17/11/24

“Nada se mueve en el Urquiza”. Basavilbaso en la huelga ferroviaria de 1961

Rubén I. Bourlot


El 30 de octubre de 1961, tanto la Unión Ferroviaria como La Fraternidad, iniciaron una huelga por tiempo indefinido, que se prolongaría por 42 días para reclamar aumentos salariales y por la reforma al reglamento de trabajo. Pero el motivo principal del descontento era la implementación del Plan de Reestructuración Ferroviaria o Plan Larkin –por el asesor estadounidense teniente general Thomas Bernard Larkin-.

En el marco de las políticas desarrollistas implementadas por el presidente Arturo Frondizi, la “racionalización” del sistema de comunicaciones era central. Uno de los objetivos fue el desarrollo de la industria automovilística local. De allí que se instalaran numerosas terminales automotrices de compañías extranjeras, principalmente en Córdoba, y se planificara la construcción de una red caminera, que competiría con el tren e implicaba una reducción del 32% de las vías.


En Entre Ríos, en particular en Basavilbaso nacida alrededor de la estación que constituía el nudo ferroviario en el cruce de las líneas que vinculaban Paraná y Concepción del Uruguay de este a oeste y Buenos Aires con Misiones de sur a norte, el impacto del paro fue contundente. “Nada se mueve en el Urquiza” era la consigna esgrimida por los huelguistas.

El ferroviario Miguel Julio Neira, autor de Rieles de Entre Ríos, recopiló interesantes testimonios de la lucha de los trabajadores del riel y que son parte de la historia del siglo XX en la provincia. Muchos son testimonios orales con la imprecisión y la frescura de los recuerdos de quiénes vivieron los acontecimientos.

Neira recapitula que en 1912 se llevó a cabo la primera huelga ferroviaria de 52 días que no obtuvo mayores beneficios para los trabajadores pero un nuevo conflicto en 1917 terminó con una serie de conquistas.

El conflicto de 1961 tuvo en Basavilbaso un fuerte apoyo popular. La represión por parte del gobierno en el marco del Plan CONINTES fue virulenta. El centro comercial local ayudaba con facilidades a los ferroviarios para la provisión de artículos de uso y consumo, y muchos productores rurales cedieron sus galpones para refugiar a los trabajadores.

El vecino Salomon Schvartz recordaba que “en noviembre de 1961 estaba haciendo la colimba en Concepción del Uruguay y toda una semana estuvieron los camiones (del Ejército) alistados. Dormíamos vestidos y con la carabina o fusil colgado a la cama, porque el regimiento de Concepción estaba esperando la orden de ir a ‘reprimir a Rosario’, orden que felizmente se anuló, pero que de todas maneras había tropas distribuidas en la estación local en ‘prevención de disturbios.’"

Otro testimonio sobre el temor a las persecuciones lo brindó Jorge Tacchi, en ese momento secretario de la Comisión Ejecutiva de la Seccional Basavilbaso de La Fraternidad, que recordaba: “tuvimos que refugiarnos en los campos y estancias de la zona rural. Hubo gente que nos dio cabida. Alguna de estas personas fueron Yáñez, Yankelevich, el doctor León, la familia de Don Ronconi, Manuel Huck de la Colonia Novibuco II o la familia Argalas de Novibuco I.”

Se designaba algún compañero del grupo para que entrara al pueblo en la urgencia de tener noticias de los acontecimientos, llevar cartas a las familias y comprar mercadería. Nos conducíamos con frases cifradas que compañeros muy confiables -ejemplo don José Merini o Don José Ascona que no eran ferroviarios pero si honorables personas, además del maquinista José Chiarella- recibían telefónicamente de Buenos Aires las noticias y estas se distribuían entre los huelguistas, haciendo cadenas. Estuvimos bien organizados, teníamos un fondo de resistencia”.

Agrega por su parte Neira que “en una asamblea de la seccional La Fraternidad, de fecha 13 de noviembre de 1961, se da lectura a una circular general de Comisión Directiva donde se sugiere el alejamiento de la ciudad de todos los obreros. El presidente de la asamblea extraordinaria dice que tiene conocimiento que ha llegado la orden de requisitoria, por intermedio de la Policía Ferroviaria, habiendo varios compañeros notificados, así que todos sin excepción comienzan a alejarse del pueblo.”


Paso de vencedores”

Los boletines de huelga fueron una herramienta fundamental para los compañeros en Basavilbaso -según Neira.

Los editados por La Fraternidad se distribuían secretamente por todo el país, tenían formato oficio doble faz en letra arial con un encabezamiento que decía: ‘Vamos a la lucha con paso de vencedores’”, en clara alusión la consigna del general José María Córdova en la Batalla de Ayacucho (1824): “¡Armas a discreción! ¡Paso de vencedores!”.

El boletín del 20 de noviembre del año 1961 “relata la situación de los detenidos en los establecimientos penales o carcelarios a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. También se destacan las páginas de heroísmo como la de la pequeña abanderada de Rosario, que se interpuso entre fuerzas de gendarmería y los trabajadores apostados en los talleres.

“’Nada se mueve en el Urquiza’ decía el título, y se lee: Informes directos de correos personales que han estado en distintas zonas del Urquiza indican que nada se ha movido ni se moverá en el ferrocarril desde que comenzó el paro. La excepción está dada por el tren petrolero que condujeron los inspectores krumiros (por ‘carneros’ o ‘rompehuelgas’) Doronzoro, Sersewitz y García que condujo 21 tanques al Norte, hasta el momento que fue baleado el tren en jurisdicción de Corrientes. Los Ferro-Barcos que en número de cinco hacen la travesía del Paraná entre Ibicuy y Zarate (Bs As) están parados. Tres en el primero y dos en el segundo de los puertos habiendo apagado sus calderas el Lucía Carbó.


Nunca volvió a ser como antes

En la primera asamblea seccional –agrega Tacchi-, finalizada la huelga, los compañeros afiliados nos felicitaron además de aprobar esto con un caluroso aplauso. También se decidió en esta asamblea que la Comisión Ejecutiva visite el Centro Comercial y se le agradezca por su atención como así a todas las personas que material o espiritualmente nos ayudaron. La verdad nunca los trabajadores nos habíamos sentido tan humillados por un gobierno de la democracia. Los compañeros jubilados nos entusiasmaban en el fragor a continuar adelante con la lucha, y también tuvieron oradores ese día que se expresaron con palabras bonitas y sencillas. Esta asamblea fue emotiva, los jóvenes de la industria ferroviaria teníamos incorporados sus relatos, la fundación, las luchas y las huelgas por condiciones de trabajo y la jornada de ocho horas. Hasta compañeros caídos en estas luchas históricas hubo”.

Por gestiones de la Comisión Directiva se consiguió poder cobrar el sueldo adeudado, el que luego sería descontado en doce cuotas. En los primeros días no se sintieron los efectos de los despidos pero progresivamente hubo un reacomodamiento y, en el caso de los aspirantes, fueron ubicados de peones generales y así sucesivamente maquinistas foguistas a una categoría menor inmediata, y las vacantes estuvieron todas congeladas. La preocupación continuaba por todos aquellos compañeros que, a lo largo del país, fueron a parar a las cárceles. Fue dura esa gran resistencia y no era más que la defensa de los ferrocarriles.”

Luego del levantamiento del paro el 10 de diciembre de 1961 nunca nada volvió a ser como antes en el galpón de máquinas de Basavilbaso. Había más de 20 locomotoras rotando por día; si ingresaban diez otras diez se iban. Las vimos morir sopleteadas y los ramales cerrados.”

Y agrega que “en los años transcurridos he visto como todo se ha terminado y esto me lastima. Pasaron por alto aquel clamor de la nacionalización que decía: “Ahora los ferrocarriles son nuestros”.

En la escuela técnica los aspirantes habíamos aprendido un cantito que el instructor repetía: “Sos la excéntrica que gira en torno a las manivelas, sos el conjunto de bielas, la zapata que suspira, sos el enganche que tira cargas grandes y completas, el vaivén de la crucetas, los perezosos sectores y también los purgadores para espantar los sotretas”.


Sugerencia de lectura

Miguel Julio Neira, “Rieles de Entre Ríos”, 2013.

12/11/24

La importancia de escribir y aprender la historia en clave local y regional

(Apuntes del conversatorio llevado a cabo durante el Encuentro Interinstitucional-interniveles del departamento Diamante en Aldea Brasilera el 8 de noviembre de 2024)

Rubén I. Bourlot

 

Esta es una invitación a plantear una manera distinta de abordar los hechos de nuestro pasado. Tenemos que atrevernos a romper algunos esquemas (Rompela como canta Charly García), a transgredir y ver nuestra historia desde otro punto de vista. A liberarnos de convenciones que no se ajustan a nuestra la realidad. Tal vez nos parezca incómodo y nos mareamos al principio mirar la historia desde otra perspectiva, que es la nuestra.

Esto no significa reducir el aprendizaje a lo meramente local e inmediato pero sí dejar de lado el supuesto de que “la historia” empezó en la mesopotamia asiática, en Egipto, pasó por Grecia, Roma y llegó a América con Colón.

Por eso la propuesta es investigar, escribir y aprender la historia vista como un esquema de círculos concéntricos. Esto nos permitirá trabajar desde lo más cercano a lo más lejano tanto en la dimensión temporal como espacial.

En la dimensión espacial, sustituimos la idea que se deba aprender la historia, la geografía, la cultura, valores, categorías que vienen desde las metrópolis, a partir de una visión eurocentrista, para comprender nuestra realidad. También debemos descolonizarnos de las metrópolis locales que supone trascendente lo que pasó por Buenos Aires: la historia, literatura, el arte en general, en desmedro de los sucesos de la localidad y la provincia. Esto no implica un aprendizaje localista, descontextualizado de lo nacional, latinoamericano y mundial sino aprender desde la perspectiva de la persona que aprende localizado en un tiempo y lugar determinado.

La persona que aprende comprenderá primero lo cercano, lo que tiene al alcance de la mano, lo concreto y lo que contribuye a construir un sentido de pertenencia.

En historia se aprenden primero los acontecimientos sucedidos en el entorno, donde aún se pueden palpar los rumores del pasado, observar documentos, consultar los relatos de los vecinos más antiguos y visitar los lugares en donde se produjeron.

 

Círculos concéntricos espaciales y temporales

Es importante trabajar con las categorías región, espacio, tiempo en un esquema de círculos concéntricos a partir del lugar y tiempo donde estamos situados cada uno. Eso significa que el aprendizaje avanza desde el centro, lo más inmediato -en tiempo y espacio-, hacia lo más lejano pero sin perder el eje de donde estamos parados ya que se trata de aprender situados en un lugar y tiempo determinado. En un gráfico podemos ver que personas ubicadas en distintas localidades aprenden saberes particulares de su lugar pero a medida que se amplían los círculos estos se interceptan, y esto significa que sus aprendizajes coinciden.

No obstante ese aprendizaje no es exactamente el mismo porque está mediado por la perspectiva desde donde se ubica la persona que aprende. Pongamos como ejemplo a dos personas observando un mismo paisaje pero desde dos colinas: los dos no van a ver exactamente el mismo paisaje ya que tienen perspectivas distintas. Así un estudiante de La Rioja, otro de Buenos Aires y otro de Entre Ríos no tienen por qué estudiar los mismos contenidos de Historia, Biología, Literatura o Geografía argentina, etc. Por lo tanto no es posible construir un libro de texto, un manual común para todo el país.

En la dimensión temporal, se deberá dejar de lado el criterio cronologista del aprendizaje que indaga los saberes más antiguos para avanzar cronológicamente hacia el presente. Lo que se propone es aprender a partir de lo más inmediato, de los aconteceres cercanos al contexto temporal que se está viviendo para ir avanzando hacia los orígenes más remotos. Aquí también se aplican los círculos concéntricos que se van ampliando sucesivamente. Esto no significa que se aprenda de manera descontextualizada y sin interactuar o dialogar con lo más lejano en el tiempo.

Resulta fuera de toda discusión que la persona que incursiona en la lectura de textos literarios se sentirá más familiarizado con obras de autores contemporáneos, incluso locales, que escriben en un lenguaje que le resulta más familiar al lector que comenzar con las lecturas del Quijote de la Mancha, o los autores argentinos del siglo XIX. Lo mismo aplicamos a la Historia, la Filosofía y a otras áreas del conocimiento.

 

La escritura de la historia

Y lo importante es la escritura de nuestras historias y su divulgación mediante diversos medios.  Precisamente el fin último de la investigación e interpretación del pasado es la difusión de ese conocimiento al pueblo, con un lenguaje accesible pero que no desdeñe el rigor para trasmitir hechos verdaderos: investigados y comprobados.

Mucho antes que se usara la escritura para contar historias sobre algo o alguien cantores, trovadores, fabulistas, relatores de cuentos y leyendas transmitían oralmente su propia visión de los hechos importantes de una comunidad. Hoy se rescatan estos testimonios con la metodología de la historia oral, haciendo hincapié en aspectos relacionados a la vida social y a sus actores anónimos para comprender no sólo los grandes hechos, sino también, rescatar las vivencias y experiencias particulares en torno de estos.

Las fuentes orales son creíbles pero con una credibilidad diferente. Su diversidad y diferencia reside en el hecho de que los relatos “equivocados” son psicológicamente “verídicos” para quien narra un acontecimiento.

Lo que define su carácter renovador no es la oralidad, ya que la historia de los pueblos se ha transmitido a lo largo de los siglos a través de la tradición oral, sino la labor sistemática de creación, recuperación y de utilización de las fuentes orales.

 

Ficción e historia

Otra manera de introducirnos a la historia es a través de la ficción que recrea hechos del pasado. En particular me refiero a la recientemente editada novela El secreto y la jaula.

Se trata de una novela histórica a partir de personajes y hechos reales, investigados en archivos, pero también alimentada de mitos y tradiciones orales que no necesariamente se ajustan a la verdad histórica pero contribuyen a crear un clima de época.

Los protagonistas principales son el caudillo Francisco Ramírez y su misteriosa compañera conocida como Delfina. En el telón de fondo desfilan personajes protagonistas de la historia de la época.

El relato transcurre como un largo viaje que recorre los territorios alguna vez integrantes de la extensa Liga de de los Pueblos Libres que encabezó José Artigas, desde la frontera entre la Banda Oriental del Uruguay y las posiciones portuguesas del Brasil hasta el confín norte de la provincia de Córdoba y el regreso hasta Concepción del Uruguay, en el lapso que va de 1818 y 1821.

En el itinerario atravesado a lomo de caballos se suceden batallas, escaramuzas, arrojos personales, romances, miserias humanas, ideales, durante un periodo clave de construcción de la patria rioplatense que finalmente terminaría fragmentada entre la Argentina y el Uruguay.

2/11/24

Dos radios sanduceras que eran locales en Entre Ríos

Rubén Bourlot

 

En este año llegaron a su primer centenario dos emisoras de radio que tuvieron una intensa penetración en Entre Ríos mucho antes que la provincia tuviera las propias. Se trata de CW35 radio Paysandú fundada el 25 de mayo de 1924 y CW39 La voz de Paysandú fundada el 24 de julio del mismo año, a solo cuatro años de la aparición de la radiodifusión en Buenos Aires. Fueron los medios que durante muchos años deleitaban a los oyentes entrerrianos principalmente de la costa del Uruguay.

Entre Ríos recién en 1945 aparecieron los dos primeros medios locales Concordia y Paraná. Así que lo que se escuchaba por acá venía de Buenos Aires, Santa Fe y del Uruguay. Pero hasta 1951 la zona de los departamentos Uruguay y Colón siguió prendida a las frecuencias de las dos radios de Paysandú. Incluso luego de la fundación de LT11 de Concepción del Uruguay las sanduceras seguían siendo voces locales con programas dirigidos a nuestra provincia. Pareciera que recién en la década del ’70 con la aparición de LT26 de Colón la influencia de las emisoras orientales empezó a decaer. 

Recordando a vuelo de la memoria, sin el rigor de la documentación histórica, que un grupo de colonenses, entre otros Eduardo Pedro González, emitían por la “35” El diario oral, la voz informativa de Colón. Y viene a la memoria que ese programa, u otro similar, tenía una presentación que decía “venimos de Colón, la ciudad de las camelias que dibujaron los ángeles con paisaje de tarjeta postal”. Contaba Roberto Román, un popular conductor de radio, publicista y recitador (“El caballero de la poesía”) que vendía anuncios para programas de CW35 en los pueblos de Entre Ríos provisto de una radio para mostrar a los clientes por dónde se iba a escuchar su aviso.

De la ’39 recuerdo los radioteatros costumbristas del grupo Aras ambientado en un boliche. También los artistas de la provincia hacían su temporada de actuaciones radiales en Paysandú.

Los traspasos de periodista y conductores radiales a través del Uruguay eran habituales. Recordamos a Sergio Peraza con su muy popular programa de música juvenil Entre nosotros que los jóvenes de “este lado” no perdíamos. Pero también supo cruzar el puente y hacer un programa (Trabajando juntos) por LT11 de Concepción del Uruguay.

Otra persona que se formó y popularizó en la ’35 fue Carlos Ariel González Cardozo que luego recaló en LT11 y en la conducción del noticiero televisivo de Videocable de Concepción del Uruguay.

En Paysandú luego hizo su aparición radio Felicidad que también tuvo penetración en la provincia con sus programas musicales (Nocturno 142) y más adelante la FM Casino, una de las primeras de frecuencia modulada en la región con amplia cobertura.

31/10/24

El aluvión universitario

 Rubén I. Bourlot

 

El sistema universitario argentino hunde sus raíces en el período hispánico que con la ocupación del territorio trajo también lo más granado de la cultura europea como fueron las universidades. En lo que hoy es la Argentina se instaló la Universidad de Córdoba (1613) y en la región rioplatense se fundaron la de Asunción (1779) y la de Charcas (1621) donde se formaron varios de los actores de la emancipación americana. Un caso llamativo es que un proceso de “colonización” se sustentara en la creación de universidades. Como escribió Elio Noé Salcedo (El origen de la Universidad nuestro americana) “El tiempo demostraría la potencialidad intrínseca de la ‘Universidad Americana’ para los latinoamericanos, dada su originalidad, novedad, naturaleza inédita y proyección en el nuevo mundo que nacía y que, después de quinientos años, aún no termina de nacer. De allí también su potencialidad y vigencia.”

A fines del siglo XIX se comenzó a estructurar el sistema universitario argentino con la Ley Nº 1.597 de 1885, llamada Avellaneda, que reguló los estatutos de las universidades nacionales. La norma fue un proyecto presentado por el senador nacional Nicolás Avellaneda, expresidente del país (1874-1880) y rector de la Universidad de Buenos Aires.

En 1918 la movilización de los claustros universitarios impulsó una profunda transformación de sistema consagrando su autonomía funcional y cultural desde una perspectiva latinoamericana.

 

Quieran los argentinos estudiar

La nueva etapa política que emergió a mediados de la década de 1940, con la incorporación del pueblo trabajador, insufló nuevos aires al sistema educativo.

El 26 de septiembre de 1947 se sancionó una nueva ley universitaria, conocida como Ley Guardo, que dispuso el otorgamiento de becas para los estudiantes de sectores más humildes. Se iniciaba el camino hacia la gratuidad universitaria que se concretó en 1949. 

La ley Guardo, número 13.031 conocida por el apellido del diputado peronista Ricardo César Guardo, facilitó la incorporación de los obreros a los estudios superiores. Así como a principios del siglo XX los inmigrantes que accedían a una mejor posición económica aspiraban a “m’hijo el doctor”, en este caso el turno era para los sectores más humildes que podían acceder a la enseñanza universitaria con la ayuda de becas para el pago de los aranceles. Fue un gran paso para popularizar la formación superior complementada por otras medidas que impactaron positivamente en el proceso de ascenso social de la comunidad argentina.

Esta norma disponía que “el Estado creará becas para la enseñanza gratuita (…) otorgadas a los estudiantes que, poseyendo aptitud universitaria, sean hijos de familias de obreros, atendidas las circunstancias de cada caso no permitan costear los estudios universitarios ni prescindir en todo o en parte de la ayuda económica que aporte o pudiera aportar el becado".

Recordemos los entrerrianos que el sistema de becas para fomentar la educación de los sectores de menos recursos económicos se había establecido tempranamente para la enseñanza primaria. Francisco Ramírez las plasmó en los estatutos de la República de Entre Ríos y continuaron a través de los años. El histórico Colegio del Uruguay (fundado en 1849) también ofrecía becas para cursar la enseñanza secundaria e incluso en las carreras de nivel superior que se establecieron en la institución creada por Justo José de Urquiza. La reforma de la constitución de Entre Ríos en 1883 dispuso la gratuidad de la enseñanza elemental.

 

Obreros a estudiar

En 1948 se creó la Universidad Obrera Nacional (hoy UTN) orientada a capacitar a los trabajadores y a sus hijos, con el propósito de formar cuadros para el desarrollo industrial del país.

Un año después, en el marco del Primer Plan Quinquenal (1947- 1951), el por entonces presidente Juan Domingo Perón firmó, el 22 de noviembre de 1949, el Decreto N° 29.337 que suspendió el cobro de los aranceles universitarios.

Posteriormente, en 1953, el segundo gobierno peronista eliminó el examen de ingreso de las universidades públicas y al año siguiente se sancionó la ley 14.297; primera norma del Congreso que incluyó taxativamente la gratuidad universitaria. Específicamente, en el capítulo I “De la misión y organización de las universidades”, estableció como objetivo “asegurar la gratuidad de los estudios”.

Los resultados incontrastables de estas políticas se reflejaron en el incremento del número de estudiantes universitarios, que pasó de 51.447 en 1947 a 140.000 en 1955.

Pero, como viene sucediendo desde los comienzos de nuestra organización nacional, el grado de dependencia de ideas ajenas a los intereses nacionales, al sano desarrollo independiente, obstaculizaron la continuidad de las políticas de estado. Y así sucedió con los avances logrados en la educación universitaria que se venían desarrollando a lo largo de casi un siglo. El gobierno surgido del golpe de estado de 1955, autodenominado “Revolución Libertadora”, derogó las leyes universitarias y delegó en las Universidades la facultad de establecer o no aranceles y regular sus políticas de ingreso. La situación se mantuvo hasta 1974 cuando se sancionó la llamada Ley Taiana (impulsada por el ministro de Educación Jorge Alberto Taiana) que repuso la gratuidad y el ingreso irrestricto.

Duró poco. El gobierno del golpe de estado de 1976, autodenominado “Proceso”, quitó nuevamente la gratuidad y el ingreso irrestricto.

Con el retorno de los gobiernos constitucionales en 1983 el presidente Raúl Alfonsín dispuso la eliminación del arancel, los cupos, y, en la mayoría de las universidades, se reimplantó el ingreso irrestricto. En 1984 una ley del Congreso ratificó estas medidas.

Pero -siempre hay un pero- durante la gestión de Carlos Menem, en 1995, el Congreso sancionó una nueva Ley de Educación Superior que habilitaba a las Universidades para aplicar aranceles en los estudios de grado.

Finalmente, recién en 2015 con la presidencia de Cristina Fernández, se sancionó la ley 27.204 modificatoria de la citada ley de 1995 que consagró definitivamente la gratuidad de los estudios de grado universitario.

 

Párrafos para Guardo

Ricardo César Guardo, nacido en Buenos Aires en 1908, odontólogo por la Universidad Nacional de La Plata y luego médico egresado de la misma casa de estudios. Ejerció la docencia universitaria en la UNLP y en 1945 fue elegido Consejero de la Facultad de Ciencias Médicas, representando a los profesores adjuntos, siendo el profesional más joven que como docente de esa casa de estudios llegara a ocupar dicho cargo.

Se involucró en la actividad política de la época. Fue militante radical y tras conocer a Juan Domingo Perón fundó el Centro Universitario Argentino para acercar universitarios al naciente movimiento político. Entre 1946 y 1952 Guardo fue Diputado Nacional por la Capital Federal. Su esposa Lillian Lagomarsino acompañó a Eva Perón en su gira por Europa en 1947.
Tras la sanción de la ley de su autoría en 1947 su estrella se fue apagando. Víctima de las intrigas políticas dentro del propio movimiento pasó al olvido aún cuando siguió en su mandato legislativo hasta 1952.

Los que no lo olvidaron fueron los “libertadores” que tras el golpe de estado de 1955 lo  persiguieron y debió marchar al exilio. Se asiló en la embajada de Haití en Buenos Aires hasta que pudo irse a Chile. Al tiempo fue invitado a dar clases en la Universidad de Belo Horizonte, Brasil.

Vuelto al país, en 1974 fue designado embajador ante la Santa Sede y luego ocupó brevemente el Ministerio de Defensa durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón.

Falleció en su ciudad natal en 1984.


En la imagen: Ricardo Guardo (de anteojos y bigotes) junto a Carlos Emery, John William Cooke y Raúl M. Salinas

Cadaver de Urquiza: Una célebre y macabra fotografía

Carlos Páez de la Torre H

Dos estudiantes de familia tucumana, Guillermo y Augusto Daniel Aráoz, se las ingeniaron para registrar el cadáver del general Justo José de Urquiza en 1870, pocas horas después de su asesinato.

En la actualidad, se cuenta con una enorme cantidad de fotografías de personas asesinadas, desde todos los ángulos y con los más increíbles detalles. Del siglo XIX existen fotos de muertos (había quienes las hacían tomar expresamente, para «recuerdo» familiar), pero no son muy frecuentes. Eso, entre otros motivos, porque las fotos generalmente se tomaban en los estudios. Lograrlas fuera de ese ámbito significaba una serie de dificultades -empezando por las lumínicas- además de cargar con los pesados aparejos, nada portátiles, que constituían el equipo del fotógrafo.

Por eso la fotografía del cadáver del general Justo José de Urquiza, captada a las pocas horas de su asesinato, constituye un documento sin duda impresionante. La imagen tiene su historia. Hace ya largos años copié párrafos (y lamento no haber obtenido una fotocopia integral) del escrito de uno de los autores de la macabra placa, por gentileza de la señora María Elisa Colombres de De la Rosa, ya fallecida. Esos apuntes permiten hilar la trama correspondiente.

Como se sabe, el ex presidente de la Confederación Argentina y en ese momento gobernador de Entre Ríos, fue ultimado al atardecer del 11 de abril de 1870, en su palacio de San José, a unos pocos kilómetros de la localidad entrerriana de Concepción del Uruguay. El asalto había sido ordenado por el general Ricardo López Jordán: se supone que la idea primitiva era un secuestro, pero la resistencia de la víctima desencadenó la tragedia.

El crimen de San José 

Fue una auténtica «operación comando», de la que participó un total de medio centenar de hombres, divididos en tres grupos. El mayor Robustiano Vera debía neutralizar el cuerpo de infantería del Palacio, y el capitán José María Mosqueira se encargaría de dejar francas las puertas de entrada. Finalmente Simón Luengoingresaría al mando de unos cuantos decididos a la suntuosa residencia del vencedor de Caseros.

Serían las 7 y media de la tarde cuando Urquiza, que conversaba en la galería con uno de sus administradores, Juan P. Solano, escuchó unos airados gritos que venían de las puertas del fondo. Primero pensó que se trataba de gente suya, pero pronto se dio cuenta del error. ¡Son asesinos… cierre la puerta del pasillo!, lo oyó gritar un testigo, esto a tiempo que corría hacia la salita donde estaban su esposa Dolores Costa y las hijas.

No tenía armas importantes a la mano, ni margen alguno para ir a buscarlas. Tomó entonces el pequeño rifle que usaba para matar pajaritos, que le acercó la cónyuge, y volvió al patio.

¡No se mata así a un hombre en su casa, canallas!

, dicen que gritó al grupo que ya llegaba hasta él. Les disparó un tiro, que alcanzó a quemar el bigote del cordobés Álvarez antes de impactar en el hombro del negroLuna. La partida ingresó, haciendo fuego, a la salita donde se hallaba el general, a cuyo cuerpo, aterrorizadas, se abrazaban Dolores y las niñas. Un tiro le acertó en la boca, y cayó al suelo atontado. Los hombres se acercaron y Nicomedes NicoCoronel, al ver que estaba vivo, «lo aseguró a puñaladas por debajo del brazo de su hija». Son referencias del historiador Isidoro J. Ruiz Moreno, tomadas del expediente judicial.

Los hermanos Aráoz 

Se había consumado así, en pocos minutos, el crimen que causó tremenda conmoción en la República. El presidente Domingo Faustino Sarmiento, al poner fuera de la ley a López Jordán, pocos días después, subrayaría las circunstancias del atentado en los párrafos iniciales de la proclama: «El gobernador de Entre Ríos fue muerto por sus asesinos al caer las primeras sombras de la noche, rodeado de su hijas, que intentaban sustraerlo a los puñales, y sin que la presencia de un solo hombre pudiese dar a este acto la apariencia de un combate».

En el Colegio de Concepción del Uruguay, entretanto, ese día parecía uno cualquiera. Entre los estudiantes que «habían quedado sin salir al campo por la falta de relaciones, así como por la escasez de recursos», estaba Augusto Manuel Aráoz, redactor de los apuntes. Era hermano de Guillermo y de Luis F. Aráoz, también alumnos del Colegio, y de Benjamín Aráoz, que un cuarto de siglo después sería gobernador de Tucumán.

Cuenta Augusto que se desempeñaba como celador del Colegio, «con una onza de oro de sueldo mensual». Esto lo había obligado a renunciar a otro puesto que había logrado a su llegada a Concepción, de «oficial de Justicia de la Excelentísima Cámara». Las tareas de celador, dice, «no me permitían estudiar ni asistir al empleo». Pero trabajaba, cuando podía, ayudando a Guillermo en la casa de fotografía que este había instalado en la ciudad.

Conmoción en la ciudad 

De acuerdo con la narración de Augusto, «a las 10 de la noche, oímos unos gritos y a la vez un tropel de caballos; en el instante pusimos atención, cuando apareció un soldado que venía a escape y gritando: han asaltado a San José las fuerzas del General Ricardo López Jordán; han muerto al General Urquiza.

Inmediatamente se mandó «tocar generala» y, bajo las órdenes del general Galarza y el comandante Calventos, una fuerza de «más de 1.000 infantes voluntarios» salió a medianoche, rumbo a San José. «Algunos colegiales fueron voluntarios y a mí, luego de estar en la formación, me sacó el Rector del Colegio, diciendo: que yo era empleado de la Nación, y que si me llevaban él pondría en conocimiento», cuenta Augusto. Esto le permitió regresar al local del Colegio.

El minucioso relato de Aráoz continúa con otras secuencias: la ocupación del Colegio por parte de los soldados de Teófilo de Urquiza, y la llegada de una fuerza mandada por el mismo López Jordán. Este los intimó a deponer las armas, porque «el general Galarza había pactado con Jordán y toda defensa les pareció inútil a los Urquiza hijos y a Victorica», que partieron a Buenos Aires «en un vaporcito».

Así, «a las 2 de la tarde» entraba a Concepción del Uruguay el cadáver del general Urquiza, «acompañado de algunas personas adictas a él». López Jordán, con su línea de soldados tendida a lo largo del paraje suburbano conocido como «La Seguridad», se «mantenía cercano, contemplando el féretro que por delante pasaba», dice Aráoz.

Como se sabe, Ricardo López Jordán fue elegido rápidamente gobernador por la Legislatura. Según Aráoz, eso ocurrió «a las tres». Estuvo en la ciudad hasta el 14, «día en que salió en campaña».

La famosa foto 

Guillermo y Augusto, cargando la máquina de fotos con su trípode y demás equipos, habían logrado colarse en la habitación donde estaba depositado el cadáver con el cajón abierto. Tomaron entonces la famosa imagen. Registra medio cuerpo desnudo del general. Se nota perfectamente la sangre que mana de la nariz y de la boca -donde impactó la bala- así como los orificios del puñal.

Apunta Ruiz Moreno que, durante mucho tiempo -casi un siglo- se pensó que la muerte de Urquiza había sido causada por el balazo. Hasta que la exhumación de 1950 reveló una prótesis dental que había detenido el proyectil, evidenciando que los puntazos de Nico Coronel fueron lo que cerró la vida del general.

Los avispados hermanos se dieron cuenta de las posibilidades comerciales que podía tener su placa. Tanto es así que, como cuentan los apuntes de Augusto, ni bien vueltos al estudio empezaron a multiplicar copias de la imagen de Urquiza yacente. Y ya que estaban, hicieron también retratos del triunfante López Jordán. Los ayudaba «el joven Mariano Cabezón«.

Narra que «habíamos hecho 500 tarjetas de cada uno hasta el día 22… cuando nos vimos obligados a marcharnos». Con la expresión «tarjetas» se refería a las pequeñas fotografías montadas sobre cartón, llamadas carte-de-visite, de dimensiones 10 por 6 centímetros, que se hicieron muy populares hasta fines de ese siglo.

Después 

El precipitado escape de los Aráoz se debía al comienzo de la campaña militar nacional sobre Entre Ríos, que buscaba terminar con López Jordán. El Poder Ejecutivo, según la circular del ministro Vélez Sársfield, no podía admitir «esa doctrina que bajo la atmósfera del crimen y sobre el cadáver de su víctima, se proclama hoy en la Provincia de Entre Ríos, con el hecho y con la palabra, declarando que la muerte dada y la muerte recibida, abren y cierran la sucesión del mando en una Provincia argentina…»

Los Aráoz habían escondido, «debajo de un tablado», en su estudio, «un cañón y algunos rifles». Augusto cuenta que «apenas entró el coronel Elía se lo entregamos, pero ni esto nos sirvió de nada; nos trataba como a verdaderos soldados». El fragmento de los apuntes termina: «Lo aguantamos dos días y tomando un bote pasamos el arroyo Negro en el Estado Oriental, tomando al día siguiente, el vapor a Buenos Aires».

Guillermo «tenía dos bultos en el arroyo Negro», que contenían parte del equipo del estudio: «los levanté y seguimos viaje a Buenos Aires donde llegamos sin novedad, el 23 de mayo de 1870».

(Publicada el 4/12/2017 en la revista La Ciudad de Concepción del Uruguay)

29/10/24

Berdiales, el olvidado poeta de los niños

Rubén I. Bourlot

 

Seguro que los más grandes recordarán haber leído en los ajados libros de lectura para los primeros grados de escuela primaria las poesías de un tal Germán Berdiales. Hoy una rareza. Es verdad que el público infantil cambió y esos versos sencillos, sin rebusques, resultarán muy ingenuos en un mundo invadido por la tecnología. Ese olvido del poeta tal vez se refuerce por su adscripción al nacionalismo católico, a las corrientes moralistas que en la primera mitad del siglo XX bregaba por reafirmar una identidad nacional e inculcar esos valores a la niñez.

Pero el mayor “pecado” fue su acercamiento al peronismo como colaborador de la revista “La Obra” -auxiliar imprescindible para generaciones de maestras y maestros- y autor de El libro de la Patria: texto de lectura para 4to grado: 80 lecturas en 85 lecciones y la Constitución Nacional en colaboración con Pedro Inchauspe, publicado en 1950.

Tal vez muchos de los que peinan canas recordarán con ternura los versos de 

La rueda del pan

—Chacarero, dame pan.

—Chacareros no lo dan,

que lo dan los molineros.

Vete a ver al molinero

y si no a la molinera.

—Molinero, dame pan.

—Molineros no lo dan,

que lo dan los panaderos.

Vete a ver al panadero

y si no a la panadera.

—Panadero, dame pan.

—Panaderos si lo dan.

Toma el pan, dame el dinero.

Demos ya la vuelta entera,

chacarero y chacarera,

molinero y molinera,

panadero y panadera.

Más ligero, más ligero,

demos ya la vuelta entera…


En una escuelita de Chubut

Germán Berdiales había nacido barrio porteño de la Concepción, lindando con San Telmo el 4 de septiembre de 1896 y falleció el 17 de mayo de 1975.

Poeta, maestro, traductor, escritor y periodista. Se inició en la actividad periodística a los dieciséis años y la abandonó (temporalmente) al terminar sus estudios como maestro. Con auténtica vocación magisterial, se encaminó hacia la provincia de Chubut donde fue maestro de niños aborígenes durante varios años. Retomó el periodismo a su regreso de La Pampa y la Patagonia y colaboró en publicaciones de prestigio como La Prensa de la Capital Federal, El Día de La Plata, Ficción, El Hogar, Pampa Argentina, Mundo Argentino y Vinos, Viñas y Frutas.

La obra de Berdiales fue principalmente escolar con obras que pretendían instruir, enseñar, inculcar cultura y conocimientos. Toda su obra fue una prolongación de la función docente, dice la biógrafa Elsa Plácida Vulovic.

El primer libro vio la luz en 1924 y se llamó Las fiestas de mi escuelita. Luego vino una vasta producción de comedias, diálogos, monólogos y discursos para la escuela y el aula. Se trataba de teatro infantil. Le siguieron: Fábulas en acción (1927), Padrino (1929), El último castigo: cuentos para padres y maestros (1929), Fabulario (1933) y Maestros del idioma (1936). Para la clásica colección Robin Hood (la de las tapas amarillas) escribió El hijo de Yapeyú, El primer soldado de la libertad, El maestro de América, Teatro Robin Hood y El Divino maestro, entre otras. También tradujo y adaptó obras clásicas como Corazón, de Edmundo de Amicis.

En El Monitor de la Educación Común publicó ensayos literarios y las obras de índole pedagógica.

En su época de esplendor anduvo por Paraná brindando conferencias. La cita fue el 2 y 3 de junio de 1948 en la Biblioteca Popular del Paraná y en el salón de actos de la Escuela Rivadavia.

Tras la caída del peronismo en 1955 su estrella parece desvanecerse. Aparece colaborando en periódicos y publica obras de teatro infantil.

En 1964 lo hallamos nuevamente en Paraná para participar del V Congreso Nacional de Escritores que presidió Beatriz Bosch.


27/10/24

Don Ata con los estudiantes del Colegio del Uruguay

Rubén I.Bourlot

 

El 16 de septiembre de 1963 llegó de visita a la Concepción del Uruguay Atahualpa Yupanqui (Don Ata, como le decían) persiguiendo los recuerdos cosechados en tierras montieleras durante  su paso por los años treinta: “con mirada de otros años, y otros tiempos contemplé, sobre un mangrullo de talas, el palmeral de Montiel”. Ya no sin caballo y en Montiel, sino a bordo de un automóvil, arribaba esa primavera de 1963. Ya no payador perseguido sino cargando con todos los laureles del cantor triunfante en los escenarios del país y el mundo.

Don Ata llegó para actuar en la ciudad invitado por la Peña Tradicionalista Ñanderogamí, y estuvo en la radio LT11, y al otro día estaría en el Colegio Nacional, el Histórico fundado por Justo José de Urquiza, para deleitar a los jóvenes con sus versos sentidos.

Ese jueves ingresó a los estudios de la radio, en ese entonces Splendid, acompañado del representante de la peña Ñanderogamí, Florencio López, y del joven integrante de la misma Juan Luis María Puchulu.

Al día siguiente estaba invitado para visitar y charlar con los estudiantes del Colegio del Uruguay. Por la noche se fue a dormir pensando en el encuentro con la juventud estudiosa. Y el sueño remolón no venía pero sí las palabras se agolpaban en la mente del cantor. Las palabras para la juventud del Colegio. Y esa noche en vela las volcó en el papel.

Frente a la estudiantina leyó esas palabras “de saludo para la juventud de estudiantes de Concepción del Uruguay en esta tarde.

“Qué linda suerte la mía, esa suerte de echar pie a tierra en este pago de Concepción del Uruguay, para saludar a la juventud estudiosa, pajaritos de reciente plumaje, que se preparan para el canto y el vuelo en venerables jaulas de mapas, de libros y consejos, en las que no hay ramas que detengan el sueño y la fantasía, y donde la vocación halla su cauce para correr tierra y tiempo, y darse con todo, como los arroyos que cruzan nuestras praderas con sol y sombra, y remolino, hasta entregar su viaje al ancho y amado río, sumándose a la vida y al paisaje con un destino de mar…”

 

PRÓCER DE CARNE Y HUESO

Las bellas palabras pronunciadas bajo el sol primaveral, en el antiguo patio del Colegio, echaron a volar y recorrieron galerías y pasillos, y se confundieron con las voces de otros tantos célebres personajes que pisaron las baldosas del Histórico.

“Fui como ustedes, pajarito libre sobre un paisaje de encantamiento. Quemaba mis carbones en el aula, y en el deporte, y en la danza.

“Cualquier camino que recorría de niño, de muchacho, era para mí, como para todos los adolescentes, una senda milagrera donde se me rebelaba un mundo; un mundo que era solamente nuestro; un universo que apasionaba al muchachito descubridor, un territorio que impulsaba al conocimiento de yuyos y de árboles, de nidos y de arenas, de frutas tibias bajo el sol de la siesta…”

Los jóvenes estudiosos -seguramente guardando respetuosos silencio- con ojos de asombro y oídos atentos, observaban a ese hombre de rostro aindiado ahí presente, vivo. Sí vivo porque para los estudiosos de manual los grandes hombres sólo viven en las esculturas, como ese Urquiza, ese Clark, ese Larroque que señorean congelados en el bronce.

“Los años, el tiempo, hicieron de aquellos caminitos de travesuras y revelaciones camperas y sencillas, un solo camino.

“El abuelo vasco y el abuelo indio, se confabularon con el paisaje de esta tierra en que nací.

“Desde la raíz de la piedra, desde la hondura del algarrobo, desde la nocturnidad de las llanuras, desde el misterio de los montes, los duendes mestizos que manejan mi destino, eligieron un trenzador.

“Ese trenzador se llamaba destino. Y tomando las cinco líneas de aquel pentagrama que solía descifrar con dificultad cuando niño, hizo con ellas una trenza hechizada, un lazo sobado con amor y paciencia, con cielitos y rocíos mañaneros.

“Y con ese lazo, hecho para el desvelo y el camino, amarró junto a mi corazón un antiguo madero estremecido: la guitarra…”

En esas líneas vibraba el canto pausado del payador, el sonido grave de la guitarra criolla, el aroma de los espinillos en flor que lo recibieron en la que fuera villa del Arroyo de la China.

“Y bendigo a mí la suerte de hoy, que me permite desensillar, siquiera por una noche, junto a los muros de esta ciudad, tan entrerriana y tan argentina, tan plena de historia, tradición y poesía, con un paisaje de prado, monte y río, capaz de atesorar la vocación de sus hijos, apuntalando el ayer para que sea más firme la luz del mañana”.

 

PAYADOR PERSEGUIDO

Atahualpa Yupanqui nació en el paraje Campo de la Cruz, en José de la Peña, partido de Pergamino, el 31 de enero de 1908. Fue anotado en el registro civil como Héctor Roberto Chavero.

En su derrotero, fue maestro, periodista, peón rural… pero, por sobre todo, músico. A los 23 años, se casó en Buenos Aires con su prima María Alicia Martínez, aunque poco después se instalaron en Entre Ríos. Faltaban varios años para su unión más conocida con la francesa Antoinette Fitzpatrick, “Nenette”, que como Pablo del Cerro firmó muchas de las canciones que Don Ata hizo famosas.

En su célebre “El canto del viento”, escribió: “Rastreando la huella de los cantos perdidos por el Viento, llegué al país entrerriano. Sin calendario, y con la sola brújula de mi corazón, me topé con un ancho río, con bermejos barrancos gredosos, con restingas bravas y pequeñas barcas azules. Más allá, las islas, los sarandizales, los aromos, refugio de matreros y serpientes, solar de haciendas chúcaras. Lazo. Puñal. Silencio. Discreción.

“Me adentré en ese continente de gauchos, y llegué a Cuchilla Redonda, desde Concepción del Uruguay. Llevaba un papel para Aniceto Almada. Y días después, crucé por Escriña, Urdinarrain, y fui a parar a Rosario Tala. Era una ciudad antigua, de anchas veredas, con más tapiales que casas. Anduve por los aledaños hasta el atardecer, sin hablar con nadie, aunque respondiendo al saludo de todos, pues allá existía la costumbre de saludar a todo el mundo, como lo hace la gente sin miedo y sin pecado”.

En su célebre “Sin caballo y en Montiel” dice que anduvo por Altamirano, Sauce Norte, Barro negro… y trabó amistad con Climaco Acosta y Cipriano Vila “dos horcones entrerrianos y una amistad sin revés”.

Payador perseguido y no era metáfora. Sus ideas políticas, su acercamiento al yrigoyenismo derrocado y diezmado en la “década infame”, lo impulsaron a buscar refugio entre los espinillos y ñandubays del Montiel. Existen testimonios que lo ubican involucrado en la revolución de los hermanos Kennedy (Eduardo, Roberto y Mario) en la zona de La Paz que movilizó el aparato represivo del gobierno nacional.


7/10/24

Del mote de vagos a la dignificación del trabajo rural

Rubén I. Bourlot


Un grupo de peones de la trilla. Imagen tomada en la zona rural de Nogoyá, en 1916.

La dura realidad del trabajador rural asalariado o peón de campo ha tenido, en el transcurso del siglo XX, algunas modificaciones que han mejorado la condición de su tarea en relación al siglo XIX. Sin embargo, aún persisten en el país bolsones de explotación para quienes desempeñan estas tareas.

El 8 de octubre es el Día del Trabajador Rural recordando la sanción en 1944 del primer Estatuto del Peón de Campo, mediante decreto 28.169 del gobierno de facto presidido por el general Edelmiro Farrell, cuyo secretario de trabajo era Juan Domingo Perón.

“Cachorro de viaje largo: / ¡qué duro es tu trajinar!/ Destino sin una queja / de silencio y soledad” le canta Linares Cardozo en Peoncito de estancia.

Existe un discurso muy actual que otorga un halo de romanticismo al trabajador rural asalariado, al peón de campo; que lo muestra como una persona abnegada que trabaja de sol a sol, con frío, calor o lluvia, sin reclamar por vacaciones, sin hacer huelgas ni cortar rutas -como lo hacen sus patrones-. Pero esa es una penosa realidad aún con la vigencia de las leyes que tratan de dignificar su trabajo.

El estatuto de 1944 venía a visibilizar a un sector totalmente marginado que prestaba servicios en condiciones penosas y en muchos casos casi en la esclavitud. La norma establecía la obligación de pagar un salario mínimo y la estabilidad de los trabajadores del campo, el pago en moneda nacional, la ilegalidad de deducciones o retenciones, descansos obligatorios, alojamiento con mínimas condiciones de higiene, buena alimentación, provisión de ropa de trabajo, asistencia médico-farmacéutica y vacaciones pagas. La normativa fue fuertemente resistida por los productores rurales que se negaban a reconocer la productividad del trabajador bajo su dependencia.

El estatuto se convirtió en la Ley Nº 12.921 en diciembre de 1946. Meses más tarde se sancionaba la Ley 13.020 para reglamentar el trabajo de cosecha o de los llamados trabajadores “golondrina”. El Estatuto del Peón de Campo fue reemplazado por un Régimen de Trabajo Agrario mediante el decreto de facto Nº 22.248 de 1980. En 2011 se sancionó un nuevo Estatuto del Peón Rural.

Régimen feudal

El régimen de trabajo rural hasta la década del ’40 no difería mucho de las condiciones que venían de la época colonial. Los vínculos cuasi feudales entre peones y patrones tuvieron su expresión más salvaje en los obrajes de La Forestal que a partir de 1870 explotó los quebrachales en el norte santafesino, sur chaqueño y noreste de Santiago del Estero.

Tradicionalmente, con la expansión de la ganadería en la región, se hizo necesario contar con puesteros y peones para atender a la hacienda bajo un régimen de servidumbre.

Según el historiador Juan Pivel Devoto a fines del siglo XVIII en la Banda Oriental del Uruguay los puesteros y peones constituían la base de lo que denomina el “proletariado rural”. Percibían una parte de su salario en dinero, completándose muchas veces en forma de alimentos y vivienda. Una figura importante de este sector estaba representada por los agregados, en muchos casos antiguos ocupantes instalados en predios de grandes o medianos hacendados, con su propio grupo familiar. El agregado fue tolerado frecuentemente por el propietario o poseedor como garantía contra el asentamiento de nuevos ocupantes, manteniéndolo en las tierras a cambio del mejor derecho del hacendado.

Las grandes propiedades se arrendaban con todo lo que las tierras tenían, no sólo con las instalaciones, sembradíos o ganado, sino también con los pequeños arriendos – en este caso, denominados arrendatarios secundarios- y con los agregados que tuviera la propiedad que los asimilaba a los siervos de la gleba del feudalismo europeo. 

En este sentido, y en virtud de la relación contractual, los arrendatarios principales, sin ser dueños de la tierra que arrendaban y al margen de cualquier otro arreglo que previamente pudiera haber hecho el arrendatario secundario o el agregado con el propietario de las tierras, recibieron un amplio poder de decisión sobre la suerte de aquellos. Se trasladaba al arrendatario principal con toda su fuerza la relación de dependencia del pequeño arrendatario y del agregado.

El control de los vagos

Ya en la época independiente los gobiernos de Entre Ríos trataron de regular el trabajo rural no para reconocerles derechos sino para garantizar la prestación de sus servicios. Así Justo José de Urquiza al frente del gobierno de Entre Ríos dispuso una minuciosa reglamentación para el personal de marcación de ganado: “Todo peón de esta marcación, queda sujeto a los comisionados, principales cabezas y subordinados a los subalternos de las escuadras que formen, sin poder salir del puesto que ocupe sin previo permiso por escrito de uno de los comisionados. La peonada en sus marcas guardará el orden militar, formando filas alineados sin permitir que salga nada de ellas, y cumpliendo las órdenes que se les imponga. Los trabajos cesarán a las doce del día sábado, para dar lugar al aseo particular de cada uno y reposición de los útiles de servicios inutilizados, pasando revista de ellos en forma militar; ninguno tendrá ni podrá llevar mujeres en las incursiones que se hagan durante su subsistencia en las comisiones de yerra”.

El día domingo se permitía a la peonada “la diversión de costumbre, que es el baile, cuidando las familias del partido, y prohibiéndose hacerlo de noche, y éste sólo durará hasta las cuatro de la tarde”.

Pero también por la época rigieron las denominadas leyes de “vagos” para obligar a prestar servicio a los también denominados “gauchos” que no tenían ocupación fija.

En 1848 el gobierno decretó “convencido de que la falta de moral y aplicación al trabajo de la clase jornalera, obsta poderosamente al adelanto de un país, por cuanto la falta de brazos paraliza todos los ramos de su comercio e industria” por lo tanto no se admitía en la provincia “ninguna clase de individuo vago, o que no tenga ocupación honesta y conocida” y establecía las obligaciones de peones y empleadores que debían exigir la portación de un certificado de las autoridades competentes o la “papeleta” extendida por un empleador donde se registraba su conducta en el trabajo. Los que persistían en el estado de vagancia serían enviados al campamento militar de Calá.

En 1860 la Cámara legislativa sancionó la “Ley de vagos” que calificaba como tales a “las personas de uno y otro sexo que no tengan renta, profesión, oficio u otro medio lícito con que vivir” y “los que, con renta, pero insuficiente para subsistir, no se dedican a alguna ocupación lícita y concurren ordinariamente a casas de juego, pulperías o parajes sospechosos”. A estos infractores se los destinaba a “trabajos públicos por el término de tres meses” en tanto que “las mujeres vagas serán colocadas por igual término al servicio de alguna familia mediante un salario convenido entre la Autoridad y el patrón”.

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