Por Rubén Bourlot
En las cercanías de la localidad de Hughes, departamento
Colón, Entre Ríos, un siglo atrás funcionó un establecimiento agropecuario de
singulares características. Aún hoy se encuentran ruinas de lo que fue el sueño
socialista de Juan José Durandó (Jean Joseph Durandó).
En 1978, quien escribe visitó los vestigios del
establecimiento, enredados entre la maleza, y recogió testimonios de vecinos y
descendientes de Durandó que residían en Colón. Entre otros a Eduardo Durandó, de
82 años, hijo de Juan José y quien vivía junto a dos hijas. En Hughes el guía
fue Raúl Morel, uno de los propietarios de una tradional panadería del lugar.
El socialismo utópico entre nosotros
Según relata el historiador Héctor Norberto Guionet, “la creación
del "falansterio" (de colonia Hughes), fue una experiencia insólita
del siglo XIX, una comunidad singular que vivía del trueque. Jean Joseph
Durando, fue sin duda su principal protagonista”.
El término “falansterio,
viene de falange. Significa edificación para actividades de gente que vive en
comunidad. La recreación del falansterio surge de las ideas de François Fourier
(1772-1837), socialista utópico francés, uno de los antecesores del socialismo
científico, autor entre otras obras de El
nuevo mundo industrial y societario”, sostiene Guionet y agrega “era una
asociación voluntaria de familias que vivían en comunidad. Nadie los obligaba;
el que quería entraba, como en una cooperativa”.
Según lo expresa Guionet, el valesano Jean Joseph Durando
había formado un pueblito, una "petite place", con los que lo
seguían, llamado también colonia Hugues.
En sus orígenes fue establecimiento Agrícola-Industrial, que después
tomó el nombre de su fundador, Durandó.
Las ruinas del falansterio
En 1978, se podían ver los vestigios de un establecimiento agropecuario fuera de
lo común, creada por un visionario. Aún
permanecían en pie las gruesas paredes de ladrillos de varias construcciones.
En el interior, existían sótanos de dimensiones considerables a los que
se accedía mediante escaleras de madera de muy excelente confección. Lo mismo
se podía decir de los techos y sus pisos que se conservaban en buen estado.
Era interesante observar los baños para el personal,
individuales y de una construcción que poco difería de las actuales.
Otra construcción de que llamaba la atención era el molino
harinero, con paredes construidas con enormes piedras labradas, que funcionaba
con un motor a vapor apoyado sobre una enorme piedra. Varios basamentos de este
tipo se podían ver en las construcciones aledañas.
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Edificio de la escuela en 1978 |
También permanecía en
buen estado la edificación la escuela primaria que funcionaba en la granja, con
su techo a dos aguas y cielorraso de paja.
En los alrededores se erguían ejemplares de de un
monte frutal con ejemplares de perales, durazneros, entre otras especies. También
había plantaciones de robles, coníferas y
otros.
Un molino abastecía de agua a tanque de hierro remachado,
que se distribuía mediante cañerías que aún se podían ver.
Dentro de las habitaciones de lo que fuera la residencia
quedabann algunos restos de muebles y un baúl de viaje con una inscripción de
despacho desde Francia a “Villa Colón” a nombre de P. Massera.
Un día en la Granja Durandó
Es la madrugada de un nuevo día, allá por los finales del
siglo diecinueve. Aún las sombras impiden vislumbrar el paisaje ondulante
cubierto por espinillares que años atrás invadían la zona, pero que a esta altura
van dando paso a las mieses, día a día más extendidas merced al trabajo de los
gringos inmigrantes.
En las chacras el canto de los gallos se oye mezclado con
las voces somnolientas de los colonos que se aprestan para iniciar - una vez
más - las tareas en las chacras. En uno de esos establecimientos, muy singular,
en la colonia fundada por don Luis Hughes, la actividad va tomando el ritmo que
no se detendrá hasta el anochecer. En todas las edificaciones resplandecen las
lámparas de carburo. Más de un centenar de almas darán la emergía a esa máquina
que es el establecimiento de José Durandó. Luego del humeante desayuno, preparado
por el cocinero Julio Antonio Jaton, cada hombre y cada mujer partirán rumbo a
su lugar de trabajo, donde los encontrarán los primeros albores del amanecer.
Minutos después, la escuela se puebla de voces infantiles,
donde los niños observan atentos las explicaciones de la maestra Elena
Andreasi. Cerca del molino harinero la gran caldera, una innovación, comienza a
inyectar vapor para movilizar la maquinaria de la molienda y del torno, que en
manos de Humberto Haudemmand proveerá de los útiles necesarios para el trabajo
cotidiano.
Desde el edificio principal, Juan José Durandó imparte
órdenes y supervisa las diversas tareas. La actividad continuará a lo largo de
toda la jornada hasta que el astro rey de paso a las primeras estrellas. Así
todos los días, hasta el domingo, día destinado al reposo y la meditación. Entonces la banda de música
descubrirá sus relucientes bronces dando la nota agradable a la jornada.
Dice Héctor Guionet que “Durandó incluyó en su búsqueda el
auxilio religioso a su numerosa comunidad a la que inducía, no a un nihilismo
que negara toda creencia, pero sí—consciente de que todo se desarrolla en el
interior del hombre —a un nuevo compromiso con la fe en lo que Grand Père proveía mostrando el camino
por seguir cada vez que su interlocutor —Monsieur Durandó—lo consultaba
concentrándose en sus invocaciones al caer la tarde.
Su palabra era, entonces, la palabra de Dios. Ello así
aunque cada vez que anunciaba: ‘Hablé con Mon
Père, Notre Père o Le Grand Père’, agregaba que también los
demás podían lograr una comunicación directa con Él sin su intermediación”.
Quizás diste en algo o en mucho de la realidad esta
reconstrucción imaginaria de una jornada en el establecimiento Agrícola
Industrial de Juan José Durandó de colonia Hughes. Pero sí podemos afirmar que
por aquella época el trabajo era duro, constante y por cierto consecuente, pues
aun lo demuestran los vestigios que perduran. El progreso del establecimiento
fue fruto de ese trabajo.
Hombres, mujeres y oficios
EI alma mater de todo ello fue don Juan José Durando, nacido
en Turín (Italia) el 7 de marzo de I842, hijo de Constantino Durandó y María
Luisa Coquoz. Se nacionalizó Suizo, casándose en Vevey (Suiza) con Ema E.
Pittex, oriunda del Cantón de Vallais, nacida el 28 de marzo del 1862. Según
Héctor Guionet, había nacido en Evionnaz, cantón del Valais, Suiza.
Durando llegó a estas
tierras el 18 de diciembre de 1874 y realizó varios viajes a Europa para traer
inmigrantes y materiales para su singular establecimiento. Sin duda la prédica entusiasmaba
a los europeos que se embarcaban en la búsqueda de una nueva quimera. En
diciembre de 1888 traslada de Europa a su familia.
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Eduardo Durandó, hijo de Juan José |
En 1894 vuelve de Europa con Pedro Massera que tendría un papel fundamental en el
desenvolvimiento del establecimiento. Nacido en 1847 en Cicogna (Italia), hijo
de Juan Massera y Teresa Reggazzini. Se casó con Carolina Crivelli en 1870. Este
empresario de obras, tal su título, asociado a Durandó fue responsable de la
organización y construcción de las edificaciones de la granja.
En la documentación donde figuran los datos personales de cada
uno de los habitantes del establecimiento resulta muy ilustrativo observar los
oficios de muchos de ellos. En su mayoría son agricultores. Además podemos
individualizar nombres como Enrique Corbaz, jardinero, Juan Ducret, sastre,
Augusto Hegglin, tornero, Humberto Haudemmand, carpintero, Julio Antonio Jaton,
un exquisito cocinero, José Raynaud zapatero y Francisco Juan Massera (hijo de
Pedro) que figura como dibujante pero que luego de separarse del
establecimiento continúa sus estudios, y es responsable de la construcción de
la costanera colonense.
Cabe acotar que Francisco Massera es el padre del almirante
Emilio Eduardo Massera. En 1807 ingresa a la granja Juan Bautista Andreasi, italiano,
nacido en 1883, de profesión tenedor de libros.
En junio de 1903 también hace su ingreso Elena Andreasi, maestra
jardinera de Concepción del Uruguay, que desempeña tareas docentes hasta 1916
cuando se retira "por su propia voluntad" como reza en los apuntes citados.
EI establecimiento también contaba con un prestigioso grupo
musical. Una banda que actuaba no sólo dentro del mismo sino también en
localidades vecinas como San José, Colón y en oportunidad de inaugurarse la
capilla San Luis Gonzaga de Hughes.
Indudablemente la evolución de la granja tuvo un momento de
gran auge, para luego ir declinando su actividad que la llevó a su
desaparición. Si bien no tenemos precisiones al respecto, sabemos que luego del
fallecimiento de Durandó el 3 de octubre de 1916, el establecimiento continuó
en manos de su administrador Antonio Ramat.
La institución fue decayendo teniendo que soportar el asedio
que se imprimía desde afuera por diversos motivos y también por la
disconformidad de los miembros del grupo por el rigor impuesto. Tal vez la
intolerancia religiosa y política fueron definitorias, como lo insinúa Guionet
cuando se refiere a los conflictos entre Durandó y el cura de la iglesia de
Hughes: “Contrariado el abate de Hugues
lo visitó para tratar de disuadirlo de continuar considerándose con el
poder de comunicarse con Notre Père y
transmitiendo a las personas la voluntad divina sobre cómo resolver sus
cuestiones domésticas. No logró convencerlo y esto enojó aún más al cura
católico. Se quejó entonces al párroco de Colón y al obispo de Paraná. Lo acusó
de que el casi centenar de personas que vivían en el establecimiento trabajaban
los días de guardar, que había chicos sin bautizar y que no siempre recibían
enseñanza religiosa.
“La autoridad católica consideraba el Falansterio de Durando
de ‘espiritista’. La Iglesia lo combatía y había logrado la deserción del
Establecimiento de numerosas familias”. Luego de disuelta la institución muchos
de sus antiguos integrantes dispersos volvían a reunirse los 12 de enero para
festejarla llegada del año.