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1/4/17

Crónicas de vagabundos

Por Rubén Bourlot

Aventureros, trotamundos, vagabundos. Aventureros siempre los hubo, y atravesaron nuestras lomadas, y dejaron sus historias imborrables que se trasmiten por generaciones. 
“Tú me desprecias por ser vagabundo 
y mi destino es vivir así
si vagabundo es el propio mundo
que va girando en un cielo azul”
Dice la letra de una popular canción que interpretaba el trío Los Panchos.
Los “turcos” con sus valijas de vendedores, los linyeras, crotos o como se les llame que siempre encontraban un jarro de agua fresca, un trozo de pan y un colchón para pasar la noche. Y otros muy curiosos como son los casos del “Vasco de la carretilla” y el ucraniano que sacaba fotos en bicicleta.

La carretilla y el hombre 
Un día se apareció por Concepción del Uruguay con su carretilla a cuestas. Era el hombre que portaba la carretilla, o la carretilla que transportaba al hombre. A esa altura, con más de una década de andar caminos juntos, hombre y carretilla eran uno. Le decían “El Vasco de la carretilla” y en cada lugar que arribaba ganaba la portada de los periódicos, y cuando no los había, el rumor corría de boca en boca.
Larregui y su carretilla
Guillermo Isidoro Larregui Ugarte era su nombre y había nacido en Pamplona, en el país Vasco, el 27 de noviembre de 1885, conocido como El Vasco de la carretilla y también "El Quijote de una sola rueda". Llegó a Buenos Aires en 1900 con solo 15 años y tuvo varios trabajos en distintos puntos del país. En 1935, estando en Santa Cruz, apostó que era capaz de llegar a Buenos Aires a pie, detrás de una carretilla. Ya tenía 50 años pero el espíritu y el físico que le envidarían muchos jóvenes. Desde que partió, ante la incredulidad de la mayoría, hasta que finalmente arribó a Buenos Aires, pasaron 14 meses. 
Recorrió, en 14 años (1935 a 1949), más de 20.000 kilómetros a pie empujando una carretilla de 130 kilos. En su transporte llevaba lo indispensable para sobrevivir: una carpa de 2,5 m. de largo por 2 m. de ancho; un catre, colchón y colcha. Herramientas completas, utensilios de cocina, calentador, juego de lavabo, cepillos, brocha, navaja y provisiones.
Llevó a cabo cuatro caminatas. La segunda la comenzó en 1943, desde Coronel Pringles (provincia de Buenos Aires.), y la finalizó en La Paz (Bolivia). La tercera la realizó desde Villa María (Córdoba), hasta Santiago de Chile, y la cuarta y última caminata la efectuó desde Trenque Lauquen (Buenos Aires), hasta el Parque Nacional Iguazú, en Misiones.
Función de teatro a beneficio
del vasco de la carretilla
El último itinerario es el que comprendió la Mesopotamia y tocó distintas localidades entrerrianas. Venía precedido de una bien ganada fama que se reflejaba en los medios nacionales. 
Una pequeña publicación de Concepción del Uruguay, Palenque, le realiza una entrevista en 1944 a su llegada a la ciudad. “Una visita inesperada pero grata ha venido a sorprendernos, se trata del original y popular Don Guillermo Larregui… - escribe el periódico- quien junto al polvo de los caminos nos ha traído su bagaje de interesantes historias…”. Ante la pregunta si no se aburre de viajar en soledad, manifiesta que ya está acostumbrado, que tuvo un perro llamado Pancho “que fue mi compañero cuatro años hasta que una insolación lo mató en Santa Fe. Ahora ando en busca de un cachorro bueno que quiero enseñar a mi manera.”
Cuenta Larregui que en sus viajes tomas fotos y apuntes con la intención de volcarlos en un libro. Y también relata sus viajes y que su primera carretilla fuera depositada en el Museo de Luján. 
Cuando le preguntan si obtiene algún beneficio económico con sus aventuras responde: “Aunque nada tengo, nada quiero. Esta hazaña la he realizado porque la prometí cumplir. Con ser hombre de palabra cualquier vasco está bien pagado”.

El fotógrafo en bicicleta
Otro trotamundos que marcó su presencia en nuestra comarca fue el iniciador de una saga familiar de fotógrafos: Nicolás Warenycia.  Había venido de la remota Ucrania, trayendo sobre su piel las marcas indelebles de la guerra y en su corazón el deseo irrefutable de encontrar su lugar en el mundo. Se había casado con Miguelina Manlulak, a quien había conocido en la ciudad de Apóstoles, Misiones, adonde había arribado a su llegada de Ucrania.
Como dato anecdótico podemos agregar que en su vivienda tenía una mandolina y un clarinete, y que cada mañana, puntualmente a la hora diez, daba a sus hijos una clase de lectura, escritura y oralidad en idioma ucraniano.
Warenycia y su bicicleta
Finalmente recaló en Arroyo Barú, donde se dedicó a múltiples actividades, tales como la de "catango" del ferrocarril, albañil, reparador de objetos diversos (relojes de pared, acordeones, bandoneones, etc.) y, en la última época, comerciante.
Pero sin dudas, en la que más se destacó fue en su profesión de fotógrafo, dejando plasmadas en cientos de imágenes las impresiones características de la vida pueblerina, en sus diversas facetas.
Siendo muy joven y curioso, había aprendido la técnica fotográfica en su lejana Ucrania, observando a un soldado de los que se habían acantonado en la casa de su abuela, utilizándola como improvisado cuartel.
Según relata su hija Amelia, antes de contar en su vivienda con un cuarto de revelado, realizaba dicho procedimiento dentro del tanque de agua de la estación. En esa época los negativos eran de vidrio, y Nicolás se movilizaba en una bicicleta, a la cual le había adosado un cajoncito, donde acondicionaba todos los elementos necesarios para el ejercicio de su profesión.

Bibliografía:
Norma Cooke y Susana de Santiago,  Por los senderos de la memoria. Narrativa histórica de Arroyo Barú, Colón, 2011.
Txema Urrutia, El vasco de la carretilla: 14 años a pie por la República Argentina, 1935-1949,   Ed. Txalaparta, Tafalla, 2001.
“Nos visitó ‘El Vasco de la carretilla’, en Palenque, 30 de marzo de 1944 y 15 de abril de 1944.
https://es.wikipedia.org/wiki/El_Vasco_de_la_Carretilla

7/9/11

Nicolás Warenycia, el fotógrafo del pueblo

El presente texto lo extraemos del libro “Por los senderos de la memoria. Narrativa histórica de Arroyo Barú” de Norma Cooke y Susana de Santiago, de reciente aparición. El relato refleja la actividad de los fotógrafos de pueblo o de los que en otras épocas cuando no existían las cámaras digitales ni las portátiles, y el hacer un retrato de  familia era toda una ciencia oculta, se internaban por la campos ofreciendo sus servicios de fotografía. Así se recuerdan, por ejemplo, a Rafael Almeyra que estuvo afincado en Colón o su hijo José María (llamado Rafael también) que visitaban escuelas rurales para retratar a los alumnos.


Había venido de la remota Ucrania, trayendo sobre su piel las marcas indelebles de la guerra y en su corazón el deseo irrefutable de encontrar su lugar en el mundo. Finalmente lo encontró en Arroyo Barú, donde se dedicó a múltiples actividades, tales como la de "catango", albañil, reparador de objetos diversos (relojes de pared, acordeones, bandoneones, etc.) y, en la última época, comerciante.
El fotógrafo y su bicicleta
Pero sin dudas, en la que más se destacó fue en su profesión de fotógrafo, dejando plasmadas en cientos de fotografías las impresiones características de la vida pueblerina, en sus diversas facetas.
La vida lo había marcado con las señales indelebles que deja en un niño el haber salvado milagrosamente su vida en varias oportunidades. Siendo muy joven y curioso, había aprendido la técnica fotográfica en su lejana Ucrania, observando a un soldado de los que se habían acantonado en la casa de su abuela, utilizándola como improvisado cuartel.
Según relata su hija Amelia, antes de contar en su vivienda con un cuarto de revelado, realizaba dicho procedimiento dentro del tanque de agua de la Estación. En esa época los negativos eran de vidrio, y Nicolás se movilizaba en una bicicleta, a la cual fe había adosado un cajoncito, donde acondicionaba todos los elementos necesarios para el ejercicio de su profesión.
Se había casado con Miguelina Manlulak, a quien había conocido en la ciudad de Apóstoles, Misiones, adonde había arribado a su llegada de Ucrania, confiando en recibir una ayuda que nunca se le brindó,
Como dato anecdótico podemos agregar que en su vivienda tenía una mandolina y un clarinete, y que cada mañana, puntualmente a la hora diez, daba a sus hijos una clase de lectura, escritura y oralidad en idioma ucraniano.


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