Reproducimos las valientes y mesuradas consideraciones del
padre Leandro Bonnín, vicario de la Parroquia Nuestra
Señora de la Piedad
de Paraná, publicadas en su blog, acerca de un asunto sin dudas sensible a
intereses variados. El espectáculo del carnaval en Entre Ríos genera una
intensa actividad turística y moviliza intereses económicos. Es natural que
reaccionen hasta de manera furibunda ante una legítima opinión. Y furibundos
también son varios de los comentarios que disienten con la posición de Bonnín. No
obstante es necesario aclarar, como surge del texto en cuestión, que una cosa
son lo tradicionales carnavales de barrio, los corsos de pueblo donde todos
participaban en jornadas de alegría y sana diversión, y muy otros los espectáculos
“con formato Río de Janeiro”, donde unos son los actores y la mayoría del
pueblo meros espectadores. Muy lejos están de lo que canta Serrat: Vamos
subiendo la cuesta /
que arriba mi calle / se vistió de fiesta. / Y hoy el noble
y el villano, / el prohombre y el gusano / bailan y se dan la mano / sin
importarles la facha.
“Parvus error in principio magnus est in fine”
Yo, que hace varios años dejé de estudiar latín, traduzco
esta frase de Santo Tomás de Aquino (en el prólogo del “De ente et essentia”)
así:
“Un pequeño error en el principio es grande en el final”
(esa es la más literal)
“Un pequeño error en los inicios es grande con el paso del
tiempo” (aquí traduzco principio no en sentido filosófico sino cronológico,
principio temporal, que Tomás me disculpe esta adaptación)
O más en criollo aún:
“Lo que empieza mal, aunque al principio parezca chiquito,
luego se transforma en una tragedia”
En la nota y en los comentarios se puede observar la
claridad con que se narran las “consecuencias” del Carnaval de Gualeguaychú.
Les pego dos comentarios, uno que narra lo sucedido y el
otro que muestra la “lógica” a la cual hice mención anteriormente:
“Vergonzoso lo que se vivió en Gualeguaychú, era
libertinaje, todo lo que tuvimos que vivir durante la temporada, por favor
hagan algo para el próximo año yo no quiero esta clase de turismo, no tengo
porque bancarme hombres haciendo nudismo y teniendo sexo en la calle, orinando
en cualquier lado, manoseando a las chicas nuestras, gritándole ustedes son de
Gualeguaychú son unas hortivas porque no se prestaban al juego de ellos”
Y más adelante otro responde:
“Que tengan sexo en la calle no me jode, menos si son
lesbianas, además nuestro show, “el carnaval del país” muestra un montón de
minas en bolas, ¿que nos hacemos los extrañados?”
Perdón por la expresión grosera. Pero es clarito: según este
comentarista desprejuiciado, el “sexo libre”, el “sexo en la vereda”, entre
personas de cualquier condición, es algo que no debe extrañar a quienes aceptan
un montón de “chicas desvestidas” (digámoslo con elegancia).
Es decir, siguiendo mi razonamiento: la gente se asusta del
gran error en el final, pero aceptó naturalmente el “pequeño” error en el
principio.
¿Cuál es el “pequeño error en el principio”?
Creer que los carnavales –sobre todo el que se realiza CON
FORMATO RÍO DE JANEIRO- son inocentes.
Creer y sostener que es un “evento cultural” más. Una
diversión entre tantas otras.
Yo opino (con toda seguridad de mi parte) que eso es falso.
Es falso, con meridiana claridad, si aceptamos la cosmovisión cristiana, y si
creemos que en hombre hay una naturaleza y unos fines innatos.
Allí se dice, en el encabezado:
“A pesar de las grandes diferencias que su celebración
presenta en el mundo, su característica común es la de ser un período de
permisividad y cierto descontrol. En la noche del Carnaval todo vale”
El Carnaval (sobre todo, vuelvo a decirlo, CON FORMATO RÍO,
el que se está sosteniendo en Gualeguaychú desde hace años, y prolifera,
desgraciadamente, en cada rincón de la provincia) es una fiesta pagana, donde
se exaltan todos los excesos, donde el descontrol es la lógica.
Descontrol que quizá al principio se disimule o se muestre
en “cuentagotas”, pero que progresivamente abandona su “guarida” y se
transforma en el eje, en el hilo conductor de la fiesta. Como pueden leer en
cualquier nota sobre los carnavales con más años, se considera este tiempo como
un tiempo de “vale todo”. Y cuando se dice todo, es todo.
El Carnaval CON FORMATO RÍO (aclaro esto porque no me estoy
refiriendo a otros carnavales, ni a las murgas y otras expresiones afines) es
hoy, sobre todo, una exaltación de la lujuria, del deseo sexual.
Es una forma de manipulación de la belleza del cuerpo de la
mujer, hiperexpuesta a la mirada de todos. Es, entonces –lo afirmo con toda
certeza- una forma de violencia de género. Es una forma de “usar” los cuerpos
para el goce egoísta de los sentidos y del corazón corrompido del varón. No
respetando la nobilísima dignidad de la mujer y el sentido antropológico profundo
de su corporeidad.
Hace un par de años, el “puritano” diario Página 12
publicaba que una organización feminista hizo una denuncia contra Tinelli por
la “violencia simbólica” contra la mujer que se daba en sus programas. La responsable de ese movimiento decía así:
“A las mujeres se las trata como a objetos y eso es ilegal. Hablamos de la
imagen de un conductor que elige poner primeros planos de los cuerpos de las
mujeres casi desnudos y que sea eso lo que hace negocio, que cosifique, que nos
ponga en lugar de objetos”
¿Alguien puede percibir alguna diferencia sustancial con lo
que ocurre todos los veranos en las calles de nuestras ciudades?
Progresivamente los límites se han ido “corriendo”. Cada vez
era necesario “mostrar” más, como casi “única” forma de progresar y atraer. Así
nuestras pantallas de televisión a toda hora, y los sitios de internet de los
diarios, están inundados de cuerpos de mujeres semidesnudas, como algo
completamente natural.
Así se han ido “naturalizando” lo excesos, en todas las
direcciones. Termina pareciéndonos natural que nuestros jóvenes no puedan
divertirse sin alcoholizarse, que ciertas drogas estén presentes en todas las
edades y condiciones sociales. Total, vale todo. Y cuando “vale todo”, vale
todo para mí. Total, el prójimo, los demás, el bien común, no importan. De tal
forma que la “lógica del descontrol”, divertida al principio, termina afectando
necesariamente el tejido y la paz social. Porque la lujuria es lo contrario del
amor y del compromiso que fundan una familia, porque el descontrol en el
alcohol y las drogas y la “exaltación de la joda” son lo contrario de la
disciplina, del espíritu de superación y sacrificio que forjaron nuestra
patria.
Seguramente alguien pensará: "qué exagerado este cura,
debe tener un problema", o algo así. "No todos los que vamos a los
carnavales llegamos a estos excesos" seguro pensarán otros, y es verdad.
Pero la progresiva aceptación de lo degradante va haciendo que todo sea
relativo. Hay pocos hechos tan tristes como ver personas ancianas, que han
llevado una vida bastante ordenada y limpia, han ido perdiendo poco a poco todo
criterio moral. "Eso no es culpa del Carnaval": claro que no, pero
repito, cuando uno acepta una lógica, poco a poco la traslada a los diferentes
ámbitos de la vida. En personas que han vivido otros estilos, puede notarse
menos. Pobres los niños y jóvenes que nacieron y crecieron en ella..
Obviamente, nadie está obligado a pensar como yo. Ni estoy
juzgando a nadie en particular. Sólo Dios sabe qué grado de responsabilidad hay
en cada persona que realiza cada acción, muchas veces sin saber que está mal,
muchas veces con la conciencia deformada por malos ejemplos y consejos.
Sí estoy interpretando, desde mi visión humana y cristiana,
un acontecimiento que cada día parece crecer, sin que nos demos cuenta de sus
riesgos. Y que, objetivamente, va expresando y fomentando cada vez más el
proceso de degradación moral de nuestra sociedad.
Pero como sé que algunos por ahí me leen, sobre todo algunos
católicos, quisiera decir: un cristiano no puede participar de esta fiesta
pagana. Un cristiano debe oponerse con todas sus fuerzas a la lógica del
descontrol y de la lujuria que impera en estos eventos. Un cristiano no puede
cooperar de ninguna manera en la realización de estas fiestas. Nuestro
testimonio en favor la belleza de la pureza y del carácter sagrado de la
sexualidad, hoy más que nunca, nítido, claro, luminoso.
Les recuerdo dos textos de San Pablo, uno del cuarto
capítulo de la carta a los Colosenses:
“Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es
terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y
también la avaricia, que es una forma de idolatría.” (Col 4, 5)
Y el otro del capítulo quinto de la carta a los Gálatas
“Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne:
fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y
peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos,
disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta
naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el
Reino de Dios.”
En Brasil, donde hace varios años que estas cosas ocurren,
algunos grupos de cristianos –sobre todo jóvenes- dedican los días de Carnaval
a realizar retiros espirituales y jornadas de Adoración al Santísimo en
reparación por las ofensas a Dios y por la profanación de los templos del
Espíritu Santo que son los cuerpos de los bautizados.
¿Llegará un día en que nosotros, católicos de Argentina, nos
demos cuenta con esa misma claridad, y obremos en consecuencia?