Por Rubén Bourlot
Hace más de quinientos años la burguesía europea se lanzó a la aventura de los mares, a la conquista de nuevas rutas, de nuevos espacios.
A un humilde y empecinado genovés le tocó realizar el gran hallazgo. Un tres de agosto de 1492 partió de Palos de Moguer con tres embarcaciones que hoy nos parecen de juguete; se lanzó al gran Atlántico plagado de monstruos, de vientos misteriosos, de islas legendarias ...
Al cabo de dos azarosos meses arribó a tierras extrañas. El Gran Capitán nunca supo la real dimensión de su hallazgo. Las mentes simples de los navegantes vieron en estos lares a las codiciadas Indias e "indios" fueron sus habitantes. Pero no era así: un enorme territorio y un inconmensurable mar irrumpían en el mundo europeo de la época. Los hombres de ciencia no podían entender; América no encajaba en sus planes, en sus mapas no había espacio. ¿Y el indio?, ¿qué era eso que llamaban indio? A pesar de las evidencias no lo podían considerar hombres completos porque todo lo de América era inferior: los leones calvos, los perros no sabían ladrar. Por algo sería que en América había más monos que hombres diría Voltaire. Por lo tanto se ocuparon de clasificarlo en la escala zoológica y lo bautizaron con un latinismo: "Aborigen".
Después vino el sueño imperial; el sueño del espacio hispanoamericano. Vinieron curas de sotana medieval, soldados hidalgos cargados de hierro, fundadores con cruces y espadas. Pero el sueño no pudo ser; España se ahogó en el oro de América. En tanto otros europeos preparaban otras conquistas. En el norte americano los ingleses arrasaban con indios y con búfalos sin preguntarle a Dios.
Hoy los hombres simples de la América morena, que tiene mucho de indio y otro tanto de español y de africano, guardan con celo lo que legó España: Dios y la palabra. De los indios también tienen ritos, pobrezas y rebeldías Algunos hombres blancos, en cambio, hoy tampoco entienden y se refugian en discusiones de hace quinientos años. Son hombres blancos defensores de indios. Con cruel ironía frente a la casa del defensor de indios pasa un ciruja con su carrito. A pesar de su rostro cobrizo y su aire aindiado el hombre de ciencia no repara en él; está para cosas más importantes.
Quizás dentro de quinientos años aparezcan hombres de ciencia que se pongan a estudiar los restos fósiles del ciruja y su carrito, de ese hombre con ancestros indios y españoles, que vive aquí cerquita en una casilla de chapas. Pero será quinientos años tarde.
Publicado originalmente en Semanario Hoy, C. del Uruguay, 26/09/1993
Hace más de quinientos años la burguesía europea se lanzó a la aventura de los mares, a la conquista de nuevas rutas, de nuevos espacios.
A un humilde y empecinado genovés le tocó realizar el gran hallazgo. Un tres de agosto de 1492 partió de Palos de Moguer con tres embarcaciones que hoy nos parecen de juguete; se lanzó al gran Atlántico plagado de monstruos, de vientos misteriosos, de islas legendarias ...
Al cabo de dos azarosos meses arribó a tierras extrañas. El Gran Capitán nunca supo la real dimensión de su hallazgo. Las mentes simples de los navegantes vieron en estos lares a las codiciadas Indias e "indios" fueron sus habitantes. Pero no era así: un enorme territorio y un inconmensurable mar irrumpían en el mundo europeo de la época. Los hombres de ciencia no podían entender; América no encajaba en sus planes, en sus mapas no había espacio. ¿Y el indio?, ¿qué era eso que llamaban indio? A pesar de las evidencias no lo podían considerar hombres completos porque todo lo de América era inferior: los leones calvos, los perros no sabían ladrar. Por algo sería que en América había más monos que hombres diría Voltaire. Por lo tanto se ocuparon de clasificarlo en la escala zoológica y lo bautizaron con un latinismo: "Aborigen".
Después vino el sueño imperial; el sueño del espacio hispanoamericano. Vinieron curas de sotana medieval, soldados hidalgos cargados de hierro, fundadores con cruces y espadas. Pero el sueño no pudo ser; España se ahogó en el oro de América. En tanto otros europeos preparaban otras conquistas. En el norte americano los ingleses arrasaban con indios y con búfalos sin preguntarle a Dios.
Hoy los hombres simples de la América morena, que tiene mucho de indio y otro tanto de español y de africano, guardan con celo lo que legó España: Dios y la palabra. De los indios también tienen ritos, pobrezas y rebeldías Algunos hombres blancos, en cambio, hoy tampoco entienden y se refugian en discusiones de hace quinientos años. Son hombres blancos defensores de indios. Con cruel ironía frente a la casa del defensor de indios pasa un ciruja con su carrito. A pesar de su rostro cobrizo y su aire aindiado el hombre de ciencia no repara en él; está para cosas más importantes.
Quizás dentro de quinientos años aparezcan hombres de ciencia que se pongan a estudiar los restos fósiles del ciruja y su carrito, de ese hombre con ancestros indios y españoles, que vive aquí cerquita en una casilla de chapas. Pero será quinientos años tarde.
Publicado originalmente en Semanario Hoy, C. del Uruguay, 26/09/1993