciones. Para comprenderlo, hay que retroceder al mismo año 1852, en que la legislatura de Buenos Aires, en un acto de total injusticia, había confiscado los bienes de Juan Manuel de Rosas, condenándolo casi a vivir en la indigencia. Ante tal situación, Urquiza derogó el malhadado decreto y ordenó la devolución de los bienes del proscripto.
En respuesta a esa medida, Juan Manuel de Rosas le escribe a Urquiza el 3 de noviembre de 1852, para hacerle conocer su gratitud. Entre otras expresiones, escribió Rosas:
 “V.E. ha colmado de consideraciones a mi apoderado amigo Nepomuceno Terrero, ha derogado el decreto que confiscó mis propiedades, en que eran envueltas las inocentes de mi hija, y ha dispuesto se me las entreguen. (…). De mi deber es presentar a V. E. esta declaración ingenua de mi entrañable reconocimiento. Si en mis circunstancias, en el retiro y silencio de mi vida privada, en un país extranjero, cree V. E. que en algo alguna vez llegara a serle útil, y quisiera ocuparme, tendré el placer de servir a V. E. en cuanto me sea posible”.
 A partir de entonces, hubo un intercambio de correspondencia entre ambos hombres, quienes habiendo superado antiguas diferencias, pudieron mantener sinceras relaciones de cordialidad y respeto.
Como consecuencia  de la secesión de la provincia de Buenos Aires ocurrida el 11 de septiembre de 1852, y el rechazo porteño a integrarse a la Confederación Argentina encabezada por el presidente Urquiza, nuevamente la legislatura porteña decretó la confiscación de las propiedades de Rosas. Ante esta situación, el 6 de octubre de 1857 el exilado le escribe a Urquiza suplicándole que diera a conocer en los periódicos su protesta contra la ley de la provincia de Buenos Aires que lo privaba de sus bienes.
El presidente de la Confederación Argentina calificó a dichas medidas confiscatorias como “injustas y violentas”. En carta a Rosas  [24 de agosto de 1858], el presidente Urquiza le expresaba:
                           “Por mi parte debe Vd contar con que ejercitaré toda mi influencia en su obsequio”, y al ofrecerle su ayuda y la de sus amigos, agregaba: “Ella no importará otra cosa que la expresión de los buenos sentimientos que le guardan los mismos que contribuyeron a su caída; pero que no olvidan la consideración que se debe al que ha hecho tan gran figura en el país, y a los servicios altos que le debe y que soy el primero en reconocer, servicios cuya gloria nadie puede arrebatarle, y son los que se refieren a la energía con que siempre sostuvo los derechos de la soberanía e independencia nacional.”[1] [Resaltado en negrita por A.H.] 
Poco después, enterado Urquiza de la precaria situación económica del ex gobernador, le remite mil libras esterlinas. Una vez más, Rosas le escribe una carta,  en la que agradece esa actitud con estas palabras:
“¿Podré alguna vez pronunciar su nombre, su justicia, sus demostraciones generosas con que sabe explicarse, sin hallar mi corazón ocupado de la gratitud, de la ternura y del respeto?”.   Vuelve a referirse a Urquiza  en la correspondencia con su amiga Josefa Gómez: “Lo poco que tengo lo debo al General Urquiza. ¿Cómo así podía dejar de serle perdurablemente agradecido?”.
Luego, en los momentos en que la confrontación entre la Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires había llegado a su punto más álgido, Rosas vuelve a explayarse en una carta al presidente, en la que juzga que era el deber de todos apoyarlo e insinuaba la conveniencia de su perduración en el gobierno, porque “si V. E. falta, –le dice- los errores han de ser tales, tan terribles y tan funestos, como los que hemos visto y estamos viendo en los que mandan en Buenos Aires”.
Durante un tiempo más, continuó el intercambio de ideas y comentarios entre dos de los  personajes destacados en los tiempos de la formación institucional argentina. Como ha ocurrido con otros actores de la historia, aquí o en cualquier lugar, no hubo rencores permanentes ni deseos de revancha, sino que se confrontaron de proyectos y  se superaron  diferencias.
Por cierto, que el conocimiento histórico se logra, no mediante la búsqueda de conspiraciones, ni en la exaltación de prohombres o en la lapidación de réprobos, sino haciendo un esfuerzo por comprender de qué modo operan y piensan los actores sociales, cuáles son sus divergencias y convergencias.

Concepción del Uruguay, 21 de Noviembre de 2011


[1] Cuatro meses después, en carta dirigida a Juan Bautista Alberdi, representante del gobierno de la Confederación ante los Estados europeos,  Urquiza hizo parecidas apreciaciones sobre la actuación de Rosas: “Yo no puedo dejar de prestarle la consideración que se merece un hombre que ha estado al frente de la nación y donde ha prestado servicios cuando menos por la energía con que siempre ha sostenido los derechos de la soberanía e independencia nacional.



Fuentes
ALBERDI, Juan Bautista, Escritos póstumos, Buenos Aires, [Reedición de 16 tomos] Universidad Nacional de Quilmes, 2002.
BOSCH, Beatriz, Urquiza y su tiempo, Buenos Aires, Eudeba, 1980
GRAS, Mario César, Rosas y Urquiza. Sus relaciones después de Caseros, Buenos Aires, 1948
IBARGUREN, Carlos, Juan Manuel de Rosas. Su vida- Su drama – Su tiempo, Buenos Aires, Sopena, 1941

*El profesor Ángel Harman es autor de "Los rostros invisibles de nuestra historia. Indígenas y africanos en Concepción del Uruguay"

13/10/11

Urquiza, Fragueiro y los trenes

Por Rubén Bourlot

El antecedente más remoto sobre el tendido de una red ferroviaria en el país corresponde a una iniciativa del general Urquiza – entonces presidente de la Confederación Argentina –, y de su ministro de Hacienda, Mariano Fragueiro, que en 1854  propuso la construcción del tendido ferroviario entre las ciudades de Rosario, puerto de ultramar de la Confederación, y Córdoba, lugar de paso obligado hacia el puerto de Rosario desde el oeste y norte del país.
Primeramente se construiría el primer tramo del Ferrocarril Central Argentino (F.C.C.A.) -tal era el nombre del proyecto- desde Rosario a Córdoba (en la mente de Fragueiro figuraba su continuación hasta Chile, previo paso por Mendoza) con los dividendos obtenidos por la emisión autorizada al Banco Nacional de la Confederación (unos 6.000.000 de pesos fuertes). Para los estudios previos se contrató al Ingeniero Allan Campbell.
Este proyecto tuvo su origen en el acuerdo del 28 de enero de 1854, mediante el cual el Gobierno Delegado inició contactos para contratar un ingeniero norteamericano “inteligente práctico en caminos de fierro (…)” Así se llega a setiembre de 1854 cuando el ingeniero Allan Campbell eleva su propuesta para realizar el reconocimiento del terreno entre Rosario y Córdoba, la cual es ratificada por el poder ejecutivo.
Al año siguiente, por ley del 24 de junio de 1855, se ratificó el contrato con el ingeniero Allan Campbell para “efectuar un reconocimiento científico, levantamiento de planos y demás necesarios para el estudio del terreno que media entre un puerto del Paraná y la ciudad de Córdoba, para la construcción de un Ferro-Carril.” Y el 30 del mismo mes se promulga otra ley que autorizaba a contratar la construcción del ferrocarril con participación del estado como accionista. Se preveía además la futura prolongación de la línea hacia Cuyo, Santiago de Chile y Valparaíso.
El proyecto ferroviario quedó paralizado por las sucesivas crisis económicas que se produjeron después de la renuncia del ministro Fragueiro.

11/8/08

El plan económico de Mariano Fragueiro

Por Rubén Bourlot

Mariano Fragueiro, cordobés, comerciante y economista con ideas influidas por la escuela de Saint Simón, en particular sobre el concepto del banco como palanca de desarrollo del estado, era un admirador de Pedro Leroux, el socialista francés embanderado en la lucha contra las plutocracias y por los derechos sociales a la vivienda, el alimento y el vestido. También habría recibido la influencia del sansimonismo español representado por José Andrés Casacuberta que en 1836
enunció la diferencia entre el crédito privado y el crédito público, y el papel de los bancos, sostiene Alfredo Terzaga. Néstor Forero, en tanto, señala entre quienes influyeron en las ideas de Fragueiro, a Alexander Hamilton, primer Secretario de Hacienda de los EEUU, quien en 1790 en su informe sobre el Banco Nacional sostiene que “Un Banco Nacional es una institución de importancia capital para la prosperidad de la administración de las finanzas, ya que permite a los gobiernos, especialmente en épocas de emergencia, obtener la ayuda pecuniaria necesaria”.
Fragueiro, ministro de Hacienda del Gobierno Nacional Delegado – a cargo del Ejecutivo de la Confederación -, tuvo bajo su responsabilidad el diseño del plan económico para superar la grave crisis que enfrentaba la Confederación, agravada por la escisión de Buenos Aires. “Sin renta, sin moneda, sin comercio regular, sin medios de comunicación, todo era forzoso crearlo, e intertanto [sic] servirse de lo existente en las provincias que más recursos tenían, y en las que resaltaba el sentimiento de nacionalidad”, manifestó el presidente Urquiza en su mensaje al primer Congreso Legislativo Federal.
La Confederación nacía en medio de la pobreza y debía arreglársela con los escasos recursos que se podían obtener en las regiones con una relativa prosperidad como lo eran el Litoral y Cuyo. José A. Terry dice que “sobre esas bases, bien deleznables por cierto, había que fundar y sostener un gobierno nacional con necesidades apremiantes creadas por la misma situación y con un enemigo al frente, relativamente poderoso.” Además, el gobierno federal se debía hacer cargo del pago de la deuda contraída con el Brasil por los tratados de 1851 para financiar la campaña contra Rosas, y que ascendía a 400.000 patacones, y de las deudas de las provincias asumidas al nacionalizar las aduanas.

El estatuto del crédito y la hacienda
El proyecto para establecer el plan económico presentado ante el Congreso Constituyente – que actuaba como legislatura ordinaria -, conocido como Estatuto para la organización de la hacienda y el crédito público, se convertiría en la primera ley económica de la nación el 9 de diciembre de 1853. El mismo contiene un pormenorizado análisis de la situación económica y establece las medidas a implementar para la administración de la hacienda y el crédito, la instalación y funciones del Banco Nacional de la Confederación, la emisión de moneda, la deuda interna, el funcionamiento de las aduanas, las contribuciones, la explotación de minas y la organización de los correos y postas, entre otros asuntos.
Para algunos autores, los postulados del Estatuto, una verdadera constitución económica del estado con preceptos claramente proteccionistas para promover la construcción de un capitalismo autónomo, se contraponían diametralmente con los principios liberales de la Constitución política sancionada unos meses antes. Para el constituyente Martín Zapata, el estatuto era equiparable a la Constitución aprobada meses antes: “ si la Constitución sancionada el 1° de Mayo y promulgada el 25, organizaba al país políticamente por las declaraciones de derechos y garantías y por la construcción y equilibrio de los diversos poderes públicos, el presente Estatuto lo organiza por los intereses materiales creando las más sólidas garantías de orden por la feliz combinación de los intereses privados con los de la nación a través de la sociedad en que vienen naturalmente a refundirse”. Otro constituyente, Juan María Gutiérrez, consideraba que “la Constitución sería un simple desideratus sin el Proyecto del Estatuto Económico(...). Si la Constitución ha establecido la democracia, el Estatuto es la palanca para los grandes fines que la Constitución se ha propuesto”.
La Administración General de Hacienda y Crédito Público estaba conducida por una administración que presidía el ministro de Hacienda y compuesta por los jefes de las oficinas fiscales de hacienda y otros miembros nombrados por el ejecutivo. Tenía como atribuciones la percepción de todas las rentas destinadas al tesoro nacional, el pago de los sueldos, rentas y otros gastos del estado, la compra y venta de bienes por parte del gobierno, el registro y clasificación de la deuda pública interior y exterior, la operaciones de crédito público, incluyendo la emisión de monedas y billetes. También se atribuía la facultad de administrar servicios públicos como casas de seguro, cajas de ahorro y de socorro; la construcción de puentes, muelles, ferrocarriles, canales y telégrafos; el establecimiento de postas, correos, diligencias y vapores para remolque. Debía llevar el registro de la propiedad territorial pública y nacional en toda la Confederación, incluso la subterránea de minas, y el de las hipotecas, censos, capellanías o cualquiera otra que reconozca gravamen.
La Administración General inició sus operaciones con un capital inicial de seis millones de pesos emitidos en billetes de uno, cinco, diez, veinte, cincuenta y cien pesos, de los cuales 2.000.000 se destinaron al giro del Banco Nacional de la Confederación instalado en Paraná. Con esta medida se pretendía sustituir la falta de circulante, financiar los gastos del estado y crear un mercado interno que abarcara todas las provincias.
La constitución de un banco nacional con el monopolio para la emisión de la moneda formaba parte del pensamiento muchos de los economistas y constitucionalistas de la época. Mariano Fragueiro sostenía esa tesis en sus proyectos de estatutos de bancos chilenos y en sus escritos posteriores. Es por ello que ante la falta de circulante metálico para fomentar el comercio interno, concede al banco del estado el privilegio de emitir papel moneda, medida que se correspondía con las necesidades del mercado moderno. En Cuestiones Argentinas afirma que “el papel es la verdadera moneda nacional; tuvo su origen en tiempos de la Presidencia [de Bernardino Rivadavia], y todas sus emisiones se han hecho para objetos nacionales. (…)
“Treinta años hace que circula esa moneda corriente. Retirarla sería trastornar las transacciones, y comenzar el Gobierno Nacional por una bancarrota que sería desprestigiosa y de mal agüero.”
La idea original de Fragueiro era que la moneda circulante en la Provincia de Buenos Aires, emitida desde 1837 por la Casa de Moneda, se adoptara como moneda nacional ya que esta contaba con la aceptación del comercio. “Se dirá, quizá, que no teniendo esta moneda un valor fijo, no tendría circulación; pero observaré que a pesar de faltarle el valor fijo, ella ha circulado y circula en Buenos Aires, porque desde que ella sirve para pagar impuestos y para convertirla en todo otro producto, estos servicios le dan un valor real.”
Martínez Paz explica que para Fragueiro los bancos representaban “la institución capital, el órgano regulador de toda la vida económica y social. Estos pensamientos debieron consolidarse y ahondarse, cuando conoció más de cerca al célebre sistema de John Law, según el que el banco es como el corazón del reino, a donde debe refluir todo el dinero, para que reanude la circulación (…)”
El Estatuto reglamentaba las operaciones de crédito de modo que “no se reúnan en pocas manos, en grandes sumas sino que se divida en el mayor número posible y en pequeñas cantidades; consultando que sus servicios alcancen á todas las industrias y á toda clase de personas.”
Coartado el proyecto de nacionalizar la moneda de Buenos Aires, “Fragueiro impulsó el establecimiento de un banco de Estado, que se suponía podría operar de acuerdo con un modelo saintsimoniano – sostiene Carlos Marichal -. Sin embargo, la instalación del Banco Nacional de la Confederación, en 1854, no coincidió con los deseos de Fragueiro, ya que se convirtió muy rápidamente en un mero brazo de la tesorería deficitaria del gobierno, siendo rechazados sus billetes por los comerciantes de Rosario, Paraná y Santa Fe.”
El Banco fue “el primero que trató de ser verdaderamente nacional - sostiene Terzaga-, emitió billetes por poco más de un millón seiscientos mil pesos fuertes. Ironizando a costa del ministro, sus adversarios llamaban a estos billetes los papeles de Fragueiro.”
El papel que debía jugar una moneda propia formaba parte del pensamiento constitucional de la época, que la consideraba un instrumento esencial para la integración de la economía y símbolo de la soberanía del país. Alberto Ricardo Dalla Vía escribe en un artículo sobre el tema que “sobre estas dos coordenadas, la moneda como facultad soberana y la moneda como instrumento de integración económica, es que la Constitución Nacional ha desarrollado su régimen monetario recogiendo los antecedentes patrios que provienen desde 1812 y que el Dr. Buscaglia ha sintetizado magníficamente en un trabajo de la Academia Nacional de Ciencias Económicas al que me remito, y siguiendo también el antecedente de la Constitución de los Estados Unidos, que como en otros tantos temas ha sido fuente de la nuestra”.
El modelo monetario, tomado por el propio Alberdi de la Constitución norteamericana para elaborar su proyecto constitucional, quedó plasmado en el artículo 65 inciso 10 de la Ley Suprema. No obstante en sus escritos económicos, el autor de Las Bases se mostrará receloso de la emisión de papel moneda por parte del estado como sustituto de la metálica, ya que lo consideraba un empréstito prohibido. “El papel solo es moneda cuando es convertible a la vista y al portador, es decir, cuando no es emitido por el gobierno, deudor supremo y soberano, a quien nadie puede obligarle a pagar cuando no quiere (…). El papel moneda, o la deuda – moneda es la obra y la expresión de los malos gobiernos (…).
A diferencia de Alberdi, Fragueiro sostenía la legitimidad de crédito público obtenido mediante la emisión de moneda por parte de bancos estatales, como factor del desarrollo del mercado interno.
“La pregunta que surge es, de si estábamos en condiciones de iniciar el despegue bajo la propuesta de Fragueiro.”, interroga Emilio Antonio Díaz.

Recursos y política impositiva
El Estatuto delineaba la política para la obtención de recursos mediante la recaudación impositiva, rentas aduaneras y otras fuentes de financiamiento como la venta de tierras públicas y las rentas de correos. Asimismo disponía la facultad para la creación de tributos con el objeto de financiar “urgencias del servicio nacional”, bajo la forma de “contribución directa que impondrá el Congreso Federal por un tiempo determinado, repartida en proporción entre todos los habitantes de la Confederación, o con los arbitrios que mas convinieran á juicio del mismo Congreso”.
Para la aplicación de los tributos se organizaba un “registro de la propiedad territorial pública y Nacional en toda la Confederación, incluso la subterránea de minas, y el de las hipotecas, censos, Capellanías y cualquiera otra que reconozca gravamen”.
Por lo tanto “todos los bienes y haberes de cualquier clase y denominación que la Confederación posee actualmente y poseyere en lo sucesivo, quedan afectos á las operaciones de la Administración General de Hacienda y Crédito, y en consecuencia, la Nación Argentina es responsable a perpetuidad de las resultas que dieren.”
Con estas disposiciones no quedan dudas que el estado reclamaba para sí la propiedad originaria sobre el subsuelo y sus riquezas, y que su posesión implicaba la puesta en producción, con la obligación de aportar al estado.

Régimen aduanero
El régimen aduanero estaba sujeto a una minuciosa reglamentación con el objeto de garantizar el flujo de ingresos al tesoro estatal, tal lo estipulado en el Art. 4º de la Constitución, pero también para motorizar la promoción de actividades económicas, favoreciendo la circulación interna, la protección de las manufacturas locales y el incentivo del consumo. Estas disposiciones se sustentaban en la experiencia de las leyes aduaneras que tuvieron vigencia durante la Confederación rosista, que de manera deliberada o no, protegieron las manufacturas locales.

La cuestión de la deuda
La deuda externa de la Confederación constituía una pesada carga para el nuevo gobierno. Por ello el arreglo de la misma ocupa un lugar privilegiado entre los temas analizado por Fragueiro en sus escritos.
El grueso de la deuda atrasada estaba formado por el célebre empréstito inglés, negociado en 1824 con la banca Baring Brothers, que ascendía a casi ocho millones de pesos metálicos. La solución que proponía Fragueiro era la repatriación mediante el canje de documentos que serían absorbidos por bonos de la deuda interior. “Todas las ventajas que la deuda pública puede procurar al gobierno que la contrae, desaparecen si las rentas se pagan en el exterior – sostenía -. Los cambios, las agencias, las anticipaciones en las remesas para que lleguen en oportunidad y otras varias razones, hacen que el empréstito extranjero sea demasiado oneroso”. Por ello “el patriotismo de los nacionales, en muchas circunstancias aflictivas para el gobierno deudor, es un recurso con el que se debe contar (…)”. Con los acreedores nacionales es posible negociar para variar los plazos, permutarla por tierras públicas o llegar a otro arreglo alternativo, en cambio con la deuda exterior “no hay otro recurso, ni más que hacer que cumplir ciegamente con lo estipulado”, afirma Terzaga.
Este interesante plan finalmente no halló eco en la opinión de los hombres que cristalizaron la Organización Nacional. A la deuda antigua se agregaron los compromisos asumidos por Urquiza para sostener la campaña contra Rosas luego del Pronunciamiento de 1851.

El fracaso del plan Fragueiro
Este primer plan económico que tuvo la Confederación Argentina luego de su organización constitucional tuvo vigencia durante uno pocos meses, siendo cancelado tras el fracaso de la mayoría de las medidas implementadas.
Sin dudas que el plan omitió, a sabiendas, algunos presupuestos, como es que la emisión de papel moneda para financiar el déficit estatal y dinamizar la economía a través de la distribución del crédito no se puede hacer sin un respaldo verificable. Fragueiro había sostenido que “la moneda de banco es una promesa escrita de cierta porción de oro o plata, pagadera a voluntad del pagador, asegurada por la fe pública y por la organización del banco (…)”, y también que “el billete de banco, como la tira de papel, no es moneda metálica, pero hace todas las transacciones como aquella, y se convierte en oro o plata a voluntad de aquella.”
Estas condiciones estaban lejos de cumplirse. En el malogrado Banco Nacional de la Confederación no existían los depósitos metálicos de respaldo, ni la confianza pública, y mucho menos la buena fe y el patriotismo del comercio. A falta de respaldo en oro o plata las emisiones se realizaron con la promesa de respaldarlas con las rentas aduaneras, que no eran precisamente las de la aduana de Buenos Aires, sino las raquíticas oficinas del interior.
Urquiza, al dirigir su primer mensaje al Congreso, explicó que el papel moneda “apareció desprovisto de la buena forma material y sin los mejores auspicios, pues que las primeras emisiones se hicieron para el pago de las deudas atrasadas (…) Durante el tiempo de circulación apareció en algunos mercados una diferencia más o menos alta entre esta moneda y la metálica. Esto no era una novedad ni infracción del derecho. Más ocurrió en otros puntos que la moneda era desechada a pretexto de diferente valor, o se le daba un valor enteramente arbitrario.”
En julio de 1854 se dispuso el curso forzoso de la moneda pero no se pudo revertir la situación, se tuvo que cerrar el banco y rescatar los billetes en circulación.

El plan alternativo
Cancelado el plan Fragueiro, sin un banco y sin moneda circulante, se tomaron algunas medidas de emergencia, como la legalización de la circulación de distintas monedas americanas y un nuevo préstamo tomado al Brasil y al barón de Buschental, pagaderos con los ingresos aduaneros. Para ello se concesionaron las aduanas de Rosario, Santa Fe y Coronda. En un intento por mejorar los ingresos, en 1856 se establecieron las tarifas aduaneras “diferenciales” para evitar el ingreso de mercancía a través del puerto de Buenos Aires.
Para sustituir al cancelado Banco Nacional, por el decreto que lo disolvió se autorizaba negociar la instalación de un banco privado concediéndole las facultades para emitir moneda. El Barón José de Buschental propuso la fundación de una casa bancaria con asiento en Rosario, lo cual fue aceptado en 1855. Casi simultáneamente se autorizó a la firma Trouvé, Chauvel y Dubois a constituir una entidad con la facultad para emitir papel moneda y con privilegios fiscales similares a los del extinguido Banco Nacional. Ambas entidades tuvieron una vida efímera. Posteriormente, en 1857, como consecuencia del Tratado firmado con el Brasil que acordaba la libre navegación de los ríos interiores y un empréstito de 300.000 patacones, aparece en escena el banquero Irineo Evangelista de Souza, mas conocido como Barón de Mauá, que logra la autorización para instalar un banco en la aduana de Rosario con un capital de 2.400.000 patacones. Se le concedió el monopolio para explotar la actividad por 15 años con facultad para emitir billetes, acuñar monedas de oro y plata. El banco recibía los depósitos oficiales y estaba libre de todo tipo de impuestos. Los supuestos beneficios de la entidad para la economía de la Confederación pronto se vieron desvirtuados cuando el banco orientó sus operaciones hacia la provincia de Buenos Aires, donde era más redituable ubicar el crédito.
--------------
Extractado de Mariano Fragueiro y la Constitución Económica de 1853, de Rubén Bourlot, .
Para publicar en este blog enviar los artículos a bourlotruben@gmail.com. Son requisitos que traten sobre la temática de este espacio, con una extensión no mayor a 2500 caracteres y agregar los datos del autor. Se puede adjuntar una imagen en formato jpg.
---------------------------------------------------------------