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8/6/25

Aprender para subirse al tren de la era digital

Rubén I. Bourlot

 

Hoy estamos viviendo nuevos tiempos donde se debate la irrupción de la inteligencia artificial (IA) como un acontecimiento que nació hace unos días nomás. Pero es un fenómeno que tiene raíces bastante profundas en el tiempo aunque no lo hayamos percibido.

También en estos días recrudece el debate acerca de los aprendizajes escolares a la luz de las evaluaciones educativas. Es evidente que el sistema educativo de nuestro país, y tal vez es una problemática mundial, no supo adaptarse a esta nueva realidad de cambios tecnológicos aparentemente acelerados.

El inicio de la revolución digital, por calificarla de alguna manera, en Argentina podemos situarla en los años ’60 del siglo XX cuando ingresaron las primeras computadoras como la emblemática “Clementina”. Eran máquinas que aceleraban los cálculos a lo que luego se incorporaron las calculadoras electrónicas.

A principios de los ’70 se enseñaba en las escuelas secundarias la numeración binaria. Fue un pequeño avance para introducirnos en el nuevo mundo digital; para ambientar a los estudiantes en algo que aún para muchos era algo incomprensible.

Con el tiempo hicieron su aparición las computadas personales y finalmente los teléfonos celulares. La escuela accedió a los instrumentos como las notebooks y celulares pero poco avanzó en el cambio del paradigma educativo.

El aprendizaje no se apropió de esa nueva lógica, se durmió en la comodidad que resulta de usar una calculadora, de buscar la información en google y ahora de resolverlo con la llamada IA. La educación y la política no logran aún resolver cómo incorporar a millones de seres humanos a esta nueva realidad. Lo único que emergió es el discurso temeroso ante los cambios sin idear una solución para evitar que parte de la humanidad quede relegada en los márgenes.

 

Inteligencia no tan inteligente

Pero no todo es negativo como lo presentan. No estamos ante una catástrofe. La mal llamada “inteligencia” artificial nunca va a reemplazar al cerebro humano. La digitalización del mundo actual fue un ingenio de la inteligencia humana (IH).

Nuestros ancestros convivían con fenómenos naturales como el fuego y con su inteligencia lograron adoptarlo para mejorar su calidad de vida. Así también inventaron el hacha de sílex, el arco y la flecha y ninguna de esas nuevas tecnologías reemplazaron al cerebro. Por el contrario aumentó su volumen. El tiempo que los humanos se ahorraron en conseguir su sustento le permitieron detenerse a pensar creativamente, a desarrollar su intelecto. Y la población pudo crecer exponencialmente.

Es cierto que estos adelantos tecnológicos también fueron usados para guerra y para el delito. Porque son simples herramientas. No toman decisiones por sí como tampoco lo hace hoy la IA aunque lo parezca. El que tiene pensar y tomar decisiones es el humano que la creó.

Algo similar ocurrió con tecnologías mal usadas años después cuando Alfred Nóbel inventó la dinamita o con la energía nuclear. La fisión nuclear fue utilizada para construir una bomba tan poderosa que es capaz de destruir el mundo que conocemos en un instante. Y para demostrarlo hubo humanos que la probaron sobre el Japón.

Hoy la amenaza nuclear no cesó pero hay cierto consenso de que no se puede usar en las guerras contemporáneas. Esa misma tecnología constituye un valioso aporte para el bien de la humanidad; para la medicina, la producción de energía limpia, etc.

Las nuevas amenazas que aparecen en el horizonte, y tienen en vilo a la comunidad mundial, son la robótica, los medios digitales llamados “redes sociales” y la IA cuando son utilizados para la falsificación, el delito y para la guerra como el uso masivo de drones, el espionaje y la guerra electrónica. Y lo más inquietante: se teme que provoque la atrofia de los cerebros humanos y desplace a millones de personas de sus trabajos actuales hacia los márgenes donde van a medrar para procurarse su sustento diario como en la época de los cromagnones.

Por cierto que quiénes manejan esas tecnologías están probando hasta dónde pueden llegar como lo hicieron en el 45 con la bomba. Hacen como el niño que prueba con sus travesuras buscando que alguien le ponga los límites. Pero lo primero no son travesuras infantiles.

 

En clave educativa

¿Cuál es el límite para el uso de las nuevas tecnologías? La educación es la clave. El aprendizaje en el contexto de un nuevo mundo digital, que comenzó hace más de medio siglo sin que nos demos cuenta, es el nudo gordiano a desatar. Hay que tener en cuenta que nada que haya sido creado por la mente humana (como la IA) puede superarla. Solo hay que adaptarse como lo hicieron los humanos a través de los tiempos.

Si nos ponemos místicos podemos hacer una analogía con las cosmogonías religiosas que conciben a un dios creador de la humanidad. Ese “dios” es poderoso precisamente porque fue el creador y nunca su “creatura” podrá superarlo.

La educación, el aprendizaje humano, tiene que explorar la adaptación a las nuevas realidades y apropiarse de los adelantos tecnológicos. Tiene que pensar nuevos modos de convivencia armónica; una nueva comunidad en donde se conjure el fantasma de la desaparición del trabajo. Es necesario apelar a la imaginación para concebir nuevas formas de “trabajos” que hagan sustentable a la humanidad.

En los tiempos primitivos el “trabajo” consistía en recolectar y cazar para procurarse el alimento y la vestimenta. No había horarios ni intercambios comerciales. No existía el dinero ni la propiedad. En algún momento esa lógica cambió y no una sino varias veces. La creación de instrumentos para prolongar el alcance de la mano fue una. La otra fue la revolución agrícola donde los humanos sembraron y criaron sus alimentos. Y así se fueron sucediendo hasta la revolución industrial que solo tiene dos siglos. Un instante.

 

Tiempos modernos

Nuestra América se incorporó a la era de la modernidad cuando Europa se proyectó a nivel global. La verdadera “globalización” se produjo cuando esos intrépidos navegantes de naves de vela descubrieron que existía nuestro continente. Y fue en ese momento que el continente que bautizaron “Indias” entró a la modernidad de prepo, sin proponérselo.

La modernidad se agotó a fines del siglo XVIII para ingresar a una nueva era que no es la “contemporánea” sino la industrial. Y nuestro continente no subió a ese tren. Tal vez como consecuencia de la apertura comercial de la monarquía borbónica que gobernaba España y luego por el fracaso de los proyectos continentales de los liberadores. Los reinos americanos que se fueron emancipando, fragmentados, se incorporaron como proveedores y consumidores de las revoluciones industriales europea y norteamericana, y se quedaron en la periferia.

En algún momento del siglo XX la era industrial dio paso a una nueva era que a priori llamamos tecnológica digital. La revolución digital.

China es consecuencia de ese cambio de los tiempos históricos. De ser un país de plantadores de arroz a mediados del siglo XX se salteó la modernidad y la era industrial para, alrededor de 1980, emerger como una nueva potencia.

Nuestro continente, que no tuvo su era industrial propiamente, tiene que dar el gran salto a la etapa del desarrollo tecnológico digital.

Siempre la tecnología ayudó al humano. Nunca fue un obstáculo cuando fue bien usada. Desde el  momento que se inventó el arco y la flecha la búsqueda de los alimentos se tornó más eficiente y las personas ganaron tiempo que invirtieron en pensar, crear y evolucionar.

Por cierto que no todo fue lineal. El tiempo ganado también fue apropiado por determinados grupos sociales en desmedro de otros. La esclavitud fue un proceso por el cual unos utilizaban todo su tiempo en el trabajo para que otros pudieran tener tiempo para pensar. Tal vez el esclavo fue el que hizo parir la filosofía. Luego el industrialismo reemplazó al esclavo por el obrero asalariado con la misma lógica. Tiempo de trabajo para que otros se enriquezcan y una élite pudiera pensar y crear.

 

Aprender en la era digital

Hoy la tecnología puede ser una nueva oportunidad para ganar tiempo. No es que la IA, la robótica y otras tecnologías vayan a hacer desaparecer el trabajo humano sino que va a cambiar la lógica de esos trabajos y nos va a dar más tiempo. Los que hoy plantean reducir la jornada laboral para distribuir el trabajo entre más personas conciben una solución precaria si piensan en los mismos trabajos.

La era tecnológica digital es un cambio de paradigma tan profundo como pudo haber sido la irrupción de la revolución agrícola donde un cazador que recorría bosques y praderas detrás de sus presas tuvo que dejar el arco y la flecha para tomar un arado y quedarse a esperar que el alimento creciera.

Para ello, volvemos al tema, es necesario diseñar un nuevo modelo educativo que enseñe a pensar cómo subirse al tren de la nueva era. Enseñar a pensar, aprender a pensar a partir de nuevos paradigmas. La IA no piensa porque somos los humanos la que la pensamos.

Necesitamos un nuevo modelo educativo que sea práctico, flexible, experimental, donde se aprenda a pensar. Y para ello son fundamentales los contenidos humanísticos como la filosofía, la historia y las letras además de los contenidos de ciencias exactas e instrumentales. Y para eso tenemos una gran ventaja. La tecnología nos va a dejar tiempo para hacerlo. 

20/3/25

El incendio de una promisoria industria tecnológica en Paraná

Rubén I. Bourlot


Una promisoria industria tecnológica radicada en Paraná terminó frustrada por un incendio a mediados de la década del 80. Se trataba de una fábrica de computadoras y calculadoras que se comercializaban con la marca Czerweny, una compañía que apostaba a una industria de punta.

El 10 de junio de 1986 al atardecer el fuego se apoderó del local de la fábrica ubicada en el kilómetro cinco y medio de la ruta 11, acceso sur de Paraná. Los bomberos rápidamente se hicieron presente, consigna la noticia publicada por EL DIARIO, y lograron apagar las llamas en las primeras horas de la noche pero la destrucción fue total. Se perdió la producción y todos los insumos. Lo positivo de la información es que no hubo ninguna víctima.

La empresa tuvo su origen a partir del arribo de Tadeo Czerweny, nacido en 1909 en Ucrania, a Gálvez, Santa Fe, en 1913. En el lugar fundó su primer taller electromecánico que se transformó en una pequeña fábrica montada en la vecina localidad de El Trébol. De vuelta en Gálvez fundó junto a sus cinco hermanos la que luego sería una de las más importantes fábricas de motores eléctricos del país.

En 1958 Tadeo se desvinculó de la sociedad para dedicarse a la fabricación de elementos y accesorios electromecánicos y luego específicamente transformadores, fundando su empresa unipersonal en 1969. Un tiempo después, Hugo Mazer y Oscar Crippa, dos exempleados de IBM, se integraron a la compañía para fundar la división electrónica de Czerweny con una planta en Paraná, en el kilómetro 5,5 de la Ruta Provincial 11, que diseñó la primera calculadora electrónica totalmente nacional, de la que lograron venderse 100 mil unidades.

Poco tiempo le duró la buena estrella. Con el Rodrigazo de 1975 que devaluó abruptamente la moneda y el golpe de Estado del 76 que impuso el modelo económico del ministro Alfredo Martínez de Hoz se vieron invadidos por calculadoras importadas. De esta manera, tuvieron que pasar de fabricantes a importadores, algo que no estaba en el ADN de los empresarios.


Las computadoras ZC

En 1982, luego de la guerra de Malvinas, la división electrónica renació con el fin de importar las Computadoras ZX Spectrum de la británica Sinclair, pero por el bloqueo comercial hacia las marcas inglesas tuvieron que renombrar los productos con una denominación local. También habían ganado un contrato como proveedores de IBM y ante la necesidad de montar nuevas instalaciones para esa producción utilizaron el local de Paraná, Entre Ríos. Prontamente, la nueva fábrica se puso en funcionamiento y comenzó la producción de las fuentes. Simultáneamente obtuvieron la representación de National Semiconductors, lo cual les facilitó importar ciertos chips para experimentar. Con esta experiencia los socios Mazer y Crippa empezaron a soñar con producir computadoras hogareñas, esas primitivas “computers” como se llamaban en la época, que tímidamente se iban instalando en las oficinas.

Dos décadas antes de esta incipiente industria había llegado al país la primera computadora científica bautizada Clementina. Era un armatoste que no tenía teclado ni monitor, contaba con 5Kb de memoria RAM y con sus 18 metros de largo ocupaba toda una habitación. Fue traída por el Instituto de Cálculo y la carrera de “Computador Científico” de la Universidad de Buenos Aires.

Decididos a picar en punta en la industria tecnológica los socios de Czerweny le ofrecieron a Sinclar, que fabricaba la Spectrum, clonar los equipos poniéndole el color local para romper las restricciones del conflicto por Malvinas. Dieron el puntapié inicial y en 1983 Sinclair, a través de la subsidiaria portuguesa Timex, les proveía a Czerweny los chips para la fabricación de las microcomputadoras en el país. A partir de aquí, la empresa paranaense iniciaría una pequeña revolución informática. El primer modelo que hicieron fue el CZ 1000, tomando las siglas de Czerweny para, además, aprovechar el histórico posicionamiento de la marca. Czerweny registró la marca CZ para utilizarla en toda la línea de computadoras electrónicas. De a poco casi todos los componentes, salvo los chips, se fueron copiando y produciendo en el país. Los circuitos impresos, carcazas, fuentes de alimentación, envases especiales, cables y demás accesorios eran fabricados en la planta de Paraná o adquiridos a proveedores locales, lo que permitía un porcentaje de integración nacional superior al 80%. Los equipos contaban con una entrada para el popular Joystick y el revolucionario botón reset. La empresa llegó a fabricar en el país unos 4000 equipos por mes y ocupaba a 70 personas.


El final no anunciado

En 1986 llegó el final no anunciado. EL DIARIO de Paraná, de once de junio de 1986, en su primera plana informaba sobre un “voraz incendio en una planta industrial” acompañada de una fotografía de los bomberos intentado sofocar las llamas. Según testimonios recogidos por el periódico el día anterior a las 17 horas vecinos del lugar empezaron a sentir olores en la planta que estaba cerrada por el feriado; en esa época se recordaba el 10 de junio la reafirmación de los derechos sobre las islas Malvinas. A las 19,30 el fuego se hizo visible y minutos después llegaron los bomberos. Hacia las 23 el incendio se había apagado pero las llamas ya habían hecho su trabajo. Se quemó todo el equipamiento, la producción y el stock de insumos. No hubo víctimas humanas y no se pudieron establecer las causas del siniestro.

El traspié dejó en una situación de quebrando a la empresa. Los equipos destruidos habían sido cedidos a consignación por IBM y además tenían deudas con la compañía Czerweny de Gálvez. Unas 70 personas quedaban sin trabajo. Por un tiempo siguieron operando en un pequeño galpón en el puerto de Paraná, donde habitualmente depositaban el remanente de equipos que les quedaban. “Teníamos contrato con un instituto de enseñanza de Buenos Aires que vendía cursos de informática con nuestra computadora –dice Hugo Mazer en una entrevista-. Este fue el último cliente que tuvimos, por el año 87. Luego de cumplir con una tanda de equipos, se terminó para siempre nuestra aventura con las Spectrum”.



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