Rubén
I. Bourlot
Hoy
estamos viviendo nuevos tiempos donde se debate la irrupción de la inteligencia
artificial (IA) como un acontecimiento que nació hace unos días nomás. Pero es un
fenómeno que tiene raíces bastante profundas en el tiempo aunque no lo hayamos
percibido.
También
en estos días recrudece el debate acerca de los aprendizajes escolares a la luz
de las evaluaciones educativas. Es evidente que el sistema educativo de nuestro
país, y tal vez es una problemática mundial, no supo adaptarse a esta nueva realidad
de cambios tecnológicos aparentemente acelerados.
El
inicio de la revolución digital, por calificarla de alguna manera, en Argentina
podemos situarla en los años ’60 del siglo XX cuando ingresaron las primeras
computadoras como la emblemática “Clementina”. Eran máquinas que aceleraban los
cálculos a lo que luego se incorporaron las calculadoras electrónicas.
A
principios de los ’70 se enseñaba en las escuelas secundarias la numeración
binaria. Fue un pequeño avance para introducirnos en el nuevo mundo digital; para
ambientar a los estudiantes en algo que aún para muchos era algo
incomprensible.
Con el tiempo
hicieron su aparición las computadas personales y finalmente los teléfonos
celulares. La escuela accedió a los instrumentos como las notebooks y celulares
pero poco avanzó en el cambio del paradigma educativo.
Inteligencia no tan inteligente
Pero no
todo es negativo como lo presentan. No estamos ante una catástrofe. La mal
llamada “inteligencia” artificial nunca va a reemplazar al cerebro humano. La
digitalización del mundo actual fue un ingenio de la inteligencia humana (IH).
Nuestros
ancestros convivían con fenómenos naturales como el fuego y con su inteligencia
lograron adoptarlo para mejorar su calidad de vida. Así también inventaron el
hacha de sílex, el arco y la flecha y ninguna de esas nuevas tecnologías
reemplazaron al cerebro. Por el contrario aumentó su volumen. El tiempo que los
humanos se ahorraron en conseguir su sustento le permitieron detenerse a pensar
creativamente, a desarrollar su intelecto. Y la población pudo crecer
exponencialmente.
Es
cierto que estos adelantos tecnológicos también fueron usados para guerra y
para el delito. Porque son simples herramientas. No toman decisiones por sí como
tampoco lo hace hoy la IA aunque lo parezca. El que tiene pensar y tomar
decisiones es el humano que la creó.
Algo
similar ocurrió con tecnologías mal usadas años después cuando Alfred Nóbel inventó la
dinamita o con la energía nuclear. La fisión nuclear fue utilizada para
construir una bomba tan poderosa que es capaz de destruir el mundo que conocemos
en un instante. Y para demostrarlo hubo humanos que la probaron sobre el Japón.
Hoy la
amenaza nuclear no cesó pero hay cierto consenso de que no se puede usar en las
guerras contemporáneas. Esa misma tecnología constituye un valioso aporte para el bien de la
humanidad; para la medicina, la producción de energía limpia, etc.
Las
nuevas amenazas que aparecen en el horizonte, y tienen en vilo a la comunidad
mundial, son la robótica, los medios digitales llamados “redes sociales” y la IA
cuando son utilizados para la falsificación, el delito y para la guerra como el uso
masivo de drones, el espionaje y la guerra electrónica. Y lo más inquietante: se teme que provoque la atrofia de los cerebros humanos y desplace a millones de personas
de sus trabajos actuales hacia los márgenes donde van a
medrar para procurarse su sustento diario como en la época de los cromagnones.
Por
cierto que quiénes manejan esas tecnologías están probando hasta dónde pueden
llegar como lo hicieron en el 45 con la bomba. Hacen como el niño que prueba con sus travesuras buscando que alguien le ponga los
límites. Pero lo primero no son travesuras infantiles.
En clave educativa
¿Cuál
es el límite para el uso de las nuevas tecnologías? La educación es la clave.
El aprendizaje en el contexto de un nuevo mundo digital, que comenzó hace más
de medio siglo sin que nos demos cuenta, es el nudo gordiano a desatar. Hay que
tener en cuenta que nada que haya sido creado por la mente humana (como la IA)
puede superarla. Solo hay que adaptarse como lo hicieron los humanos a
través de los tiempos.
Si nos
ponemos místicos podemos hacer una analogía con las cosmogonías religiosas que
conciben a un dios creador de la humanidad. Ese “dios” es poderoso precisamente
porque fue el creador y nunca su “creatura” podrá superarlo.
La educación,
el aprendizaje humano, tiene que explorar la adaptación a las nuevas realidades
y apropiarse de los adelantos tecnológicos. Tiene que pensar nuevos modos de
convivencia armónica; una nueva comunidad en donde se conjure el fantasma de la
desaparición del trabajo. Es necesario apelar a la imaginación para concebir
nuevas formas de “trabajos” que hagan sustentable a la humanidad.
En los tiempos
primitivos el “trabajo” consistía en recolectar y cazar para procurarse el alimento
y la vestimenta. No había horarios ni intercambios comerciales. No existía el
dinero ni la propiedad. En algún momento esa lógica cambió y no una sino varias
veces. La creación de instrumentos para prolongar el alcance de la mano fue
una. La otra fue la revolución agrícola donde los humanos sembraron y criaron
sus alimentos. Y así se fueron sucediendo hasta la revolución industrial que
solo tiene dos siglos. Un instante.
Tiempos modernos
Nuestra
América se incorporó a la era de la modernidad cuando Europa se proyectó a
nivel global. La verdadera “globalización” se produjo cuando esos intrépidos
navegantes de naves de vela descubrieron que existía nuestro continente. Y fue
en ese momento que el continente que bautizaron “Indias” entró a la modernidad
de prepo, sin proponérselo.
La
modernidad se agotó a fines del siglo XVIII para ingresar a una nueva era que
no es la “contemporánea” sino la industrial. Y nuestro continente no subió a
ese tren. Tal vez como consecuencia de la apertura comercial de la monarquía borbónica
que gobernaba España y luego por el fracaso de los proyectos continentales de
los liberadores. Los reinos americanos que se fueron emancipando, fragmentados,
se incorporaron como proveedores y consumidores de las revoluciones
industriales europea y norteamericana, y se quedaron en la periferia.
En algún
momento del siglo XX la era industrial dio paso a una nueva era que a priori
llamamos tecnológica digital. La revolución digital.
China es
consecuencia de ese cambio de los tiempos históricos. De ser un país de
plantadores de arroz a mediados del siglo XX se salteó la modernidad y la era
industrial para, alrededor de 1980, emerger como una nueva potencia.
Nuestro
continente, que no tuvo su era industrial propiamente, tiene que dar el gran
salto a la etapa del desarrollo tecnológico digital.
Siempre
la tecnología ayudó al humano. Nunca fue un obstáculo cuando fue bien usada. Desde
el momento que se inventó el arco y la
flecha la búsqueda de los alimentos se tornó más eficiente y las personas
ganaron tiempo que invirtieron en pensar, crear y evolucionar.
Por
cierto que no todo fue lineal. El tiempo ganado también fue apropiado por
determinados grupos sociales en desmedro de otros. La esclavitud fue un proceso
por el cual unos utilizaban todo su tiempo en el trabajo para que otros
pudieran tener tiempo para pensar. Tal vez el esclavo fue el que hizo parir la
filosofía. Luego el industrialismo reemplazó al esclavo por el obrero asalariado
con la misma lógica. Tiempo de trabajo para que otros se enriquezcan y una
élite pudiera pensar y crear.
Aprender en la era digital
Hoy la
tecnología puede ser una nueva oportunidad para ganar tiempo. No es que la IA,
la robótica y otras tecnologías vayan a hacer desaparecer el trabajo humano sino
que va a cambiar la lógica de esos trabajos y nos va a dar más tiempo. Los que
hoy plantean reducir la jornada laboral para distribuir el trabajo entre más
personas conciben una solución precaria si piensan en los mismos trabajos.
La era
tecnológica digital es un cambio de paradigma tan profundo como pudo haber sido
la irrupción de la revolución agrícola donde un cazador que recorría bosques y
praderas detrás de sus presas tuvo que dejar el arco y la flecha para tomar un
arado y quedarse a esperar que el alimento creciera.
Para
ello, volvemos al tema, es necesario diseñar un nuevo modelo educativo que
enseñe a pensar cómo subirse al tren de la nueva era. Enseñar a pensar,
aprender a pensar a partir de nuevos paradigmas. La IA no piensa porque somos
los humanos la que la pensamos.
Necesitamos un nuevo modelo educativo que sea práctico, flexible, experimental, donde se aprenda a pensar. Y para ello son fundamentales los contenidos humanísticos como la filosofía, la historia y las letras además de los contenidos de ciencias exactas e instrumentales. Y para eso tenemos una gran ventaja. La tecnología nos va a dejar tiempo para hacerlo.