Por Rubén Bourlot
La colonización agrícola iniciada a mediados del siglo XIX
se lleva a cabo con inmigrantes europeos y en pocos casos con criollos. Ese
proceso inmigratorio que se da principalmente en Santa Fe y Entre Ríos permite
el acceso a la propiedad de la tierra en pequeñas concesiones que le
posibilitan al productor vivir con su familia. Se constituyen establecimiento
de tipo “granja mixta” donde se alterna con el cultivo de cereales, la cría de
pequeños y grandes animales, el cultivo de una huerta, árboles frutales. Como
consecuencia se produce un notable incremento de la población rural. Distinta
es la situación de los inmigrantes de los aluviones posteriores – la inmigración
golondrina que luego se afinca en la región pampeana – que se convierten en
aparceros de los grandes terratenientes y su tarea se circunscribe
exclusivamente en la producción de granos para la exportación. Esto desalienta
la diversificación de cultivos y la implantación de árboles frutales y otro
tipo de explotaciones agropecuarias puesto que el chacarero no es dueño de la
tierra. Cada tanto, con la finalización de los contratos parte de las familias
de aparceros se traslada a las grandes ciudades en busca de oportunidades
(Rosario o Buenos Aires).
Esta situación provoca coyunturas de tensión con lo sucedido
en la primera década del siglo XX con el Grito de Alcorta, cuando los
chacareros se levantan en protesta por los precios de los alquileres y las
condiciones de los mismos.
Otra etapa que marca cambios cualitativos en la producción
rural es la sanción del Estatuto del peón de campo en 1944. Mejoraron las
condiciones del trabajador rural con la garantía de un salario, pero también
produce un cambio favorable en las explotaciones ya que los propietarios empleadores
se ven obligados diversificar la actividad para aprovechar al peón
mensualizado.
El despoblamiento del campo, fenómeno del siglo XX, se
inicia precisamente por la falta de posibilidades de acceder a la tierra, por
la subdivisión de las propiedades por la herencia, la falta de capital para
ampliar los predios. Los hombres de campo se van trasladando a las ciudades,
para trabajar en las fábricas y otras actividades urbanas Los propietarios
prefieren vender la propiedad y probar suerte en las ciudades donde tienen
acceso a una vida más confortable y mejores perspectivas a sus hijos: estudio
por ejemplo. Pero muchos terminan sobreviviendo en barrios de emergencia.
Los planes de colonización van perdiendo impulso y los
últimos con cierto grado de masividad se dan en la década del 60 pero sin
demasiadas adecuaciones a los nuevos sistemas de producción.
Hoy, con los cambios en la tecnología, los nuevos
requerimientos del mercado, los avances genéticos el campo se ha transformado
en un espacio vital para muy pocos. Quienes carecen de capital venden o
arriendan y se van a vivir a las ciudades. Los que explotan el campo tampoco
viven en el lugar. Son propietarios o contratistas que tiene sus residencias en
ciudades o barrios privados. Sólo algunos sectores productivos como la cadena
avícola, con sus bemoles, garantiza la permanencia de la población rural, y en
parte la actividad tambera. No obstante, la avicultura también va en camino a
desplazar mano de obra con la creciente automatización de las instalaciones que
busca una mayor rentabilidad sin atender a las necesidades sociales. Lo mismo
puede suceder con los tambos y otras explotaciones.
La producción rural en la actualidad está “colonizada” por
contratistas, pooles de siembra y empresas integradas, altamente concentradas, sostenida
por capitales de los más diversos orígenes y muchas veces dudosos, que
convierten la ruralidad en un extenso desierto verde. Falta por lo tanto la
escala humana.
Es por ello que se necesita pensar, en una perspectiva de medio
siglo hacia el futuro, o más y plantearse cambios de paradigmas. Los problemas
actuales más acuciantes de la mayoría de los países son la urbanización cada
vez más insalubre e inviable en materia de infraestructura, el despoblamiento rural, la sobreexplotación
del suelo con el consecuente agotamiento de su fertilidad, la saturación de tóxicos
para combatir malezas y plagas, la destrucción del medio natural: bosques, ecosistemas,
la desaparición de la biodiversidad, el reemplazo de especies naturales por organismos
genéticamente modificados. La tecnología puesta al servicio del lucro de un
cada vez más reducido grupo de actores no ofrece soluciones a las cuestiones
planteadas. Los sistemas productivos a partir de la crianza intensiva de
animales bajo el modelo de “fábricas” logran un incremento exponencial de la
producción pero sacrifica la calidad natural del producto. Está probado que el
bienestar del animal impacta positivamente sobre la calidad de los subproductos
que se obtienen: los corrales de engorde (para los anglófonos feedlots), la
avicultura en jaula y otras técnicas que mantienen a los animales encerrados,
inmóviles y alimentados con dietas artificiales son la contracara de una
producción amable con la naturaleza y por ende saludable. Por otra parte este
tipo de instalaciones provocan un impacto contaminante en el entorno y reducen
considerablemente la ocupación de mano de obra.
Hasta el momento la producción natural (orgánica),
diversificada y rotativa es poco viable por la falta de capacitación,
concientización, y por los costos, según
las reglas del mercantilismo actual. Se tiende a plantear discursos extremistas
que niegan los avances tecnológicos, como son lo que llevan adelante determinadas
organizaciones ambientalistas. Las experiencias utópica de aldeas tipo hippies
no son viables ni económica ni socialmente. Pero por otro lado la tecnología,
reiteramos, está puesta al servicio de un mercado deshumanizado. Y los centros
de desarrollo, tanto privados como públicos, dirigen la investigación en ese
sentido.
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Es hora de ir pensando en cambios de paradigmas. La tierra
como los yacimientos de minerales, petróleo, el agua, los ríos y mares, y el aire son recursos naturales cuya propiedad
no debe tener el mismo tratamiento que la propiedad de un bien manufacturado
por el hombre. La tierra es un recurso natural que no lo produjo la mano del
hombre por lo tanto su ocupación o propiedad debe estar limitada a una función
social. Este es el primer paso para llevar adelante reformas profundas que lleven
a una nueva “colonización” rural. Si así lo pudieron hacer en el siglo XIX, no
es utópico pensar en nuevas maneras de producción a escala humana, con el
aporte de los adelantos tecnológicos a su servicio.
Se debiera plantear una distribución de los recursos, en
este caso de las tierras, para reinstalar familias de productores en unidades
de superficie de extensión razonable, que hagan sustentables las actividades.
Para hacer posible estos cambios se necesita de la planificación de acciones
desde el estado, y a largo plazo. Hay que prever planes de capacitación y
adiestramiento a través de escuelas agrotécnicas, e INTA y otros organismos,
una convocatoria amplia para la migración garantizándole a los interesados
todas las posibilidades y las comodidades similares a las que gozan en las
grandes ciudades: acceso a la comunicación, esparcimiento, fuentes de energía
como electricidad y gas, posibilidades de capacitación y estudios. Con las
nuevas tecnologías, las fronteras entre la ciudad y el campo tienden a
desparecer.
Se podrían radicar familias, esa es la idea, en las parcelas
o en centros de población adyacente a los campos, similares a las aldeas de los
alemanes del Volga, que permitan concentrar servicios y facilitar la vida
social. Esos lugares, además podrían ser centros de comercialización y de
manufacturación de la producción, integrados al circuito comercial mediante una
red caminera adecuada, inclusive redes ferroviarias.
También se necesitará cambiar los mecanismos para incorporar
maquinaria y tecnología, ya que la inversión necesaria no podría ser soportada
por los productores en forma individual. Es por ellos que se deben buscar
alternativas asociativas, como las cooperativas, para adquirir la maquinaria y
administrarla para uso común. Algo así lo pensaba hace medio siglo Bernardino
Horne, cuando proyecta los contratos para la utilización comunitaria de
tractores y otros implementos.
Otra cuestión a resolver con este nuevo sistema es la
utilización de productos químicos para combatir plagas y maleza, inclusive para
la fertilización. Hay que buscar alternativas de manejo incluyendo el control
mecánico para evitar la contaminación con sustancias riesgosas y que como valor
agregado, incorpore mano de obra. Un ejemplo puede servir para ilustrar. En la
zona de colonia 1º de Mayo, un agricultor solía tener su chacra, que sembraba
con lino o trigo, totalmente libre de malezas a través de su paciencia y precisión
de cirujano para eliminarla manualmente. Tenía el hábito de recorrer
diariamente el sembrado con una azada al hombro y con eso era suficiente. Si se
aplica ese sistema a escala, con incorporación de trabajadores que realicen una
tarea similar, se podría llevar adelante una agricultura mucho más limpia,
diversificada y más independiente de las compañías monopólicas que producen
químicos y patentan semillas modificadas genéticamente. El sistema no sólo
serviría para los cultivos, sino para limpiar los campos de pastoreo y los de
ganadería bajo monte. Pensemos en cientos de trabajadores ocupados en las
tareas de las chacras mixtas bajo un régimen laboral de estabilidad para lo
cual es necesario combatir los sistemas de contratistas y las falsas “cooperativas”
de contratación de trabajadores golondrinas. Para ello desde el estado se debe
proporcionar el acceso a la vivienda y al bienestar a estos trabajadores,
inclusive contribuir a sostener el costo laboral para fomentar la contratación
por parte del productor.
No pensamos en una colectivización al estilo stalinista ni
nada semejante sino es la necesidad de ir pensando alternativas para un futuro
no tan lejano, en donde se considere al
hombre como el verdadero destinatario de la riqueza que él mismo produce y la
naturaleza como un recurso al servicio de la sociedad en su conjunto.
Parafraseando a la canción “la tierra
me la han prestado y tengo que devolverla…”