3/8/25

Blasco Ibáñez, las letras, la política y el arroz

Rubén I. Bourlot

 

Un dato efemérico nos lleva a rememorar hechos del pasado. Es una simple excusa. El cinco de agosto de 1909 llegaba a Entre Ríos Vicente Blasco Ibáñez, escritor, periodista y político republicano español, propulsor del naturalismo y del realismo.

Blasco Ibáñez había nacido en Valencia el 29 de enero de 1867 y falleció en Menton (Francia) el 28 de enero de 1928. En torno a la figura del laureado novielista y al periódico El Pueblo, que fundó y dirigió, se desarrolló en la ciudad de Valencia un movimiento político republicano conocido como blasquismo. Entre los años 1898 y 1908, ocupó escaños en el Congreso de los Diputados. En 1908 abandonó la política activa, se marchó a Madrid y se dedicó de lleno a la literatura. Intercalando la política y el periodismo escribió una extensa lista de novelas notables como Sangre y arena, Cañas y barro, La araña negra, Arroz y tartana, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, cuentos y relatos de viaje como Argentina y sus grandezas publicada en 1910. Compartió con Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Azorín y Ramón María del Valle-Inclán, el punto de partida de la novela española del siglo XX.

En 1909, en las vísperas del centenario de Mayo, llegó a la Argentina para pronunciar conferencias con gran repercusión entre el público. Una crónica describió su arribo a la capital argentina el seis de junio de 1909, en el barco Capitán Viana, donde fue recibido en el puerto por unas treinta mil personas convocadas por la prensa. Contaba en esos momentos con 42 años y estaba en la madurez de su vida y de su talento creativo. Su fama se había extendido por medio mundo.

Luego de pronunciar varias conferencias en Buenos Aires sobre los más variados temas: Napoleón, Wagner, pintores del Renacimiento, la Revolución Francesa, Cervantes, filosofía, cocina, etc., compartidas con Anatole France, se arrimó a las tierras entrerrianas.

 

La llegada a Paraná

En los primeros días de agosto Blasco Ibañez arribó a Paraná para ofrecer dos conferencias. Se había despertado una gran expectativa abonada por las crónicas de los periódicos locales. El diario El Entre Ríos anunciaba en su edición del 29 de julio la llegada del escritor a Rosario y la probable visita a Paraná. Diariamente fue publicando informaciones para mantener latente el interés hasta que el 5 de agostó el escritor arribó al puerto local proveniente de Santa Fe.

En Paraná se había conformado una comisión de notables para la recepción integrada por el presidente municipal Jaime Baucis, el presidente del Club Social José S. Viñas, el director de la Escuela Normal Maximio Victoria que acompañaban al Centro Español, organizador las conferencias. A la noche pronunció su primera disertación en el salón Rodrigo debido a que el teatro 3 de Febrero no fue cedido por sus autoridades según informó el periódico citado. Desarrolló su conferencia durante dos horas donde repasó su obra y se refirió a Émile Zola, el del polémico “yo acuso” en defensa del capitán Dreyfus, Jorge Sand, precursora del feminismo, y los escritores rusos León Tolstoi y Máximo Gorky entre otros.

El domingo 8 de agosto Blasco Ibáñez pronunció la segunda conferencia que versó sobre el teatro y la música.

 

“Paraná, la blanca”

Tras su gira por el sur de América escribió un ensayo que tituló Argentina y sus grandezas en donde dedicó unos fragmentos a lo observado en su visita a Paraná.

“Otra vez se rasgó el encapotado cielo, dando paso a la manga solar, que saltaba de colina en colina, como el rayo movible de un reflector eléctrico, y de nuevo apareció la indecisa ciudad con su lejanía de ensueño, empezando a marcarse vagamente en su cima los contornos de torres y cúpulas. ¿Sería Paraná?... Sí, Paraná era.

“Estaban aún muy lejos, pero aquella masa de intensa blancura, festoneada de ramilletes verdinegros, en los que algunos reconocían jardines, era, indudablemente, la graciosa ciudad que durante algunos años sirvió de capital a la Confederación Argentina.

“Media hora después la vi en todo su esplendor. Rasgándose definitivamente las nubes, y el sol de la mañana reverberó en el enjalbegado de sus edificios. Era una ciudad semejante a las del viejo mundo y evocaba con su aspecto el recuerdo de la colonización andaluza. Paraná la blanca, tiene la blancura de Cádiz y otras poblaciones del Mediterráneo, que parecen hechas con estearina petrificada. Las torres de su Catedral y de otros edificios públicos, la altura de sus casas, hacen recordar a Toledo y a Segovia, a todas las viejas ciudades españolas situadas sobre una altura y un río al pie. Pero esta es más clara, más  nítida que las monumentales poblaciones de Castilla; tiene un aspecto sonriente y gracioso, que pudiera llamarse meridional; la rodean frondosos jardines, y el río que corre a sus pies no es un río, en un mar encajonado, con revuelto oleaje en días de tormenta y horizontes infinitos, entre las dos costas apartadas.”

 

Arroz y colonos

Pero no solo de letras vive el hombre, y así lo consideraba Blasco Ibáñez que fue colonizador y uno de los pioneros del cultivo de arroz en la región. Fue en la provincia de Corrientes a partir de 1911, y por dos años, se concretaron las primeras siembras del grano en Nueva Valencia (hoy Riachuelo),  colonia fundada como una aventura del escritor español que invirtió las ganancias de su labor literaria para radicar colonos provenientes de Valencia (España) en Río Negro y Corrientes. En el lugar se construyeron canales y riego a base de un motor de vapor para elevar y distribuir el agua. Finalmente la iniciativa fracasó.

El cultivo de arroz (Oryza sativa L.) se practica en la región desde la época de colonial. Las primeras referencias corresponden a Félix de Azara, quien cuenta que fue introducido por los jesuitas en las Misiones durante el siglo XVII.

En Entre Ríos no hay registros de su cultivo hasta la década de 1930. El DIARIO, en 1933, informaba sobre la primera cosecha de arroz en el establecimiento Santa Cándida, departamento Uruguay. La implantación del grano estuvo supervisado por el ingeniero japonés Kawanguchi. Informaciones de los medios locales dan cuenta de que en el campo de cuatro hectáreas se realizó la siembra experimental que tuvo dificultades a causa de la langosta que por esa época diezmaba los cultivos. Se ensayaron distintas variedades para adaptarlas a nuestro suelo y clima.

1/8/25

Fusilamiento de los comandantes Santa María y Cóceres

Rubén I. Bourlot

El 1 de agosto de 1828 eran fusilados en Nogoyá Juan Santa María y Tomás Cóceres en el contexto de la anarquía política que vivía Entre Ríos en esos tiempos.

En la década que se inicia en 1820, tras la batalla de Cepeda que descabeza transitoriamente el poder centralista de Buenos Aires, las provincias inauguraban un proceso de organización institucional con cierta autonomía. Entre Ríos en principio se integró a la República de Entre Ríos bajo el liderazgo de Francisco Ramírez pero a mediados de 1821 éste cayó muerto en los confines de Córdoba en su último intento por hacer cumplir lo acordado en el Tratado del Pilar.

La desaparición del Supremo trajo como consecuencia la disolución de la República de Entre Ríos. En la provincia se impuso como gobernador Lucio N. Mansilla sostenido por el gobernador santafesino Estanislao López. Esta primavera política se prolongó durante su gobernación y la de su sucesor José León Sola que culminó en 1826. No obstante, el gobernante porteño debió sortear varios intentos de insurrección por parte de los seguidores de Francisco Ramírez, encabezadas por su medio hermano Ricardo López Jordán, Anacleto Medina, Gregorio Píriz y la propia madre del Supremo, Tadea Jordán.

Finalizada la gobernación de Sola, que contó con el apoyo de Buenos Aries, se abrió la caja de Pandora que dejó escapar las desgracias de la anarquía, un complejo periodo de inestabilidad política.

 

La carencia de liderazgos

Para el historiador Pedro Kozul “en Entre Ríos, no sólo la destrucción por la guerra sino la vigencia de una estructura política anclada en villas y pueblos de alcance local, afectarán negativamente el deseo de consolidar un poder central. Ese problema no lo tuvo ninguna otra provincia, todas son como dijo Chiaramonte antiguas ciudades con sus áreas de influencia.” A esto agregamos por nuestra cuenta que tras la muerte de Ramírez no surgió en la provincia una figura con el liderazgo del Supremo que logre superar los caudillismos locales e imponer su autoridad al frente del gobierno. Sólo el poder armado del gobernador santafesino Estanislao López había logrado sostener a Mansilla y Sola al frente del ejecutivo provincial.

A partir de ese momento se sucedieron más de una decena de gobernadores; algunos permanecían unos pocos días en funciones. López Jordán, Sola, Barrenechea, Zapata, García de Zúñiga, Espino, asumieron sucesivamente el gobierno sin poder consolidar el poder en medio del caos. “Estas acciones armadas contra los gobernantes alcanzan un número de catorce levantamientos desde 1821 hasta 1828, entre revueltas, sublevaciones, fusilamientos y levantamientos propiamente dichos”, dice Kozul.

 

La sublevación

Entre los varios movimientos insurreccionales, en 1827 el teniente coronel Tomás Cóceres encabezó una sublevación de tropas en Montiel debido a lo cual el gobernador circunstancial, Mateo García Zúñiga, ofreció gratificar con la suma de quinientos pesos a quien lo entregara vivo o muerto pero sin lograr el objetivo.

Al año siguiente el mismo Cóceres, junto con el comandante Juan Santa María, volvió a levantarse en armas contra el nuevo gobernador José León Sola a quién arrestaron y sometieron a juicio ante el Congreso, designándose en su reemplazo a Vicente Zapata. Pero luego Cóceres, como una veleta, cambió de parecer y  encabezó un contramovimiento para hacerse nombrar encargado de las armas de la Capital y exigir la reposición del propio Sola.

El Congreso, el 24 de julio, entregó el mando al gobernador depuesto y dispuso que se pusiera "perpetuo silencio sobre los acontecimientos del 24 de junio". Además ordenó: "Que el caudillo don Juan Santa María salga desterrado de esta provincia quitándole los despachos que ha tenido por la provincia".

Sola, temeroso de las dobleces de los conspiradores, resolvió contar por los sano, no cumplir con lo dispuesto por el Congreso y ordenar un consejo de Guerra para juzgar la conducta de Cóceres y Santa María. El proceso culminó con la sentencia a muerte de los conjurados, pena que se ejecutó el 1 de agosto de ese año.

En los libros parroquiales de Nogoyá se registra la siguiente partida: "En el año 1828 del Señor a 1º de agosto di sepultura en el Campo Santo de esta viceparroquia con oficio menor rezado a los cadáveres de Juan Santa María, natural del reino de Galicia, de 42 años de edad y casado en la ciudad de Tucumán con doña Dolores Miñan y de Tomás Cóceres natural del Paraná como de treinta y tantos años de edad, casado con Mercedes López, los que fueron fusilados oy día de la fecha a las 11 de la mañana habiendo recebido el sacramento de la penitencia y de la eucaristía y por berdad lo firmo. Leonardo Acevedo".

 

La trayectoria de Santa María

Uno de los conspiradores, Juan de Santa María, vio malograda así una carrera auspiciosa. Había combatido junto a Belgrano como lo expresa el creador de la bandera en un informe: “El oficial de artillería don Juan Santa María sirvió conmigo en el Paraguay, y habiéndole dejado en el ejército del norte cuando fui llamado á esa ciudad de resultas del 5 y 6 de abril de 1811, se desempeñó muy bien en el sitio de Montevideo, según el concepto general, y obtuvo ascensos.” Luego tuvo una reconocida actuación en la batalla de Tucumán (1812). Desconocemos en qué momento pasó a Entre Ríos donde se desempeñó como comandante del Parque y de la fortaleza de Paraná.

Imagen: pirámide que recuerda Batalla de Tucumán. Hay una placa donde figura el nombre de Santa María.

Las primeras huelgas obreras en Entre Ríos

Rubén I. Bourlot

El 4 de agosto de 1862 los obreros del Saladero Santa Cándida, propiedad de Justo José de Urquiza, ubicado al sur de Concepción del Uruguay se declararon en huelga paralizando totalmente la actividad del establecimiento.

El reclamo había comenzado en julio de 1859 cuando los obreros de la sección grasería del saladero abandonaron el trabajo porque no se les pagaban las papeletas. No fue la primera huelga de obreros pero sí el puntapié de un conflicto que escaló y que en 1862 terminó en un paro general de todas las secciones del establecimiento.

Como antecedente de estos movimientos de reclamo obrero en 1854 se registró el paro de los obreros del saladero Gianello, en Gualeguaychú, a partir de la queja de un administrador por la falta de dinero para pagar los salarios. Esta sería la primera huelga colectiva que se produjo en el país por parte de trabajadores que no estaban sindicalizados.

“La razón principal de las huelgas que estudiamos en los saladeros entrerrianos fue la falta de pagos –escribe Rodolfo Leyes-, y estas conllevaron acciones directas en su sentido más original.

La huelga más antigua que registramos para la provincia data de 1854, cuando escribía Ángel Elías a Urquiza solicitando ‘una resolución que calme la alarma general que hay en las familias y mui principalmente en los pobres, que no tienen qué comer, porque el carnicero y todos los que venden comestibles quieren plata o quieren recibir el papel al precio que les acomoda (...) Hoy ha llegado al punto esa situación, pues los jornaleros ya empiezan a no querer recibir papel. Los peones del saladero de Gianello se le amotinaron, y los que yo tengo trabajando en mi casa hoy me han dicho que no quieren papel, porque no se le reciben y si van a comprar algo les dicen que no hay cambio […] (Carta de Ángel Elías a Justo José de Urquiza, Gualeguaychú, 10 de julio, 1854)’”

Este pasaje, rescatado originalmente por Roberto Schmit, constituye el primer registro de una huelga de obreros en la Argentina hasta el momento.

En Santa Cándida

En julio de 1859, los obreros de la grasería del saladero Santa Cándida abandonaron el trabajo porque no se les pagaban las papeletas, lo que generó nuevamente las protestas de los encargados según una carta de Antonio Prego a Vicente Montero del 22 de julio, 1859.

Finalmente, en agosto de 1862, parece haber sucedido la primera huelga total del establecimiento. Hasta este momento teníamos huelgas parciales, de diferentes secciones. Pero en aquel año, el encargado del saladero comunicaba a Urquiza:

“Creo mi deber manifestar a S.E. que la pandilla de vascos, peones, graseros, jaboneros y demás gente empleada en este establecimiento no seguirán su trabajo ordinario si llegara a no pagársele siquiera la mitad de sus sueldos en dos o tres días. Digo esto, seguro como estos de que todos ellos se han convenido unánimemente, especialmente la pandilla. (Carta de Ballestrini a J.J. Urquiza, 4 de agosto, 1862)

 La pandilla de vascos

Urquiza Almadoz explica que los obreros vascos tuvieron un papel gravitante en los movimientos de protesta.

“Es interesante destacar -escribe-, dentro de este conjunto de obreros, las tareas cumplidaspor la ‘pandilla de vascos’, en el proceso de industrialización de la carne y el cuero. (…) Estos obreros –afirma Macchi- generalmente se trasladaban en grupos desde Buenos Aires en la época de la faena.

“En verdad, constituían una organización para el trabajo de carácter gremial, puesto que en la condiciones fijadas para su contratación, no sólo imponían el salario que debía pagárseles, de acuerdo a la función realizada, sino que establecían la determinación exacta del trabajo que cada uno debía cumplir.

“Y hay más todavía. Seguros de su capacidad y del valor de su trabajo, los vascos no trepidaron en llegar a la huelga para reclamar por sus derechos.”

 

Bibliografía consultada

Urquiza Almadoz.O. F. (2002). Historia de Concepción del Uruguay 1783-1890. Comisión Técnica Mixta de Salto Grande. T II Pag 66

Leyes, R. (2014). Destellos de un nuevo sujeto: Los conflictos obreros en los saladeros y la formación de la clase obrera entrerriana (1854-1868). Mundo Agrario, 15(30). Recuperado a partir de http://www.mundoagrario.unlp.edu.ar/article/view/MAv15n30a08

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