Por Rubén Bourlot
Una mañana luminosa el
hombre estaciona su Ford A frente al almacén. Un caballo atado a un sulky
dormita aburrido, sujetado a uno de los postes dispuestos al efecto. Los perros
husmean en los alrededores y cada tanto arremeten, con una corta carrera,
detrás de una de las tantas palomas que pugnan por su alimento diario entre las
gramillas.
El hombre del Ford A
ingresa al comercio y saluda a Marcial, uno de los hermanos Fusey, que atiende
detrás del mostrador, y a los dos único parroquianos que con aspecto de
amanecidos discuten acerca de… un bulón! El hombre se ofrece por si necesitan
alguna cosa de Colón, adonde se dirige. Luego parte a la ciudad y retorna cerca
del mediodía, donde encuentra los dos parroquianos, con varias cañas demás, que
siguen discutiendo acerca… del bulón!
Los boliches,
bolichos, bares y almacenes con despacho de bebidas suelen ser los lugares de
encuentro, donde se tejen negocios, se intercambian los sucesos de la zona, y en
el cual la vida transcurre entre charlas insubstanciales y anécdotas de lo más
diversas. Y ahí siempre están las infaltables mesas para el truco o el
chinchón, o el nueve (mientras no caigan los milicos).
Almacén Piñón a principios del siglo XX |
Luis Luján, de
Gualeguachú, pero nacido en Ceibas cuenta que en la plaza de la localidad hace
unos años se instaló la primera radio de frecuencia modulada sobre una casa
rodante. La emisora pasaba música con dedicatorias a pedido de los vecinos. A los
parroquianos del Boliche de Luján o Ceibas City (así con ese nombre autóctono),
de aburridos nomás, se les ocurrió inventar dedicatorias y acercárselas a la
radio. Éstas eran a propósito cruzadas, de un marido a la esposa de otro y así
sucesivamente, dando lugar a conflictos familiares que responsabilizaron al
dueño de la radio. Alterados los ánimos un buen día los damnificados decidieron
pasar a los hechos y terminaron incendiando la emisora.
En Villa Elisa, una
mañana de lunes, en un bar atendido por una mujer y con una clienta también
mujer, se originó un interesante diálogo. Era la década de 1970, luego de una
carrera de la entonces muy popular Fórmula Entrerriana, que se había disputado
en el autódromo Salvia, cerca de San José. La parroquiana le pregunta a la
bolichera: “¿escuchaste la carrera de ayer?”, a lo que la otra responde “sí,
pero un ratito nomás, porque no relataba la Mona”. La interlocutora asiente y
agrega: “y sí, no es lo mismo, si no relata la Mona. Es como la aspirina, si no
es la Cafiaspirina parece que no te hace efecto”. La Mona es el apodo de
Eduardo Pedro González, entonces popular relator de automovilismo de LT 26 la
radio AM de Colón.
Almacén Iglesias incorporado a la toponimia |
Según cuenta la
tradición, José Hernández cuando vivió en Paraná solía frecuentar los bolichos
que rodeaban el Mercado de La Paz. Ahí se granjeó el apodo de Matraca por el
vozarrón que tenía. Cientos de apodos, esa costumbre bien entrerriana, nacieron
en la abulia bolichera. En un bar de Villa Elisa un día escucharon que estaba
pasando un avión, algo no tan habitual, y los clientes salieron a la puerta
para observar el aparato, Uno de ellos con algún conocimiento de mecánica aguzó
el oído y diagnosticó: “viene con el pistón pinchao…”, y le quedó para siempre
el sobrenombre Pistón Pinchao. Luis Luján, en una lista de parroquianos del ya
mencionado Ceibas City, nombra a “los itinerantes como Pastelón Traba, y otros
que de tanto estar se mimetizaban en el ambiente y uno nunca sabía si estaban o
se habían ido. Pulga Frita se plantaba en la puerta del boliche con su metro y
medio de estatura y decía: ‘no he venido a armar contienda/ más si alguno me
provoca/ le voy a tapar la boca/ con algo que no es pañuelo/ y va a rodar por el
suelo/ igual que víbora loca…”
En un boliche de 1º de Mayo seguramente se apodó a un vecino como
Caja de Cambio, porque cuando abría la boca mostraba una generosa dentadura,
similar a cuando se destapa una caja de cambio que muestra los dientes de los
engranajes. El ingenio para hacer analogías no tiene límites.
A otro frecuentador de
boliches y bares que solía demorarse en volver a su casa, tanto que siempre
llegaba después del mediodía, mereció el sobrenombre de Garibotti, en alusión
al locutor y periodista Luis Garibotti que por esos tiempos era corresponsal en
Buenos Aires de una radio local que emitía un programa después del mediodía.
Pulpería Impini fundada en 1889 |
En los nombres de
estos negocios predominan los apellidos de los propietarios, como los ya
mencionados y otros con cierta fama que excede los límites comarcales como la pulpería
Impini, en la zona de Larroque, el almacén Don Leandro de Hocker, el bar del
Chino Locker en el ejido Colón, y Almacén Iglesias en el departamento Paraná
que ya forma parte de la toponimia de la zona, o el antiguo almacén Piñón de
Las Achiras, también conocido como El Carrizal. Otros nombres de fantasía se
repiten en la geografía del estaño, como El Resorte, inspirado en el
tradicional personaje de Luis Landriscina (Don Verídico), El Tropezón, en
alusión a de los accidentes de los parroquianos excedidos de libaciones,
Isidoro, inspirado en el reconocido personaje de historietas, o La Pantera
Rosa, en San Cipriano, cuya alusión es más que obvia, entre otros.
Las humoradas cargadas
corren como reguero, pero cuando se involucran los dueños a veces no caen bien
en la clientela. Dicen que eso habría sucedido con el bar del Palma, por el
apodo de su dueño, en 1º de Mayo. El
Palma tenía un grabador de esos de cinta abierta que por las noches, cuando se
llenaba de clientes, lo ponía a funcionar, y al otro día, junto a un grupo más
selecto, escuchaban las conversaciones. Por cierto que el rumor corrió entre
los parroquianos que ante la eventualidad de ser grabados poco a poco se fueron
retirando del lugar hasta dejarlo sin clientela.
Y ya “es hora de
tomarse un kirse”, escuchado en el boliche de Boujón de Las Achiras, con el
doble sentido de tomarse alguna bebida y retirarse.
Fuentes y bibliografía:
- Testimonios de Luis Luján
- weblogs.clarin.com/puebloapueblo/2010/03/10/el_boliche_de_lujn_o_ceibas_city/