Por Rubén Bourlot
Es abril de 1821 en Punta Gorda. El campamento de Francisco Ramírez que se prepara para pasar a Santa Fe en su última y desdichada campaña.
El Supremo está ausente. Junto a su oficialidad salió del campamento con destino desconocido en una misión secreta. Algunos murmuran que ya se pasó a la otra banda del río para realizar personalmente tareas de inteligencia y zapa. Por eso la disciplina se relaja y el cuerpo de Dragones, el resto de las divisiones y sus respectivos oficiales disfrutan de un momento de esparcimiento entre jolgorios, partidas de tresillo y truco. La querida del jefe, Delfina, platica en su tienda con algunos más allegados, pero su vida es la del campamento, donde oficialidad y soldados rasos se mezclan en una cómplice horizontalidad para matar el tiempo libre.
Los soldados están habituados a compartir con Delfina las interminables ruedas de mate, donde talla como un hombre más, participando de charlas sobre bueyes perdidos y contando sucedidos; trenzándose en las tabeadas o apreciando las bondades de un payador que desgrana improvisaciones y canciones trasmitidas por la memoria, como el triunfo que exalta las hazañas del gobernador Ceballos en la guerra contra los portugueses, que algunos atribuyen a la inspiración del poeta Juan Baltasar Maciel.
Aquí me pongo a cantar,
abajo de aquestas talas,
del mayor guaina del mundo
los triunfos y las fazañas.
No faltan quienes se desafían en contrapuntos de versos y zapateos de malambo. No falta el añoso guerrero que, acobardado de tanto empuñar la lanza, se consuela empuñando la guitarra para improvisarle loas al general.
Ahí viene Ramírez
Caudillo de mi flor
Bravo en la batalla
Tierno en el amor
Pero hasta aquí llega la horizontalidad de Delfina, dicen los que la conocen. La querida del general sabe como guardar su lugar en los campamentos y alardear su jerarquía. Hombres rudos, gauchos de toda calaña rejuntados para formar la brava y disciplinada caballería, le presentan sus respetos a la dama; no solo por su condición de amada del caudillo sino también debido a su propia personalidad. A los 19 años ya es toda una mujer que ha madurado prematuramente abriéndose brechas en medio de la selva de dificultades y escaseces. Cuando participa de igual a igual en alguna partida gusta apostar fuerte y siempre se le debe un changüí a la Capitana, como algunos gustan nombrarla. Ningún gaucho, hasta el más rebelde se atrevería a poner en duda la suerte de Delfina.
La noche cierra sus persianas de penumbra sobre el campamento y no hay noticias del jefe. Los soldados organizan una ruidosa partida de taba sobre una cancha improvisada entre las carpas. El fresco del otoño que viene del monte invita a practicar actividades para entrar en calor. A la luz de los fogones una rueda de soldados observa las alegres volteretas del astrágalo que se clava sobre el suelo húmedo y despierta exclamaciones de júbilo e insultos furibundos por igual. Delfina se asoma al grupo y al grito de “copo la parada” se mete en el juego. Cada uno deposita sus gastados cuartillos y chirolas, y alguien arroja su poncho. Le toca la tirada a Delfina. Con su mano delgada acaricia el hueso y como acunándolo lo arroja. Se produce un silencio expectante, se contienen las respiraciones. En cada vuelta de la taba se juega la paga de un soldado; y aunque saliera culo hay que darle otro tiro. Y así es nomás. La taba cae como cansada con la ‘s’ sobre el humus. Como dicen los soldados: muestra el culo.
De entre la muchedumbre aparece un gaucho matrero, pelo hirsuto, poncho sobre el raído uniforme de dragón, rostro atravesado por varios inviernos a la intemperie, castigado por la maraña de los montes y por algún puntazo que no pudo contener a tiempo.
- ¡Culo! - vocifera desafiante - . ¡Vengan las chirolas!...
Otra vez el silencio expectante. El aire helado se solidifica. Las llamaradas que escapan del fogón es la única nota discordante. Y Delfina sin pensarlo dos veces le responde.
- No me cope compañero que yo también con el culo me defiendo...
Otra vez el silencio. Como fantasmas se agitan, tiemblan; hasta las sombras de los soldados que bailan al compás de las llamas se estremecen. Y hay una nueva tirada para La Delfina.
(Fragmento de "El secreto y la jaula")