10/4/25

Una película filmada en el palmar entrerriano: "Lauracha" con Amelia Bence

Rubén I. Bourlot


El territorio entrerriano fue escenario de filmaciones en los tiempos de esplendor del cine nacional. Los paisajes elegidos para rodar las principales escenas de “Lauracha” fueron los del palmar colonense y tuvo como protagonista a una locomotora que surcaba las vías del tramo que unía Concordia con Concepción del Uruguay. Finalmente fue estrenada el 11 de octubre de 1946.

Ofelia de Elía de Bertolyotti recuerda en su Historia de 1° de Mayo (departamento Uruguay): "En los bellos paisajes del Palmar de Colón, se rodó la película ‘Lauracha’ que protagonizó Amelia Bence. En esta película actuaron muchos peones de los obrajes cercanos y habitantes de Ubajay. Cuando los encargados del cine pasaron la película, tuvieron que repetirla durante una semana en matiné y de noche. Los que participaron en la película no se conformaron con verse una vez y tan rápido." Uno de esos vecinos extras que se recuerdan es don “Cundicho” Cáceres.

La citada proyección se hizo en un galpón de Ubajay según testimonia una vecina del lugar.

Hoy es una obra muy difícil de hallar y solo rescatamos para esta crónica un fragmento de cinco minutos donde se pueden apreciar escenas en el Palmar. Comenta Mirta María Colazo, vecina del lugar, que se filmó en los alrededores de la estación de Ubajay. Incluso hicieron tomas de algún parroquiano desprevenido que circulaba por el lugar, como David “Duveley” Hejt sorprendido cuando viajaba en su sulky.


Años después, en 1971, se filmó en el palmar colonense “Balada para un mochilero” con la actuación de José Marrone.

Como lo testimonia el texto transcripto el cine en los pueblos y pequeñas localidades era todo un suceso. Y más como en este caso que la filmación se llevó a cabo en la localidad con “extras” de la zona.

Laurachas es una película de la época del blanco y negro que fue dirigida sucesivamente por Ernesto Arancibia, Arturo García Buhr, Enrique Cahen Salaberry y Antonio Ber Ciani según el guion de Hugo Mac Dougall sobre la novela de Otto Miguel Cione que se estrenó el 11 de octubre de 1946 y que tuvo como protagonistas a Amelia Bence, Arturo García Buhr, Nelo Cosimi, Ilde Pirovano y Malisa Zini. Como se puede observar, filmada parcialmente en Entre Ríos, tuvo un rodaje complicado en el que terminaron interviniendo cuatro directores. Según las crónicas de la época, a principios de la década, la producción cinematográfica había entrado en crisis a partir del estallido de la guerra en Europa y la consecuente escasez de celuloide provocada por el bloqueo norteamericano como respuesta a la neutralidad del país ante el conflicto.

“Se trata de una película de época con gran despliegue -comenta el reconocido crítico Claudio España- dirigida por Ernesto Arancibia y Amelia Bence como primera figura pero como se atrasó el rodaje Bence se tuvo que ir de Pampa Film donde se filmaba a los estudios San Miguel donde había firmado un contrato. Se fue Arancibia y Arturo García Buhr, que integraba el elenco, fue el encargado de continuar el rodaje. García Buhr era muy buen director y actor. Pero luego le dieron la película a Enrique Cahen Salaberry para que tratara de terminarla. Y otro director, Antonio Ber Ciani, también puso la mano y Amelia Bence volvió para terminar sus escenas. Y hasta dicen que como un actor del elenco había muerto (sería Nelo Cosimi) fue contratado Pepe Iglesias para que tratara de doblar la voz del actor que había filmado las escenas si terminar de grabar sus diálogos”.


EL ARGUMENTO

Según las críticas se trata de una verdadera joya del cine argentino, en donde libro, protagonistas y escenarios eran de una gran calidad, y sus historias, sin perder el tinte local -estancias argentinas en este caso- tocaban los dilemas universales humanos.

En síntesis el filme es una historia dramática, de ambiente rural, donde una mujer de fuerte carácter, muy bella pero arrogante y seductora se encuentra con un visitante audaz, seguro de sí mismo, interesante y que no parece caer en sus redes amatorias. En el trascurso de la historia el hombre terminará enamorándose pero al final la abandona y se desata la tragedia.


EL LIBRO

La novela “Lauracha: la vida en la estancia” de Otto Miguel Cione Falcone que da origen al argumento, fue publicada en Buenos Aires en 1906 con singular éxito entre los lectores que mereció varias reediciones.

“’Lauracha’ no solo es la pintura de ‘la vida en el campo’ -prologa Leopoldo Thévenin en la tercera edición de 1911- (…), es, además, la psicología de una mujer extraordinaria y la historia de un amor que, en sus exaltaciones más extremas, llega primero a la crueldad y acaba por fin en la muerte (…). Toda la poesía de los campos, todo el misterio de su soledad y su silencio encontraron en estas páginas un eco.”

El autor de la novela nació en Asunción del Paraguay pero desde niño se radicó en Uruguay. Fueron sus padres Pascual M. Cione y Ángela Falcone, ambos nacidos en Italia. Utilizó el seudónimo "Martín Flores" para publicar artículos en varios diarios del país de adopción, entre ellos La Mañana. Fue crítico teatral de El Plata, El País, El Diario, Crítica e Idea Nacional. Muchas de sus obras dramáticas fueron representadas en varios países de América y Europa. Otras fueron adaptadas para otros formatos como el cine; este es el caso de Lauracha.

Fue cónsul de Uruguay en Concordia, Argentina, y Director de la Biblioteca Central de Enseñanza Secundaria del Uruguay en 1937.


EL GUIONISTA

El autor de la adaptación de la novela es Hugo Mac Dougall, un escritor, periodista y guionista muy reconocido en la época y no solo en nuestro país. En 1947 se casó con Nora Lagos, bisnieta de Ovidio Lagos fundador del diario La Capital de Rosario. La propia Nora en 1953 accedió a la dirección del diario otorgándole una impronta particular que le valió la persecución. Pero esta es otra historia.

Viviana Mac Dougall, descendiente de la familia, nos aporta datos sobre Hugo cuyo apellido real era Macías hijo de Margarita Mac Dougall que se casó con José María Mascías oriundo de Reus, Tarragona, España. Nació el 9 de diciembre de 1901 en Buenos Aires y falleció en la misma ciudad el 15 de mayo de 1976.

Su abuelo fue Hugh Mac Dougall, un escocés que emigró a Argentina casado con Janet Douglas y se radicó en 1825 en la provincia de Entre Ríos. Fue propietario de varias estancias ganaderas en el departamento Gualeguay, tuvo 18 hijos según algunas referencias genealógicas, y falleció en la zona el 28 de mayo de 1884. 

 

Escenas del filme


 

9/4/25

De nuestra industria perdida: Un camión que era un avión

 Rubén I. Bourlot

En 1986 comenzaba en Paraná el proyecto de construcción de un camión con un novedoso diseño realizado por Oreste Berta y detalles de avanzada como era un novedoso freno de discos y computadora de a bordo. Al año siguiente se inició la fabricación con una buena repercusión en el mercado. Al cabo de una década, por diversos factores, se dejó de producir.

La experiencia del camión Feresa es una de las tantas frustraciones de la industria automotriz argentina. En nuestro país esta industria, como muchas otras que hubieran terminado de modelar un desarrollo distinto al agroexportador, nunca terminó de arrancar. Hubo varios intentos como los planes estatales de las décadas del ’40 y ’50 que iniciaron la producción, desde automotores hasta aviones, con el aporte de un importante capital tecnológico y posibilidades de abastecer el mercado interno y latinoamericano. Japón lo hizo en su momento, también Corea del Sur – un país pequeño, dividido y jaqueado por la guerras - y hoy la India. Pero en Argentina no fue posible. Los primeros pasos dados entre 1945 y 1955 se frustró por la interrupción del proceso político con el golpe de estado de 1955 que derrocó al peronismo.

También desde las iniciativas privadas se llevaron adelante proyectos de desarrollo muy auspiciosos como la fabricación de cosechadoras automotrices, motocicletas, automotores y tractores. Con el viento a favor de políticas de estado que protegían la industria tuvieron un éxito momentáneo hasta que el cambio hacia el aperturismo fomentando la competencia salvaje con productos importados las hizo caer. Algunas empresas sobrevivieron reconvirtiéndose en importadoras.

Un avión

En 1986, en la ciudad de Paraná (Entre Ríos) una empresa metalúrgica apostó nuevamente a la producción de un vehículo utilitario que tuvo buena repercusión. Se trataba de un camión de cuatro toneladas de carga con un moderno diseño de su cabina salido de la creatividad de Oreste Berta – el mismo que diseñó el recordado Torino -. Bajo la denominación de FERESA AV 120 y con el lema “Un avión en la ruta” se lanzó al mercado con una buena repercusión.

En ese año se elaboró el proyecto y al año siguiente concluyen el prototipo que se lo somete a pruebas a lo largo de 150.000 kilómetros con resultados muy satisfactorios. Posteriormente se realizan otros dos prototipos y comienzan los trabajos para la producción seriada en la planta que la empresa poseía en el Parque Industrial General Belgrano de la ciudad de Paraná.

Detalles técnicos

El FERESA estaba equipado con un motor Perkins de 6 cilindros y chasis de tipo escalera remachado, para sistema pesado, con formato rectilíneo.

La cabina, era de tipo monocasco, frontal de PRFV (poliéster reforzado de fibra de vidrio), rebatible a 57 grados, de concepción aerodinámica, con gran ángulo de visibilidad, volante de dirección con distintas posiciones y panel de instrumentos completo con indicadores ópticos.

Era el único camión de producción nacional, equipado con frenos a disco en las ruedas delanteras y traseras. Como equipamiento opcional, se incluía una computadora de a bordo, también producida en Paraná, destinada a servir de ayuda al conductor, indicando en forma auditiva y visual la aparición de alguna falla. Por medio del teclado se podían obtener datos útiles de marcha, como ser: consumo instantáneo, autonomía, tiempo transcurrido desde el arranque del motor, velocidad promedio, temperatura exterior, etc. Mediante funciones de alarma anunciaba falta de presión de aceite en el motor, exceso de temperatura, nivel inadecuado del líquido de freno, control de freno y antirrobo con el motor detenido.

Un bajo coeficiente de penetración aerodinámico le permitía un reducido consumo de combustible. Podía alcanzar una velocidad máxima de 125 kilómetros por hora. La caja de cinco marchas le posibilitaba mantener una velocidad crucero de 100 kilómetros, sin mayores esfuerzos para el impulsor.

A lo largo de una década se comercializó el vehículo en la región hasta que por falta de apoyo poco a poco fue perdiendo puntos de venta, sumado a las políticas de apertura del mercado implementadas de la década del ’90 que favoreció la llegada de rivales de diversas latitudes, cesó su fabricación.

Cómo hizo Corea del Sur

A comienzos de los años 60, Corea era una nación dividida y empobrecida. La República del Sur inició un plan quinquenal para promover la economía que reservó un lugar privilegiado para la industrialización y la motorización del país. Se prohibió la importación de automóviles completos y se facilitó el ensamblado de kits reduciendo, hasta casi su eliminación, los aranceles a la importación de piezas. Sin apoyo tecnológico y con una industria precaria, los pioneros tendrían que limitarse a establecer sus bases y negociar el ensamblado de productos extranjeros.

Así en 1967 nacía el primer “coche coreano”, que no era otra cosa que un Ford Cortina ensamblado por Hyundai. Pero gracias, una vez más, al proteccionismo del gobierno, fabricantes locales como Hyundai comenzaron a establecer sinergias con los grandes grupos automovilísticos internacionales y también a beneficiarse de su know-how y a adquirir multitud de tecnologías.

Hyundai cerró su alianza estratégica con Ford y años más tarde Daewoo haría lo propio con General Motors tras fabricar kits de Toyota. Mientras tanto Kia, que aún no era dependiente del Hyundai Motor Company, ya estaba en negociaciones con Mazda. Aun así el elevado costo de las piezas y el cierre a la importación con muchas fronteras, hacían que los productos coreanos fueran demasiado caros, por no hablar de su ínfima calidad.

Pero las bases de la industria de Corea del Sur, tal y como la entendemos hoy en día, ya se habían sentado. A finales de los años 70 la producción superaba las 200.000 unidades y más de un 90% de los coches que se comercializaban en la nación habían sido fabricados en casa. Hyundai ya había lanzado el que de verdad era el primer coche coreano, el Pony, y había iniciado las exportaciones en Ecuador y más tarde en Canadá, aunque no sería hasta 1986 cuando aterrizarían en los Estados Unidos y comenzarían a llevarse todos los elogios posibles por su bajo coste. Lo suyo no fue llegar y besar el santo, pero casi.

1/4/25

Entrerrianos por las Malvinas

 Rubén I. Bourlot


El 2 de abril de 1982 la recuperación del territorio de la Islas Malvinas constituye la gesta más importante del siglo XX y es uno de los hechos políticos que marcan un antes y un después en la historia de la nación.

La batalla por las Malvinas que se desata tras la intervención de la armada de Gran Bretaña constituye un nuevo episodio de nuestras luchas por independencia definitiva de la patria, que se inicia a principios del siglo XIX.

Y los entrerrianos no estuvieron ausentes a lo largo de los dos siglos de conflictos. El primero fue el guaraní Pablo Areguatí, aquerenciado en Mandisoví, que en 1824 fue nombrado comandante militar de la isla Soledad.

El incidente malvinero de 1982 fue el desenlace de una serie de acontecimientos que se inician en 1833 cuando el reino de Gran Bretaña se apodera por la fuerza de esta porción del territorio nacional.

De nuevo un entrerriano es protagonista. El gaucho Antonio Rivero se alzó ante la ocupación y levantó bien alto la bandera argentina en esas inhóspitas tierras hasta que Rivero y sus gauchos son tomados prisioneros. En 1836, un decreto de la Sala de Representantes de la provincia insta al gobierno nacional -el encargado de la Confederación Juan Manuel de Rosas- a exigir al gobierno británico el reconocimiento de “los incuestionables derechos que tiene la República a las Islas Malvinas, y en su consecuencia, se obligue a desocuparlas, e indemnizarlas a esta República de los perjuicios que ha recibido por su violenta ocupación”.


Reclamo permanente

A partir de ahí, y a lo largo de un siglo y medio, se sucedieron reclamos diplomáticos, resoluciones de las Naciones Unidas y la solidaridad de cientos de países del mundo, a los que el Reino Unido hizo caso omiso.

En las décadas de 1960/1970 las relaciones con el país usurpador pasaban por una especie de primavera que alentaba un principio de negociación. Pero, tras la asunción del gobierno conservador de Margaret Thatcher se cerraron todas las posibilidades de una solución diplomática y se inició la escalada que terminó el 2 de abril de 1982 con la reintegración al suelo patrio de las Malvinas por parte de las fuerzas armadas.

La recuperación y el posterior enfrentamiento armado, provocó la adhesión unánime del pueblo argentino que se volcó a las plazas y demostró su solidaridad con los combatientes. El Diario, en su edición del 10 abril muestra notas gráficas con la gran movilización del pueblo de Paraná.


Contar cuentos en Malvinas

También en Paraná José Luis Navarro, un hombre ya mayor, chileno de nacimiento y de extensa trayectoria en el teatro, el circo y el radioteatro, abrazaba la causa con las armas que tenía. En una carta dirigida al Comandante de la Segunda Brigada de Caballería Blindada de Paraná se ofrece “con mi arte y mi profesionalidad, dispuesto, si es necesario a ir a la Islas Malvinas aunque más no sea a tocar la guitarra o contar un cuento, porque también soy cuentista (…)” Nunca obtuvo respuesta. El comandante estaría para cosas más importantes.

Por su parte muchos sectores intelectuales del país, políticos que despertaban de entre las sombras de la tiranía, banqueros y muchos empresarios se mostraban dubitativos, temiendo que nos íbamos a “descolgar” del poderoso Occidente, que nos íbamos a ir del Mundo.

La prensa fluctuaba entre las noticias sensacionalistas, el triunfalismo superficial, y la crítica solapada a la “decisión inoportuna” o a la “aventura militar” del gobierno de entonces.

En tanto en Malvinas, el gobierno argentino nombraba a su capital como Puerto Rivero, designación que fue cambiada días después por Puerto Argentino, ante la reacción de la cúpula de la Academia Nacional de la Historia que emitió un dictamen lapidario negando la trascendencia a la actuación del panza verde Rivero.

Durante el transcurso del enfrentamiento contra la Task Force británica se produjeron episodios de heroísmo de nuestros combatientes y la acción de las fuerzas armadas argentinas les provocaron serios daños que la pusieron al borde de la derrota, solo superada con la oportuna ayuda de los Estados Unidos. Las tropas argentinas provocaron al invasor una considerable pérdida de barcos y de aviones, y aún hoy hay dudas acerca de las bajas que reconocen los ingleses: 255 muertos y 777 heridos.

Unas 24 naves de la escuadra naval de la corona británica recibieron los proyectiles argentinos. Siete embarcaciones fueron hundidas, cinco resultaron fuera de combate y otras doce quedaron con averías de consideración.

El gobierno de entonces, un régimen de facto que se decía aliado al mundo “occidental”, omitió hacer la guerra por todos los medios para profundizar el daño al enemigo. No embargó los activos económicos de propiedad británica y de sus aliados radicados en el país, no suspendió el envío de las remesas del pago de la deuda externa de entonces a los países beligerantes ni expropió las grandes extensiones de tierras propiedad de súbditos de la reina británica.

Un párrafo aparte merece la etapa de la llamada “postguerra” cuando se comenzó a descreditar este acontecimiento. La campaña de desmalvinización pretendió ocultar deliberadamente los hechos. El retorno de los combatientes se hizo a las sombras, sin homenajes, sin el debido reconocimiento a los actos de heroísmo y con acusaciones infundadas en la mayoría de los casos, a la oficialidad que tuvo la responsabilidad de conducir las acciones en el campo de batalla. La fecha del 2 de abril fue borrada del calendario de días conmemorativos.

Con los años vino el reconocimiento a los combatientes, pausado y a regañadientes. Fueron 34 los entrerrianos que ofrendaron su vida en las turbas australes, y los que sobrevivieron al final lograron ser considerados como veteranos. Calles y otros lugares públicos de ciudades y pueblos de la provincia llevan hoy los nombres de los combatientes.

20/3/25

El incendio de una promisoria industria tecnológica en Paraná

Rubén I. Bourlot


Una promisoria industria tecnológica radicada en Paraná terminó frustrada por un incendio a mediados de la década del 80. Se trataba de una fábrica de computadoras y calculadoras que se comercializaban con la marca Czerweny, una compañía que apostaba a una industria de punta.

El 10 de junio de 1986 al atardecer el fuego se apoderó del local de la fábrica ubicada en el kilómetro cinco y medio de la ruta 11, acceso sur de Paraná. Los bomberos rápidamente se hicieron presente, consigna la noticia publicada por EL DIARIO, y lograron apagar las llamas en las primeras horas de la noche pero la destrucción fue total. Se perdió la producción y todos los insumos. Lo positivo de la información es que no hubo ninguna víctima.

La empresa tuvo su origen a partir del arribo de Tadeo Czerweny, nacido en 1909 en Ucrania, a Gálvez, Santa Fe, en 1913. En el lugar fundó su primer taller electromecánico que se transformó en una pequeña fábrica montada en la vecina localidad de El Trébol. De vuelta en Gálvez fundó junto a sus cinco hermanos la que luego sería una de las más importantes fábricas de motores eléctricos del país.

En 1958 Tadeo se desvinculó de la sociedad para dedicarse a la fabricación de elementos y accesorios electromecánicos y luego específicamente transformadores, fundando su empresa unipersonal en 1969. Un tiempo después, Hugo Mazer y Oscar Crippa, dos exempleados de IBM, se integraron a la compañía para fundar la división electrónica de Czerweny con una planta en Paraná, en el kilómetro 5,5 de la Ruta Provincial 11, que diseñó la primera calculadora electrónica totalmente nacional, de la que lograron venderse 100 mil unidades.

Poco tiempo le duró la buena estrella. Con el Rodrigazo de 1975 que devaluó abruptamente la moneda y el golpe de Estado del 76 que impuso el modelo económico del ministro Alfredo Martínez de Hoz se vieron invadidos por calculadoras importadas. De esta manera, tuvieron que pasar de fabricantes a importadores, algo que no estaba en el ADN de los empresarios.


Las computadoras ZC

En 1982, luego de la guerra de Malvinas, la división electrónica renació con el fin de importar las Computadoras ZX Spectrum de la británica Sinclair, pero por el bloqueo comercial hacia las marcas inglesas tuvieron que renombrar los productos con una denominación local. También habían ganado un contrato como proveedores de IBM y ante la necesidad de montar nuevas instalaciones para esa producción utilizaron el local de Paraná, Entre Ríos. Prontamente, la nueva fábrica se puso en funcionamiento y comenzó la producción de las fuentes. Simultáneamente obtuvieron la representación de National Semiconductors, lo cual les facilitó importar ciertos chips para experimentar. Con esta experiencia los socios Mazer y Crippa empezaron a soñar con producir computadoras hogareñas, esas primitivas “computers” como se llamaban en la época, que tímidamente se iban instalando en las oficinas.

Dos décadas antes de esta incipiente industria había llegado al país la primera computadora científica bautizada Clementina. Era un armatoste que no tenía teclado ni monitor, contaba con 5Kb de memoria RAM y con sus 18 metros de largo ocupaba toda una habitación. Fue traída por el Instituto de Cálculo y la carrera de “Computador Científico” de la Universidad de Buenos Aires.

Decididos a picar en punta en la industria tecnológica los socios de Czerweny le ofrecieron a Sinclar, que fabricaba la Spectrum, clonar los equipos poniéndole el color local para romper las restricciones del conflicto por Malvinas. Dieron el puntapié inicial y en 1983 Sinclair, a través de la subsidiaria portuguesa Timex, les proveía a Czerweny los chips para la fabricación de las microcomputadoras en el país. A partir de aquí, la empresa paranaense iniciaría una pequeña revolución informática. El primer modelo que hicieron fue el CZ 1000, tomando las siglas de Czerweny para, además, aprovechar el histórico posicionamiento de la marca. Czerweny registró la marca CZ para utilizarla en toda la línea de computadoras electrónicas. De a poco casi todos los componentes, salvo los chips, se fueron copiando y produciendo en el país. Los circuitos impresos, carcazas, fuentes de alimentación, envases especiales, cables y demás accesorios eran fabricados en la planta de Paraná o adquiridos a proveedores locales, lo que permitía un porcentaje de integración nacional superior al 80%. Los equipos contaban con una entrada para el popular Joystick y el revolucionario botón reset. La empresa llegó a fabricar en el país unos 4000 equipos por mes y ocupaba a 70 personas.


El final no anunciado

En 1986 llegó el final no anunciado. EL DIARIO de Paraná, de once de junio de 1986, en su primera plana informaba sobre un “voraz incendio en una planta industrial” acompañada de una fotografía de los bomberos intentado sofocar las llamas. Según testimonios recogidos por el periódico el día anterior a las 17 horas vecinos del lugar empezaron a sentir olores en la planta que estaba cerrada por el feriado; en esa época se recordaba el 10 de junio la reafirmación de los derechos sobre las islas Malvinas. A las 19,30 el fuego se hizo visible y minutos después llegaron los bomberos. Hacia las 23 el incendio se había apagado pero las llamas ya habían hecho su trabajo. Se quemó todo el equipamiento, la producción y el stock de insumos. No hubo víctimas humanas y no se pudieron establecer las causas del siniestro.

El traspié dejó en una situación de quebrando a la empresa. Los equipos destruidos habían sido cedidos a consignación por IBM y además tenían deudas con la compañía Czerweny de Gálvez. Unas 70 personas quedaban sin trabajo. Por un tiempo siguieron operando en un pequeño galpón en el puerto de Paraná, donde habitualmente depositaban el remanente de equipos que les quedaban. “Teníamos contrato con un instituto de enseñanza de Buenos Aires que vendía cursos de informática con nuestra computadora –dice Hugo Mazer en una entrevista-. Este fue el último cliente que tuvimos, por el año 87. Luego de cumplir con una tanda de equipos, se terminó para siempre nuestra aventura con las Spectrum”.



12/3/25

Las vacunas, las ideologías y las historias que se repiten

En agosto de 2020 el mundo se enteraba que Rusia había culminado los estudios para aprobar la primera vacuna contra el coronavirus 2019. Este acontecimiento no estuvo exento de polémicas por posiciones ideológicas y geopolíticas, algo que se emparenta con los sucedido a principios de los ’90 con la vacuna cubana contra la meningitis.
Estos hechos en el contexto de una pandemia inédita en los últimos tiempos cobran historicidad y nos interpelan para ir elaborando una interpretación de la historia reciente. Hacer historia con hechos cercanos en el tiempo, si bien puede resultar incómodo porque se trabaja en las arenas movedizas de lo que está sucediendo, es necesario. Tradicionalmente se sostenía que había que dejar decantar en el tiempo los acontecimientos para ganar en perspectiva, separar el sujeto del objeto de estudio. Pero son solo excusas para evitar probables polémicas. Sabemos que en el objeto de la historia siempre está involucrado el sujeto que lo indaga, el historiador, más allá del tiempo que hay transcurrido.
Para describir hechos inmediatos y apartarlos del terreno periodístico, ponerlos en contexto, como es a la omnipresente cuestión de las vacunas contra el Covid19 y las fronteras ideológicas, podemos remitirnos a algunas décadas atrás cuando otras polémicas mantuvieron el vilo a la comunidad, aún sin la hegemonía de internet y las redes sociales. En las décadas transcurridas entre 1980 y 2000 el debate giraba alrededor de las propiedades casi milagrosas del aloe vera para combatir el cáncer y las promesas de la crotoxina (veneno de la serpiente cascabel) que, con el mismo objeto, venían de la mano de las investigaciones del doctor Juan Carlos Vidal. Mientras el aloe se consumía en improvisados brebajes, la crotoxina se debatía en los ámbitos científicos y en los medios de comunicación, tanto que terminó siendo prohibida por la falta de evidencias sobre su efectividad.


El AZT y el SIDA
Otra polémica de menor intensidad, con anclaje en Entre Ríos, tuvo como protagonista a un laboratorio de Paraná que trabajosamente lograba que las autoridades sanitarias autorizaran la elaboración del genérico antiretroviral llamado AZT para combatir el SIDA. Se trataba del entonces laboratorio Filaxis fundado por el doctor Antonio Bouzada. En 1992 lograba lanzar al mercado el novedoso producto con un inédito impacto en los medios de alcance nacional como Somos (“La increíble historia del AZT argentino”), Gente (“AZT made in argentina”), Negocios, entre otros. En la nota de la revista Gente se anunciaba que “en 60 días, la Argentina se trasformará en el cuarto país del mundo que frena parcialmente el virus de SIDA: el AZT. El laboratorio queda en Paraná, los científicos son todos argentinos y lograron que la droga tenga el mismo costo que en los Estados Unidos.”
Pero en estos debates no afloraban las posturas ideológicas como lo fue el caso de la novedosa vacuna contra la meningitis creada por el Instituto Finlay de Cuba.


La vacuna no inyecta el marxismo

A fines de la década de 1980 una noticia saltaba del críptico lenguaje de las revistas académicas a los diarios. Cuba había desarrollado una vacuna (VAC-MENGOC-BC) eficaz contra meningococo B y C, responsable de la tan temida meningitis. Y la polémica, como la conocemos en estos días con la vacuna contra el Covid19, mantuvo entretenidos a los medios de comunicación de la época. En un artículo que escribí para un medio local de Concepción del Uruguay (Semanario Hoy del 24/2/1994: “La vacuna contra la meningitis no inyecta el marxismo”) decía que “el ministerio de Salud y Acción Social quedó atrapado en una discusión sin salida y bajo la sospecha de contener elementos políticos ajenos a la problemática de la salud por el origen del fármaco. No sería un pensamiento temerario imaginarse alguna mano de nuestros ‘hermanos carnales’ del Norte muy preocupados por la salud… de sus propios laboratorios.” Y concluía: “No le tengamos miedo que con esa vacuna no se inyecta el virus del marxismo (bastante inocuo en estos tiempos).” Precisamente cuando Cuba negoció la patente para que un laboratorio distribuyera el antígeno a nivel internacional, Estados Unidos puso una condición en sintonía con el bloqueo: que no se le pague a Cuba con dinero, solo con alimentos. Finalmente el gobierno de la isla, necesitado de recursos, aceptó estas condiciones y la vacuna se pudo distribuir internacionalmente, salvo en Gran Bretaña que nunca la aprobó. En tanto en 1989 el diario cubano Gramma anunciaba que en Brasil la Sociedad de Pediatría avalaba la eficacia de la vacuna.
En nuestro país, entre marchas y contramarchas, recién en 1993 el Ministerio de Salud aplicó voluntariamente la vacuna cubana contra la meningitis a unos 100 mil menores de entre 3 meses y 15 años en La Pampa, donde en ese año se habían registrado 3.072 enfermos, casi un 50% más que en 1992. También en enero de 1994 el diario Clarín informaba que en Córdoba se comenzarían los ensayos para determinar la efectividad de la vacuna en niños de 5 años.

La viruela y las vacunas
Más atrás en nuestra historia, el 11 de enero de 1806 llegan a Concepción del Uruguay tres frascos de vidrio con la preciada vacuna contra la viruela, despachados desde Buenos Aires por el virrey Sobremonte. El pedido del medicamento lo hace el alcalde de la ciudad, Tomás Antonio Lavín, en diciembre de 1905 ante una inminente epidemia viruela que en ese momento azotaba Corrientes.
La introducción de la viruela, ignorada en nuestro continente antes de la llegada de los europeos, contribuyó a diezmar a los pueblos autóctonos que, como sabemos hoy, no portaban ningún anticuerpo para enfrentar al virus. Se ensayaron los más diversos métodos para combatirla sin resultados satisfactorios, hasta que llegó la vacuna salvadora.
Dice el historiador Urquiza Almandoz que la vacuna contra las viruela fue descubierta por Eduardo Jenner en 1796 y en nuestra región los primeros ensayos se llevaron a cabo hacia 1805. Primero en Buenos Aires y a principios de 1806 llegaba a Entre Ríos. “Se aprovechó fundamentalmente el arribo del buque Rosa do Río – dice el autor – que traía a su bordo varios negros vacunados portadores de pústulas frescas, además de ‘líquido vacuno conservado en vidrios’, el que fue puesto a disposición de la autoridad virreinal.”
El doctor Miguel O’Gorman fue el autor de un folleto impreso por los Niños Expósitos con “Instrucciones sobre la inoculación de la vacuna…” que se hizo circular por el virreinato. La vacunación se practicaba en forma gratuita a toda la comunidad.
Ante la presencia de la epidemia en Corrientes el virrey Sobremonte ofició al comandante de Entre Ríos Josef de Urquiza para que tomara las precauciones correspondientes. En tanto el alcalde de Concepción del Uruguay, Tomás Antonio Levín, solicitó al virrey el envío de las novedosas vacunas. El 11 de enero tres pequeños frascos llegaban a la ciudad.

El médico vacunador

Por esa época el único médico que figura registrado Concepción del Uruguay es el cirujano Antonio Monte Blanco que se hace cargo de la vacunación. Como primera medida inoculó a sus tres hijas. Algunos podrían sospechar que fue una actitud poco solidaria, pero lo cierto es que esa conducta podía generar confianza entre la población. En aquellos tiempos las vacunas no gozaban de popularidad y, como aún hoy en pleno siglo de la ciencia y la tecnología, había una fuerte resistencia a inocularse. Monte Blanco también apeló a una hábil estrategia para persuadir a la población con el aporte del párroco de la ciudad, José Bonifacio Reduello, que en los sermones de las misas machacaba con la necesidad de aplicarse la vacuna. La estrategia ya se había puesto en práctica el año anterior en Buenos Aires por el cura Saturnino Segurola. El 2 de agosto de 1805, en un acto celebrado en el fuerte (hoy Casa de Gobierno) el virrey, rodeado de sus más altos funcionarios, presenció la primera vacunación. Luego, alentó a los clérigos de las parroquias de esa ciudad de 40 mil almas y a sus alcaldes de barrio a que animasen a la gente a dejarse vacunar, tarea nada fácil de cumplir, ya que antes se precisaba convencer.
En ese mismo año Monte Blanco hizo campañas de vacunación en Gualeguaychú y Gualeguay donde tropezó con varios obstáculos por parte del alcalde local “y una plebe de curanderos” que le impedían vacunar.

Epidemias recurrentes
Pero el hecho que la vacunación sólo se ponía en práctica cuando se acercaba una epidemia no lograba eliminar la existencia de la enfermedad, y cada tanto se producían rebrotes mortíferos como el de 1846 que provocó numerosas víctimas fatales.
Por esa época la población indígena también era alcanzada por las sucesivas epidemias, lo que motivó que el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, impulsó campañas de vacunación como lo menciona el historiador Adolfo Saldías. “Como resistieran la vacuna, Rosas citó ex profeso a los caciques con sus tribus y se hizo vacunar él mismo. Bastó esto para que los indios en tropel estirasen el brazo, por manera en que en menos de un mes recibieron casi todos el virus”.
Hacia 1886 se produjeron brotes en varias localidades en nuestra provincia. En 1935 y 1936 se desató una nueva epidemia de viruela en los departamentos Villaguay y Gualeguay, que obligó a llevar a cabo la vacunación antivariólica masiva en todos los municipios. Farmacéuticos y algunos maestros se convirtieron en vacunadores.
Hoy este flagelo ya es historia. El último caso de contagio natural se diagnosticó en octubre de 1977 y en 1980 la Organización Mundial de la Salud (OMS) certificó la erradicación de la enfermedad en todo el planeta.
 
La imagen corresponde a un suelto publicado por el diario La Libertad de Paraná el 9 de enero de 1911.

8/3/25

Ángela Santa Cruz, maestra y filósofa

 Rubén I. Bourlot


En 2013 en oportunidad de celebrase del sesquicentenario de la fundación de la ciudad de Colón, el profesor Carlos E. Conte Grand recordaba, en un artículo, a los festejos del Centenario colonense y hacía referencia a los destacados conferencistas que se habían dado cita en la oportunidad. Y entre otras personalidades nombraba a la doctora en Filosofía Ángela Santa Cruz que disertó sobre Colón de mis recuerdos en el salón de la biblioteca Fiat Lux.

Sabido es que Colón fijó como fecha de fundación el 12 de abril de 1863 pero en esa oportunidad la conmemoración se trasladó a la semana del 11 al 20 octubre.

Pero ¿quién era esa por entonces reconocida doctora en filosofía que homenajeaba a su ciudad? La inquietud quedó en el tintero hasta que en ese inmenso volcadero de información que son las redes sociales y la misma telaraña de internet, donde todo se mezcla como en los basurales a cielo abierto, apareció el precioso dato. En ese cirujeo virtual se halló un documento publicado en la página de Facebook del Museo Histórico Regional del Colón con una crónica sobre Ángela Santa Cruz que había sido publicada por la revista Caras y Caretas el 23 de junio de 1934, firmada por Adelia Di Carlo, escritora y periodista feminista.
 

“Gran educadora”

La crónica de la revista dirigida por el entrerriano José S. Álvarez (Fray Mocho) se informa que la ya por entonces “gran educadora” había nacido en Colón, en 1883, que aunque no lo delataba su apellido, descendía de abuelos inmigrantes “suizos-alemanes” que poblaron la colonia San José. El apellido Santa Cruz provenía de su padre de origen uruguayo. Ángela cursó la escuela primaria en Colón y luego continuó sus estudios en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay donde se graduó de maestra.

La Escuela Normal tuvo también a la profesora Santa Cruz como invitada especial con motivo de la celebración de su cincuentenario en 1923. Dice una crónica de la época que entre las presencias destacadas en el acontecimiento se encontraban Trinidad y Matilde Moreno, Celia Torrá, María Angélica Balbuena, Elvira N. de Clemona, Ángela Santa Cruz, Amelia Parodi, Elisa Broggi, Odila Uncal, Ana M. Vidal, entre otras pioneras exalumnas. Y Precisamente quién tuvo a su cargo las palabras alusiva en nombre de las exalumnas fue “la distinguida Señorita Ángela Santa Cruz.” En 1932 volvió a la señera institución para rendir homenaje al exdirector Justo V. Balbuena.

Sus primeros pasos como maestra los hizo en Nogoyá y luego pasó a ejercer la dirección de la escuela graduada de Concordia. Pero la provincia le quedaba chica a la promisoria educadora y partió a Buenos Aires. En 1911 fue designada profesora de la Escuela Normal Nº 7. Posteriormente pasó por del Liceo Nacional de Señoritas donde llegó a ocupar la vicedirección.



Su tesis sobre delincuencia precoz

Santa Cruz también cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras rindiendo su tesis doctoral en 1923. En la misma abordó la temática de la Delincuencia Precoz, donde dejó en claro la importancia de "depurar los individuos a través de un ambiente de honradez y trabajo", re-educándolos y re-adaptándolos al medio social. Educación, inclusión, puntales de esta transformación. De esta manera bregaba por no convertir la reclusión en un sistema perverso que agrave la problemática. Estos conceptos, desde el punto de vista psicológico eran revolucionarios para la época.

Al respecto el historiador colonense Alejandro González Pavón sostiene que su tesis doctoral referente a la delincuencia precoz es “un tema que no había sido tratado en profundidad ni siquiera por aquellos especialistas en derecho.

“Durante la década de 1910 y los primeros años de la década de 1920, en Argentina – según su estudio – se presentaba un alto porcentaje de niños y adolescentes que tomaban la decisión (voluntaria o involuntaria) de comenzar a delinquir por las calles de distintos puntos del país; motivados éstos por diferentes factores. Y ahí está lo rico de este estudio. La Dra. Santa Cruz analiza las estadísticas de las cárceles, correccionales y hogares de transito de esta población etaria a los efectos de poder comparar años, causas, edades, tipo de delincuencia, entre otros temas de análisis. Pero todo esto, siempre enfocado desde dos aspectos: desde el contexto interno de los sujetos (intrafamiliar) y desde el contexto externo a ellos (el ámbito que los rodea)…”

 En paralelo las inquietudes de Santa Cruz desbordaron los límites de las aulas y se desempeñó en la presidencia de la Biblioteca Infantil Sarmiento, actuó en la Liga Nacional de Educación, en la Asociación Nacional del Profesorado, en la Liga Pro Alfabetismo de Adultos y fue fundadora de la Sociedad Protectora Escolar de Nogoyá. Tampoco olvidó su suelo nativo ya que en la crónica de 1934 se la menciona como delegada de la Sociedad de Beneficencia ante la Confederación Nacional de Beneficencia y el Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina. También presidió la Comisión Continental de las Asociaciones Cristianas Femeninas de América del Sur. Testimonios orales la ubican también en las luchas por el voto femenino junto a Alicia Moreau de Justo y otras feministas de la época.

Falleció el 5 de marzo de 1973 y sus restos descansan en el panteón familiar del cementerio de Colón. Una calle de su ciudad natal la homenajea llevando su nombre.





7/3/25

Ángela Artigas, la huella artiguista en Entre Ríos

Rubén I. Bourlot  

Indudablemente oriental, José Artigas ha dejado se huella en Entre Ríos. Sin duda los vientos de la política y la historia esparcieron su descendencia por distintas localidades de esta provincia. Lo que comparten todos es la vida modesta, muchas veces directamente pobre.

El 19 de junio de 1764 nacía en Montevideo el caudillo de los Pueblos Libres, José Artigas. Tras su fulgurante paso por la escena rioplatense, en 1820 se internó en la selva paraguaya, en un exilio interior que ni la muerte logró liberar. Pero dejó la herencia de su ideario y su descendencia perdurable hasta hoy.

En Entre Ríos su influencia es indiscutible, su presencia personal y la de sus familiares. En nuestra provincia surgieron los primeros artiguistas, entre ellos la espada principal de la región como lo fue Francisco Ramírez. Y en Entre Ríos se convocó el magno Congreso del Arroyo de La China, se libró la batalla fundacional en El Espinillo, se asentó parte de su familia y legó para los entrerrianos la bandera tricolor.

Su última esposa Melchora Cuenca vivió sus últimos años en Concordia. En Concepción de Uruguay residió Manuel Artigas, hijo del caudillo, donde también nacieron sus tres hijos. Otro hijo, Santiago prestó servicios para el general Urquiza. Casado con Ana Vallejo Monzón, estuvo a cargo de una de las estancias del Estado, que llamó Santa Ana en honor a su esposa, y es el origen de la actual localidad del mismo nombre ubicada a la vera del lago de Salto Grande.

Bien entrado el siglo XX en Concepción del Uruguay residió Ángela Artigas Peyrallo de Amado, nieta de Artigas.  Nacida en Porongos, República Oriental del Uruguay, el 2 de octubre de 1836, hija de Roberto Artigas y de Francisca Peyrallo y nieta de José Artigas y María Matilda Borda. Contrajo matrimonio con Amado, con quien tuvo dos hijos: Vicenta Amado y José Amado Artigas. Otra hermana, Matilde Artigas, se había radicado en Concordia.

Ángela, testimonio vivo

Ángela vivía en un simple rancho de ladrillo montado en barro con paredes pintadas a la cal, con piso también de ladrillos, techo de zinc con tejuelas como figura en el acta catastral de 1944 de la municipalidad local, ubicada en la esquina suroeste de Bulevar Yrigoyen y Congreso de Tucumán.

En 1918 la recordada  revista Caras y Caretas publicó una entrevista a Ángela, realizada por su corresponsal Dr. Augusto Vaccari.

“El coche paró delante de una casita humilde –relata el cronista-, rodeada por un jardincito algo descuidado en la calle Congreso de Tucumán. La casita no lleva número.

Nos recibió una morochita algo bizca, rebosante de salud, atareada en sujetar a un chico más vivo que el diablo.

–¿A quién buscan?

–¿Vive siempre acá doña Ángela?…

–¿Abuelita? Sí, señor… Por qué, ¿desea hablarla?

–Eso es… Le dice que está Barral…

Apareció en esto una viejita sonriente, bondadosa, fuerte todavía, que nos hizo entrar y nos ofreció sillas debajo de un corredorcito al lado de la cocina.

–Van a disculpar… Casa de pobres…

–Está bien, señora, está bien… ¿Así que usted es nieta de Artigas?

–Sí, señor… somos dos hermanas que vivimos todavía, nietas de Artigas: yo Ángela Artigas de Amado y Matilde Artigas de Corrales que vive en La Unión, República Oriental… Yo tuve un hijo, José, que fue empleado de policía aquí, en Uruguay, y se murió ahogado por salvar a un chico que se había caído al agua… El gobierno me pasa una pensión de 30 pesos mensuales y con eso me arreglo para vivir…

–¿Qué edad tiene, señora?

–He nacido el 2 de octubre de 1835… Voy a cumplir 83… He sabido por los diarios que el gobierno uruguayo me acordó una pensión; pero hasta la fecha no he visto nada y ya van unos meses que tendría que recibir mi dinero… A mi edad no es el caso de esperar con paciencia…”

La pensión a la que se refiere le fue concedida el 15 de julio de 1918 por el Senado y la Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay. El Artículo Primero del decreto establece: “Otórgase por gracia especial a doña Ángela Artigas de Amado, nieta del general José Gervasio Artigas, una pensión alimenticia e inembargable de setecientos pesos anuales”.

El 16 de mayo 1922 falleció y sus restos fueron sepultados en el cementerio de Concepción del Uruguay, en cuyo epitafio se puede leer: “Familia a Ángela Artigas de Amado”.

Y siguiendo la pista de los Artigas, hallamos que su hija Vicenta Amado y Artigas se casó con Diego Burgos radicado en el paraje Puente Gualeguaychú, en el departamento Colón, según surge del acta donde se registra el bautismo de una hija de nombre Ángela en 1886. Francisco Horacio Francou a su vez nos informa, en su libro El faro de la cuchilla, que uno de los primeros pobladores de la colonia Villa Elisa, fundada por Héctor de Elía, es Diego Burgos, alcalde vitalicio de Puente Gualeguaychú desde 1885 “casado con Vicenta Amado y Artigas, bisnieta del prócer uruguayo José Artigas…” También nos anoticia que el matrimonio, además de la nombrada Ángela, tuvo otros quince hijos.

Bibliografía

– Caras y caretas, (16 de noviembre de 1918), Buenos Aires,  N° 1.050. Disponible en la Hemeroteca digital de la biblioteca Nacional de España. http://www.bne.es/es/Catalogos/HemerotecaDigital/

– Francou, F. H., (1942). El faro de la cuchilla, el autor, Bs. As.

– Miloslavich de Álvarez, María del Carmen, (1988). Hace un largo fondo de años. Genealogía Uruguayense, Concepción del Uruguay.

– Civetta, María Virginia, “Breve Historia y Guía del Cementerio de Concepción del Uruguay”, Municipalidad de Concepción del Uruguay, sin fecha.

5/3/25

Santiago Derqui, el presidente del olvido

Rubén I. Bourlot


El 5 de marzo de 1860 asumía el mandato el segundo presidente constitucional argentino Santiago Derqui aún en las sede de Paraná. No llegó a goberanar dos años ya que el 5 de noviembre pero de 1861 renunciaba a la presidencia luego de la polémica derrota del ejército nacional a manos de las fuerzas de la provincia rebelde de Buenos Aires. 

Los dieciocho meses que gobernó el país, ahora denominado República Argentina luego de la reforma constitucional de 1860, y con la reincorporación de Buenos Aires, no le alcanzaron para salir del oscurantismo de la historia. Fue el último estertor del intento por estructurar el país dentro de los términos del federalismo.

Santiago Derqui había nacido en Córdoba a principios del siglo XIX, donde cursó todos sus estudios. Se graduó de abogado y también ejerció el periodismo. En 1835 asumió el gobierno provisorio de la provincia, tras el derrocamiento de José Vicente Reinafé acusado de haber participado del asesinato de Facundo Quiroga. Duró poco. El nuevo gobernador electo lo envió a Buenos Aires prisionero por sugerencia de Juan Manuel de Rosas.

En 1839 colaboró con el gobernador federal de Corrientes Pedro Ferré, enfrentado a Rosas. Tuvo su primer contacto con Entre Ríos en 1842 cuando el unitario Carlos María Paz, en una chirinada, tomó el gobierno de la provincia y lo nombró colaborador. En 1846 gestionó el Tratado de Alcaraz entre el gobernador entrerriano Justo José de Urquiza y el correntino Joaquín Madariaga.

En 1853 fue convencional constituyente y cuando Justo José de Urquiza asumió la presidencia lo incorporó al gobierno como ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública y luego de Interior.


Presidente constitucional

Al terminar el mandato constitucional de Urquiza, fue elegido presidente del país que había logrado su unificación tras la batalla de Cepeda y la reforma constitucional a gusto de Buenos Aires. Lo acompañaba como vicepresidente Juan Esteban Pedernera. En apariencia contaba con los auspicios de Urquiza para sobrellevar los desmanes del gobierno de Buenos Aires encabezado por Bartolomé Mitre. Pero no fue así. Su postura en defensa de las plenas potestades del gobierno federal frente a la provincia rebelde desembocó en la batalla de Pavón. Urquiza, sin demasiadas convicciones, se hizo cargo del parte de las fuerzas de la Confederación. El resultado del enfrentamiento es conocido. Buenos Aires se quedó con un triunfo dudoso ante la capitulación de Urquiza cuando aún la caballería dirigida por López Jordán batía con éxito al enemigo. Debido a esa actitud el presidente Derqui ascendió a general a este último.

La suerte estaba echada. Alea iacta est como habría dicho Julio César al cruzar el Rubicón. Aquí el que lo cruzó fue Mitre que envió fuerzas militares para derrocar a los gobiernos provinciales. El 5 de noviembre Derqui le dejó una carta al vicepresidente Pedernera anunciándole su renuncia que no formalizó. “He llegado a convencerme –le decía- de que mi presencia al frente de la Administración Nacional se toma como un obstáculo para el arreglo de la actual situación de la República, tan dañosa ya al honor y a los intereses de ella. He resuelto, pues, separarme de ella”.

Se embarcó hacia el Uruguay en el buque inglés Ardent. Días después Pedernera declaraba disuelto el gobierno de la Confederación y Mitre asumía de facto.

De su paso en la presidencia queda el sillón presidencial existente en el Museo del Bicentenario que ostenta el escudo de la Confederación Argentina. Con el tiempo se lo recordó en algunas estampillas, en los ya derogados billetes de diez australes y en una rara hoja de afeitar marca “Presidente Derqui”.


Rumbo al olvido

En el Uruguay vivió prácticamente exiliado y humildemente hasta 1863 cuando regresó a Corrientes donde vivían su mujer Modesta Cossio y Lagraña y sus hijas Josefina, Modesta y Dolores. No vivió tranquilo acá tampoco. El gobernador de la provincia lo notificó que debía ser juzgado por un viejo conflicto con el obispo de Córdoba cuando era diputado en esa provincia y volvió a refugiarse en Montevideo hasta que se resignó a pedir ayuda a Rufino Elizalde, en ese momento ministro de Mitre, para regresar a Corrientes. “Derqui está viviendo en la fonda, de limosna, y ya son muchos meses sin tener con qué pagar –le escribió Elizalde al presidente Mitre-. Dadas las cosas y los antecedentes de usted para con él, esto no puede ser, no es decoroso. Estamos predicando concordia, pero no la hacemos. Urquiza es más responsable que Derqui. La miseria en que éste vive prueba que si fue desordenado no hubo sin embargo fraude en su Administración de que se aprovechase.”

Ya en la provincia litoraleña asistió a los preparativos de la guerra de la Triple alianza contra el Paraguay. Las tropas de Francisco Solano López, que invadieron la provincia en 1865, lo tomaron prisionero por algún tiempo y le destruyeron la chacra donde vivía. Luego de la evacuación de los paraguayos lo acusaron de colaborar con el enemigo y volvió a la cárcel. La pobreza lo persiguió hasta el final.

El 5 de septiembre de 1867 moría pobre y olvidado. Como nadie se hacía cargo del funeral sus restos permanecieron varios días insepultos hasta que una moción popular logró que se le enterrase en el cementerio de Corrientes. Actualmente sus restos descansan en la Parroquia La Santísima Cruz de los Milagros, en Corrientes capital.


La educación de la mujer en tiempos de Urquiza

Rubén I. Bourlot

 

En 1850 Urquiza impulsa con hechos concretos la educación de las mujeres con la creación de la escuela de niñas "San Justo y Pastor" en Paraná.

El gobernador Urquiza, siguiendo su programa educacional que incluía la creación de colegios secundarios de estudios preparatorios en Paraná y Concepción del Uruguay y una escuela normal de maestros, funda un establecimiento que se denomina Colegio Entrerriano de los Santos Mártires Justo y Pastor destinado a la educación de niñas en Paraná. El 17 de noviembre de 1850 aprueba el reglamento provisorio que debía regular el funcionamiento de la institución.

Según el reglamento las materias de enseñanza son: lectura, escritura, doctrina cristiana, reglas de urbanidad, aritmética, costura y toda clase de bordados en oro y seda, y como clases accesorias: gramática castellana, dibujo, francés, piano y canto.

Pueden ingresar a la institución niñas entre los cinco y catorce años. Las hijas de padres pudientes abonan dos pesos mensuales de arancel, pero los útiles se dan gratis, con excepción de bastidores y telas para bordados de las niñas pagas. Las alumnas pueden ser internas o externas; las primeras pagan una pensión, exceptuando las de escasos recursos a quienes se las costea el Estado. Los trabajos realizados por las niñas pagas se destinan a beneficio de sus familias y los de las niñas pobres a beneficio del Colegio pudiendo adjudicarse a las niñas en calidad de premios. Las clases se dictan en dos secciones en dos turnos: de 8 a 10 de la mañana y de 3 a 6 de la tarde. Los sábados por la mañana se dictan clases de urbanidad y de religión y por la tarde se examina una de las clases, con asistencia de todo el Colegio.

A fines de 1851 concurren 25 alumnas externas y cinco internas. Para julio de 1852 ya son 64 las niñas que concurren, lo que demuestra el éxito de la iniciativa.

“La educación de las mujeres, librada hasta entonces al seno de las familias o a escuelas privadas, constituyó otra de las preocupaciones de Urquiza – dice Antonio Salvadores. La consideración de la mujer como sujeto capaz de promover el mejoramiento de las costumbres, determinó que la enseñanza primaria se hiciese extensiva a las niñas, sin otra variante que el agregado de labores propias del sexo. Era una consecuencia del concepto de la escuela, considerada centro de formación ciudadana, que con la revolución de 1810 se había extendido en el país.”

No hay dudas que estas medidas significaron un notable avance para incorporar a la mujer a la vida pública a través de la educación. No puede ponerse en tela de juicio que se agreguen “de labores propias del sexo” como dice Salvadores, cuando en pleno siglo XXI se siguen vendiendo, y hay un mercado para ello, juguetes “para nenas y para varones”.

El pensamiento de Urquiza sobre la educación de la mujer está expresado en la circular dirigida a los comandantes militares, el 13 de noviembre de 1850, incitándolos a secundar la obra del gobierno. “Poderosa y constante es la influencia de la mujer en el corazón de los hombres -dice-; como lo es la de éstos en la prosperidad de los pueblos”, y agrega: “Convencido el Gobierno Entre Riano de esta noble verdad, ha tomado todas las medidas conducentes al loable fin de generalizar en el bello sexo una sólida instrucción, basada en generosos sentimientos de honor, de honestidad y beneficencia que produzcan más tarde el desarrollo de las buenas costumbres privadas y públicas” (1).

A fines de 1851 había 25 alumnas externas y cinco internas en el citado colegio. Para julio de 1852 eran 64 las niñas que concurrían, lo que demuestra el éxito de la iniciativa.

La institución fue puesta a cargo de Vicenta Rabelo de Espiñeira y Rosalía Rabelo, contratadas en Buenos Aires. En 1852 fueron reemplazadas por Agueda Flores y Gertrudes Flores. En 1854 está al frente Eustaquia L. de Fish y al año siguiente asume Estraurófila Guevara de Paulsen.

(1) Recopilación de Leyes y Decretos de Entre Ríos, t. VI.

(2) Salvadores, Antonino, Historia de la instrucción pública de Entre Ríos, Museo Histórico de Entre Ríos “Martiniano Leguizamón”, Paraná, 1966

26/2/25

La Revista del Paraná reflejaba las voces de los "hombres del Paraná" y de mujeres también

Rubén I. Bourlot 

El 28 de febrero de 1861 aparecía en Paraná, capital aún de la Confederación, La Revista del Paraná, dirigida por Vicente G. Quesada. Una revista excepcional que solía agotar sus ediciones de un tiraje considerable para la época.

Escribe Ofelia Sors que La Revista del Paraná constituyó en aquellos tiempos “un órgano periodístico de jerarquía, esencialmente histórico-literario, cuyo fundador y director fue el destacado hombre de letras Dr. Vicente G. Quesada.

“Apareció esta revista de sesenta páginas, desde el 28 de febrero de 1861, hasta el 30 de setiembre del mismo año. Entre sus colaboradores figuraba lo más selecto de la legión de escritores de esa época: Benjamín Victorica, Joaquín María Ramiro, Cnel. Juan Elías, José Tomás Guido, Fa cundo Zuviría, Benedicto Ruzo, Saturnino M. Laspiur, Juana Manuela Gorriti. Benjamín Villafañe, Damián Hudson, Ángel Elías, Juan María Gutiérrez, José Francisco López, Juan Bautista Alberdi (desde París), Ramón Ferreyra, Baldomero García, Jerónimo Espejo, Barón de Vid Castel y Amadeo Brougnes, y entre los colaboradores del exterior: los chilenos Barros Arana, Juan Ramón Muñoz, Francisco Bilbao, Fernando Urizar Garfias, Manuel Guillermo Carmona y los peruanos Ricardo Palma, J. A. de Lavalle y Francisco Lazo.

“Se debió la impresión de esta excepcional revista, cuyo tiraje alcanzó a mil ejemplares por edición, al no menos conocido librero e impresor Carlos Casavalle. La primera tirada fue de seiscientos números, pero, ante el éxito de la demanda, se hace necesario reimprimir 835 más. Cientos de suscripciones suman entre las de la capital de la Confederación y provincias, además de las de Montevideo, Salto, etc.

“La colección de la Revista del Paraná constaba de ocho entregas mensuales en fascículos, y cada entrega contenía tres secciones: Historia, Literatura y Jurisprudencia. Luego se incorpora una sección más, la de Economía Política. Lamentablemente, tan extraordinaria publicación cesa de aparecer a raíz de los acontecimientos de setiembre de 1861.”

Miguel Ángel Andretto agrega que “por la equilibrada factura de su contenido, constituyó un modelo para otras similares, que aparecerían años más tarde, como la Revista de Buenos Aires y la Revista del Río de la Plata, ejemplos de la proyección cultural de la Argentina hacia otros medios de la época.”

Y agrega el autor de El periodismo en Entre Ríos: “Literatura, que era la sección más rica, con poesías, novelas, cuentos y ensayos, entre los que destaca ‘Güemes, recuerdos de la infancia’ de Juana Manuela Gorriti (1818-1892), inspirada en el período salteño de la lucha por la independencia. Filología, que con ‘Netzahualcoyotl’, en nahuatl, revela la importancia de las lenguas americanas durante el proceso de independencia, cuya proclama se efectuara en español, quichua, aymará y guaraní. Fueron así protagonistas de ese formidable emprendimiento, que significaba la búsqueda de la confraternidad entre las naciones hispanoamericanas.”

"De todas las publicaciones aparecidas, en ese tiempo, ninguna de tanto valor histórico y doctrinal como la Revista del Paraná, que abría la era de los estudios históricos sobre los orígenes y fundación de los pueblos de la República y la descripción física, de las costumbres, las crónicas y memorias de la época colonial, la guerra de la Independencia y las luchas civiles, continuada en tiempo posterior por La Revista de Buenos Aires y La Revista del Río de la Plata etc.", dice por su parte Martiniano Leguizamón.


Los hombres del Paraná

Este conjunto de hombres y alguna mujer también, como fue Juana Manuela Gorriti, que escribieron La Revista del Paraná, constituyeron una verdadera generación del pensamiento nacional latinoamericano.

En el prospecto de la revista Quesada manifestaba: “Creemos que la revista será un medio eficaz para propender a la formación de un círculo literario nacional que se consagre preferentemente al estudio de nuestro país y lo dé a conocer en todos sus aspectos; que preste a la historia, a la literatura y a la legislación americana un atención especial, poniéndonos al corriente del movimiento intelectual de la Repúblicas hispanoamericanas.”

Escribe Jorge Abelardo Ramos que “Los hombres del Paraná fueron aquellos que rodearon a la Confederación Argentina cuando la oligarquía porteña rehusó plegarse a la unidad del país, reteniendo con su avaricia portuaria la Aduana y la Capital. No eran todos provincianos los que apoyaron a Urquiza durante aquella larga separación. Por el contrario, había numerosos porteños y bonaerenses, a quiénes más tarde veríamos unirse a las tendencias nacionales de Avellaneda y de Roca. En el Paraná, ya lo hemos dicho, no sólo se reunieron, los guerreros de la independencia -los Alvarado, Guido, Pedernera, Iriarte, Espejo, Roca-, sino también los intelectuales que habrían de apuntalar a la generación del 80 con su gran prestigio. Los ejemplos son innumerables.: Vicente G. Quesada, que ha evocado esa época en sus "Memorias de un Viejo", Carlos Guido y Spano, Lucio V. Mansilla; Nicolás A. Calvo, Benjamín Victorica, Mariano Fragueiro, y sobre todo, Alberdi. Estará allí, asimismo, un joven llamado José Hernández.”


Casavalle, el librero de la patria

Una mención especial merece el impresor de la revista Carlos Casavalle. Nacido en Montevideo en 1826, a temprana edad se trasladó a Buenos

Aires, donde estudió con los jesuitas, trabajando simultáneamente como

tipógrafo del Diario de la Tarde de Pedro Ponce. Luego se desempeñó en varios periódicos y en 1853 imprimió los primeros libros aparecidos en la década.

En 1860 se trasladó a Paraná donde se desempeñó como impresor oficial del Gobierno de la Confederación Argentina y dirigió el Boletín Oficial que reemplazó a El Nacional Argentino. La labor de Carlos Casavalle en Entre Ríos contribuyó a difundir el pensamiento y las medidas de gobierno del presidente Urquiza. En 1961 se hizo cargo de La Revista del Paraná.


Para publicar en este blog enviar los artículos a bourlotruben@gmail.com. Son requisitos que traten sobre la temática de este espacio, con una extensión no mayor a 2500 caracteres y agregar los datos del autor. Se puede adjuntar una imagen en formato jpg.
---------------------------------------------------------------