Por Rubén I. Bourlot
Florencio López, el “Negro López”, fue residente de La Fraternidad, institución señera de la educación entrerriana, en donde cultivó sus primeras amistades y tomó contacto con el espíritu de la entrerrianía.
Tal vez hoy no suficientemente recordado, por algunas ingratitudes de quienes lo frecuentaron, por su propio carácter que alimentó muchos detractores, y por la acción de los medios de difusión que suelen enaltecer lo que esté “de moda”. Se vinculó a las más diversas personalidades de la cultura nacional como el sanducero Aníbal Sampayo, con quien compuso en 1965 el Minué de los Montoneros y a quién ofreció cobijo cuando el poeta de Río de los pájaros fue víctima de las persecuciones políticas en su país y con quien compartió los primeros pasos de Cosquín. También recalaron por su hogar uruguayense Atahualpa Yupanqui, los Fronterizos, Los Chalchaleros, Jaime Dávalos, Carlos Di Fulvio, Luis Landirscina, Horacio Guaraní, Mataco Soria, Enrique Banch, Conrado Nalé Roxlo, Delio Panizza, entre muchos otros.
Un artículo escrito en 1979 se propone rescatar su figura “autodidacta que ha invertido la mayor parte de su vida en un trabajo fecundo y ordenado en la búsqueda permanente de la dimensión del hombre proyectado en el paisaje y a través de la historia (…). Solicitado especialmente como jurado en los variados espectáculos y exposiciones, sobre folklore de jerarquía que se llevan a cabo en el centro y litoral argentino (…)”
Hasta Cosquín
llegaron de su mano y conocieron la popularidad Los Hermanos Cuestas, en 1972.
Y la chamarrita y otros ritmos entrerrianos sonaron en todo el país. También
compartió junto a Lázaro Flury, Domingo Bravo y Guillermo Iriarte la iniciativa
de adjuntar al festival de folklore el Ateneo Folclórico donde se ofrecían charlas
y conferencias.
En su
homenaje la sala de prensa del festival coscoíno lleva su nombre, alguna vez
borrado y restituido en 2012.
En enero de
1980, durante el Festival de Cosquín, recibió una distinción por sus veinte
años de labor a favor de la música folclórica y en esa oportunidad dijo que “Cosquín
es una gran colmena humana donde se elabora la miel de la hospitalidad, del
amor, del respeto y, fundamentalmente, del trabajo”. Y agregó: “pienso que esa
colmena humana que Cosquín difiere de la real colmena, porque ahí no hay
zánganos, todos trabajan.”
Entre sus
innumerables iniciativas se cuenta la publicación de Toponimia de Entre Ríos, vigencia aborigen, una recopilación de
nombres de lugares en lengua guaraní, y la
escuela de danzas Ñaderogamí donde
enseña junto a su esposa María Esther Corbela, los bailes tradicionales, en
particular la chamarrita que se ocupa de rescatar junto a su amigo Aníbal Sampayo.
También con su esposa confeccionan las vestimentas para las coreografías,
reproducidas a partir de la iconografía elaborada por Bonifacio del Carril (Monumenta Iconographica: Paisajes, ciudades,
tipos, usos y costumbres de la Argentina 1536-1860).
Otra
iniciativa fue el homenaje a Francisco Ramírez que en tierras cordobesa, en el sitio probable
de su muerte donde hizo levantar “un monolito sin
apoyo oficial (…)”, según un testimonio de la época.